Nadie me niegue vivir

Una muestra poética del novelista y poeta Manuel Martínez.

Fotografía de Gustavo Briceño Casanova

Nadie me niegue vivir

 

A Melissa Solórzano

 

Nadie me niegue vivir estas horas
de aliento y ánimo
¿las últimas que me quedan?
Escucho en la penumbra una voz
que me llama
y acudo incierto a su encuentro.
Es el susurro del ángel en la penumbra
y ato mi cuerpo a su costado
albo, alado,
dejándome llevar por el aire.

 

Nunca me niegue nadie
qué debí hacer conmigo,
qué debí ser contigo.
Me debato en estas horas de espera
y encuentro paz con tu llegada,
sosiego, reposo.
El reposo del amante que espera.

 

Nadie me niegue vivir
este momento único
de saberte clavada a mi costado
vibrando junto a mi pecho
jadeante, con el boqueo del pez
fuera del mar.

 

Nadie me niegue de ti tus horas
tus llegadas tardes y puntuales
mi larga espera que se funde con el sol
crepuscular hasta que se cierne
la penumbra, la noche.
Entonces somos únicos, irrenunciables,
irrepetibles, hundidos en lo profundo
de este último rincón del paraíso.

 

 

Llegará sola en la noche

 

"Tú saliste de la noche
Y había flores en tus manos..."

Francesca, Ezra Pound

 

1
Llegará sola en la noche.
El salón vacío, la mesa rústica
y una silla vacía, sentado allí recordando
tus viejos sueños,
tus lamentos. Nacerá a tu costado
el ángel de la penumbra,
un ángel con cuerpo de mujer y se llamará
Melissa. Vendrá hasta ti, sonreirá,
y bastará una palabra, un susurro,
para que el embrujo de la noche
tenga sus ojos negros, limpísimos destellos
diciendo tu nombre. Ella sabrá que has
nacido, que fuiste y volviste, que vienes
de salida y que has llegado al fin,
porque ella así quiso colmar la noche
con sus alas desplegadas y la pureza de su desnudez.

 

2
Una noche, ya cierta, llegaste a mí
y te esperaba, tú también esperabas
sin temor a equivocarte,
y te dejaste guiar por esos ojos
sensores de percepción, limpios y puros.
Dijiste, vendrá hacia mí,
no me detendré y encerraré

su espíritu dentro de mi cuerpo,
la puerta estará abierta, seré libre,
seremos libres,
atados sólo por el afán sin límite
de verlo crecer junto a mi pecho
y enmudecerá de estupor
sorprendido e ingenuo como un niño
ante una rosa roja
y anidarán sus labios en mi boca
y entonces
ya no podrá morir.

 

Carbones encendidos son tus labios

 

"¡Ay de mí, estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros"
Isaías, 6,4.

 

Impurezas borraron de su cuerpo
con un carbón encendido,
purificaron sus labios,
pues, pronunció el nombre Innombrable
delante de la presencia del horror
que pudo matarlo.

 

Yo quise limpiar las impurezas de mi cuerpo,
purificar mis labios con tus labios,
con tu boca como carbones encendidos.
Y pronuncié tu nombre.
Pero no hubo horror a lo innombrable.
Recuerdo la lluvia, las nubes oscuras.
Estuvimos solos esa última tarde
de cielo gris con vientos de la meseta
y te marchaste por la calle de la parroquia
hacia el sur, al encuentro con tu propio destino.
¿Pude morir ante el horror de lo innombrable?
Y ahora, este desasosiego
me agobia y me domina.

 

 

Último rincón del paraíso

 

Temprano por la tarde, el bar bullía atestado,
Y partimos a las afueras
para aislarnos de miradas inquisidoras.
Querían vigilar nuestros pasos
y nos han seguido hasta el último rincón del paraíso.

 

Viniste cadenciosa a quedarte dentro de mí.
Abrías una puerta y la cerrabas,
el pasillo a oscuras y el fondo perdido en la sombra.
Estoy hablando de tus labios.
Para que toda palabra se mutara en marca,
en signo de tu propio misterio, indescribable,
y el cursar de las horas en una agonía sorda
en el cuarto.
No eras tú ni tu sombra,
un perfil, trazos borrosos,
tu rostro en el silencio nocturno,
en la penumbra rosada del alba.

 

Y fiel a tu esencia femenina despertaste del sueño.
Un sueño que te guarda,
te protege como el seno de una madre.
Supuse tus temores en la mirada lánguida
y adormecida, indecisa, fuiste entrando en otro sueño,
y desde el fondo de tu cuerpo te llamé,
dije tu nombre,
y no supe si otra tarde cualquiera volverías.

 

 

Regreso a Ítaca

 

Esa mañana, ya tarde, caminamos por la arena
oscura y caliente.
Viste los pargos rojos en una canasta,
el urel plateado y oscuro tendido sobre una mesa
y trozos de anguilas y atunes.
Olía a pescado fresco.
Pelícanos surcaban el cielo iluminado
y gaviotas negras y aves de mar.
Entonces viste los signos de su nombre
hebreo, bíblico, oíste el rumor del vuelo
de las abejas,
y decidiste partir a Ítaca
porque ella teje y desteje
mientras espera impaciente tu regreso.

 

Para Melissa

 

Yo me paseé por la Gran Vía, en Madrid,
por los andenes del parque El Retiro
y tuve frío, no hambre.
De paso hacia Venecia miré Siena, la Basílica
de Florencia, y vi pasar las góndolas,
la pequeña isla del cementerio enfrente.
Y me fui a las Islas, a Murano.
Dentro de los cristales, las aguas
verdosas del Adriático.
Miré a las muchachas de tez blanca
como bandadas de palomas en la Plaza San Marcos.
Maravillado de cuanto vi y toqué, regresé.
Nunca imaginé que años después,
una noche inesperada,
vendría a encontrarte,
sola.

 

Canción con saxo y oboe


A Javner Alampana

 

Vuelve el sonido de un saxo en la noche.
El eco de su voz y la canción
que fluye en notas armónicas de bronce.
El músico se cimbra, se arquea,
siente recorrer el ritmo sensual
de la música por el sistema de tuberías
de viento humano y metálico.
Y me recuerda el sonido del armonio
de Notre Dame de Ternier, las notas
de Jean Claude Mara con su flauta de pan,
esta noche que Hafner interpreta
con una mezcla espirituosa y entrañable
Todo me gusta de ti, con ecos
del viejo filin cubano Santiaguero,
al estilo de César Portillo de la Luz
cantando en El Pico Blanco del Hotel
Saint Jhon, en La Habana.
Así aquí él en El Panal, en Managua.

 

 

Un hombre y una mujer

 

Un hombre y una mujer solos
sentados en una banca de concreto
sin que les importe el murmullo de turistas
que bullen a su alrededor.
ni el fondo azul de la laguna
la llanura verde, los últimos destellos del sol
en las aguas adormecidas del lago,
ni los imprecisos, borrosos rasgos arquitectónicos
de una ciudad en el crepúsculo.
Y ellos y las ráfagas de viento frío
y la oscuridad, y la niebla borrando los contornos.
El Mirador casi vacío en la noche.
Y ellos solos en la banca de concreto.

 

Edad tardía

 

Pasados los cincuenta, reparo en este asombro
por la vida. Envejezco, renqueo, estornudo
y me duelo de mis pérdidas y mis deudos,
que ya no están conmigo.
Los años trasuntan sueños y pesadillas,
el roce amable o cruel, casual, circunstancial,
que afirmamos nuestro nombre.
Aquí creció Manuel Martínez, en Altagracia
de Managua, dirán amigos de la infancia.
Quedó expósito a los seis de padre y
a los veintiuno de madre.
Tantos de ellos que desearon y me dieron
un hálito de vida, el ánimo pueril
y bullanguero.

 

Pasada cinco décadas, ahora los añoro,
recuerdo y revelo sus rostros
y los vuelvo del olvido. Así como ellos
desearon mi vida, otros, ajenos a mí,
desearon mi muerte. Me atropellaron cruzando la calle
Colón, me hirieron en San Judas en un baile,
estuve en el exilio en Honduras
y enfermé de muerte en la guerra de los Ochenta.
Viví y sufrí de joven la dictadura
encarné eufórico la turbulencia de la revolución
y como tantos utópicos ilusos
muté el frenesí de la ilusión por los paraísos
de vida frustrada.

 

Pero aprendí que tanto importa lo que vale mucho
como mucho vale lo que a otros poco importa.

 

Despierto inquieto por ruidos de carros y buses
y camiones. Pasan hacia el mercado, a colegios
y a las fábricas. Y la ciudad bosteza, bulle, se desespera
y me llama, urge que vaya,
que venga, pero no puedo,
no quiero. Porque una noche infinita te quejas de dolor,
males hereditarios o adquiridos te achacan,
riesgos te acechan expuesto al sufrimiento
de la muerte con la que nacemos.
Peor aún este dolor silente, agudo,
repentino, que nació para empeorarse en el cuerpo
y en el alma.

 

Y me doy y me entrego en mi desahucio.
Será cuestión de minutos o de horas.
Y sí, me quejo, y canto y lloro.
Elogio la vida en media devastación urbana,
el campo yermo,
lastrado por un sentimiento de ausencia
amiga, que sólo Ella, la de los altos andamios,
mitiga con su voz de niña, su cuerpo de mujer
y un calor aquietado y tierno
que me devuelve la fe.

 

Pasados los cincuenta y tantos años,
sigo admirando el brote de la vida en un recién
nacido, en un cachorro de perro callejero,
en un retoño vegetal.
Y reparo en este asombro,
a despecho de mí.

 

Inquietud y vacío por Ralph Waldo Emerson

 

Vivo Montaigne irradia luz sobre Emerson
y la heredad inversa se cumple eternamente.

 

Inquietud y vacío que debo a José Coronel Urtecho,
Emerson hunde su raíz en la sangre afluente
de sus signos vitales que alumbran y despejan el camino.
La propia manera de construir la Patria,
la única y diversa forma de versificar el canto del pueblo.
Poeta de lo cercano, lo común, lo bajo, lo familiar,
lo vulgar, lo corriente, el lenguaje rudo de los marineros,
de los campesinos, del hombre común de la ciudad.

 

Llegué a Emerson por Montaigne, prólogo de Edward Larocque.
Pero la inquietud y el vacío crecieron.
Emerson al pie y a la par,
y aún sin solventar este vacío por los diversos y sinuosos
senderos del laberinto Borgiano.