Invitación a la lectura de El sueño de Leteo

El texto a continuación es la presentación realizada por la profesora Rosa García Gutiérrez de la Universidad de Huelva. Fue leída durante el lanzamiento de El sueño de Leteo (Sevilla, Renacimiento, 2023) en la Casa Museo Zenobia-Juan Ramón Jiménez de Moguer en abril de 2024. Más que una reseña es una invitación a la lectura del libro de Vicente Cervera Salinas.

Aunque Vicente Cervera Salinas está aquí hoy para presentar este bello y conmovedoramente sereno poemario al que me referiré en un minuto, no puedo dejar de hacer mención a su otra faceta (la otra, pero también la misma, jugando con el título borgeano que le es tan íntimo): la de Catedrático de Literatura hispanoamericana de la Universidad de Murcia y autor, no solo de una abundantísima producción académica (artículos, capítulos de libro, ediciones críticas), sino también de un conjunto de ensayos personales y profundos que alimentan al Vicente Cervera poeta y se ven alimentados por él. Me refiero a La palabra en el espejo. Estudios de literatura hispanoamericana comparada (Editum, 1996), El síndrome de Beatriz en la literatura Hispanoamericana (Iberoamericana, 2006) o Borges en la ciudad de los inmortales (Renacimiento, 2015), pero sobre todo a La poesía y la idea: fragmentos de una vieja querella (Universidad de Murcia, 2005), que mereció el Premio Anthropos de Ensayo. La vieja querella que este libro repasa, cuestiona y diluye es la oposición entre poesía y filosofía, con el fin de explorar sus vínculos, el territorio en el que se enriquecen y dialogan, y abogar por una poesía del logos, de la razón sentida o de la emoción meditada, podríamos decir, que constituye la base de su poética: una poética en la que está la fe, pero también la comprobación personal de que lo particular y subjetivo puede asirse al logos universal a través de la palabra poética, que concibe como aquella capaz de hacer que cada experiencia vital individual encuentre en el hecho universal de ser vivo –la “alegre y triste vanidad de ser vivo”, diría Miguel Hernández- su sentido profundo, su verdad natural.

El sueño de Leteo es el quinto poemario de Vicente Cervera y es hijo –o paradójicamente, padre– de los anteriores: De aurigas inmortales (Editum, 1993; reeditado en 2018), La partitura (Vitrubio, 2001), El alma oblicua (Verbum, 2003) y Escalada y otros poemas (Verbum, 2010), poemarios que desembocan en este libro de madurez particularmente bello, emocionante y sereno plagado de referencias cultas y eruditas que apenas se notan porque el poeta, que las ha vivido, que las ha experienciado íntima y hondamente, que ha sentido el reflejo de su vivencia singular en ellas, las ofrece como lo que son: logos poéticos o artísticos en los que encontrarnos, que son ‘todo para todos’ según la sentencia de San Pablo a la que Borges recurrió varias veces, palabras, símbolos, mitos o imágenes, esculturas, partituras musicales, poemas completos, poéticas enteras que alumbran nuestra individualidad y la acompañan: Leteo o Eleusis, con todas sus implicaciones –lo sagrado, el infierno, la muerte, la carne-, pero también Bernini (en “Anima dannata”), Bach (“O grosse Lieb”), Hörderlin, Schiller, Borges y, entre otros, quiero creer que también Juan Ramón Jiménez, cuyos pájaros “de donde yo sé” se suman al canto de los gorriones de “Algarabía”.

El sueño de Leteo se divide en tres partes que cuentan el itinerario vital de un yo poético indiscutiblemente individual, que, sin embargo, consigue integrar su peregrinatio, que incluye el infierno, las sombras, la alucinación, el ensalmo, la pérdida y la profunda enajenación de sí mismo, gracias a la toma de conciencia de un Todo que sosiega ofreciendo la música de los hilos con los que se teje, un telar cauterizador en el que la dilución del yo conduce a la conciencia plena y la pertenencia, a la revelación y a su íntima celebración. Son dos las vías por las que el yo poético consigue restituirse a sí mismo: el amor y la poesía. Amor como pulsión vital, apertura, encuentro, disposición y también -y sobre todo- elección; y poesía entendida como lenguaje distinto del que remite a la realidad empírica o al código racional pero que no renuncia al logos o a la inteligibilidad y que por tanto descubre y funda, construye vasos comunicantes entre el yo y lo universal, entre nuestra particular errabundez inevitable y el inmarcesible telar del que formamos parte, esa armonía o ritmo que es más grande que nosotros, que de pronto oímos y que, a pesar de su inaccesibilidad total, restaura nuestro sentido. “Il faut se perdre pour se retrouver”, reza la frase de Fenelon que Xavier Villaurrutia puso al frente de uno de los números de la revista Ulises, y si algo ulisíaco hay en este héroe poético que se pierde para encontrarse y que se encuentra a sí mismo transfigurando con amor y poesía el recuerdo doloroso y alucinado de su yo perdido, también algo hay de hijo pródigo que vuelve al padre –a su padre dedica Vicente Cervera “Rosas y apotegmas”, el último poema del libro- que regresa a la incontaminada infancia y a su potencia pura, que sutura las heridas del niño y recupera su canción y su juego, esa infancia a la que Juan Ramón Jiménez llamó “isla espiritual caída del cielo” y a la que invocó como puerto para “mi vida, mar de duelo”.

En la primera parte, el yo poético evoca a un antiguo amado que es, también, él mismo, un otro yo que, enajenado de sí, se asomó a la locura, las tinieblas, la barbarie o el absurdo, experiencias de las que el sujeto poético en vías de restitución no reniega: la palabra poética bautiza como amor –comprensión, aceptación, agradecimiento, perdón- el recuerdo/olvido de ese otro que se ha sido, un amor que es la clave de este poemario que tanto tiene de afirmación de una luminosa ética personal a la que se llega tras un complejo y tortuoso, nocturno y proceloso ejercicio de introspección existencial, de desasimiento y de pérdida agónica. Sin ese amor al otro, a lo otro, a la propia locura o tiniebla o barbarie o infierno no podría existir la segunda parte del libro que es una revelación, pero también una conquista y una elección: la revelación de la melodía total de la que formamos parte, la conquista de un lugar en esa melodía y la elección de decirla, celebrarla, expresarla como convicción profunda a través del lenguaje poético. Y es ahí donde Vicente Cervera se suma a la “polifonía contemporánea” –utilizando su propia expresión– de lo que él entiende como poesía de la Idea, una poesía “que no canta una determinada concepción filosófica del mundo” pero que sí “articula la palabra como aspiración universal. Y cree en la voz que es de todos”, polifonía que integran, entre otros, Borges, Pessoa, Yeats, Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, T. S. Eliot o Antonio Machado, poetas todos ellos que llegaron a la comunión desde la enajenación y la fragmentación, desde el abismo (y a la luz desde las tinieblas; y a la transparencia desde lo opaco) y que los conjuraron no tanto a través del olvido como de su sueño, ese en el que podemos relacionarnos con nuestros fantasmas y terrores sabiéndonos, por elección y convicción, habitantes de esta –a pesar de todo- hermosa vigilia.

Vicente Cervera Salinas ha hecho un larguísimo camino para estar hoy aquí y no quisiera robarle ni un minuto más. Solo diré una cosa: cuando hablamos los dos de la posibilidad de hacer esta lectura aquí, me emocionó su emoción por que sus poemas sonaran en esta Casa, la Casa de Juan Ramón Jiménez, habitada por sus pasos, sus abismos, sus epifanías y sus libros. Yo no había leído todavía El sueño de Leteo y después de hacerlo no me cabe duda de que donde quiera que esté -y está, en cualquier caso, en su huella viva y visible aquí-, Juan Ramón bendice esta tarde de poesía que siente amiga y cómplice.