Después de que me incineren seré querida como polvo
Selección poética de Ximena Gómez exclusiva para Álastor
¿CUÁNTAS VECES SE SENTÓ ALLÍ?
Ella se ajusta el mantón raído de paño
y una flor aún roja de ponciana
le vuela sobre la falda.
Cuántas veces se sentó allí,
en esa banca del parque,
bajo ese mismo árbol,
a la hora en que empezaba el frío
después de pasearlo en la silla,
mientras él se cubría hasta las uñas
porque venteaba helado.
Al empujar la silla lo sentía
livianísimo, casi incorpóreo,
por lo mucho que había enflaquecido.
Cuántas veces le tarareó algo,
le susurró al oído tonterías
pero él sin oírla se fijaba
en esas flores de ponciana rojas
que se volvían pardas en la tierra,
o en el caparazón de extraños
cadáveres de insecto.
Ella se queda quieta
sentada en esa misma banca
bajo ese mismo árbol…
y de pronto recuerda de antenoche
esa tos fatigosa y después el silencio
y la corazonada, la carrera hasta el cuarto,
el cuerpo de él en el colchón, inmóvil,
los pies relajados sobre el almohadón
y los ojos de cera bien abiertos
que ella le cerró.
Un flap, flap la espabila,
un aleteo negro sobre su cabeza
En minutos se ennegrece el cielo
y una invasión de pájaros oscuros
aterriza en los árboles a recibir la lluvia.
Allí se queda, ahora que no está el carruaje,
ni el cuerpo de él sin peso para acarrearlo
sus piernas han perdido fuerza, razón de ser.
Ya no sabe si podrá caminar hasta la casa
antes de que el cielo se le venga encima
antes de que el mundo se acabe.
SU PIEL BLANQUÍSIMA
Con un jabón blanco
Y emoliente él se baña las manos.
Se come un sándwich de pavo y queso
Con chucrut fino, o las sobras del pollo
Asado con cebollas de la noche anterior.
Los hollejos del pollo se los devora el perro
Y en la mesa él lee de su computador.
Con el cursor recorre artículos y fotos
De páginas virtuales y denigra, sonríe,
Habla consigo mismo, escribe por dos horas
Palabras deslumbrantes, versos con ángeles,
Moribundos envueltos en sábanas
caladas de sudor y velas que se apagan.
En su cuarto, desnudo
Jala la cuerda de la lamparita
Y se acuesta sintiendo la espalda adolorida.
En el techo se escucha un crescendo de lluvia
Y todo le parece oscuro, impenetrable,
Sin el fuego ancestral que la noche apagó.
Pero junto a su cama, en la mesa de noche
El radio y el teléfono irradian una luz
Sobre su piel muy blanca, de jovenzuelo,
Que él no ve.
POR LA VENTANA DE UN PATIO SIN MANGOS
No había un palo de mango en ese patio.
La mesa de madera se caía a pedazos
de tanto recibir lluvia, sol del trópico
y muy pocos cuidados amorosos.
Las hojas se amontonaban en el suelo,
se podrían por la lluvia, dejaban un residuo,
una capa verdosa que se volvía sólida,
imposible de raspar con una espátula
y aunque cerquita había casas con jardines
con árboles de mangos, con arbustos de flores
amarillas y fucsias, en el patio sin mangos
los insectos y bichos tenían un paraíso.
Las abejas y mosquitos
venían con el calor, los mapaches
y las zarigüeyas saltaban por la cerca,
las lagartijas andaban entre los arbustos,
las piedras y los árboles,
e insectos de nombre desconocido,
se comían las plagas del jardín
y se apareaban en camastros de tierra.
A veces una lagartija de papada roja
corría por las patas de la mesa
que se hundía en el patio.
Y por la noche, cuando algunos bichos
se duermen y otros salen de sus huecos
se oían voces desde la cocina
y jazz en un estéreo y de pronto,
detrás de la ventana de ese patio
se apagaba la luz fluorescente,
se prendía la luz del comedor
a la hora de servir la comida
y se oían las risas
de la mujer y el hombre
que cenaban detrás
de la ventana
del jardín sin mangos.
EN OBRA NEGRA
Al empujar la puerta
no había nadie en la sala.
al fondo se veía una ventana abierta
y la luz inquietante de la tarde
caía oblicua en la pared sin repellar.
Al frente, en una mesa de tablones,
alguien había dejado dos cubos de metal.
Uno lleno de ajos, rábanos y cebollas,
otro lleno de hojas y flores medio secas.
No había nadie en el resto de la casa.
Antier al alba llegó la soldadesca.
A la mujer de las mejillas rojas
que venía a las siete tarareando,
nadie la ha vuelto a ver.
GUACHARACA
Anochece,
llegan vientos de un huracán de África
traen gritos de pájaros extraños en un jardín.
Era el jardín de la casa de Adriana, era diciembre.
amanecía, aún estaba oscuro
y el griterío de una guacharaca me sacudía.
Parecía una riña, o una cantaleta a gritos,
pero era el comienzo de una charla entre pájaros
pues de un árbol vecino respondía otra guacharaca.
Debajo de la colcha yo tenía calor.
trataba de dormirme y en sueños las veía venir,
entre las hojas secas y mangos caídos de los árboles.
De lejos unos perros respondían a los pájaros
pero yo oía aullidos de lobos en el bosque.
De día iba a visitar a mi madre
y temprano las aves me avisaban de nuevo
a gritos algo que yo no entendía.
Yo prefería el graznido de los cuervos,
su plumaje negro y su sobrevolar,
porque ese grito de las guacharacas
era un augurio triste.
No volví al jardín de Adriana,
ni a visitar a mi madre, que después murió
ni a oír la bulla de las guacharacas,
ni el aullido de perros en el vecindario.
Pero un pájaro extraño ahora silba,
Cerca de tu ventana.
GHAZAL DEL POLVO
En la tierra, la atmósfera y el universo,
Habita omnipresente el dios polvo.
Atardecer, polvillo y viento, me pica la nariz,
En el pecho me ha dejado un brote el polvo.
Se cayó la amatista verde de mi anillo,
Debajo de mi cama, sólo un recibo viejo y polvo.
Un libro en mi mesita, entre sus hojas
Recuerdos de un papiro egipcio: añoso polvo.
Sé que tú no lo ves, pero en la ropa
Y hasta entre las uñas se mete el polvo.
Aún si lo sacudes, la caspa y las escamas
De piel seca se vuelven polvo.
Después de que me incineren,
Tal vez seré querida como polvo.
LO QUE QUEDA DE TI
Tus grandes ojos pardos
que escudriñan curiosos
al que entra por la puerta;
tus dos manos pequeñas
que aún pueden llamar
por el timbre inalámbrico
a la enfermera joven,
o estirar la cobija
para mejor cubrirte;
tu piel color marfil
sin pecas, sin arrugas;
tu muñeca delgada,
el reloj de pulsera
al que de vez en cuando
le preguntas, ¿Amanece?
¿Ya es hora dormirme?
Y tu vos socarrona
que me llama: “mijita”.