Ístmicas | Poesía centroamericana contemporánea: Antología breve del autor
Con esta entrega, iniciamos una serie dedicada a poetas centroamericanos contemporáneos. [Incluye pdf para descarga libre].
Autorretrato
Esto que soy es lo que pasa
cuando arrastras los años, miras atrás,
escrutas un poco en las entrañas
y remueves del polvo viejas fotografías,
el enconado beso que olvidaste,
la semblanza de un padre y una madre,
tus sombras atrapadas en alcohol,
humo de cigarro, discotecas,
música que acaso entendiste,
por primera vez expulsado de la escuela,
mordido por los perros y las perras,
alabado y exaltado por la abuela
que preparó día a día el inmerecido desayuno.
Esto que ves son las carreras en bicicleta,
los raspones, las caídas,
las piedras que guardaste en los bolsillos
para herir los cristales del vecino,
son las tardes de calor y lluvia,
vencido por el pecado de la fornicación
por vez primera,
revolcado con arcángeles insomnes,
son las respuestas a esas preguntas
que jamás te hicieron,
es tu padre yéndose muy lejos,
tu madre combatiendo los fantasmas de tus noches,
el hambre por leer la ausencia de este mundo
cavilando en parques de ceniza,
desempleado en los soportales del olvido,
asalariado y hablando en lenguas,
porta sin aviso y agonía.
Esto que ves es lo que pasa
cuando la aguja atraviesa tu piel varias veces
y recientes el día que se acaba,
el otro que comienza
y no sabes si habrá mañana,
si todo va a ser consumado por un fuego divino
o saldrás a la calle a esperar
un carnaval que no es el tuyo.
Esto es lo que pasa
cuando negaste la mano de un amigo
y rodaste por las escaleras del colegio,
cuando al fin fuiste alguien casi respetable
y procreaste hijos
que siguieron tus pasos sin quererlo,
fueron niños y besaron,
bebieron y sufrieron
las mismas raudas orfandades,
darle cuerda a la vida por inercia,
sentir absolutamente nada
salvo el vacío inefable,
pensar en Dios quizás
y darte fuerza.
Esto es lo que pasa
cuando eso que llamas vida
te repta por los ojos
y cansado,
ya solo tienes esa ciega certidumbre
de mirar y mirar.
Sylvia Plath
Cuando pasés por las calles de Boston
recordá a aquella mujer
cuyas manos sufrían de piromanía,
a la bruja que escuchaba Beethoven
mientras fumaba su último cigarrillo
a la sombra de la buhardilla.
Llevale flores, muchísimo silencio
y tus nuevos poemas hechos pedazos
en un cesto de mimbre.
Decile que todo está bien,
que los niños se levantaron
aquella tarde después de la siesta
y mojaron las galletas con la leche;
que el esposo no llegó tarde
y aún la recuerda
en el fondo de un vaso de Gin-tonic;
mentile acerca de los analistas,
de los falsos profetas de la desilusión,
los soldados romanos
que se repartieron sus poemas
en un juego de azar
a las puertas de sus editoriales.
Llevale por favor
ya sea todo o nada
de lo que pueda resultarle necesario,
y asentí de vez en cuando
con tu cabeza,
las manos en los bolsillos
sin mirar a otra parte.
No le dejés salir
aunque así te lo pida,
lavá con ron sus epitafios
y jurale que mañana volverás
a dejarle dos monedas de plata
sobre el mármol.
Los seres desterrados
A Javier Alvarado
Podés alcanzar la gota última,
penetrar la cueva
donde hiberna la ferocidad
de una bestia congelada
y vencerla con el veneno
de tus propios pasos exigidos.
Podés de un zarpazo
detener la furia de la lluvia
para lamer el rayo
y llevar a la aldea
tu ciego testimonio.
Podés usar la piel
de aquellos animales que mataste
y esperar que de la tierra agreste
broten los frutos que deseás.
Podés decirle al hambre que es de día,
y seguir aullando al cielo
oculto en los arbustos
de otro paraíso perdido.
Podés seguir masticando
la vestidura exacta de los ángeles,
pero recordá que el mundo
está lleno de quijadas de burro
y a Dios le seguirá agradando más
la ofrenda de tu hermano.
No importa ya cuántas veces
niño absurdo,
tratés en vano llamar la atención de tu padre,
que se distrae al ver en silencio
el turbio abismo de sí mismo.
El tiempo no tiene redención
sino nostalgia,
y sin embargo los seres desterrados
llevan en los bolsillos
miles de cadáveres, amantes furtivos,
la semilla del fuego
y la máscara común de la alegría.
Recordá que los desterrados somos más
y no estás solo,
tenemos esta muerte colectiva
que nos une,
y la hermosa necedad
de ser eternos.
IX
En el sanatorio se lo habían dejado muy claro:
Si el cielo existe, es un nido de cuervos.
Do you want another blanket, Mr. Pound?
It’s getting pretty cold in here…
El Señor Pound se ciñe al cuerpo la sábana blanca
a manera de toga,
y con el brazo extendido concluye que:
Nietzsche aprendió la dialéctica de los caballos.
Hitler era un músico frustrado.
Mahoma perdió su anillo de oro en una apuesta con ladrones persas.
Jesucristo consideraba que la niñez era la única alabanza posible.
Cuando un borracho baila destruye la torre de Babel.
Los pacientes todos aplaudían
como seres mitológicos
y después retornaban a sus cavernas interiores.
El termómetro marcaba 3 grados bajo cero
en el cielo de Washington,
Do you want another blanket, Mr. Pound?
Y por él contestaba un cuervo en la nieve.
X
Totalmente desnudo
lo obligan a bañarse
en el agua pestilente de Venecia.
Las góndolas pasan a su alrededor
como gaviotas negras en el pensamiento.
Los amantes que pidieron vacaciones
o hicieron préstamos para la luna de miel
arrugan su cara al verlo,
creen que han encontrado al loco
que ha envenenado el agua con su tinta.
Pound no los vuelve a ver
y los perdona.
Como si fuese un diario
escribe lo siguiente sobre el agua:
Yo, poeta,
sobreviviente de Pompeya y de Bizancio,
desde la podredumbre del agua de Venecia,
aullando con los ojos y las manos,
declaro en este sitio
que la lírica ha muerto.
Oficios
No me importa:
He aquí que soy poeta
y mi oficio es arder.
Efraín Bartolomé
Amo muy pocas cosas.
Las mañanas soleadas me deprimen.
Considero que la luz de la tarde
es una rata que ensucia
los libros de mi biblioteca.
La noche
es una cruz que sangra
en mi vaso de vino.
Puedo vivir muchos años
sin aquello que creo imprescindible:
una estufa y un gato,
el moho de las cartas que no leo,
un equipaje a medio hacer
que empieza en mi boca
y se extiende por la madrugada.
Tan pronto como mueren
así nacen los días,
pero nosotros claudicamos:
aquí, las palabras pesan porque existen
y su oficio
es hacernos arder.
Contra los poemas de amor
Matamos lo que amamos,
lo demás no ha estado vivo nunca.
Rosario Castellanos
Será mejor así, amor, que no te ame,
junto a esta jaula adherida al pensamiento.
Que te deje sola en el último minuto
donde los náufragos se inmortalizan
aferrados a su trozo de madera.
Será mejor negarte, ser insumiso,
quebrar los vasos frágiles del llanto
bajo el silencio de lo perdido,
tomar entre las manos la hermosura
y apretarla hasta que sangre.
Sólo lo que no está nos pertenece.
El vacío es a la vida
lo que al amor la combustión.
Es necesario que todo esté en llamas.
La eternidad es una perra enferma
que se duerme entre los gritos del mercado.
Será mejor así, amor, que no te ame,
para dejarte intacta una vez más,
en la pureza de las cosas
que no han estado vivas nunca.
Fray Juan de Dios
A Berman Bans
Entre sus hermanos era conocido
como Fray Juan de Dios.
Vino de una tierra lejana
con la búsqueda en los labios.
Después de una crisis existencial
entró a la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos
y ayudó a oficiar la misa de los desesperados.
De vez en cuando tocaba una guitarra
y tallaba en madera hermosos pájaros de hielo.
Un día sus ojos se estrellaron
contra la secretaria del convento
y su alma se prendió
a ella sin remedio.
En un sueño, San Francisco de Asís
le ordenó dejar los hábitos
y ser feliz en la plenitud
de la carne transitoria.
Ambos así se despidieron de todos
y los frailes lloraron
entre campanarios de ternura.
Hoy su misión es más grande:
combatir con sus cuerpos inconclusos
el gran frío de la tierra.
Tragedia en seis actos
I
En el jeans
unas gotas de barro y semen
jamás podrán contarle al mundo
que ya no es un boy scout,
ni defensor de ideales,
ni hacedor de parábolas de humo,
ni mucho menos un pequeño burgués
que vuelve su cara agónica hacia el cielo
y la baja tan solo
para escribir un verso.
II
(Versión libre de La entrevista con el Vampiro)
—Y contame ¿Te gusta la poesía trascendentalista?
—Claro, cómo no.
—(Con cara de indignación) ¿En serio?
— (Enseñando sus dientes) Emerson y Whitman me parecen
[fabulosos.
—(Terror, pánico, gritos indecibles)
— Lo de siempre, lo de siempre. (Susurra para sí mismo el
[Vampiro)
III
Me invitaron
a ver una obra llamada “El Beso”
donde dos artistas
se ahogan en un propio vómito
antes de concluir su obra maestra.
Yo sólo sé reír o llorar,
y aunque no es mucho,
tal es la variante de mi beso.
IV
Minerva no sabía muchas cosas
pero un buen día,
en su camastro de pobre,
me enseñó lo que era la inmortalidad.
Ella ya no está,
pero recuerdo de manera tenue
la luz de las velas,
aquellos labios secos
penetrados por mi falo,
aquel calor mediocre de los cuerpos
donde la muerte guareció
su fina lluvia.
V
En la hora de receso,
el Príncipe de Aquitania,
Hamlet y Calíguala
beben cerveza cruda
y comen sandwiches
a la sombra de un abedul
donde cantan los pájaros.
VI
El cadáver de un lector
pasa a la deriva
por el río amarillento
de una página.
Clarividencias
Dios le hablaba en sueños a mi madre.
Le dijo la hora en que habría de nacer,
le mostró el designio que me marcaría
hacia una vida austera,
casi trágica,
poética,
sin embargo, no tan fatal
como la de mis contemporáneos.
Le susurraba en sueños cosas por venir
y le creíamos cuando nos decía:
lleva hoy el paraguas, vístete de blanco,
saca a esa muchacha a bailar,
pasa al puesto de lotería y compra el 23.
Casi siempre acertaba
y la divinidad era algo útil
que tomábamos con la seriedad del caso;
todo iba bien
pero el viejo Dios falló en algo:
el día de la muerte de mi madre
no era el día en que tenía que morir.
Entonces ella empezó a aferrarse a todo,
en las cortinas aparecía su rostro,
el viento se quejaba con su voz,
pateaba los jarrones para llamar la atención,
la lluvia se guarecía como un cuenco en su mano
y se escuchaba en el patio
sus pisadas sobre el verde.
Una noche
se me apareció en sueños
y en lugar de una palabra frágil,
mi madre, hija bastarda de la vida,
ahora muerta,
me dijo que el azar era una espina
clavada en la lengua de Dios
cuando enmudece.
Arte poética
El poema dice adiós desde la borda.
En el viento y la lluvia
—ahora inminente— es su propio capitán.
En altamar no cambia de rumbo la tormenta,
aunque se hagan señales de humo,
gestos de piedad sobre el ruido aparente,
o se disparen al aire
los libros de quien calla
cuando ve saltar entre las aguas
al gran pez de la derrota.
Nos miramos por última vez.
La tormenta se dirige hacia nosotros.
Todo poema es un naufragio.