Perdida entre las voces de mi pasado
Presentamos una muestra de poesía salvadoreña seleccionada para Alastor por el poeta y crítico Mario Zetino
Brote
Vi cómo destrozaban su melena,
cómo removían sus entrañas,
cómo crujían sus huesos.
Y aun así siguió resistiendo.
Quisieron arrancar su vida, su ser,
con furia quisieron desaparecerlo,
pero su corazón latía, me acerqué y su corazón estaba vivo,
su corteza marchita, sus flores caídas,
pero su corazón tenía vida.
La vida se aferraba a él y él se aferraba a la vida,
surgía como un brote desesperado por crecer.
Ya no había leñador, ni verdugo que lo impidiera.
Era la vida misma recordando que aun en el vacío hay esperanza.
Rumbo
Erré la dirección, perdí el camino.
No entendí las señales,
no fijé el curso,
no me detuve a analizar.
Y ahora estoy aquí,
perdida entre las voces de mi pasado,
intentando atrapar los recuerdos sin futuro,
la inmediación del tiempo,
la presencia del espacio.
Contacté a la vida,
le pedí a la muerte,
recorrí sendas interminables sintiendo el peligro,
cavé tumbas, abrí cerrojos,
y de nuevo estoy aquí entre sombras y averías,
entre pretensiones y sarcasmo,
con la lengua partida, dando tumbos en la arena.
De nuevo, sin entender el vacío que llevo dentro,
cansada de perseguir al conejo blanco,
atormentada por el silencio de aquellos que no quieren escuchar,
actuando como la dama, pero queriendo ser el vagabundo.
De nuevo las voces me encierran.
¿Qué está mal en mí?
Mis sentidos se pierden, los susurros llegan.
Otra vez entre las paredes de mi inconsciente,
me enredo entre mis pensamientos y descanso,
entendiendo que todo se acaba sin haber empezado.
Conejo blanco
Las noches se vuelven largas y los días se hacen cortos.
La casa de papel ya no es la que solía ser.
Después de que Pin Pon se fue, las paredes se han roto.
Ya no entra luz y todos nos ahogamos en los mares del entendimiento.
¿Qué hicimos mal para que nos rechazaran?
Me siento como Alicia en el País de las Maravillas,
buscando al conejo blanco que nunca va a llegar,
intentando descubrir mis miedos, al borde de perder la cabeza,
atrapada en un maleficio sin final.
La Reina Roja ató mis manos, me amordazó y ya no puedo gritar.
Soy esclava, esclava de mí misma.
Las lágrimas se atoran en mi garganta.
Mi cabello cubre mi rostro.
Nadie puede ver mi dolor y francamente a nadie le importa.