Ahora vigilo el gesto en mis latidos, hago polvo lo común

Una selección de poemas de Alberto López Serrano, parte del poemario "Y qué imposible no llamarte ingle" (2009)

Solidaridad por Víctor Ruiz

Y QUÉ IMPOSIBLE NO LLAMARTE INGLE 

 

IV

Una gota de agua (me pareció) se convertía en océano,

me desdibujaban las olas la voz,

mi piedra trastocada en monte firme,

un trazo rústico develando el sendero de fluidos

y la médula toda concentrada en mis labios

y mi piel toda traslucida en lengua que olvida el alfabeto,

el arpa (¡y qué importaban alfabeto y arpa!),

y el polvo de mis átomos resurgido en pálpitos de aliento,

y van rajando tus labios los míos,

y el cuello abandonado a tu saliva,

y el pecho humedecido en tus mordiscos,

y el muslo abandonando los escudos

y aquello que lubrica entre los muslos esperando,

y lengua desgarrándome el abdomen

y mi ombligo que poco ignora lo que sigue…


 

V

Quiero que me des tu boca, 

y mensaje tras mensaje,

me sonrojan tus abrazos inalámbricos que mandas

y yo mis besos tímidos de anhelo,

sentado en este lugar

donde canta la rocola “Cómo decirle que te amo”

con baldes fríos en su entorno.

 

¡Y qué más da si yo te pienso!

Sólo sé que mi sonrisa hoy es más embaucadora,

más de pícara promesa que de tímida presencia,

y síganme soñando, soñadores.

 

¡Qué más da si yo te pienso

y la noche gozo dando ilusión a mi sonrisa!

Como si no hubiera gente mirándome en otras mesas, 

mi boca ya no recuerda ni el coro 

de lo que murmura el tragadólar de luces 

en su estrépito de canto.

 

¿No es mucho que sólo tú?

Y a cada mensaje tuyo,

va el mío en respuesta ardiente

y puede sobrarme el universo. 


 

XIV

Sentirás mis labios al cobijo de una lámpara

y entonces hallaré mis besos

que de hace mucho andan extraviados

como quien pierde objetos inmortales,

polvo y sombra,

y yo temblando de solo en una esquina de mi cama.

 

Deja entrar mis labios en tu tierra,

brújula y radar,

hasta los muslos.

Deja dormir tu boca en los brazos de mi boca,

labio en el labio,

labio tras el labio,

labio en pos del labio…

¡Todo es posible para cuatro!

 

No sería extraño, amor, que me vieses por las calles

cortando las hojas de un cerezo,

que vayan vibrando en los cercados mis manos

(seguro no importan los espinos),

y que vaya sonriendo en las aceras

y suelte prudentes carcajadas en los buses.

 

Nada extraño sería, amor, que no te asombre

si no me fijo en los pasos que voy dando

como siguiendo una espora inexorable

parecida a tu reflejo,

qué curiosidad, parecida a tu reflejo.

 

Tan prudente como soy,

no creas,

también doy contento a mis locuras,

también veo el cielo y me sonrío tanto,

también voy por la calle hablando solo,

pegado a las paredes,

arrastrando la mano en las paredes y barrotes,

no creas,

también me duermo con la luz prendida a mis ojos

a media noche nombrándote con lápiz

y Mariah sonando en explosión de mariposas. 

 

No podría ser yo mismo,

no creas,

no podría ser yo mismo

sin tus labios que me urgen 

a escaparme de mí mismo alguna vez…

o muy seguido…



 

XVI

Quién envía la voz que llama por la noche

no sabré,

ni de quién es el eco que responde en mi voz

con un lamento sordo y de suspiros lleno,

como una luz que templa,

con vigor,

mis palabras,

que son mínima antorcha de luciérnaga inquieta.

 

“Donde ir espero”,

le respondo,

nuevo,

como un zumbido que en mi voz se espeja,

y ya la voz que llama,

que no sé quién la envía,

me da sus credenciales y me dice que sí,

donde ir espero,

y me despierto, entonces,

con una fecha en la mente,

con un sabor de muslo entre los labios,

como si fuera un desayuno en cama,

como un saber el cuándo de tus ojos, 

como Ahora,

y humean todavía,

en reguero,

tirados en mi cama,

los bombillos de todas las luciérnagas.


 

XX

Cuando se acercan estas sombras 

en las que labio a labio vamos lento,

cuando se acercan estos tactos de campana

con el eco atolondrado de repiques en las venas,

cuando se acercan los temblores locos

que nos postran

en la indecisa imperfección de muslo,

no me desates,

líame y cautivo ten mi cuello, 

sombra tras la sombra,

sombra dentro de la sombra,

y no dejes, ¡no!,

de alargar esta sed en la penumbra,

de atar las brasas que se juntan

como desorden de invisibles niños,

como loco afán de espalda,

como tú,

sombra con mi sombra,

átame a tu aliento

con blandas y firmes las amarras.


 

XXIV

¿En qué piensas cuando incendias a un arcángel con tu saliva

que de labio a labio bulle transparente?

¿En un beso no más?

¿En el húmedo trueque no más?

¿En arcángel que ansía calcinarse?

¿En las carbonizadas alas?

 

Yo pienso en el beso,

el trueque,

y que prenderme fuego es lo que ansío.

 

Por eso busco en tus labios la chispa que mi pólvora desate,

la chispa que me incendie todos los sentidos, 

todas las costumbres.

 

¿En qué piensas al quemar las alas del arcángel?

No temas carbonizarlas,

hace mucho me incomodan,

hace tanto que me estorban tal como quien dice “¿Y esas alas?”

 

Un beso ansío,

un trueque,

y un arcángel liberado en tu saliva.

 

 

XXX

Hay algo en toda tarde que suena hueco y mudo,

yo no sé si las horas,

quizás los puntos muertos 

que vamos dibujando en todo el calendario,

sin creer que son días, 

ni fueron ni… ¿serán?

Serían mudos como el rostro de un santo,

un santo con tus ojos, desde luego,

y yo llegaría a leer versos al altar

como quien lee salmos paganos de Walt Whitman

susurrando matices escondidos

por donde menos pienses,

y sabría que es inútil,

oídos de reloj.

 

Deberían hablar los calendarios 

y decir que esperamos por gusto,

por muchas manchas que uno ponga,

nada…

Son como santos,

mudos,

sabiendo bien que nunca hacen milagros,

y no sé si lo sufren,

sólo sé que me iré rayando cada esquina de los días,

cada luna,

como un creyente ciego y firme,

y con velas quemadas de mentiras,

que suenen huecas, 

mudas cada tarde.



 

XXXIII

Podría pedirte muchas cosas,

ser compañeros en días austeros,

alborotarte como el viento que se arroja a los árboles,

cometer pecados horribles 

y que Dios olvide nuestros actos,

escribir tormentos como "sólo queda una hoja 

en la rama desnuda del vacío corazón",

¿sabes quién es la hoja tardía?,

fugaz visión,

genio que se arrastra en silencio…

 

Me pondré de pie en la hoja de la rama desnuda

para que me recuerdes al oír los truenos

y pienses: Alberto era un huracán,

y me voy a apoyar de nuevo en las palabras

para quedarme contigo,

quizás te pida: guarda este libro,

o que estudiantes lean mi nombre en un libro de escuela

y se miren de reojo al saber de ti en mi biografía.

 

Pero no,

ya que ni extiendes mis alas ni las cortas de una vez,

me quedo en esta hoja de la rama desnuda

y te pido que mi fama tiñas de vacío.


 

XXXV

La vez anterior que nos vimos

quería seguirte el paso con mis ojos

y saber si pesabas sobre el suelo

o eras un jamás que lleva el viento a la carrera,

o un pronto que será, que está o que fue,

no sé,

como nube.

 

Pensé en tu voz para darte validez 

por imposible y por lejana.

No has llamado en tantos días: nube justificada.

 

Y yo colgado al viento,

a media noche odiando las estrellas –menos Venus–

y me acuerdo de Safo

que también duerme en soledad a media noche.


 

XLI

¿Por qué debes existir?

Estás hecho de forma distinta, aunque tierra también. 

Eres un valle, a veces me asustas.

Haces cosas que yo no hago, por ejemplo, estresarte,

tienes muchos uniformes,

no te cae el cabello por la frente,

tienes un montón de cicatrices,

y, ¡quién diría!, qué bello es observarte la sonrisa

con ese gesto de volverme loco,

que te comparo a un camión de los que llevan concreto:

¡tu sonrisa me es igual de inquietante y atractiva

y a la vez más intrigante que la concretera giratoria!

Y tienes planicie, tienes árboles callados 

(los míos son ruidosos por el viento en la montaña),

tienes amigos.

 

Me ganas de pragmático.

Pero aunque fueses un discurso de algoritmos 

y yo fuera la espuma en las bebidas,

tampoco estaríamos muy desconectados,

pues al menos en tu boca me vería derramado

y yo te compondría algún soneto en sus perfectas leyes.

 

Me desconcentras los pasos, sin embargo,

me enervas por teléfono

al solo ver en la pantalla tu nombre en caracteres griegos.

Me alegra tanto responderte,

que no tienes ideas de los gorriones.

 

Y entonces de nuevo la pregunta:

¿Por qué debes existir?

Ahora debo estar contando las estrellas,

así como el velero cuenta los claros átomos del mar.

 

¿Por qué debes existir?

Ahora vigilo el gesto en mis latidos,

hago polvo lo común, lo acostumbrado

(¿No es mucho que te escriba en verso libre?),

no me cubro del sol cuando voy en la calle,

y yo mismo quiero hablarte.

 

¿Por qué debes existir?

Hoy debo estar pensando como fijo en algún punto

y que tu cuerpo es la aniquilación

y que mortal me hacen tus besos

de manos o labios o pies,

y me río de lo anterior como un enloquecido

diciéndome que no,

que son cadenas de metal tus besos, 

pero los versos, sin duda, se escriben después.

 

¿Por qué debes existir?

Un ser humano práctico y esquivo,

como de polvo y demasiado urbano,

estatua decorosa con zapatos,

un horizonte ni siquiera escrito,

ansioso por la hora de salida,

paralizante como atroz veneno,

un pájaro caído sobre el techo,

una botella blanca a la deriva,

tachada página de calendario,

como un beber de amontonadas copas,

como un “Entonces, ¿dónde, cómo y cuándo?”,

un organismo demasiado rosa,

tan bello como el cielo despejado.

¡Yo no sé por qué existes desde ahora!