Un silencio ocupado por el plomo
En exclusiva para Revista Álastor dos poemas del libro "Revólver" de Josué Andrés Moz, próximo a publicarse con Sión editorial (Guatemala)
REVÓLVER
A manera de prólogo.
Aún antes del nacimiento
algo apunta al territorio más pequeño de mi infancia
y el giro de tambores es una danza de años
una repetición casi infinita de espacios vacíos.
El martillo es indiferente a mi edad,
el dedo se contrae una y otra vez hacia sí mismo:
como si de llamar a cada nombre se tratara,
como si buscara recuperar el sentido en cada rostro,
en cada llanto que regresa.
Alguien asegura que el amor es ausencia de frío;
yo observo la carne y me abrazo a la temperatura de mis huesos.
Hay un instante previo al estallido,
uno diminuto y dedicado al silencio,
luego:
todo es humo,
sangre
y un espacio finalmente ocupado por el plomo.
«ALORS ON CHANTE»
https://youtu.be/xTTK-DwcUZA
Stromae
La cordura es un hilo de cristal frente al dolor.
No sé cuántos días llevo en este exilio de mi carne.
Recuerdo poco. Apenas lo suficiente;
el nombre de la mesera
y la bolsa en que guardo monedas para volver a casa.
La cordura es un hilo de cristal frente a mis ojos,
mi propia sangre: el martillo con el rompo mis huesos.
Tomo fotografías de mi rostro
para comprobar que sigo en este cuerpo;
pero se me pudre la carne, amor, se me pudre amargamente la palabra.
Canto deseando el olvido, esperando piedad en el desmayo.
Repito tu nombre como niño perdido,
y bailo, y canto, y canto una canción cuyo nombre no conozco,
y beso a la primera mujer que me ofrece su cariño,
y toco su vientre como quien toca un barco para cruzar la noche,
y olvido anotar su número para volver a encontrarme con ella.
Digo tu nombre como decir la muerte,
como quien escribe un libro corto, o un pretexto plagado de pólvora,
como quien entiende que la necesidad encuentra hogar en el lenguaje.
Pienso en un mismo momento en todas mis muertes,
se me hace imposible separarme de mí,
se me hace imposible separarme de todos,
temo a la muerte de mis amigos,
temo a la muerte de mis padres,
temo no encontrarte de nuevo frente a mi pecho,
temo…
a estas calles en que se alarga mi sombra,
a conocer demasiado bien el asfalto,
y tener la certeza: de que es imposible cambiarlo todo.
Digo tu nombre como quien dice el nombre de esta ciudad,
o como quien dibuja una frontera marchita sobre sus manos.
Es inútil intentar olvidar que soy tanto amor y tanto odio,
que me comprende una rabia que solo llena la espuma del mar,
que me nacen muertos los hijos, y se me disloca a diario la esperanza,
que escribo con tanta urgencia
porque no me imagino viviendo demasiados años,
y que hablar de otros me hace olvidarme de mí,
que si escribo amor en un verso a lo mejor deseaba decir mi nombre,
o el de algún miembro de mi familia,
que si pronuncio amor a lo mejor deletreo fracaso o abandono,
pero el delirio es esto, y recuerdo poco, apenas lo suficiente,
quizá la bolsa en que guardo monedas para volver a casa,
o para cruzar una frontera transparente a través del insomnio.
Recuerdo,
recuerdo sí, que la cordura es un muro tan alto como el dolor,
y que esta fiebre puede tener el nombre que yo decida al final de la madrugada.
No sé por qué estaré llorando o si existirá todavía ojo para lágrima
cuando este libro encuentre manos que lo sostengan,
pero hoy cierro las mías, como quien abre un corazón,
y esconde su ternura en un bosque de palabras,
o como quien pierde a propósito un animal tibio y muy breve
en el parpadeo de aquellos ojos: que encontraron un revólver.