Cinco poemas de Herberth Cea

Cinco poemas del poeta y escritor salvadoreño Herberth Cea

Landscape. Foto de Grethel Paiz

Recuerdos de Big Sur

 

Este es Big Sur,

donde niebla se confunde con el bosque

que nos llama

al misterio recóndito del secreto del fuego.

 

El viento choca contra los acantilados

y surge el misterio de las voces.

El bosque es cruel

alberga espíritus milenarios,

no los escuches,

te llevarán detrás de la niebla

donde no sabes si ya eres un fantasma.

¿Cómo saberlo si no puedes ver tus manos?

 

El peñasco es demasiado alto,

te marea,

el faro embrujado confunde a los barcos,

los lleva hacia aguas profundas,

a veces desconocidas,

un desafío para los marineros primerizos,

una señal

para los viejos pescadores:

que los espíritus del bosque y del mar

son los mismos.

 

¿En qué dios creer si todo es niebla?

¿Qué oración rezar si no escuchas tu voz?

 

El primer día de la creación del mundo

 

I

Dime dónde estabas cuando las estrellas lloraban

cuando todo era un viento frío que corría sin dirección,

cuando llovían estrellas buscando un mar nuevo.

 

Dios hablaba como loco

 y sus palabras formaban un eco que golpeaba los planetas,

nacían de él nebulosas sin nombre,

nuevos mundos hechos de voces.

 

Dime dónde estuvo Dios mientras llorabas,

aún no existía La Luna

y tus lágrimas estaban dispersas,

atentas al estallido de los cometas,

al canto leve de tus pasos.

 

II

 

Explícame qué es el sol,

qué será la luna

Por qué todo es el mundo

 y el mundo son tus manos

 

Dime donde estuvo Dios cuando se creó el mundo

Fue el día en que dijiste:

Adiós, éste es el primer día de la Tierra,

apareceré en cada luna nueva

 

Dios no creó nada,

sólo contaba historias de planetas a tus pasos.

 

Fue el día que imaginaste un planeta rojo, 

donde siempre atardece antes de cerrar los ojos.

¿Acaso ése es el paraíso?

Donde si lloras el mundo se hace más pequeño,

donde si cantas las estrellas no mueren.

 

Primeras palabras

 

Tus primeras palabras fueron:

¿Abuelo, dime qué es el tiempo?

No sé cómo explicártelo,

pero sé que lo sabrás algún día.

Conocerás las dos únicas pistas que tenemos:

el mar y el viento.

No temas no saber las respuestas hoy,

aprenderás a contar los segundos con la lluvia, 

a detener olas con tus manos,

a ver las lágrimas de los árboles en el viento,

lo sabrás algún día cuándo tengas mi edad,

 no lo sé.

 

Pero serás tú quien invente una nueva medida de tiempo,

que nos haga recordar que la niebla siempre ha estado ahí

atenta a cada ola que rompen los barcos,

que los fantasmas aún se esconden detrás de ella.

Tú les dirás que salgan,

hablarás con ellos

y les dirás que el pasado no importa,

que sus voces aún se escuchan en sus casas

que sus camisas siguen intactas.

 

Viernes

 

Nadie llora un viernes por la tarde,

ya nadie recuerda atardeceres tan grises,

ya nadie recuerda recordarte.

Los ancianos ya no toman su té a las tres de la tarde

olvidan ver el reloj y decir que es hora de acostarse,

sólo duermen como si nunca hubieran dormido.

No despertarán si la muerte les llama,

si la tormenta es demasiado fuerte.

No despertarán nunca, sólo duermen,

y soñarán que es el cielo la tierra. 

Han descubierto que el cielo no es un campo infinito lleno de rosas y tulipanes

ni una nube de oro como dijeron sus padres.

Sólo desean dormir y nunca despertar,

soñar hasta olvidar que una vez estuvieron vivos,

ya no llorarán,

sus penas serán más pequeñas que sus corazones,

olvidarán su ciudad tan gris,

sus habitaciones tan frías,

el dolor de pecho a las once de la mañana,

decirle adiós a la foto de los hijos que perdieron.

Para ellos nunca más será viernes, nunca más llorarán,

eso los hace felices,

al menos en sus sueños.

 

El reloj marca la hora del fondo del mar

 

El reloj marca la hora del fondo del mar,

la hora de los naufragios,

la hora en que los fantasmas gritan su nombre

que es la misma,

que cuando lloras

cuando me preguntas 

“Es el viento o un fantasma el que repite mi nombre en todos los sueños”

No lo escuches,

tratan de confundirte,

dicen que no conocen el infierno,

que perdieron la memoria al momento de su muerte,

que han olvidado sus nombres porque nadie los pronuncia.

Mienten.

 Han conocido los secretos del bosque

saben que la muerte no grita,

que detrás del horizonte se crea la niebla

detrás de la niebla no existe el horizonte.