Pasteles amargos
Entrevista con el pintor Federico Alvarado a cargo de Johann Bonilla
Pasa una pintura tras otra como si estuviera repartiendo naipes. Veo la radiografía a full color de una costilla. Veo alas de mariposa fundiéndose en un horizonte rutilante. Vasijas multiformes gravitando. Máscaras sangrantes. Close ups de ojos de insectos (dulces ojos, afirma para sí mismo) y de pezuñas.
Estoy en la casa de Federico Alvarado. Los lienzos se multiplican en las paredes como los montones de pedazos de barro al fondo del porche. Él es el demiurgo y yo el espectador en trance. Federico es uno de los artistas más prolíficos que he conocido y, en definitiva, un referente del arte contemporáneo nicaragüense. En él, la ternura y el terror se beben en una misma taza. Sus obras son como la proyección de esa infancia temprana en la que la moral, los constructos y sesgos sociales aún no se implantan en nuestro ideario. Sus colores son inyecciones de energía que brota profusamente por una grieta vieja.
Federico termina sus estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Managua en 2012 y se inserta activamente en las residencias artísticas de La Espira. Gana premios, participa en bienales, en exposiciones colectivas e individuales. Su currículum lleva el matasellos de varios países. Pero la base de su forja está en la calle, en la cultura popular nicaragüense, en la absurda y contradictoria belleza de este terruño.
Aquí una versión –ya bastante sintetizada por empatía con la inmediatez digital- de una entrevista que fuimos tejiendo a ojos cerrados:
JB: A lo largo de tu obra hay huesos, hay animales, íconos de la cultura local ¿cómo catalogarías tu obra?
FA: Me muevo en diferentes aspectos. Lo que me interesa realmente es lo local, desde ahí es complicado porque, ¿qué vas a decir de lo local? El asunto se vuelve complejo, no desde el punto de vista de abstraer ideas y situaciones que muevan mi trabajo, sino al profundizar en un proceso creativo que ya en sí,en este contexto, es algo bastante problemático.
Mi trabajo básicamente va en una dinámica de qué es lo que me mueve y lo que voy sintiendo, pero sí ahondando en los ejes que me interesan: mi país, el sincretismo, las tradiciones, la otredad, los animales, procesos que a mí me fascinan de manera espontánea porque trabajo mucho con la experiencia de la inmediatez.
JB: Te cito: “Quiero cuestionar la violencia, lo patético desde lo cómico. Yo quiero reírme de mí mismo, sonrojarme de vergüenza”. Esta es una frase en tu declaración de artista, e intuyo aquí que tratás el dolor con ironía o con sorna ¿cómo se plasma esto en tu obra?
FA: La mayoría de veces mi trabajo tiene que ver con la parte execrable de la burla o lo cómico. Lo que pasa es que también tengo una búsqueda formal y ésta detona intereses que tienen que ver con lo ominoso de la vida. Esto también está relacionado con la personalidad, cuando encontrás en tu personalidad una manera de hacer. Por ejemplo, un dibujo, antes de llegar a serlo, fue originalmente un acto simple como reírme en la calle de algo que ocurrió.
Parto de la realidad para llevarla al dibujo y a la pintura. Casi todas las cosas que hago tienen que ver con ese humor negro, que no sé si nos caracteriza como nicaragüenses pero sí que está muy arraigado en mi vida cotidiana. Es parte de mi personalidad y al tratar de meterme al proceso creativo y ser honesto con él, tiene que haber algo que exista, y que además tenga ese rostro de la comicidad. Por ahí es que yo siento que se transforma un poco la realidad y el que se haga cómica no deja de ser real.
O sea, aunque hagamos ficción y que todo lo que realizamos tenga que ver con eso o con las subjetividades, en sí estamos hablando de una realidad que nos interpela y nos permea. Esa carne ominosa, esa sustancia oscura entremezclada con tonos cómicos es parte de mi personalidad, de lo que veo: es mi mirada y es la absurdez del dolor, del quehacer, del estar vivo, de mirar cosas que tienen o no un sentido lógico.
Claro, trabajamos desde las subjetividades y es, por ejemplo, cuando una persona se tropieza y se ríe de sí misma, pues se ríe también de la desgracia. Te podés reír de la desgracia ajena o te podés reír de vos mismo pero siempre desde un punto de vista de que no sea solamente eso, sino una especie de hallazgo desde una búsqueda más responsable que a la vez sea un detonante de una experiencia emocional y de una experiencia genuina del pensamiento crítico y de las complejidades de la vida.
JB: Hay mucho juego de colores, tonos pasteles o tiernos que se combinan con otros más intensos u oscuros, ¿hay una intención con la cromática que utilizas?
FA: De una manera u otra siempre trabajo con el camuflaje. Es un no decir las cosas de forma directa, sino a través de capas de lectura. Una de ellas puede ser tapar la realidad o el dolor con la vivacidad del color. Podría decirse que es una manera de suavizar las cosas o endulzar las situaciones, una actitud que tiene que ver con el uso de estos tonos que elijo. A veces ni cuenta me doy, otras veces hay decisiones que están tomadas desde antes, que no las escribo pero que sí las valoro a la hora de decidir cómo quiero realizar un trabajo. Son trampas visuales. Entiendo que el arte no debería tener estas capas en que las cosas son dicotómicas, sino que tengan múltiples caras y se penetre poco a poco en ellas.En mi trabajo recurro al color casi como si este fuese un disfraz de la realidad.
Es como cuando te comés un pastel que está pasado y es amargo. Precisamente, una de mis series acerca de paisajes de la ciudad se llamaba así, “Pasteles Amargos”, que tiene que ver con mi ciudad, con la sociedad y con la calle, pero pintada de una manera dulce. Y la elección de los colores involucra esta manera de maquillar las cosas, de hablar de algo horrible o de una situación abominable , pero desde tonos hermosos.
JB: ¿Te sentís parte de alguna generación, movimiento o agrupación de artistas?
FA: Al fin y al cabo, siempre pertenecemos a un grupo, consciente o inconscientemente. Yo pertenezco a colectivos como Espira que es un poquito más institucionalizado. También pertenezco a X Mácula, que somos un grupo de bróderes pero cuando nos reunimos a platicar de repente estamos haciendo algo que tiene que ver con arte. A veces podés entrar y salir, pero ellos siguen siendo tu grupo de trabajo, con la gente que te involucrás y querés hacer proyectos artísticos, y resulta que también son tus amigos. Pero sí pertenecemos a una generación de artistas que trabajan la estética de la contemporaneidad y que viven en su propia contemporaneidad interdisciplinaria.
Pero a la vez es intergeneracional. Yo nací en los 80s y también me relaciono con gente que nació en los 60s, entonces hay una ruptura en la idea de “de qué generación sos”, porque realmente si sos un artista contemporáneo lo vivenciás tanto como si naciste en los 50s, o en los 80s.
Pero antes de ser un grupo, somos una zona cultural, hablamos de cualquier cosa, desde ropa hasta arte. Y es algo bonito que no ocurre en toda Centroamérica. En Nicaragua tenemos la particularidad de que la idea de colectivo es una cosa que va más allá de gente que se junta para trabajar determinado proyecto. Es decir, no llegamos, trabajamos y nos vamos, sino que nos involucramos de manera sensible en la vida de cada uno y ante las cosas que vemos.
JB: ¿Y vos sentís que hay alguna relación activa con lo que sucede en el resto de Centroamérica?
FA: Lo que hizo eso posible fueron las residencias artísticas. Fue de esa manera que pudimos conectarnos los de mi generación y de otras generaciones en otros países. Porque yo no sabía quién hacía algo en Guatemala o en El Salvador o en Honduras, y a partir de ahí hicimos amistad y se han creado las conexiones de trabajo. De esa manera pude conocer artistas que les interesaban temas como el feminismo, el cuerpo, y medios como el video…
JB: ¿Cómo juega lo interdisciplinario en tu proceso creativo? Es decir, colaboras en una interacción sonora con SBB, trabajas la cerámica, la pintura, hay varios elementos.
FA: Una cosa trae a la otra. La idea de la cerámica surgió a partir de ir a explorar otras cosas, como la escultura de barro con la que yo me había relacionado cuando era estudiante. Me encontré con un proyecto que tenía que ver con la representación de las vasijas, como estos adornos que colgás en tu casa y que cuentan historias.
Dentro del mismo proceso creativo te das cuenta de que eso no podría funcionar en la pintura, porque lo importante es que los materiales te inquieten. Es ahí cuando entendés que si en tu medio las cosas no funcionan, te podés pasar de un medio expresivo hacia otro.
Esto de pasarme de la pintura a la cerámica y de repente devolverme al dibujo, es algo que tiene que ver con la investigación y la exploración, de manera muy respetuosa y muy inmersa, en mis necesidades como artista, pero también en la capacidad de entender cuándo una cosa necesita ser dicha de otra manera a la forma en que estás acostumbrado.
Es decir, No te vas a casar con la idea de ser pintor. Tenés que hacer que la obra funcione de alguna manera, ver las múltiples caras que tiene la vida. Por ejemplo, lo de experimentar con los sonidos fue una búsqueda muy personal, algo que tenía que ver con desbocar mis emociones a partir de encontrar medios que ayuden a estabilizar mi vida. Ahora nos llamamos Toconoma, que es ese espacio íntimo de relajación y de paz que hemos estado buscando. Si te fijás, mi trabajo en la pintura tiene que ver mucho con el caos, y en lo sonoro tiene que ver con el trance y la quietud. En mi trabajo, siempre los medios expresivos se relacionan unos con otros buscando esa estabilidad, esa línea horizontal que, me parece, debería de haber en la vida.
JB: ¿Qué te gusta leer?
FA: Por lo general leo biografías. Leo poesía, más que todo a poetas locales. La misma pintura me ha llevado a encontrar statements o bios de artistas que me interesan. Me atrae mucho la lectura a partir de la historia, desde las vidas de los autores.
Hace poco tenía 2 libros en mi mano: uno de un artista callejero estadounidense –no recuerdo el nombre ahorita- y también tenía uno de El Greco. Entonces, entendí que mis procesos tienen que ver con la idea de la persona.
JB: En resumen, ¿qué implica ejercer y vivir del arte en Nicaragua?
FA: Para empezar, no tenés que pensar en que vas a venderlo todo. Lo que me ocurre es que en mi proceso hago 20 o 30 trabajos e identifico los que tienen potencial porque funcionan tanto en forma y contenido. Después viene el trabajo de mercadear la obra y ahí,creo, están las verdaderas limitantes debido a las herramientas que necesitás: buenas fotografías, una persona que se encargue de jincarte no sólo con la idea de crear, sino de vender lo que hacés. Y, la verdad, es muy difícil que ciertos trabajos sean vendibles , sobre todo cuando tienen que ver con el dolor o la tragedia.
Al nicaragüense le gusta el color y lo llamativo, y en algún sentido hay que llevarle al público lo que quiere. No podemos decir que no. Con esto no quiero decir que un cuadro que carezca de cromatismo o que no sea llamativo, no pueda ser vendible. Claro que sí. Pero primero hay que entremezclar la forma y el contenido de una manera responsable y, sobre todo, que la obra funcione, no sólo como la idea de ser bonito para venderlo, sino que pueda ser bonito desde otras complejidades. Claro, encontrar tu manera de hacerlo lleva tiempo, es un proceso que no es tan fácil.
Entender mi proceso y los colores que uso para decir algo ha sido una cosa de años; y al crear, inconscientemente también involucro al público y al mercado: al galerista y al comprador. Es decir, siempre estás pensando en todas esos ítems y variables que van implícita o extrínsecamente en la obra. Es la manera en cómo yo respondo al sistema del mercado del arte en este país.
La vida es un sendero de hormigas bajo el sol.
Gracias y hasta la próxima, bróder.