Isidore Lucien Ducasse (1846-1870): Conde de Lautréamont

En el siguiente ensayo, el poeta y narrador Víctor BenUri revive el debate sobre la figura de Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont, y cuestiona las múltiples interpretaciones y mitos que rodean su enigmática obra. A través de un análisis detallado y profundo, BenUri explora cómo los elementos biográficos, los contextos históricos y las referencias literarias han dado forma a la percepción de Ducasse. Además, se sumerge en las complejidades de Los Cantos de Maldoror, una obra que desafía las convenciones literarias y revela la lucha perpetua entre el bien y el mal, el progreso y la destrucción, en el marco de una sociedad que aún hoy resuena con sus provocativas y oscuras visiones.

Los tres ángeles, fotografía de Aldo Vásquez

I - Deconstrucción del relato en torno a la figura de Isidore Lucien Ducasse.

Sin lugar a dudas, fue gracias a Rubén Darío que todo el mundo hispano conoció el nombre "Conde de Lautréamont" a través de su obra "Los Raros" de 1896. Sin embargo, eso no lo exime de ser parte de la construcción de un relato fantasioso y diabólico en torno a la figura de Isidore Lucien Ducasse:

Su verdadero nombre se ignora. El Conde de Lautréamont es un seudónimo. Él se dice montevideano; pero, ¿quién sabe la verdad sobre esa vida sombría, tal vez pesadilla de algún triste ángel a quien martiriza en el Empíreo el recuerdo del celeste Lucifer? Vivió desventurado y murió loco. Escribió un libro que sería único si no existieran las prosas de Rimbaud; un libro diabólico y extraño, burlesco y aullante, cruel y penoso; un libro en el que se oyen al mismo tiempo los gemidos del Dolor y los siniestros cascabeles de la Locura.

"Dime qué lees y te diré lo que escribes". No sé si es una frase que he leído en algún artículo, cuento, ensayo o novela, pero es algo que siempre me ha rondado en la cabeza. Durante la lectura del capítulo "Conde de Lautréamont" de Los Raros, uno se puede dar cuenta de que hay algo extraño, como si lo escrito viniera de otra pluma. Así lo confirman algunos estudiosos, quienes creen que hay altas posibilidades de que Darío no haya leído por completo los Cantos de Ducasse. En 1893, el poeta nicaragüense estuvo un breve tiempo en París, donde leyó la crítica literaria que Leon Bloy había escrito en 1890 sobre los Cantos de Maldoror, titulada "Le Cabanon de Promethée". La investigadora Sidonia C. Taupin, en su estudio "¿Había leído Darío a Lautréamont cuando lo incluyó en Los Raros?", señala que todas las citas que él hace aparecen en el artículo de Bloy y que ninguna se aparta del mismo.

Hay muchos vacíos biográficos en la crítica de Bloy que dieron lugar a numerosas supersticiones en torno a la figura de Isidore Ducasse. Por ejemplo, su supuesta locura, defendida por Bloy y el Dr. Jean Pierre Soulier; su homosexualidad, y una misteriosa muerte a manos de la policía tras su intervención en la Comuna de París debido a los efectos de la belladona, divulgada por Maurice Heine. En fin, todo lo que se pueda decir para inventar un arquetipo de poeta maldito.

Poco tiempo después de la crítica de Bloy, apareció la edición de los Cantos en Bélgica a cargo de Léon Genonceaux, a través del contrabando de libros. En el prefacio, Genonceaux desmiente la leyenda de la locura esparcida por Bloy y Soulier, y facilita datos sobre la biografía de Ducasse.

Desde entonces, sabemos que Isidore Lucien Ducasse abrió sus ojos al mundo en un contexto de violencia, guerra y muerte el 4 de abril de 1846, a las doce horas, en un Montevideo sitiado por la Guerra Grande (1839-1851), por la disputa del Río de la Plata. Hijo de padres franceses, François Ducasse y Jacquette Celestine Davezac, ambos de la región de Tarbes-Nord, del departamento de los Pirineos. El padre de Isidore fue delegado como canciller en el consulado francés en Uruguay. Su bautismo está debidamente documentado: sucedió a los 19 meses de su nacimiento y tuvo lugar en la Iglesia Metropolitana de Montevideo, según el folio treinta y ocho del libro veintiséis de bautismos. Su madre murió al mes siguiente; se rumora que fue un suicidio, aunque no hay información detallada al respecto.

De los años de infancia no se sabe absolutamente nada, hasta que aparece registrado en el Liceo Imperial de Tarbes en 1859, a la edad de trece años, como hijo de un diplomático del imperio a cargo del consulado de Francia en Uruguay. Más tarde, en 1864, sería trasladado al Liceo de Pau.

Sobre su aspecto físico a la edad de 18 y 19 años, Paul Lespés, compañero de clases en el Liceo de Pau entre los años 1864 y 1865, lo recuerda en un testimonio. En 1927, el Sr. Lespés, a sus ochenta y un años, mantiene una conversación con el investigador François Alicot, quien fue a interrogarle a su retiro en Anglet, cerca de Bayona. Ducasse envió Los Cantos a dos de sus compañeros del Liceo, George Minvielle y Paul Lespés, y además envió otro a su profesor de retórica, Gustave Hinstin. Lespés recuerda:

Conocí a Ducasse en el Liceo de Pau en el año de 1864. Estaba conmigo y con Minvielle en la clase de retórica en el mismo estudio. Lo veo todavía como un muchacho delgado, alto, con la espalda un poco curvada, la tez pálida, los cabellos largos que le caían sobre la frente, la voz algo fría. Su fisonomía no tenía nada de atractiva. Era de ordinario triste y silencioso y como replegado sobre sí mismo.

En dicho interrogatorio, Lespés cuenta que Ducasse se quejaba a menudo de jaquecas que, según él mismo reconocía, influían mucho en su espíritu y carácter. Puede que, después de tanto tiempo, para un hombre de edad, recordar aquella impresión sobre el poeta y haber leído la obra se vea un poco enturbiada. Sin embargo, es cierto, como afirma el escritor Gaston Bachelard en el primer capítulo del libro que escribió sobre Lautréamont y el Marqués de Sade, que nada se sabe de la vida íntima de Isidore Ducasse; nada se sabe de su carácter, de él verdaderamente. Gracias a las investigaciones de estudiosos sabemos que poseía una salud endeble, como afirma Lespés, porque su traslado al Liceo de Pau, notable por su tamaño y su belleza natural, con un clima suave y reparador, estaba destinado a recibir a los alumnos de otros liceos cuya salud exigiera un clima excepcional. Recordemos que Ducasse era hijo de un diplomático, por lo cual no tenía problemas en pagar el elevado costo de la colegiatura.

Ducasse abandona definitivamente sus estudios en el Liceo de Pau en agosto de 1865, a la edad de 19 años. Se podría decir que durante los siguientes tres años vivió entre París y Montevideo, y es en este lapso de tres años cuando el poeta se dedicó a vivir y escribir los Cantos de Maldoror. Debemos mencionar que existe otro testigo cercano a los Ducasse, el Sr. Prudencio Montagne, agrimensor de profesión, quien frecuentaba al padre del poeta. Él afirma que en las fechas de 1864 y 1867, el canciller Ducasse vivía en la calle Camacera, frente a la calle de la Brecha en Montevideo.

Montagne, un hombre diez años mayor que Isidore, está seguro de haberlo visto: "Era un muchacho (en esa época éramos muchachos hasta los veinte años) guapo, pero extremadamente desvergonzado, ruidoso, insoportable". La descripción general es parte de sus visitas a la casa del diplomático, asiduos en la cervecería Thiébaut y salidas de paseo los domingos. De las caminatas en la calle el poeta no tomaba parte, únicamente su padre. Estas visitas duraron hasta 1867. Sin embargo, el rastro del poeta aparece en agosto de 1868, cuando se le encuentra no como estudiante, sino como hombre de letras. La laguna de esos tres años, la más importante de todas, precede inmediatamente a la publicación de los Cantos de Maldoror. Por otro lado, Albert Lacroix facilita otros elementos sobre su físico y sus formas para con el trabajo de la escritura al recordarle hacia 1890 a su compatriota Léon Genonceaux por su relación de vecindad, ya que ambos tenían residencias en el barrio de Montmartre. Dice:

Era un muchacho alto, moreno, imberbe, nervioso, ordenado y trabajador. Sólo escribía de noche, sentado ante su piano. Declamaba, forjaba sus frases, cubriendo sus prosopopeyas con acordes.

Podría decirse que el poeta sufrió una transformación radical en su espíritu y su físico si tomamos en cuenta la descripción entregada por el Sr. Lespés, o estamos hablando de dos personas totalmente diferentes.

Los estudiosos rechazan por completo la mitología arquetípica que le atribuyeron otros, ya que no supieron interpretar el trabajo literario de Isidore Ducasse, porque no dio ni un solo indicio sobre lo que iba a escribir. Así mismo, lo recuerda Lespés al asegurar que, tanto su compañero Minvielle como él, no tenían la menor idea de que Ducasse estaba escribiendo semejante obra.

II – Conde de Lautréamont y aparición de los Cantos.

Empecemos con el seudónimo del poeta, Conde de Lautréamont, el cual se cree que fue tomado de la novela histórica Lautréamont de Eugène Sué. Esta novela de aventura, escrita en 1838, narra cómo el maestro Van den Enden y los aristócratas franceses complotan contra el rey Luis XIV. ¿Por qué un seudónimo con título nobiliario? Antes de contestar a esta pregunta, me atrevo a aseverar que esa nominación fue concienzudamente pensada. Primero, era una costumbre entre los escritores de la época, lo que recuerda a la novela de Dumas El Conde de Montecristo de 1844-45, así como una alusión clara al Marqués de Sade. Segundo, hay un juego fónico con los lugares de su nacimiento y su residencia en París, el barrio de Montmartre, donde finalmente muere a causa de tuberculosis, según su acta de defunción.

Los profesores argentinos, Diego Ortega y Sebastián Porrini, nos muestran dicha alusión al tomar la expresión francesa “l’autre monde”. Tenemos dos lugares: Montevideo y Montmartre. El otro mundo, el otro monte, el que cruza el umbral. Si lo pensamos bien, tiene sentido, porque el otro mundo para ese tiempo es nuestro continente. Lo mismo sucede con Maldoror, que es otro juego fónico: Mal de l'horreur, Mal de l'aurore o amanecer.

A su llegada a París en 1867, vive en un hotel situado en el número 23 de la calle Notre-Dame-des-Victoires, hasta fijar su residencia en la Calle del Faubourg-Montmartre. Isidore Ducasse recibe una pensión de su padre a través de un banquero llamado Darasse, banquero titulado del consulado de Francia en Montevideo. A través de cartas dirigidas a éste, se sabe que disponía en su banco dicha pensión, pero lo que no se sabe es cuánto era la consignación para su subsistencia en París.

El Primer Canto hace su aparición en el mes de agosto de 1868 en la imprenta Balitout, Questry et Cie, calle Bailif 7, presentado sin título de autor. Fue gracias a su padre, François Ducasse, que pudo pagar los gastos de impresión de un folleto de 60 páginas que envió a Montevideo para demostrar que estaba trabajando, solicitándole la suma total del volumen que imprimirá más tarde.

Luego, en los primeros meses de 1869, el poeta envía a la imprenta Librairie Internationale, A. Lacroix, Verboeckhoven et Cie, éditeurs à Paris, Bruxelles, Leipzig et Livourne el manuscrito de los seis Cantos de Maldoror por el Conde de Lautréamont. Una vez terminada la impresión y cancelados los gastos, el poeta recibió una veintena de ejemplares encuadernados y revestidos con una cubierta amarilla.

Es importante mencionar que Albert Lacroix renunció a publicarlo como editor y suspendió su venta, es decir, que una vez impreso se negó a hacerlo aparecer, porque temía al procurador general de París. Aquí vemos muestras de cancelación cultural, ya que la burguesía de la época no estaba lista para leer una obra de arte con un despilfarro de lenguaje pornográfico. Al igual que otros, Ducasse no se dio cuenta de lo extraordinario de su obra, sino hubiese sido por su muerte prematura.

 III - Les Chants de Maldoror – Más allá de lo visionario

Maurice Blanchot afirma: “...durante mucho tiempo Maldoror ha sido más admirado que comentado, captado, pero no explicado”. Es una verdad indiscutible.

Para escribir semejante monstruosidad literaria, Isidore Ducasse tuvo que leer lo más que pudo en su corta vida. En los Cantos, encontramos reminiscencias de la literatura universal como los grandes clásicos griegos, Dante, Shakespeare, las prostitutas de Baudelaire, el hombre multitud de Edgar Allan Poe, el Manfredo de Lord Byron, el Marqués de Sade, el Paraíso Perdido de Milton, el bestiario de la Edad Media, la parodia, la novela folletinesca, la poesía romántica y la Biblia, en especial el Apocalipsis. Es un collage con una amalgama de escenas escabrosas.

En esta obra hay una especie de trinidad que gira en torno a tres figuras: primero, Isidore Ducasse, Lautréamont y Maldoror; segundo, Dios, el hombre y Maldoror. Es una máscara, sobre otra máscara, sobre otra máscara.

¿Quién es Maldoror? Es un ser que al principio se creía bueno, ordinario, pero se da cuenta de que es un ser demoníaco, un ángel caído, la presencia omnímoda y omnipresente del mal absoluto contra la concepción del “iluminismo” que ya esboza Baudelaire en Las Flores del Mal.

En el primer canto, nos encontramos con la siguiente pregunta: ¿Qué es entonces el bien y el mal? Aquí plantea la libre elección de escoger el mal por encima del bien, según la concepción ambigua de los significantes hechos por él mismo. Los simbolistas escogieron su genio para dejar plasmado lo que otros no querían mostrar a la sociedad burguesa.

El mal es la base de la libertad desde el pensamiento cristiano, según San Agustín: “el mal es el acto mismo de elegir el bien menor”. El pensamiento cristiano cree que Dios nos hizo libres para que alcanzáramos la plenitud, es decir, el mayor bien posible. La plenitud, el bien supremo, el mejor de todos los mundos posibles, requiere libertad moral, y eso implica necesariamente la posibilidad del mal.

"¡Yo hago servir mi genio para pintar las delicias de la crueldad! Delicias no pasajeras ni artificiales, sino que, al comenzar con el hombre, terminarán con él". Maldoror vive su existencia como una lucha perpetua contra el hombre y su Creador, a los cuales declara abiertamente y explícitamente la guerra: "Raza estúpida, te arrepentirás de comportarte así (...) Mi poesía consistirá solo en atacar, por todos los medios, al hombre, a esta bestia salvaje y al Creador que no hubiera querido parir semejante basura".

Así que, si el progreso material, el saqueo, el hombre multitud, la expansión de las ciudades, la destrucción de la naturaleza, todo amparado por la Iglesia, es lo bueno, entonces nosotros, “los poetas simbolistas, escogemos el mal, somos los malditos”. A través de la literatura, recuperaron lo que se había perdido; hay en los artistas una añoranza por el pasado.

Su obra maestra es inclasificable; es un híbrido de distintos espacios genéricos: narrativa, lírica y épica entremezclados. Los surrealistas, en la década de 1920, de la mano de André Breton, dieron lugar al culto que desde entonces existe en torno al Conde de Lautréamont.

El contexto histórico atraviesa toda la obra: el avance de la industria, el crecimiento de la burguesía, el nacimiento de un proletariado expoliado en todos los sentidos, el imperialismo que se adueña de todo a su paso, todo aquello que los libros de historia nos han enseñado.

Los Cantos no son la biblia del satanismo, nada que ver; es una parodia del satanismo, una comedia. Así lo afirma Ducasse: “para coronar al fin la estúpida comedia, que carece de todo interés”. Es su feroz crítica contra el avance del hombre, contra todo lo que éste ha creado en nombre del progreso y que a su paso va dejando despojos y miseria.

Santiago Mateo Mejorada, en su ensayo "La Mecánica de la Destrucción", encuentra algunos elementos unificadores en la obra: la omnipresencia de Maldoror, el complejo de agresión, la parodia como forma de escritura y la vivencia de la ciudad. Estos elementos tienen como catalizador el principio de destrucción, verdadera y única dinámica textual de la obra.

La visión de hombres como Isidore Ducasse es excepcional. En esta obra hay multiplicidad de contenido, numerosos abordajes de temas espeluznantes: pederastia, cainismo, violación, el mal por el mal, asesinatos, robo, todos los males del mundo moderno, un canto a lo grotesco y desagradable. A través de la literatura, pudieron visionar y plasmar lo que sería una modernidad que evoca lo más perverso del ser humano. Lo vemos en los registros del siglo que le siguió, como lo indica el ensayo-libro Una violencia indómita, el siglo XX europeo del historiador aragonés Julián Casanova.

Los Cantos de Maldoror siguen vigentes. Con el avance tecnológico y el desarrollo de las herramientas de comunicación, nos encontramos híper conectados; hallamos información de todo tipo en la red. La Deep Web es un ejemplo claro de lo que podemos descubrir: las atrocidades del ser humano.

Isidore Lucien Ducasse vino al mundo en un contexto de guerra, con un Montevideo sitiado, y muere de tuberculosis un jueves 24 de noviembre, según el acta de defunción número 2,028 del registro de fallecidos del año 1870 del IX Distrito, también sitiado por la guerra franco-prusiana (1870-1871).

Tanto su nacimiento como su muerte se hallan inmersos en guerra; no es de extrañar que su obra cumbre sea una monstruosidad literaria. Se hacen indecibles los adjetivos más brutales para agradecer semejante trabajo literario. Es la fiel imagen de lo que vivimos en este infierno llamado realidad; Maldoror es el que conduce los hilos, parafraseando a Baudelaire y Ducasse, el Mal absoluto, el mal ígneo, puro, muerte al hombre en manos del hombre.

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