El sueño de Leteo

El poeta Español Vicente Cervera Salinas comparte una selección poética de su último libro: El sueño de Leteo, publicado en 2023 por la Editorial Renacimiento. Este libro, de acuerdo con Rosa García Gutiérrez, es un "libro de madurez particularmente bello, emocionante y sereno, plagado de referencias cultas y eruditas que apenas se notan porque el poeta, que las ha vivido, que las ha experienciado íntima y hondamente, que ha sentido el reflejo de su vivencia singular en ellas, las ofrece como lo que son: logos poéticos o artísticos en los que encontrarnos, que son ‘todo para todos’ según la sentencia de San Pablo a la que Borges recurrió varias veces; palabras, símbolos, mitos o imágenes, esculturas, partituras musicales, poemas completos, poéticas enteras que alumbran nuestra individualidad y la acompañan: Leteo o Eleusis, con todas sus implicaciones —lo sagrado, el infierno, la muerte, la carne—, pero también Bernini (en ‘Anima dannata’), Bach (‘O grosse Lieb’), Hölderlin, Schiller, Borges y, entre otros, quiero creer que también Juan Ramón Jiménez, cuyos pájaros ‘de donde yo sé’ se suman al canto de los gorriones de ‘Algarabía’."

Puerto de San Carlos, fotografía de Víctor Ruiz

LETEO

 

OLVIDA a quien no eres. No eres quien crees.

Desenmascara al otro que está en ti.

Purga los pecados del vago olvido.

Denuncia el obraje de oscuro fuego.

Silencia el sopor de la sangre, escupe

al cristal que te observa y reescribe

la letra borrada en el manuscrito

que salvaste en la infancia inmaculada.

Desconfía por siempre del intruso

que habla por tu boca y bebe en tu sed.

Florece en tu lujuria. No des pábulo

a su pesadilla y ábrete al sueño

de tu madrugada. Sal del cauce

de ese río cuyo nombre ningún

recuerdo albergará. Cruza las manos

si no hallas otro modo para orar.

Renuncia al presagio que te aprisiona.

Lanza el tintero al vacío y aléjate

del recuerdo obsesivo en el letargo.

Al impostor de la conciencia rásgale

los velos, desnuda sus argumentos,

refracta la apariencia de su luz.

Descubre quién eres y quién porfía,

sigiloso, en la turbia corriente

cuyo curso furtivo aún te arrastra

sin que logres su nombre conjurar.

 

 

LA INOCENCIA

 

Fue un tiempo detenido junto a tu cuerpo

y tu razón abismada, como un sueño

a punto de esfumarse en el olvido.

La caída siempre atenta y la torpeza

renacida, incapaz de controlar los bandazos,

el invisible jirón. Y mis brazos, la exhausta

voz, no pueden sostenerte en el vacío

sin fuerzas ya, sin más consuelo que saberte

hundido en la misma incontinencia del delirio.

Desprovisto del apacible don de transformarte,

amorosamente elevarte hacia un recodo

de quietud. Sé que no reposaré mientras

la ansiedad se reproduce e innúmeros

planean los recuerdos troquelados

cual monedas falsas. Florecerán

otros horizontes, una estrella nítida

donde viajar contando por minutos

sus años luz y rozando sus destellos

con un pulso inmaculado a fuerza de edad

y soledades. Allí estaré, esperando

tu paso firme y tu fulgor sin cuitas

ni aquelarres para entonar contigo

el dulce canto de alegría, que una vez

nos conjuró con la inocencia terrible

del visionario de incauto corazón.

 

 

MI MAESTRO

 

PUEDEN llamarte estrafalario, delirante, lunático

o maldito. No lo ignoro. Tal vez tú mismo así

te veas o desees mostrarte en el gran mercado

de los sueños y las emociones. Así, o melancólico,

ensimismado, retraído y puro, en cualquiera

de las facetas de tu prisma, comprendo –y declaro

en consecuencia– que has sido un maestro.

Mi maestro. Un espejo de mis comportamientos

y reacciones, de mis trabas y misterios, dualidades,

repliegues, fintas y artilugios, de mis muchos

recovecos y endiabladas galerías, donde un niño

corre desconsolado porque le arrebatan

a su madrina en un coche negro, una tarde

soleada, o se precipita hacia el hogar huyendo

de la máscara rosada y de la hebilla del placer.

Se acomoda entre los dos raíles del trazado

ferroviario, descubriendo que ya no son líneas

paralelas, y divergen… Maestro en la dicha

y el dolor, de brazos caídos o abiertos, de miedos

sacudidos como migas para el perro. Preceptor

y guía en el descenso, hasta hallar la gruta

despiadada donde hierve la sed, porque ningún río

sacia su cauce vacío. Transitando en la ciudad

baja, a través de los cortos días de noviembre,

afloraron más lágrimas que letanías, y cuanto

más se encarnizaban comprendía mejor quién

eras y dónde estaban las arrugas de mi ser.

Tu imagen tenue deja en mí el aroma

de un perfume enardecido, ebrio por su dulce

evanescencia. Maestro velado, gracias doy

a ese invisible fulgor, tanto y tan constante,

capaz de mostrar las llagas en la carne

recubierta por el oro, quitar la venda a la blasfemia

y humanizar el mármol veteado donde tuvo

frío asiento la razón en majestad.

 

 

DEL ABSURDO

 

HICIMOS posible lo imposible.

Durante lustros el ritmo sincopado

se acopló y fueron himnos los lamentos

y sonaron églogas las elegías. Entrabas

conmigo en los museos y yo escuchaba

a Prince y a Iggy Pop. Nuestros gestos

alisaron trazos sinuosos y convergieron

en un río bravo y cristalino, en un manglar,

donde la carpa acogía nuestros cuerpos

extraviados cual ávida anfitriona

y se oían risas y canciones de un mundo nuevo

por doquier. En un aniversario del camino

se adentraron nuestros pasos en la senda

no amarilla donde el canto del gorrión

desvanece sus trinos y no supimos

regresar del absurdo. Escucho a veces

tu voz en un grito indescifrable y a lo lejos.

Tú apenas reconoces qué silueta proyecta

mi sombra ni sabes si se pierde

en la distancia o se deforma cabizbaja.

 

 

DESPIERTAS

 

DESPIERTAS y nada ha cambiado.

Son tus rasgos. Es tu cara. Tus ojos

no mutaron de color. Tu pelo

no ha vuelto al brillo negro de antaño.

No ha crecido tu columna ni disminuido.

Despiertas y todo vuelve a ser

como fue antes del paréntesis. No hay

otro color que penetre por la ventana

de tu cuarto ni el vacío de la cama

se ha colmado en otro cuerpo.

Tus astucias, obsesiones, fantasmas

y rigores permanecen tal cual eran.

Tienes aún que soportar ese dolor

en la rodilla, la migraña, el tedio

o la lumbalgia. Nada ha cesado.

Todo es igual. Tus recuerdos son

los mismos. Tus problemas no han

menguado con la suave fragancia

de las estrellas. Infancia, adolescencia,

juventud y madurez siguen repitiendo

un mismo nombre, una historia igual.

Ni un ápice se asombra. Y los muebles

se obstinan en hincarse sobre idéntica

base material. Despiertas y es el mismo

sueño inerte. Recuerdas y los sueños

igualmente se han fugado sin proveer

ningún consuelo, compañía o calma.

Despiertas y deseas de nuevo dormir

tal vez para no volver a despertar.

 

 

HALLOWEEN

 

CAMINABAN confundidos entre arboledas urbanas

mientras la noche de las brujas inventaba pueriles

sones a su alrededor. Sabían que los esqueletos

no estaban en los disfraces ni en los filosos

chillidos, sino en sus pasos torpes y en sus desligados

corazones. La espectral hilaridad de la guadaña

no brillaba entre las voces, sino en el inviolable

recuerdo de la rota madrugada, que proyectó

las cuatro y media en un jirón irrestañable. Ateridos

por la inconfesa claridad de la amargura, regresan

sumergidos gravemente y se separan para llegar

al mismo sitio y se acomodan para abortar la compañía

y declararse herejes de aquel credo que elevaron

cuando el amor era su cueva y no su prisión

 

 

DOS ALMAS

 

DOS almas conversan en un lecho

sobre ese tiempo en que hablaban con Dios,

sobre el difuso dogma de la carne resurrecta,

mientras sus cuerpos despiertan.

La luz artificial de las farolas

se enciende sin que ellos se den cuenta.

Bajo la tela blanca anudan piel

y vocablos, y están calmos y nada

los puede agitar en su cielo.

Un arrebato de campanas concierta

sus latidos con la tarde que sangra.

Reposa Zaratustra en la mesilla

nocturnal, más allá de sus insignes

martillazos. Clamoroso, un gato

se arrulla. El silencio sobrecoge.

 

Y una sombra los une y los abraza.

 

 

CLAMOR

 

DESEO respirar la luz del tiempo

en la compañía de algunos libros,

de frondosos laureles en veredas

de tierra, generosos hontanares,

venturosos sueños en mis noches,

con súbitas presencias de adorados

seres y las mañanas sonrientes

para devolver dones y caudales

de vida y entregar con ella poemas

a quienes los hallen propios de sí.

Existir para disfrutar de cuanto

hermoso y noble alienta. Amanecer

y compartir contigo el lecho

y los latidos. Recorrer algún

país arcano. Acariciar las horas

y los lomos errantes, conocer

los minutos traidores que se quieren

escapar sin haberlos percibido.

 

Un índice en el porvenir y el otro

en el ayer, con el ánimo siempre

presente, escuchando el ronroneo

del felino que se acuesta a mis pies.

En el peso, voluntad de huella.

En la huella, la ingrata incertidumbre

de su desaparición.

Y si así

hubiere de acabar tanto clamor,

no por ello habré de lamentar

que fue exaltado y esplendió, aspirando

como un San Jerónimo estudioso

a soñar despierto en su aposento,

con el atril, la pluma y el tintero

junto al leal y pequeño león.

 

 

LA VERGÜENZA

 

AHÍ siguen. Todavía puedo verlos

con la vergüenza que han sumado

los años. Con escarnio y cobardía.

Su madre y él. Chiquitos. Son rostros

terrosos y piel de secano con ojos

de galgo herido. Amedrentados en el paredón

de esa escuela diminuta. Frente a su obvio

aturdimiento, los colegiales acechan

con perversa jerarquía y los señalan

con el índice del paladar.

Son decenas de falanges que apuntan

con ufana violencia, sin pudor ni pena.

No tendrá jamás el niño un lugar

de preferencia entre las filas del ascenso

fatigoso a la victoria. Como hoy, junto

a su madre, no podrá, con la energía

de su voz, reír a carcajadas entre iguales

o cercanos. Su bolsillo arrastrará la cuota

del estudio moneda a moneda, que habrá

de entregar ante la riña obscena

del maestro y la tácita anuencia

de la clase como piña ensimismada.

Ajados seguirán sus cortos pantalones.

Ostentarán remiendos las calcetas;

y ronchas, su piel; y trasquilones,

sus cabellos. Continuarán incólumes,

curso tras curso, la penuria y el vacío,

donde nadie acerca un uniforme

o un compás para horadar un intersticio

de clemencia. Y allí crecer sin la vergüenza

de ser resta infinita entre los cálculos

de la pizarra, polvo de tiza en el bolsillo

hollado, donde se ahogó, con el coraje,

la sangre del poeta

 

 

ROSAS Y APOTEGMAS

 

QUIERO adentrarme contigo en las sombras

y transitar a tu lado las veredas

cubiertas de cristal y de silencio,

los jardines desiertos, los confines

borrosos y los bosques fugitivos.

Recordarte las canciones que un día

fueron tu voz y las meditaciones

que iluminaron por ti el corazón.

Embarcarnos juntos, alma con alma,

y ser el guía de tu cuerpo alado,

aunque ignore el norte y la singladura

y aunque el timón se burle de mis manos

torpes, de mi sueño grave y mis pasos

ciegos. Así, invisibles, hablaremos

mudos y elocuentes callaremos.

Me mostrarás de nuevo el colorido

sendero y aprenderé a entonar

partituras celestiales, poemas

sepultados por las generaciones,

con rosas y apotegmas, con emblemas

y rimas de platónicos rumores.

Y allí abrazarnos al tronco del árbol

de otra ciencia, transidos con el rostro

de tu paz, deshojando la amargura,

los rencores y la estéril carcoma

que aquí nos limitaba la visión

profunda y vasta de las cosas vivas.

Y entonces, solo entonces, regresar

habiendo comprendido lo que otrora

fue intuición fugaz, estremeciéndose

mi estrella al renacer de tu semilla.