«Huésped de tu sombra» o los rituales rotos del Psicopompo
Sobre el segundo poemario del nicaragüense Berman Bans, publicado por Casasola (Honduras) en 2017.
No sólo los traductores traicionan a un autor, también lectores. Ambas traiciones exigen embullirse de lleno en las páginas de una obra. He decidido traicionar el poemario Huésped de tu sombra (Casasola: Honduras, 2017), de Berman Bans, con esta nota interpretativa de corte espiritual o, más acertadamente, de corte cosmoteándrico (Ver: Raimond Panikkar. La intuición cosmoteándrica).
Siento que no es una traición tan grave si tenemos en cuenta que Bans es fraile capuchino, además de narrador, articulista y poeta. Siendo más que honesto, en verdad son dos impresiones ambivalentes las que en mí y desde mí se traicionan, me explico: si con La fuga (Leteo: Managua, 2013), primer título del mismo autor, experimenté una empalaguez propia de un lector que repele lo prosaico en toda su extensión semántica, con este nuevo libro de Bans mi impávido asombro fue capturado por esa estética de lo oscuro que sale a luz sin necesidad de luz y que sólo he reconocido en ciertos momentos de El Nicán-Náuat, de Pablo Antonio Cuadra, y en los dioscuros del poema Proverbios, de José Lezama Lima.
El poeta, ese mago de las palabras, aparece como Psicopompo en todas las culturas y naciones humanas, es un ideal universal: fue institucionalizado en Occidente por el protagonismo alegórico que el Dante le ortogó a Virgilio por entre los versos de ese impresionante trance que es la Divina Comedia.
En Huésped de tu sombra predomina una cercanía de intensidades inusitadas frente a esa imagen sobreentendida del autor/poeta/mago en su faceta de Psicopompo, baquiano en las profundidades oscuras del ser y el no-ser, a disposición de quien lee. Bans recurre al lenguaje simbólico arquetípico y selecciona una sintaxis poética proverbial para hacernos recorrer múltiples descensos guiados. «Descensor» es el texto emblemático en que se basa mi interpretación, ahí leemos:
Vamos hacia la muerte por un pasillo de olvidos cotidianos [...]
Pero ahora el túnel bajo tierra muestra sus escaleras
como la médula en ruinas de religiones muertas [...].
Poemas como «Cavernas» o «Calipso» insisten en una sombra de sepultura, pero es intrigante ese oscilar, ese ir y venir de vuelta entre la risa de la razón y el luto del corazón. En «Cavernas» afirma:
Hemos aprendido la certidumbre de las tumbas:
el docto estilo con que enseñan los difuntos.
El trayecto subterráneo que nos va proponiendo el libro tiene un paraje que es determinante como bisagra de inflexión de la serie completa de estos poemas, de hecho es una sección completa: «Discontinuidad del tránsito». Pero esta «discontinuidad» que promete de repente ser un solaz reposo y resumen de una epicrisis existencial, es todo lo contrario a un descanso, es un derrumbe con música orquestada por silencios. «Anamnesis del fuego» abre esta sección con conjuros nervalianos que, «al borde del barranco», exhiben el desierto de la pulsión de la muerte (cotidiana):
[...] el humo que somos
bendiciendo lo efímero sin testigos, sin cantos, solo
ante los pedregales sin nombre
donde se hospeda tu sombra
con la maldición de los signos para celebrar
la pudrición corporal, celda transitada por el rumiar de los años.
No puedo dejar de sentir un influjo en esta poesía. Arriesgo una afirmación: en este poemario hay correlaciones del bosque órfico lezamiano (no hablo de barroquismo, hablo de orfismo). Sólo que Berman Bans apareja (o hace que copulen y se apareen y paran fantasmas) el Calmecatl y el Oráculo de Delfos. Sin complejidades ni adornos, sus referencias a lo griego, a lo romano y a la cosmovisión mesoamericana indígena son más bien experiencias elementales antes que pasarelas cultistas, quiero decir: están estos referentes coligados fuertemente a la esencia telúrica de los arquetipos humanos, los elementos naturales, los nahuales y las figuraciones tótémicas en tanto vivencia. En tal modo, el poeta toma el rol de Psicopompo para realizar acciones trans-chamánicas, como en «Autumn», donde escribe:
[...] el viento sopla hacia los bosques incinerados de los ídolos.
[...] niños y mujeres devorados por leones hambrientos,
en la duradera mentira de seculares eufemismos,
mencionaremos la oscuridad de tu descenso,
proclamaremos el poder de tu alarido.
Las hojas caen de nuevo con la tarde.
Alguien en Bizancio está naciendo
del agua y del fuego
invocados bajo la lluvia de violentos meteoritos.
Nosotros no queríamos nutrirnos
del amor invasivo que nos transmitieron,
pero el agua es el agua,
(origen del sueño)
y el fuego es el fuego
(primer tambor virulento).
Descendemos al inframundo interior de la condición humana, la horizontalidad de la muerte nos hace pasar de un tipo de sombra a otra, de un tipo de pozo a otros huecos o cloacas, abismales bocas y tumbas dentadas, pero también bajamos en la escalada invertida del inframundo mítico de la historia centroamericana de postguerra y sus aún intactas cicatrices que afloran en el paisaje espiritual del libro. Conste: la memoria colectiva de la postguerra no aparece como una crónica testimonial ni laudatoria de mártires ni héroes, está muy claro que no. Antes bien, estamos ante un poemario que desafía al lirismo de boina y cuántica crística para ejercer lo que Brian Lee categoriza en The poet and the shaman como la habilidad para «mirar lo invisible» o, como Bans mismo lo dice en «Autoretrato retro»: «el coraje / y el ver más allá de las imágenes». A los muertos se les honra encarnando la muerte.
En esta esencialidad no puede hospedarse ninguna crónica (por demás, bastarda del devorador Krónos); sólo hay posibilidades para el brote de panoramas expansivos e introyectivos, grises y secos, como un vórtice interior/exterior que nos incita a descubrir la vida que hay en toda muerte y lo muerto que habita y enraiza en lo vivo. En «Desayuno sobre la hierba» hay un verso memorable: «La carroza de los novios trae cadáveres».
Por todo ello, considero que la postguerra es el enfermo y pútrido entorno vivo que pesa en este tour al inframundo, nos enrolla. En esa dimensión y profundidades, «Despedida» es más que un poema elocuente, es un códice sobreescrito como palimpsesto, recitado con oscuras voces del Erebo dirigidas hacia y sobre las movedizas turbias aguas del Xolotlán. El autor, desde una noción animista del mundo, describe su/nuestra (o de nadie) derruida ciudad interior, ésa que se adjunta como mancha menesterosa a la par del Lago:
La ciudad es una fantasmagoría
abandonada junto al lago.
Contempla en los rostros el recuento
de los muertos, de los vivos sin sus piernas,
de los remordimientos sepultados.
¿Este es el lenguaje del agua
donde Xolotl guiaba a las sombras
hacia las lindes del desamparo?
En medio de las gloriosas ruinas transhumanistas (Cfr. Fermín González, Transhumanismo - Humanity+), esta es una poesía dictada por las diosas de la noche, las antiguas deidades terráqueas bajo el sótano de la vigilia, eidolas lunares que se comunican desde la oscuridad instintiva del cuerpo. Pareciera que estas diosas están muy conscientes de que el mal civilizatorio transhumanista es el despeñadero del patriarcado como sistema de dioses solares de la guerra (Cfr. Claudio Naranjo. La mente patriarcal). Estas eidolas prefieren en la poesía de Bans el anonimato, pero sin rehuir de la postestad de su presencia:
Estepas donde una madame casi incinerada
-infeliz tótem pétreo de senos caídos-
dormita decapitada
en el altar de una aldea del neolítico.
(«Siberiana»)
En la danza teatral Butoh hay un ejercicio que es llamado la «caminata sobre la ceniza« o «caminata sobre los cuerpos muertos» (kinhin shitai). Cuando terminé la lectura de Huésped de tu sombra cerré su cubierta y luego caminé largo tiempo mientras recordaba —justamente— las sensaciones de la primera vez que hice en Butoh (junto con María Ganzaraín) la caminata sobre los ancestros. Hay un sabor amalgamado de desolación colectiva, de laberinto, de sereno luto y sagrada ritualidad que sólo ambas experiencias me han regalado. Tal y como lo enuncia Bans en «Plegaria para tus ojos», podría todo lector estar seguro de que la inmersión a la cual nos abre este libro se trata de una «descalza danza para tu riesgo». Yo digo que merece la vida —y la muerte— tomarse dicho riesgo.
Berman Bans, este «oscuro sacerdote que no cree en nada» (para aplicarle a él su propia percepción de Nicanor Parra, verso con que cierra «Curriculum Mortis»), nos ofrenda en este poemario una urgente necesidad: quebrar el frío hielo de la muerte y sus hediondos pactos de silencio, tanto en un plano simbólico como literal, individual, familiar y colectivo. Lo hace mediante un peregrinaje que únicamente se puede concluir si —dejándonos acompañar por el Psicopompo— nos asimos a la aceptación radical de todas nuestras pequeñas, inmensas muertes.
Dírita, MGA.
Noviembre, Diciembre, 2017.
Enero 2018.
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Publicado originalmente en Salmagundi Critical Art Sort.