Mi tierra es una lengua
Una selección de poemas de la escritora española Belén Atienza, una voz íntima y melancólica.
Mi tierra es una lengua
A Manuela Flores, mi abuela,
por sus viñas, su cortijo y su duende
Mi tierra es una lengua reseca
agrietada por siglos de injusticias.
La jota jadeante de mi garganta jonda
gime enterrada bajo los olivares.
Y los muertos,
a las afueras de los pueblos,
apilados en cunetas,
tiritan bajo el polvo,
enmohecidos.
El poeta agoniza su amor oscuro.
Las viudas no cantan:
dan a luz a bastardos.
El silbo de las balas sigilosas
silencia los poemas nunca escritos,
los dedos aún manchados por la tiza.
No serán olvidados.
Los verdugos aún viven,
ancianos ya,
aunque no venerables,
acunados con la nana demente
de las adulaciones.
Reciben sepultura junto al Cid.
Vuela el botafumeiro
perfumando la herida
hedionda,
supurante.
Los caídos susurran su lamento
con lenguas de ceniza sublevada:
«Justicia, justicia, justicia».
No serán olvidados.
Las pizarras negras
Para Juan Matos y su voz oscura de puerto y caña
Antes de ser collar de amargas púas,
la poesía eran coplas que mi madre cantaba
al volver del colegio con un vaso de leche
y pan de ayer migado a la mesa sentada.
Era un río de miel escondido en mis muslos,
una guitarra ardiente elevando una jarcha.
La poesía era el aire de tu perfil gitano,
los versos bandoleros en la noche cerrada
en la sierra andaluza de la Córdoba ardiente,
lejana y siempre sola, como una corza blanca.
La poesίa era orgullo, secreto y nubes tiernas,
y entre viñas y almendros, las coplas de mi casa.
En las horas solemnes del flamenco y del duende,
exiliados de un patio andaluz de mi Alhama,
la poesía fue rito, ceremonia y serpiente,
como un cuchillo negro tallado en obsidiana.
Y al brotar el insulto temido en una esquina
yo apretaba los dientes y alzaba la mirada,
y pensaba en claveles, y en Alberti y en Lorca
y en las flores lascivas del jardín de la Alhambra.
«Regrésate, charnega, a tus tierras malditas».
«Charnega, sé invisible, tu voz no vale nada».
Los huesos me llamaban a cruzar otros mares,
a escapar de un destino de miseria y de rabia.
Un día desperté sin saber cómo o cuándo,
amarrada a la soga negra de una mordaza;
el perro de la muerte llamándome al abismo
en esta Babilonia donde todo se paga.
Y en aulas y en salones, en congresos y ferias,
yo trituro poemas que analizo a desgana,
con fingida pasiόn y en fingidos diálogos,
para un fingido público de falsos entusiastas.
Los expertos sentados en torno de una ouija
van hurgando los huesos de marchitos fantasmas,
y los poetas, sucios, como toreros tristes,
con sus capas raídas, arrastran las palabras.
¿Quién eres?
¿Me escuchaste?
Te llamé.
Si supieras que sangro
de una herida de siglos,
¿correrías a sanarme
con el sol en los labios?
¿Vendrías a encender
la raíz de mi estirpe
alumbrando semillas?
¿O sentirías miedo?
¿Quién eres?
No te pido números ni nombres.
Los versos de tu plegaria,
la materia de tus sueños,
el metal de tus promesas
y su peso.
Eso que aún no sabes,
eso.
Temblor de agua
Entre tus labios, mi piel es de pétalos,
gozo con un temblor de agua de río.
En la noche secreta tu aliento me da vida,
como un pájaro que no sabe su nombre.
Entre tus manos, mi cintura es tallo,
mi vientre tierra virgen que se entrega,
mi corazón, una niña perdida,
acurrucada entre álamos durmientes.
Entre mis brazos, tu cuerpo es refugio,
todo tú eres de luz y de fragancia.
Ángel bueno, enamorado de la carne,
dudando el paraíso ya perdido.
Una
Porque quiero seguir siendo una
sόlo una,
río de un sόlo cauce
jardín de rosa sola
y que mi rostro no sea reflejo de otro rostro
ni rastro de otra vida ni otra historia.
Perderme en sόlo una madeja
en un único pétalo
en un día sin fecha
y olvidar para siempre los caminos andados
los países vividos
y las lenguas extrañas.
Quisiera acurrucarme
y regresarme
a mi infancia de barrio y de baúles
al tiempo aquel
en que era
solamente una niña
y vivίa en mi calle
y al apretar el timbre
decίa con mi voz de piernas flacas:
«¡Soy yo!».
«¡Abre!».