Entre lo óptico y lo háptico: las dos miradas de las narradoras centroamericanas
La poeta y narradora, Madeline Mendieta, reseña la antología centroamericana de narradoras Desde el centro de América, Miradas alternativas. En su análisis, Mendieta destaca cómo la colección, seleccionada por Gloria Hernández y publicada por Alfaguara, ofrece una perspectiva singular sobre la convulsa y compleja región de Centroamérica. Esta perspectiva se construye a partir de la dualidad de la mirada óptica y háptica de las narradoras, quienes presentan una visión distante y distinta de la realidad, superando los temas de posguerra y revelando una realidad alterna.
Cuando se habla de Centroamérica, inmediatamente se asocia con los conflictos bélicos que el siglo pasado dejó como herencia, desencadenando una serie de fenómenos socioculturales que resultaron en la "generación postguerra". Es decir, todos los ciudadanos que, en su infancia o adolescencia, asumieron las consecuencias de las decisiones de sus padres, inmersos de forma directa o indirecta en los enfrentamientos armados.
Pero Centroamérica no es sólo un cúmulo de historias trágicas, falta de justicia y borrones de la memoria colectiva. También somos una región que ha prendido faros que han irradiado en la literatura universal, poniendo a la región en un punto del cual siempre se está pendiente.
Mirar a Centroamérica, como lo expresa la académica chilena Martina Bortignon en su ensayo "Leer es mirar: imagen percepción y lenguaje", se puede hacer desde dos perspectivas: una "mirada óptica" y una "mirada háptica".
Desde el centro de América, Miradas alternativas, antología de narradoras centroamericanas que se publicará bajo el sello editorial Alfaguara y cuya selección estuvo a cargo de la escritora guatemalteca Gloria Hernández, nos ofrece ambas perspectivas. Además, es una colección de voces polisémicas de mujeres de la región, incluyendo a Belice, un país del que pocas veces tenemos la oportunidad de conocer más de cerca a nuestras pares.
Estas "miradas alternativas" se pueden detallar siguiendo algunas pautas que Martina Bortignon nos ofrece. Según esta crítica, la mirada óptica es la que nos brinda el escritor, en este caso las escritoras, desde "un lenguaje referencial, distanciado, dominador y objetivizante con respecto a lo mirado". Las escritoras se vuelven una especie de “flâneurs con una mirada casi voyerista de la ciudad y el hablante poético”, en este sentido, más que hablante poético, es la voz narrativa quien describe y actúa como ese flâneur voyerista recorriendo la ciudad y los cuerpos de los personajes.
Esto se hace patente en el relato "Memorias de un pájaro" de la costarricense Karla Sterloff, quien nos dice: “Me asomo de puntillas por la puerta del cuarto, la veo boquear con el cuello estirado y la cabeza boca arriba. Desde mi posición, los huesos de la cara se definen mejor, dándole una apariencia más delgada”.
Y la hondureña Jessica Islas, en su cuento "Correr desnuda", nos presenta una secuencia sobre la protagonista, que es su madre: “Ordenó su cama, primorosamente arreglada con las sábanas de calados que ella misma bordó, y acomodó con devoción sus libros de enseñanza en un mueble. Luego abrió la puerta de su cuarto, y la de la casa, para arrancar a correr por el pueblo, en corpiño, con calzones largos, zapatos y medias, quitándose la ropa en la carrera, con las tetas al aire, lanzando cada prenda a la gente que, fuera de sus casas, la miraba pasar”.
En muchos de estos relatos, las escritoras son unas transeúntes expectantes de una realidad que no necesariamente es urbana; algunas suceden en contextos rurales, en espacios íntimos o públicos. Narradas desde la mirada omnisciente, protagonistas o testigos, imprimen en cada relato esa mirada referencial que nos indica Bortignon. La función de la narradora es describir un lugar, un ambiente, una estación climática, un estado anímico, un cuerpo.
Marta Sandoval (Guatemala) nos lleva a un entorno rural, que podría ser cualquier lugar de Centroamérica, en su relato "Cómo se construye un ser humano". En este cuento, describe la siguiente escena: “Padre e hijo cabalgan montaña adentro. Los árboles abarcan su vista en una mezcla de verdes, tantos tonos diferentes que es imposible contarlos. Héctor lo intenta, ve el verde musgo que se adhiere a los troncos de los árboles, el verde limón de las hojas tocadas por rayos de sol, el verde oscuro de las ramas escondidas en lo frondoso de una ceiba, el verde bajo sus pies, el verde de los matorrales… y en medio del verde, un tono gris. Un gris que se mueve y alborota la maleza”. Así, a través de su mirada referencial, las escritoras logran capturar y transmitir la esencia de su entorno, sea urbano o rural.
Con estos ejemplos de mirada óptica podemos aseverar que las autoras establecen con sus lectores una alianza de reconocimiento del terreno narrativo. “El lector tiene la posibilidad, en correspondencia con el hablante, de acceder al proceso de identificación, típico de la mirada óptica”, afirma Bortignon.
La mirada referencial u óptica nos ofrece además, en esta antología, una Centroamérica con otros matices que no sean la humareda de los escombros de la guerra. Los relatos nos cuentan vidas cotidianas con historias típicas de cuando las mujeres se reúnen para una celebración, una plática amena donde la memoria hilvana personajes que convivieron en nuestra familia o entorno.
Retomando el concepto de Gilles Deleuze sobre la mirada háptica aplicada al arte, Martina Bortignon señala que la percepción visual puede funcionar de manera similar al tacto. Según esta idea, “la visualidad háptica se fundamenta en la capacidad de los ojos para experimentar sensaciones que normalmente se asocian con el sentido del tacto, creando una experiencia sensorial envolvente.
En su relato "Exploraciones", Nicolle Alzamora Candanedo (Panamá) nos sumerge en el cuarto y el cuerpo de la protagonista. La narradora nos guía con un tacto sensitivo y una mirada cinematográfica: "Bajó a su cuello largo, se sintió los huesos del pecho, las clavículas, el esternón pronunciado, los hombros filosos. Se miró los brazos, largos y más flácidos de lo que quisiera admitir".
Gloria Hernández (Guatemala) nos empuja a ser testigos de una escena brutal en su cuento “Elisa y el mar”. Elisa nos relata: “Solo sentí la fuerza de los hombres sobre mí; su aliento ácido a vodka en mi cara; sus manos rugosas sobre mis nalgas, mis senos, mi cintura, mi cuello, mis piernas; sus vergas furiosas embistiéndome con brutalidad, hasta quedar exhaustos, a mi lado, riendo”.
Sin embargo, Bortignon añade que la mirada háptica no sólo se circunscribe a lo táctil, también involucra “otras formas de experiencias sensorial”. Esta forma de visualidad abarca otros sentidos que permiten al lector experimentar más vívidamente lo que la voz narrativa va relatando.
Así por ejemplo, dos autoras nos deleitan con sus recetas, convirtiéndolas en coprotagonistas de sus relatos. Aura Guerra-Artola (Nicaragua), que además es chef profesional, nos sumerge en "Encuentro azul" en una experiencia sensorial vibrante: "Comencé a comer, el picante exprimía la tristeza de mi lengua, sin palabras certeras para explicar el enfado corriendo por mis venas desde hacía tiempo. Todos los disgustos guardados se mezclaban con cada bocado; mordiscos afligidos extirpaban lágrimas atoradas en mis ojos desde que dejé mi casa solitaria". El sentido del gusto, en no solo transporta sabores, sino también emociones catárticas. Leemos la historia con los ojos, pero las experimentamos con todo el cuerpo, sintiendo el picor, el calor y la liberación que provocan sus palabras.
Por su parte, Eyra Harbar (Panamá) en su cuento “Los remedios de Miss Harrington” incluye literalmente una receta, ella recopila los sabores y olores de la comida callejera, mezclada con una historia de un extraño hombre que adora los platos de Miss Harrington. La receta:
“El Run Down se hace así, escucha Keith”
Ingredientes
4 o 5 trozos de yuca fresca
Mucho plátano verde, quizá 4 (“You eat mucho, Keith”, advertía)
2 cocos rallados
Unos cuantos domplín
2 libras de bistec cortado en trozos pequeños (“¿O te doy pescado, Keith?”)
Cebolla y pimentón picados
Chile picante
Pimienta
2 dientes de ajo
Sal.
Leemos esta receta y de inmediato nos imaginamos a la negra Miss Harrignton, en un fogón, preparando este platillo, un juego cinestésico que además recopila nuestra comida tradicional.
Martina Bortignon, señala que “el escritor ofrece un estupor visual y una caricia verbal”.
Las 21 escritoras centroamericanas incluidas en esta importante antología no solo nos ofrecen ambas miradas en sus textos, sino que también presentan tramas bien hilvanadas y personajes que hemos visto en nuestro entorno. Estos personajes son variopintos y verosímiles: mujeres que se desnudan en un arrebato de locura, homosexuales viviendo una doble vida, asesinatos, clubes de mujeres buscando al bebé Gerber, violencia familiar, discriminación, y travestis asaltando. Son miradas de mujeres que observan la vida desde lo centrípeto, es decir, desde sus propios ombligos, sus cuerpos, sus experiencias, sus arraigos, sus juicios, y sus percepciones sensoriales y auditivas. Porque si hay algo que nos favorece como género, es que nos intuimos y escuchamos.
En lo centrífugo, todas muestran una presencia y fuerza verbal que sacude a los lectores. Un gran acierto fue que se publicara por primera vez una antología de narrativa de mujeres con sus versiones bilingües en sus idiomas originales, en los casos de la guatemalteca Ixsu’m Antonieta González Choc, que incluye la versión en kachiquel, y de Belice, Holly Edgell, con el cuento en inglés creole.
En el cuento de Edgell, cuyo título "A Woman Just Can’t Win" pareciera una sentencia que nos ha arrastrado a librarnos del anonimato que oscila en la literatura centroamericana, nuestras antecesoras rompieron con esa máxima porque muchas han sido merecedoras de premios internacionales, traducidas a muchos idiomas y honradas en la literatura escrita por mujeres, además centroamericanas.
En su versión en español, el título tiene una variante: "La verdad es que aquí una mujer jamás florecerá". El cuento precisamente habla de eso, de la ruptura sobre los cánones y roles establecidos. Por eso, estas 21 mujeres, incluida su excepcional antologadora, que tuvo el atino de seleccionar voces distintas, dispersas y desconocidas, nos unen a todas en esa mirada de la pupila que acaricia y observa la vida germinar frente a nuestros ojos.