De las ruinas del árbol
Del primer libro del autor, publicado recientemente en Managua, dejamos una breve selección de poemas.
La ciudad desnuda
En esta ciudad sólo habitan grietas.
Aquí sólo queda el esqueleto de una guerra,
la hora indecisa de la tierra temblorosa,
un lago crecido que apesta a heces,
troncos desnudos sin copa
y la taquicardia de adictos a las balas.
Sólo quedan unos pocos,
cada vez menos,
los que no se resignan al olvido,
los héroes de mármol con antorchas en sus camas.
Los edificios están vacíos.
Un niño apunta a transeúntes
dibujados en el pavimento
y grita con periódicos en el estómago:
¡La ciudad ha sido destruida!
Credo
Ella es el mundo que otros desgarramos
J.E.P.
Creo en la piedra que se lanza desde el espacio
para hacerse arena frente al mar.
Creo en la piedra antigua que la palabra usa para esculpirse universo,
y es llave que abre el sepulcro en la gran victoria sobre la muerte
se despedaza
y fracciona
como cráneos que se parten
al ocaso del pensamiento en el cosmos sacrosanto
la poesía es piedra que agrieta,
y vuelta pan del desierto
vislumbra desde el fondo de la propia existencia
provocando nueva luz de luz,
fuego inconsumible:
combustión de vida.
Palabra esculpida en cuerpo inhóspito
yo que todo lo prostituí, aún puedo
prostituir mi muerte...
L. M. Panero
Hay alguien durmiendo en mi cama
y no soy yo ni mi noche.
Alguien más respirando el destierro,
asido de esta cama bañada en sexo sin saberse legítimo o farsa.
Queda sólo la cerradura de estos ojos enrojecidos
en esta cueva de libertaria marihuana.
Huele a mar
a arena
a olvido.
La palabra gotea sobre la piedra
y cansada detona mi verdad suicida;
saberme el otro que está en mi cama.
Debajo de una piedra están escritos nuestros nombres
Así entregamos a la tierra lo que le pertenece:
sexo brutal sobre hongos que lavan nuestros espíritus libres.
Debajo de la piedra volví a buscarte,
pero ya no están nuestros cuerpos.
Sólo quedan las cenizas de nuestros miedos,
los escombros de nuestro sexo en la barricada,
hongos que quemaron nuestros labios,
y un cielo trastocado que no volvió a la luz.
Sólo queda la piedra que perdura más que nuestros nombres,
más de lo que nosotros mismos y nuestros sueños perduraron.
Bajo la mesa
Quise guiarte a mi pelvis,
para que embrollaras tu lengua con versos
que se confiesan en lengua extranjera.
Contener la espera y ser olvido ineludible,
lumbre extinguida bajo la mesa.
Quise que ignoraras mis ojos,
bebieras de mi fuente
y te fueras sin promesas eméticas
que activaran una guillotina con tu fe
al cerrar la puerta diciendo que amas.
Pero me entretuve recogiendo migajas
y olvidé todo lo que quise.
Sobre las ruedas del tiempo
Otra vez soy el tiempo que me queda
J. M. Caballero Bonald
Esta aspereza
es producto de una vejeztud dictatorial
como la del gallo obligado a cantar de mañana.
Viajo en una carreta que avanza sin avío
en la angostura de pueblos blancos,
levantando polvo fino.
Y trago en seco
aire de memorias en desplome, en la ansiedad
de esta voz sin reverberación.
Y con el paso de los años me enamoro más del silencio.