La edad del temblor
Muestra del último libro del poeta costarricense Juan Carlos Olivas.
LA EDAD DEL TEMBLOR
Dios mío
si eres real
haz de esta página una puerta
y dame tus manos para nombrar las cosas.
Hazme saber
que aún por este cuerpo,
cercano a la ceniza,
puede caber tu voz
como una fruta al fi,
perturbadora quizás
pero embriagante,
y que puedo hacer de ti
lo que yo quiera:
bendecirte, matarte,
contemplar el largo sol
que te nace del sexo
o alabarte en un idioma
no creado todavía.
Quiero saber si existes
debajo de la almohada o el camastro,
en los montazales, en la quietud de un árbol,
en la hora que se espera
adentro de una cárcel
para tocar pieles lejanas,
sudores imposibles.
Mira lo que tu tiempo ha hecho con mi cuerpo;
y, aún así, gocé,
pusiste sal en cada carne que comía:
no te importó que fuese infiel conmigo mismo
y que con otros escupiera
sobre el vino y el pan,
que le tirara poemas a los cerdos,
o que con mis manos agarrara la arcilla nuevamente
y construyera un ángel negro
para los días de lluvia.
Nada de esto te importó;
como tampoco hacerte el muerto
el día de mi juicio,
cuando invocaba tu nombre
en los eriales de mis propias batallas.
Ahora solo quiero
caminar desnudo por esta habitación
y llamarte una última vez.
Yo no soy más que un arañazo en tu pensamiento, mi Señor.
Ten piedad de estos huesos que humillaste,
y has que las cosas se manifiesten lánguidas,
puras en su propia humedad,
como en un sueño se disipan
las letras de tu nombre.
DIALECTICA DEL CUBO RUBIK
Naces, como el cubo Rubik, perfecto.
Los colores pertenecen a una sola cara.
Desde el principio hallaste la respuesta
al enigma de tu vida.
Más te valdría dejarte ahí,
quieto sobre una repisa de la biblioteca,
como un objeto sagrado al cual acudir
cuando se quiera contestar algo,
comprender el vacío, la otredad,
las ansias por quemarse con lo desconocido.
No prestas demasiada atención
y en un abrir y cerrar de ojos
tocas algún lado de ti mismo,
imaginando las múltiples combinaciones
de un color a otro, las posibilidades
de volver a ese estado original,
a aquel momento en que eras
una cosa uniforme y plana,
una inmaculada forma
que nunca creyó pertenecer al caos.
Entonces dejas el jugar,
sabes que a lo sumo ordenarás uno
o un par de todos tus lados primigenios
pero tendrás otros lados cuyos colores
jamás volverán a unificarse.
Así transcurre todo
hasta que un día dejas de intentarlo,
ya no te hace gracia el sueño de la perfección
y abandonas el cubo Rubik dentro de tu pecho
para que vaya empolvándose ahí,
como cualquier objeto sin importancia alguna,
como la fría deidad de la derrota.
EN DEFENSA DEL ZAPATO
Barman,
zapatos para todo el mundo
¡Yo pago!
César Young Nuñez
Cuando se gasten mis zapatos,
cuando mis dedos se asomen por sus orificios
y las plantas de mis pies se sientan
más cerca de la tierra debido a lo débil de las suelas,
no los regalaré ni los echaré a la basura.
Seguiré usándolos como el primer día
hasta que se tornen grises o yo me torne gris,
y lo único reluciente, casi nuevo, sea el camino.
Juro que no enviudarán jamás estos zapatos;
que no envidiaré el brillo de los mocasines
en las tiendas de los centros comerciales.
Perfectos serán para mi paso
como dos perros fieles disecados,
curtidos por el sol y por la lluvia,
compañeros del barro y de los azulejos
donde un pequeño Dios tatuó sus huellas.
¿Acaso Dios no usó también zapatos?
No me lo imagino haciendo sus milagros,
caminando entre los corales de las playa,
en uno de sus templos,
u orinando junto a mí en el baño del bar
con los pies descalzos.
Ciertamente tuvo que haber tenido zapatos
y estaban más gastados y sucios que los míos.
Dicen que para humillarnos
la muerte nos obliga
a entrar descalzos en su reino.
Sin embargo, los hombres más recios que he conocido
murieron con las botas puestas:
Thoreau, Mandela, mi abuelo Mario
que no sabía escribir, pero hablaba en poesía,
pidió que lo enterraran con zapatos.
A veces tengo la seguridad
de que si salgo a la calle en medio de la noche
me lo encontraré caminando y me dirá:
El día que te sientas cansado
y decidas hacer una casa
hazla en forma de zapato.
LA CASA EDIFICADA
No tenemos casa todavía,
tenemos piedras
Eduardo Langagne
Tengo treinta años y aún no tengo casa propia.
Quizás sólo este puñado de piedras que se agolpan,
como dedos sobre el vidrio que separa
mi corazón de mi silencio.
He vivido en los suburbios de la fiebre,
saltando de un lado a otro
de algún reloj humeante entre las lluvias
y no he podido encontrar una mañana
el camino hacia el umbral,
la impávida puerta
que pueda en su paciencia recibirme.
Conté los escalones de la errancia
y aunque no venía solo
el viaje se fue colmando de rosas
que abrían hacia adentro;
de puñetazos sobre la negra arteria de la noche,
de galerías de paredes de piel
y retratos que convalecían en el polvo.
Si por mí fuera me quedaría a la intemperie
pero ya tuve un hijo al que legar mi nada ,
me nació una esposa en la humedad
que me demandan estrellas y una vida decente,
que me fatigan hacia la autoexplotación
y a cantar con marimbas, risas insanas,
aquello que me finja doler o que me duela.
Porque merodeé bastante la locura,
porque le creí a la luz su gloria obscena,
porque tuve que dormir en el baño de un bar,
porque las cuentas no me salen
y vuelvo a contar con algo de esperanza
ayúdame, Señor,
a encontrar un sitio en qué vivirme,
a estrechar mis ligaduras con la tierra,
a sumergirme en el barro de unos ojos tranquilos.
Un puñado de piedras
no es suficiente para edificar la casa.
Tendría que traer mi voz contraria al mar,
comerciar la madera por el fuego,
escupir el cemento de los años gastados,
medir la claridad del día
como una ausencia prodigiosa,
poner estacas en las esquinas de todo lo vivido
y con estas manos empezar,
obrero de mí mismo,
a darle forma a esa cas incorpórea
en la que habitan desde ya
todos mis muertos.