Cuando sea grande quiero ser como Ernesto

Una breve reflexión sobre el problema del estereotipo del poeta en el panorama literario nacional

Dogs in the hill fotografía de Grethel Paiz

Si todo pasó así, Señora, y yo
he acertado contigo, eso no lo sabremos.

Carlos Martínez Rivas

 

Es verdad, de niños deseábamos ser como los superhéroes que mirábamos en las series de televisión, al crecer fuimos dejando de lado este primer asombro que nos producían sus atuendos o personalidades, aunque de una u otra manera, siempre nos marcó su influencia casi inconscientemente y aprendimos algo positivo o negativo que fuimos interiorizando; este es solo un ejemplo de lo que no ocurre en el ámbito literario nacional. 

La primera referencia que sugiere el título, sí, es sobre Ernesto Cardenal, pero hay una segunda, que no, no es sobre Ernesto Mejía Sánchez tampoco. Sino, Carlos Ernesto Martínez Rivas. El movimiento de posvanguardia literaria conformada por esta tríada ha significado un antes y un después innegable, pero décadas más tarde resulta cómico que su influencia más notable suela ser la extraliteraria dentro del mismo “ámbito literario” o al menos es lo que se puede apreciar a grandes rasgos. Es decir, existe una romantización respecto a dos elementos: En primer lugar a cómo debe lucir un poeta y en segundo lugar, a cómo debe de comportarse. 

La figura de Ernesto Cardenal (1925 - 2020) como poeta es sólo superada por su figura política, por un exacerbado protagonismo social que denuncia la desigualdad y aclama justicia, que se revela ante toda imposición ideológica y defiende el derecho a la libertad en todo sentido, participación que por cierto, le permitió definir un estilo poético casi obligatorio en el panorama nacional en determinado periodo de la historia reciente. A lo largo de la historia literaria la exaltación del hombre sobre el poeta no es una novedad, pero sigue siendo una situación adversa para la justa valorización de la literatura, por ello no debería resultar extraño cuando un estudiante promedio de secundaria hace alusión al gusto de Rubén Darío por la bebida y no sobre determinado aporte literario o cultural, es el resultado de tan pobre interpretación. 

Por otro lado, a partir de la figura de Rubén Darío comienza el segundo punto que compondrá esta reflexión: el poeta es un ser decadente, huraño y buen bebedor de ajenjo. Sí, aunque Darío sea el máximo referente – a nivel nacional - sobre esta peculiaridad que a menudo acompaña a los creadores y parece despojarlos de tan pomposo velo en cuestión de segundos, queda relegado dentro del ámbito literario local por la figura del segundo Ernesto y suerte de antítesis de Cardenal, incluso en un sentido estilístico.

Carlos Ernesto Martínez Rivas (1924 - 1998), apartado deliberadamente de todos los reflectores que tanto apasionaban a su compañero generacional, no pretendió influir o definir un canon literario, estilísticamente hablando se caracteriza por una complejidad retórica y verbal muy difícil o casi imposible de seguir, en la cual también se percibe una alta formación cultural y filosófica que encuentra poco o ningún eco en poetas de “generaciones” posteriores. 

Una vez más la pereza y la necesidad de forjar un mito, dejan de un lado todos estos atributos que con justa razón hacen de su obra una referencia en la poesía latinoamericana, para volcar la atención sobre la figura del hombre y no la del poeta, la del huraño y buen bebedor de ajenjo, embajador del disgusto y gran enemigo de las convenciones sociales que siempre tildó de falsas e hipócritas. Cautivados por un personaje poético “irreverente” característico de la poesía de Carlos Ernesto Martínez Rivas, sus más fieles “admiradores” son presas fáciles de una petulancia infundada y un “malditismo” con cual justifican su ruptura y desprecio con las corrientes clásicas y en especial con el legado dariano, lo cual resulta más que irónico debido a que los posvanguardistas nicaragüenses son quienes encuentran el equilibrio entre el pasado y una suerte de futuro. 

 

Ya sé que lo que os gustaría es una Obra Maestra 

pero no la tendréis. 

De mí no la tendréis.

Memoria para el año viento inconstante (fragmento)

 

Henchidos por estos versos y una intencional soberbia, protagonizan un paupérrimo drama en el que son víctimas de una supuesta incomprensión e insensibilidad social en la que la envidia, recelos y falta de cultura, son las supuestas causantes de que algunas puertas se cierren ante el sueño de relucir como una joya rara en un carnaval ya de por sí extravagante, es decir, una aspiración negada a todos los vientos, pero anhelada en silencio: su nombre sobre la cubierta de un libro y toda la pompa que llega en muchos casos, sin importar la calidad de lo que se está arrojando a este mundo receloso, al que acusan de no comprenderlos, pero del que no viene mal un aplauso de vez en cuando.

La escritura como una experiencia muy personal permite la libre creatividad, es cierto, pero como un proceso intelectual, emocional y estético demanda constancia, autocrítica y especialmente lectura, de esto han estado consciente los autores más importantes, desde Baudelaire pasando por Darío hasta los posmodenistas, los vanguardistas más radicales y posvanguardistas mencionados anteriormente, ya que uno u otro movimiento siempre debe entender aquello que pretende cambiar o de lo que pretende desligarse. La lectura también fomenta la influencia, es inevitable sentir el deseo de emular determinado estilo, sin embargo la lectura y en especial, la escritura que realizamos deben estar libres de toda preconcepción, alejada de todo mito literario, cultural o político como los que rodean a los autores en cuestión, leer a Cardenal o Martínez Rivas sin pensar en el estereotipo que representan es la mejor forma de empezar un proceso de desmitificación y gradualmente llegar a una lectura objetiva y justa que permita valorar la obra, sería en el mejor de los casos también un “homenaje” enriquecedor y no el caso contrario, o sea, convertirse en una parodia cuya única contribución es el absurdo porque simple y sencillamente reproducir determinado estereotipo ajeno a nuestra naturaleza es desde ya, traicionar la esencia misma de la poesía, ya que un poema no es solo un objeto verbal, es también una experiencia particular y muy propia de cada autor ante las situaciones que cualquier ser humano experimenta. De momento, ante el vicio del mito la conclusión más probable es que: seguiremos esperando la “Obra Maestra” o a un “justiciero” cuya palabra nos libre del yugo de las imposiciones morales, culturales y por ende estéticas que repercuten en el desarrollo de la literatura.