En la oscuridad nada puede nombrarse

María Macaya explora el abismo del insmonio y nos ofrece estos poemas de sus Flores del abismo (Cardenal,2025)

Cabeza, por Berman Bans

Anfibio 

 

En la oscuridad nada puede nombrarse,

la lengua es un cometa que se escurre.

 

Las pupilas se extienden

para que de los ojos nazcan las ranas.

 

Pero la mugre se madura en los estanques. 

 

Me ahogo en el surtidero de mi cabeza.

Me lo habían advertido:

No te acerques a los soles bajo el agua

queman al extinguirse y aúllan.

 

En la oscuridad nada puede nombrarse.

 

Entonces deambulo con el rostro poblado de huevos.

 

Hay un nombre anfibio

mitad renacuajo 

mitad sangre

y en cualquier momento será

una constelación de corales rojos.

 

No te acerques a los soles bajo el agua

queman al extinguirse y aúllan.

 

Espero.

 

La nada gime igual a los recién nacidos

cuando juegan con el comienzo de la muerte

en sus bocas.

 

Espero.

 

No hay salida.

Esta boca es el vacío más doloroso que he probado.






 

La poeta 

 

No sabe que su cabeza se abrió 

y ahora atrae a los insectos.

 

Sus canicas 

no pueden ver más allá

del horizonte de la hoja

y ruedan hacia adentro 

con la soledad

de los objetos defectuosos.

 

Pero ella insiste en embriagarse

con los frutos que encuentra 

en su entrepierna y sus axilas.

 

En ese abismo busca la palabra.

 

Ignora que todos sus aciertos

son tesoros del fango.

 

                                                         En el piso de arriba un bebé llora.

                                                         El llanto cuelga como un hilo,

                                                          es su única forma de salvarse.

 

Siempre y cuando sepa distinguirlo,

 

mientras estiércol

sale de su cabeza,

 

y el silencio brilla,

y se vuelve escarabajo.



 

Neón

 

Hoy el mundo es un boliche,

el giro del sábado durará una semana, 

la canción de Elton se repetirá para siempre. 

 

Los autos son suspiros en las tráqueas,

el caño brilla como serpiente de lentejuelas negras,

las cajas del vagabundo han de estar cómodas y tibias.

 

Te consumo, 

caminando sobre los puentes  

de este humor ingenuo y alterado 

que es el fin de semana.

 

De pronto no pesa la realidad,

solo importa el aire frío 

y la discoteca de los semáforos.

 

Nuestro público, luces en la montaña, 

mientras bailamos en las aceras 

bajo estrellas borrachas,

cantando como si confiáramos 

en nosotros mismos. 

 

Nos sostenemos 

en una esquina

inconclusos.

 

Abramos otra cerveza.

¡Brindemos! 

 

Porque el lunes no llega, 

o llegará tarde,

y esta noche parece que termina

cuando apenas empieza.


 

Zapato de seda azul

 

No queda más

que la cáscara de un cráneo

y un zapato de seda azul.

 

Las sombras de las lentejuelas,

las canciones que nos llenaron 

las retinas de alcohol.

 

El vestido que nos cubrió la carne

es un trapo sudado

en la esquina de la habitación.

 

Con suerte, despertamos en el hotel más sombrío y mugriento de la ciudad.

 

Las paredes se quebrantan frente al pastiche

de ríos, pigmentos y rostros desfigurados.

 

Cuando el sol nos alumbra

la humillación de sabernos

una especie limitada,

 

el vómito en la garganta es el preludio de la derrota.



 

Absenta
 

I

 

Al final del camino se forma una anciana verde.

 

Me muestra entre sus dedos un diente redondo,

sopla, en algún lugar un cachorro de león se deshace.

 

Me unta el cuerpo de su pomada, 

mi carne la absorbe y todo a su paso se diluye.

 

Nos masajeamos

hasta que no quedan mejillas ni pechos.

 

Dos nadas se aproximan, se comen el aire

hasta lamerse el alma de las lenguas.


 

II

 

La luz en el espejo copula y gotea detrás del vidrio.

 

De aquel lado, soy una máscara de bálsamo que flota. 

 

Correr en los sueños siempre es inútil.

 

Imploré que me abrieran la casa, 

pero la casa se rompió bajo mis golpes. 


 

III

 

En el codo del camino: otra vez la anciana verde,

su piel se derrite hasta los pies de la montaña.

 

Voy a morir.

 

La siento entre mis piernas y la penetro,

me mezo, me agito, quiero desintegrarla.

 

El orgasmo llega prematuro.

 

La muerte se hace pequeña, se difumina,

permanezco húmeda entre la hierba. 

 

No sé si maté a la muerte,

o si soy la montaña 

que no puede parar de derretirse…




 

Bandera blanca

 

Permanecí

muchos días en la cama

a modo de protesta,

 

me aferré a los restos

de una almohada

con acuarelas en los ojos. 

 

Exigí que el mundo 

se detuviera

en reconocimiento

de una catástrofe.

 

La vida y su molino me arrastraron,

 

mis sábanas fueron

velero enclenque

y naufragio seguro.

 

¡Me duele tanto

que los ojos azules del tiempo 

sean fríos sin excepción!

 

Solo alcanzo a verte

en retrospectiva

 

después de la clavícula

de un caudal

que nunca se detuvo.

 

Muchos dirán

que es milagro.

 

Yo prefiero llamarlo 

diseño agotador.

 

Mi cama se ondula

como bandera rota,

 

sigo a la deriva.


 

Ojo

 

Me baño en las profundidades

de este ojo que nace de vez en cuando

en el centro del centro de mi centro, 

me siento plena y húmeda.

 

Mi cuerpo es carne de pera

en manantial viscoso,

solo yo conozco las grutas 

de mis nísperos.

 

Es entonces cuando palpo 

la certeza de que esta miel,

siempre fue rotunda y mía.

 

Afortunado quien conoce

mi estado natural

de junco dócil bailarín

que se ríe, se toca, se quiere

mientras crece en su poza

despreocupado.

 

Florezco en manos y lenguas por dilatados manglares.

 

¡Qué emoción, todo esto me pertenece!

 

Y tú, mi amor,

eres bienvenido

 

siempre y cuando 

sepas recordar

 

que no eres necesario. 


 

 

Su mirada, aquel día, olía a agua estancada

 

El miedo escurría de sus ojos

y, de la nariz, una podredumbre negra.

 

Nada de eso era normal.

 

Apelé a su vida de domingos en misa:

 

Tenga fe, Memo,

póngase en las manos de Dios.

 

Pero supongo que todas las palabras duelen

cuando se reciben en bata de hospital.

 

La camilla rodó y él tomó forma de píldora.

 

Se dejó engullir por una luz chimuela,

la boca del monstruo, la sala de operación. 

 

Le solté la mano,

ya la trampa estaba tendida.

 

Dios separó los dedos

para que no volviera nunca. 



 

Drenaje

 

Abro los párpados,

mejillones lagañosos.

 

Intento parir un mundo aguado,

no puedo reconstruir quién soy.

 

La culpa me penetra la garganta,

una anguila se asoma al tórax.

 

Estás conectado a una máquina

en una cama de hospital,

habitación quinientos once,

hace dos meses.

 

Me aterrorizo sobre mi colchón.

Soy el engendro más torcido

que hiciste.

 

Salto de la cama,

abro la ducha,

¡voy para allá, papá!

 

Te daré la mano

cubierta de ríos,

me disculparé,

descansaré mi cabeza 

contra la tuya. 

 

El agua se pulveriza sobre mi espalda.

 

No estás en el hospital. 

Llevas dos meses de muerto.

 

El mundo se abre contra mis hombros.

Me desvanezco en pedazos de vidrio y azulejos.



 

Arte 

 

Fuimos a que te drenaran los pulmones

por tercera vez.

 

Te perforaron la espalda con un tubo

mientras permanecías sentado 

como un niño al borde de la cama. 

 

Te di la mano.

Te vi los ojos agachados por el dolor.

 

Tenía veinticuatro

pero me vi reducida 

a los trece. 

 

Qué valiente, Pa.

 

Me regalaste esa mirada

que hoy cuelga de un clavo,

 

la pintura más valiosa

en mi esternón. 

María Macaya Martén

Su primer libro de poesía, Viento inmóvil, recibe una Mención Especial en el Certamen de Poesía 2019 de la Editorial de la Universidad de Costa Rica. En el 2023 una selección de sus poemas obtiene Mención Especial en la 40.ª edición del Certamen Literario Brunca de la
Universidad Nacional. Su segundo poemario, Flores del abismo, se publica en el 2025 con Revista Cardenal de México. Coordina la columna Donde van a morir las flores en esta misma revista. Ha participado en una variedad de festivales y ferias nacionales e internacionales. Es máster en Literatura Comparada de la Universidad de …

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