Las virtudes del invierno

Un acercamiento al poemario "El invierno soy yo" de la poeta salvadoreña Sandra Aguilar, realizado por Maria Cristina Orantes

Después de la lluvia por Víctor Ruiz

Comentario de El invierno soy yo, de Sandra Aguilar

(Leído la noche de la presentación del libro. 9 de noviembre de 2022)

 

El poemario El invierno soy yo (Ojo de Cuervo, San Salvador, 2022), de Sandra Aguilar, me impactó desde que lo leí, comenzando porque la autora, en mi opinión, posee una enorme capacidad de síntesis, cualidad que no todo poeta logra en sus creaciones. Los poemas que integran este libro son breves y sin embargo completos, ya que de principio a fin el lector encuentra en cada uno de ellos una idea que se plantea, se desarrolla y se concluye perfectamente, sin dejar en el camino cabos sueltos. 

 

Por ejemplo, en el poema que da título al libro, la autora dice: 

 

Pero el invierno se ha posado en mis recuerdos

y se pasea, salado, por la esquina de mi mesa, mi cama, mis abrazos

 

El invierno soy yo.

 

En estos versos el pesar, con su metáfora “El invierno soy yo”, nos resume todo el tejido de amor, soledad y pena que se descubre en el libro, ya que cada uno de los poemas relata una historia o un episodio de vida, todo descrito de manera congruente a través de imágenes poéticas cargadas de sentimiento y de emoción. Podríamos decir que cada uno de los poemas que conforman el libro es un poema redondo, cerrado y bien logrado. 

El poemario reúne 35 poemas en los que la temática imperante es gris como un día lluvioso del peor de los inviernos; cada uno de los poemas lleva una fuerte carga de nostalgia, de dolor, de pérdida y tristeza, sentimientos que transmite al lector, quien logra percibir con claridad que han sido escritos en momentos en los que han imperado la ausencia, el pesar, el abandono y la añoranza; pero no por ello puede decirse que estamos ante un libro lloroso y anegado en lamentos; no, por el contrario, en la lectura encontramos una enorme fuerza interior que brota del espíritu de quien escribe; la suya es una poesía de emociones fuertes, ya que su vida podría estar atravesando un feroz invierno, pero su esencia está cargada de fortaleza y de ímpetu capaz de sobreponerse ante el aguacero y la ventisca, ante la adversidad.

 

El poema IV nos dice: 

 

Hoy, más que nunca, pesa la rabia en las manos

la ausencia anticipada, inesperada, injusta

 

Hoy, más que nunca, pesa la muerte en las pupilas,

en la impotencia de este cuerpo entumecido,

mudo,

resignado.

 

Sandra en estos versos está consciente de que la invaden la rabia y la impotencia y, ante semejantes emociones que se han apoderado de ella, no le queda más que la resignación, puesto que no hay otra salida; sin embargo no se esconde para disimular su sentir, sino que, por el contrario, se franquea y confiesa abiertamente cuánto le pesa el mundo.

La poeta no teme ni se limita cuando muestra su faceta más íntima, sino que con valentía acepta, exhibe y extiende su dolor y su frustración y vuelve al lector partícipe de sus emociones. Es auténtica, no se expresa con medias tintas ni disfraza su vulnerabilidad; es como decir “Sí, estoy hecha pedazos. ¿Y?”. 

 

En otra de sus composiciones, en el poema VIII nos proclama:

 

He perdido la cuenta de la luna en la que estamos

de las que fuimos,

de las que huimos,

de las que fueron ayer,

las que se fueron

las que ya no están.

 

He perdido la cuenta de nosotros.

 

La poeta confiesa que ha perdido el rumbo y está consciente de ello. En su mundo plagado de ausencia y desolación, su única certeza es que ha perdido la cuenta de ese “nosotros” tan vital como el aire cuando se es joven y se está enamorado, y la soledad, aunque de hecho esté presente en su diario vivir, no forma parte del horizonte o de las expectativas de alguien que ama.

Sandra describe el mundo en el que le ha tocado vivir, en el cual la lobreguez y la soledad son elementos que no faltan, y ella, mediante la palabra, una palabra clara y sencilla, sin rebuscamientos ni frases innecesarias, nos ofrece su testimonio como única forma de transmitir esa sensación de pérdida y de pesadumbre que la rodea y que convierte su vida en un invierno constante, en esa estación caracterizada por noches muy largas, plagadas de insomnios, de momentos grises y de lágrimas que constituyen otro tipo de lluvia invernal.

 

En el poema IX expresa:

 

Quiero mirarte y que no estés

buscarte con la certeza de que al voltear el rostro tus huellas serán solo el rastro desvanecido de los días que han dejado de estar

que la rabia contenida desemboque para siempre en tus ausencias

 

Quiero dejar de esperarte

y de guardar las despedidas en el cajón de los amores muertos.

 

Este final es impactante porque su esperanza estriba en poder dejar de aguardar un regreso que solo traerá otra despedida; la confirmación, una vez más, de que aquel amor se ha perdido, ya no existe, ya no es más.  

Durante el transcurso de la lectura, el lector comienza a identificarse con la autora, a volver suya su voz, al percatarse de que no solo se trata del dolor de Sandra, sino también del suyo propio. Y al asumir ese sentimiento queda envuelto en cada uno de los poemas, ya que, ¿quién no ha estado solo, añorando a alguien, evocando mejores tiempos? ¿Quién no ha sabido lo que es la impotencia ante la injusticia, ante el destino mismo, ante la realidad que nos carcome? ¿Quién no ha llorado al perder un amor? ¿Quién no se ha hecho añicos una y otra vez durante la vida? 

 

En el poema XIV la autora expresa este sentimiento que abruma, que doblega el alma con cargas casi imposibles de soportar.

 

Soy la mujer rota

el sonido de lo roto que quiebra el silencio

sin recuerdos,

sin pasado,

sin amor.

Aquí en estos cinco versos tan solo, la poeta transmite su sentimiento de pena: asume su realidad de saberse fracturada; y el hecho de estar vacía, sin recuerdos, sin pasado, sin amor resulta desgarrador; efectivamente es como estar bajo un invierno permanente.

No obstante, reitero, hay mucha fortaleza dentro de la fragilidad que la ha hecho romperse; fortaleza que la hace seguir, porque sabe que a pesar de todo debe continuar; tal vez no exista ya ese pasado que añora y al que desearía volver y sus recuerdos hayan sido aniquilados, pero sí sabe que todavía hay camino y que debe seguirlo sin pretender buscar ya nada, mucho menos a ese hombre que como una sombra está presente a lo largo de todo el poemario. La poeta es sabedora del desamor que conforma su realidad; triste y dolorosa realidad; fría, como el invierno mismo, cuya llovizna está presente también en todo momento como otra sombra, mustia y opaca. 

Emociones como la soledad, la ausencia y el pasado constituyen una constante en el libro, que considero que debe leerse y valorarse. Pero estas palabras y este breve comentario a la poesía de Sandra no son más que eso, unas breves palabras, porque la voz es de la poeta. Dejemos que sea ella quien nos abra la puerta y nos deje pasar a ese invierno que se ha fundido con ella, volviéndolos uno solo.

María Cristina Orantes

(México, 1955) Abogada, notaria y poeta salvadoreña. Ha publicado los poemarios Paso leve que en el polvo avanza (Alkimia Libros, San Salvador, 2005), El grito es hacia dentro (Dirección de Publicaciones e Impresos, San Salvador, 2011) y Acaso habrá otro tiempo (Editorial Delgado, Antiguo Cuscatlán, 2018). Además, ha publicado las plaquettes de poesía Llama y espina (Grupo Poesía y Más, 2001) y Paradoja (La Chifurnia, 2022). Ha aparecido en numerosas antologías nacionales e internacionales. Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, serbio y turco. Es cofundadora del grupo literario “Poesía y Más”. De 2004 a 2012 dirigió …

Más del autor

La poesía se volvió un cielo sin estrellas

En exclusiva para Revista Álastor tres poemas de Shelly Bhoil del …

Mamá está cansada de levantarse a apagar el alba

Diez poemas de una de las voces líricas más recientes …

Genio

«Génie», último poema de las Illuminations, es traducido de manera …