El poeta con mala fe y otros poemas
Muestra de la obra de este poeta argentino residente en Bruselas. Incluye tres inéditos.
La esencia es un perfume
El poeta que agarra la mosca con la mano.
El poeta que para el taxi con un movimiento compulsivo.
El poeta que les tiene miedo a los perros.
El poeta que sigue el ritmo con golpecitos en la mesa.
El poeta que babea por la comisura izquierda.
El poeta que muestra involuntariamente el colmillo derecho.
El poeta que se duerme con la taza en la mano.
El poeta que dice que él no separa al poeta del hombre.
El poeta que dice que no es un escritor.
El poeta que dice que escupe y después trabaja un poco la escupida.
El poeta con mala fe.
Tengo un asiento favorito en el tranvía
y no sé
si debo avergonzarme.
¿Qué tipo de persona
tiene un asiento favorito?
¿Un Esclavo
de vida rutinaria
o un campeón
en el arte de hallar
su gran comodidad
en toda cosa?
La gente debería
ir siempre por ahí
llevando un pin
de una E o una C.
Así yo ya sabría
a que debo atenerme
y podría cabalmente
transformar mi discurso
a su medida.
Usted debe evaluar
si la molestia
de prepararse el pin
es mayor o menor
que la alegría
de un interlocutor
que esté de acuerdo.
Yo me propongo
darles mi itinerario.
De ese modo
serán todos capaces
de encontrarme
y disfrutar así
de mi elocuencia.
Qué agradable
que es encontrar personas
que piensen como uno
o eso digan.
A mí sólo me importa
eso que dicen.
Si lo creen realmente,
nunca podré saberlo
pues no soy adivino
y el lograrlo
no está entre mis deseos
más profundos
ni en los superficiales.
Estoy seguro
de que esta información
que les transmito
es de una importancia sideral
para ustedes
y confío
en que sabrán usarla
para el bien
(eso es lo bueno
de las cosas inanes:
es que muy poco el mal
que pueden producir
pero grande el honor
que vehiculizan.
Y este secreto
que ofrezco como coda
no lo cobro.
Podrán agradecer
con otro tanto
de favores tontines
al que siga).
Poemas que no nos gustan
¿Hay algo peor que estar sentado
escuchando poemas
que no nos gustan nada?
Sí: es escuchar poemas
que no nos gustan nada
cortados por discursos
del o de la poeta
que traten del origen
de tal o cual poema.
Escuchar a un poeta
que no cree en su poesía,
que la usa
como quien usa un balde
o una bolsa de avión.
Y tal vez es también
igual de malo
que estar en un teatro
frente a una obra que nos es insufrible,
sin recibir la suave indiferencia
de la piadosa pantalla de los cines.
El cruel “en vivo”
no permite otro escape
que el del anotador,
tan capaz de esconder
el poema invectivo
bajo la forma pía
de las notas urgentes
de aquel que adora lo que escucha
o ve.
Yo entiendo
que la poesía pueda ser terapia
pero eso
debe ser una excusa,
un primer puntapié,
el empujón fugaz
que echa a rodar la máquina.
Después,
uno toma distancia,
prepara el ojo crítico,
del lector de lo propio.
El que no lo hace así
le roba a la poesía
su carácter estético
aquello que la hace
ser ello que ella es
y no otra cosa.
Voces de teclado excéntrico
La versión literaria
del estómago múltiple
de vaca.
Una feliz
como un perro
que se muerde la cola.
Una que grita su autarquía en un acto
que presenta la terrible defensa
de lo lúdico.
Una definición de diccionario
en un poema
como su mingitorio en un museo.
El manual de doma de la palabra,
que debe ser tratada como una bestia
que no merezca la menor misericordia.
La cruel insistente que contagia
una alegría oscura.
La del tenista
entre basquetbolistas,
que dirige
la pelota naranja
a golpes de raqueta.
O la del asador que,
revolviendo
la paella con el pie
va intentando igualmente
no quemar el asado que prepara.
La de la juventud
como un estilo.
La de un acá
que se opone a un allá.
Un Talmud loco,
que guarda sólo
el tono prescriptivo.
Ser y estar
Soy judío:
tengo padres judíos.
Sin embargo
los padres de mi padre eran judíos
mientras que él lo es de origen,
no es judío como yo, y mi madre
aun siendo judía nunca fue
una madre judía,
diga ella lo que diga. Mi hermano
es de padres judíos (obviamente)
pero, como mi padre (nuestro padre),
él tampoco es judío. Mi mujer
es de madre judía
y es judía. Yo tal vez
no sería hoy judío si no fuera
porque ella es mi mujer.
Hay judíos religiosos
y hay ateos.
Hay judíos israelíes y hay judíos
también en otros lados,
aunque eso
sea duro de aceptar para tarados
(tarados que o son goy o son judíos
y/o también israelíes: pues tarado
puede serlo cualquiera,
venga de donde venga,
sea del color que sea,
o tamaño, o aspecto;
ser tarado es re Benetton,
digamos).
Soy judío
y/o me siento judío:
como no soy rabino
y no soy religioso o funcionario
del Estado israelí,
para mí
viene siendo lo mismo.
Soy judío sin Dios. Soy judío
porque soy lo que soy,
y de ahí vengo. Soy judío
y también otras cosas, que conviven
en ese caos totalmente humano
que hemos dado en llamar identidad.
Soy judío
porque decido serlo,
porque puedo,
porque lo fui al nacer y he decidido
que iba a seguir siéndolo. Judío:
la identidad es toda imaginaria;
lo que no implica que no sea real.
La realidad está hecha de objetos,
de palabras, de acciones
de cosas que decimos,
también de lo que vemos
(lo que creemos ver).
La realidad
no es sólo lo que pasa: es también
nuestra interpretación de lo que pasa:
está en gran parte
en el ojo que mira, y no sólo
en aquello que ve. Nosotros somos
lo que creemos ser; no, nada más.
Tampoco nada menos. Es bastante.
Él y yo moriremos
Para entonces,
roles intercambiables:
moribundo en la cama,
el otro que llegando dice
“Che,
qué falta de elegancia.
Morirse es de mamertos”.
El otro se reirá.
La mujer del enfermo
saldrá para llorar
en otro cuarto.
Yo no sé
si llegado el momento
tendré la valentía.
Él seguro que sí:
hay que tener amigos,
solamente,
que sean mejores que uno.
Nenes
Los argentinos con sus nenes son medio ayayayay.
Los nenes argentinos son medio ayayayay.
Los nenes argentinos dicen “zapas” en vez de “zapatillas”.
Los nenes argentinos no van mucho a la escuela,
porque es corta.
Los nenes españoles
que van a escuela pública
deben aprenden menos que en la escuela privada,
o así decía el director
de aquella escuela pública española.
Los nenes belgas van mucho a la escuela
porque la escuela es larga.
Los nenes belgas van a la guardería
desde muy chiquititos.
La madre que vi el otro día en Bélgica
llamaba del tranvía a la puericultora
porque el niño se le portaba mal.
Los nenes alemanes van tan poco a la escuela
como los argentinos,
pero tienen un sótano con juegos de salón.
Los nenes de Inglaterra
ya no comen tan solo porquerías
en la cantina gracias a Jamie Oliver.
Hay otros nenes, parece,
en otras partes,
pero a mí no me consta.
Ecosistema
Había una vez
seis poetas en un barco
Llamábanse Astérix,
Grandote, Clown, Actriz,
Buster Keaton, Viajero.
Esos poetas
eligieron ser peces:
Astérix fue Pez Gato
y Grandote fue Trucha;
Clown fue Pez Payaso;
Actriz dijo “Sirena”
(que es pez por la mitad,
así que vale);
Buster Keaton, Dorado,
y Viajero, Verdel.
Afortunadamente
tuvieron el buen gusto
de evitar inclinarse
por un pez-avatar
de fuerte simbolismo
(“Salmón” o “Tiburón”).
Cada uno
supo jugar su rol
fuera del barco
Pez Gato junto a Trucha
(Astérix y Grandote):
no, no Obélix)
recorrían los bares
en busca del vaso perdido.
Pez Payaso sabía,
como todos los clowns
que, por mas que no mate,
el ridículo hiere
a quienes lo aborrecen.
Sirena/ Actriz logró
que tuvieran más vida sus poemas
en su voz que en papel.
Dorado-Buster Keaton
jugaba a Buster Keaton:
un humor bien presente
bajo la seria máscara.
Verdel
siguió siendoViajero:
fue Verdel en Europa
y Fugu en Yamaguchi.
Los peces-poeta eligieron
como bien debe hacerse
algunos adversarios
(y aliados, por supuesto).
Y después se alejaron
para reconstruir
cada cual por su lado
otros ecosistemas,
otra vez.
Poema
Esto no es un poema:
el poema verdadero
se escuchará
sólo cuando traduzca.
Esto lo hice primero
mas sabiendo
que lo iba a reescribir.
Pero mentira:
esto sí es un poema
porque así es presentado.
Igual que lo serían
mis viejos,
un sandwich de paleta
un soplamocos,
si así los nominara
(el verbo, y no la cosa).
Yo quisiera decir,
si me atreviera,
que en realidad el poema
no tiene original ni traducción.
Pero sería
pedante y pretencioso,
como una de esas cosas pseudochinas
que dice Fulanito y te dan ganas
de partirle una silla en la cabeza
para que vea que la silla sí existe.
Pero no hay Fulanito:
hay historietas
que leí por ahí. No mucho más.
Y un personaje
que invento para ustedes.
“Ustedes” viene a ser
el limitado grupo de lectores
de poemas actuales:
otros poetas,
editores si hay suerte,
algunos académicos,
gente que seleccione
autores para un ciclo,
y amigos y familia
(por más que suene mal).
El “lector puro”
es tan inexistente
como el “poema base” del que hablaba
sin origen ni fin.
En mi barrio,
se llama eso coherencia.
No, mentira:
mi barrio
son páginas de libros,
que no saben hablar.
Lector
“Puto el que lee”
es la frase
mejor para una lápida:
no pueden enojarse
con el que la escribió,
y no pueden tampoco
pedirle explicaciones.
Si él pudiera
tendría que decirles
que piensa que es graciosa
en un contexto así.
Que es hija de su época
que es discurso de niño
-o de niño mental-.
De niño de esa época,
que creció (y se murió,
si la lápida es suya),
que ya no la diría.
Que es consciente
que la palabra “puto”
usada como insulto
se debe desterrar,
por más que para el chico
significara “insulto”,
no demasiado más.
Que pide mil perdones
si está ofendiendo a alguien,
y que le gustaría
que ese grafitti bobo
y agresivo al tuntún
tuviese otra palabra,
pero que no es así,
que la gracia, si la hay,
es la inadecuación
entre esa frase idiota
y el soporte.
Que la cita
debe ser a la frase como era:
poner “tonto el que lee”
no es buena idea.
Y que el muerto es él,
y que no jodan,
los gustos hay que dárselos en vida,
aunque que él ya está muerto,
y que tampoco,
que en realidad es sólo marioneta
de un poeta imbécil
que se moría de ganas
de poner ese frase en un poema,
y que además de imbécil
debe estar medio loco,
que más allá del término
usado como insulto,
queda claro que insulta
o que busca insultar
al público lector.
Y que si no es imbécil
es un provocador
del tres al cuarto
que no vale la pena.
Y que de todas formas
él lo único que pide,
su ultima voluntad,
es creerse muy vivo,
creerse un Groucho Marx
resucitado.
O no, pero se entiende.
Y que lo dejen,
la gente superada es tolerante,
con salames como él.
Poeta
Para vestir un disfraz de poeta,
hay que ponerse
una remera negra;
subir a un escenario,
mientras se lleva un libro
o una pila de hojas,
que se debe leer
o aparentar leer.
Después,
se elige la variante:
el mal poeta
se pondrá a adjetivar
como un demente
y/ o a abusar
de la palabra “alma”
o de alguna otra
de ese campo semántico
o de otro adyacente.
Otra opción
es la “poeta tímido”
y leer para el tujes.
El disfraz más vendido
es aquel de
“poeta prendado de su voz”
que lee el doble de lo permitido.
Igualmente es factible
cubrirse con el manto
del “poeta que escribe
sólo para leer”,
cuyos poemas
son diez veces mejores
en escena.
El traje que yo elijo
no lo describiré:
si me deschavo
me roban el disfraz
que yo prefiero
y después
¿qué me pongo?
Retrato robot
Me enferma
la gente que se evade.
Yo me evadía: nada peor
que la furia del converso.
Suelo decir “quiero morirme”;
es un automatismo.
Suelo decir “quiero a mi mamá”;
es un automatismo.
Suelo decir cosas, que no repetiré,
cuando nadie me escucha.
Calco mis reacciones
de los héroes recios.
Descubrí el amor... quise decir humor.
Odio ser cursi.
No tuve amigos
hasta los quince años.
Descubrí el humor, con hache y u,
a los diecinueve.
Tartamudée
hasta los dieciocho.
Me gustan las reglas.
Y lo más importante:
moderación
hasta en la moderación.
Lo leí una vez
en una historieta.
Ruego
Por favor sean buenos, no me saquen.
Aunque no viva más en Buenos Aires,
y este concurso pida residentes.
Aunque sea muy joven o muy viejo.
Aunque no tenga cara de latino,
o aunque la tenga pero por error
de ese pibe polaco que confunde
mis cejas muy pobladas con las cejas
que en su cabeza de señor confundido
son las cejas que un latino tendrá.
Esas cejas pobladas que me vienen
de algún lugar lejano, pero mucho
más cerca de Polonia que del barrio
en que vine a nacer.
Por favor sean buenos, no me saquen
aunque no sea exiliado y me haya ido
por amor a una novia, cuando todos
se iban pero mal.
Aunque no entiendan nada, aunque se sientan
un poco traicionados porque el poema
que esperaban leer tanto no cierra.
Porque no use adjetivos casi nunca.
Porque quiera seguir un poco más.
Porque insista, porque siga a mis dedos.
Porque elija
terminar el poema en un momento
en que debía seguir.
Aguafiestas
Pensar que uno está enfermo.
Ir entonces al médico
para salir cada vez aliviado.
Aunque sea un poquito.
Aunque se dude un tanto del galeno
y se piense en buscar
la enésima opinión.
Temer que uno se muera.
Imaginar el cáncer
que corroe los órganos.
Convencerse de que
esta no la contamos.
Yo no sé lo que es eso,
pero sé otra cosa:
convivir con la angustia,
el secreto terror
de sufrir de un trastorno,
no saberlo
y, lo que es peor aún,
no querer descubrirlo.
Un problema mental
o tal vez neurológico.
Algo de la atención
o del espectro autista.
El espectro, el fantasma:
la presencia ominosa
de algo que está y no está.
¿Viste el monstruo amarillo
de esa serie de moda?
Algo por el estilo.
El tipo que lo sufre
ha vivido treinta años
pensando que está loco
cuando en realidad
el parásito ese
le carcome los sesos,
hambriento como está
del secreto poder
que su víctima alberga.
Como en un Harry Potter
para adultos modernos,
aquel que lee o mira
podrá imaginarse
que se trata de él.
Son esas fantasías,
cuentos compensatorios,
con los que uno imagina
ser príncipe heredero,
un hechicero máximo
o un mutante especial,
ya que eso justifica
años de sufrimiento.
Pero al fin del capítulo
o al cerrar el libro
volvemos a enfrentarnos
con la némesis propia,
esa que no sabemos
si es real o no.
En realidad tememos
que no tenga existencia,
y dejamos entonces
que el tiempo pase, y sólo
queremos concentrarnos
en sea lo que sea
que lo ayude a pasar.
Queremos que nos dejen
engañarnos tranquilos,
sin un Correcaminos
que nos haga advertir
que vamos por el aire
y la ruta acabó.
Yo por lo menos tengo
esta ocasión divina
de disfrazar de arte
este extraño autoanálisis.
Cuando alguien me pregunte
ahí ya podré reírme
confundiendo al escucha:
declarar fe poética
y ausencia de otra fe.
Un poquito de amor
(si no propio, ajeno)
podrá tal vez cubrir
ese agujero.
Podrá o no podrá:
quizás no importe,
¡hay tantas otras cosas
en la vida!
Como decía el ciego
que ni follar logró.
Escribía bien el viejo,
eso sí es innegable.
No es que lo confortara
o lo satisficiera
pero es lo que tenía.
Una forma, tal vez,
que no es peor que otras
de encontrar un sentido
allá donde no hay.
El gato del rabino
(que no, tampoco existe) considera
que los seres humanos
se mueren por morir,
y que en el intervalo
sólo van encontrando
con qué pasar el tiempo.
El gato del rabino, pobrecito,
dejó de ser un gato
cuando aprendió a hablar,
pero tampoco es hombre:
no es más que un gato que habla
y no puede volver
al jardín del edén.
No es budista tampoco:
la tiene complicada.
No mucho más que otros,
sólo que él lo sabe.
De vez en cuando imita
al resto de los gatos
sin dejar de saber
que es un impostor.
En eso es elegante. La elegancia
es un pobre consuelo,
pero es uno
que no molesta a nadie:
otro mérito más.
Teoría del caos
El cáliz que apartaste de mí no será el excelente título de mi próximo libro. No será en él la figura de Vallejo un fantasma que aceche en la búsqueda de cada palabra; no tendrá por leitmotiv la naturaleza única de la propia habla poética. No me acecharán los peligros de la autocomplacencia. Nadie llamará para decir que mi libro anterior era mejor.
No convertiré el recital de poemas en un género de éxito; tropeles de jóvenes no acudirán como un solo hombre ante la sola posibilidad de escucharme. No seré el inventor indirecto de las groupies poéticas.
Nadie pedirá que me una a la comisión organizadora de la Feria del Libro, y no me aburriré como un hongo en sus reuniones.
La señora de los almuerzos morirá antes de que valga la pena invitarme a comer; ya no podré lograr que se arrepienta, ni sufriré la decepción de no haberlo logrado.