El ocaso en tiempo real

Un escritor guatemalteco ve la obra de un cineasta catalán que inaugura un festival alemán. Monarca francés, presidente cubano: tres siglos y un instante.

El pasado 25 noviembre asistí a la inauguración de un festival de cine alternativo en Berlín: 14 films around the world, un evento anual de exquisita curaduría en donde, gracias a algún designio inescrutable del caos que nos desgobierna, me ha tocado ver películas que han causado un gran impacto en mi vida, tales como El abrazo de la serpiente, The Lobster, o La mort de Louis XIV.

La película que abría el festival del año pasado era justamente La mort de Louis XIV, del catalán Albert Serra, una obra de factura hiperrealista que, como su nombre de algún modo nos advierte, recorre los penosos últimos días que desembocarán en la muerte del famoso “Rey Sol”.

El filme, como ya dije, era hiperrealista, una intentona por reproducir el lastimero marcapasos del tiempo real, así que los espectadores sentíamos como si de verdad acompañáramos a un todopoderoso anciano moribundo. El ritmo era lento, mohoso, cansino, agotador, tal como tenía que ser para conseguir su cometido de transmitirnos la banalidad de la muerte en las decadentes alturas políticas. De acuerdo con el director, quien habló antes y después de la función, esta película sería la ampliación de una performance que nunca se llegó a realizar, en donde, precisamente, se iban a recrear los aposentos de Luis XIV al interior de una galería de arte, a modo de que el público presenciara el proceso de una muerte “real” en los dos sentidos —de realidad y de realeza— que tiene esta palabra.

Pero lo que quiero contar ahora es que mientras yo veía esta película, mientras reparaba en todo su despliegue de detalles grotescos, mientras me sentía embarrado por toda la parafernalia inútil que los cortesanos iban montando para retardar, o para aliviar, o para ilusoriamente detener la llegada de la guadaña mortuoria, a mí se me iba metiendo la idea de preguntarme si en esos precisos instantes no estaría muriéndose algún poderoso hombre, algún jerarca, algún gran jeque, algún monarca contemporáneo. Fue una sensación bastante fuerte, o bastante punzante, digamos, y casi me atrevería a decir que me convencí de que se trataba de una certeza que iba a poder comprobar al nada más salir de la sala; mentiría si dijera que pensé en Fidel Castro, sin embargo sí que me sentí poseído por la sensación de que la pantalla grande reproducía o espejaba un evento real que sucedía, en paralelo, en algún distante lugar del planeta: en alguna esquina de la pantalla gigantesca de la realidad.

Cuando terminó La mort de Louis XIV tomé mi celular y navegué con audacia por mis redes sociales y me sentí de pronto un poco defraudado, pues todavía no chisporroteaba el cadáver de ningún tirano bajo la correntada eléctrica del trending topic. No cabe duda de que la interconectividad virtual nos ha convertido en buitres del acontecimiento trágico, pensé, con un poquito de vergüenza.

No sería sino hasta unas horas después de mi salida del cine que la siempre inescrutable realidad me demostraría, una vez más, su muy superior talento literario, su picardía artística, su impúdico modo de encadenar con locura los eventos pequeños, medianos y grandes. El macabro trending topic de la realidad titilaba por fin ante mis ojos: había muerto el comandante Fidel Castro, un patriarca más allá de su propio otoño, un Rey Sol tropical que dejará detrás de sí un legado que quizás tiene tanto de luz como de sombra.

No pude evitar tuitear:

Anoche vi La mort de Louis XIV, especie de muerte en tiempo real, y pensé "¿qué absolutista estará muriéndose en este justo momento?".


Obtuve la mediana cantidad de 10 Favs, aunque todos de personas de respetable criterio.

Unas semanas más tarde leería en un periódico en línea que el primer infarto de Fidel Castro habría sucedido apenas un par de horas después de que terminara la función de apertura del festival 14 films around the World: y yo no sé a los demás espectadores, pero a mí la sola idea de haber presenciado los últimos momentos de un personaje histórico me ha dejado un remolino de sentimientos que ahora mismo no consigo poner en claro, o al menos no por escrito.