Poeta chileno de Alejandro Zambra: Otra ronda de cerveza… y poemas

Poeta chileno es la última novela de Alejandro Zambra. En esta edición de Alastor presentamos un invitación a su lectura.

La poesía chilena. Foto de Víctor Ruiz

Leer es una forma de ausentarnos y liberarnos por al menos unas horas del peso, a veces insoportable, de nuestro yo; leemos para viajar, sentir y mirar a través de otros. Pero hay libros que son espejos y a través de las vicisitudes de sus personajes revelan nuestra propia experiencia vital. ¿Quién no ha vivido en carne propia una relación enfermiza como la de Rímini y Sofía en la claustrofóbica novela de Alan Pauls El Pasado o experimentado la vergüenza por el acné como Gabriel Lisboa en Contarlo todo de Jeremías Gamboa? A esta familia especular pertenece la nueva novela de Alejandro Zambra: Poeta chileno.

Mientras leía la historia de Gonzalo y Vicente, sus personajes principales, me fue imposible no verme identificado con su educación sentimental y literaria, difícilmente pude desvincular mi vida de la de ellos, de alguna manera al leerlos me leía a mí mismo; “La voz del poeta se filtra a través del cedazo del lenguaje”, escribió Octavio Paz, y no olvidemos que antes de novelista Zambra fue poeta,  y es esa voz la que se filtra por las páginas de esta historia, porque sí, esta novela habla de poetas, es un homenaje irónico, tierno y melancólico a esos seres “geniales y excéntricos, buenos para el vino (o la cerveza) y expertos en los vaivenes del amor“, que pululan por las noches, rumiando versos como si hablaran con ellos mismos (después de todo qué es la poesía sino un monólogo), se enamoran una y mil veces con la misma intensidad de la primera vez, fracasan en sus relaciones una y otra vez y aun así están convencidos (cínicos e ingenuos) que amaron  y los amaron desmesuradamente y la prueba son esos poemas eróticos y sentimentales, inundados por lo que ellos llaman (esnobistas hasta la médula) saudade por los amores perdidos.

El uso del narrador en tercera persona, que a veces rompe la cuarta pared para expresar empatía y compasión hacia sus personajes, confiere intimidad al relato, como si un amigo, frente a botellas vacías y ceniceros sucios (sí, como el poema de Gil de Biedma), nos contara esta historia de amor para convertirnos en cómplices silenciosos, por eso en algunos momentos se dirige a nosotros para que no juzguemos a sus creaturas; así por ejemplo, cuando le rompen el corazón a Gonzalo y este se entrega a una desesperada lucha por reconquistar a Carla escribiéndoles poemas, nos advierte que:  “En ninguna de esas cuarenta y dos composiciones había, por desgracia, genuina poesía”, pero:

No tiene gracia que nos burlemos de sus sentimientos; burlémonos mejor del poema, de sus rimas obvias o mediocres, de su sensiblería, de su involuntaria comicidad, pero no subestimemos su dolor, que era verdadero.  

Y ya que tocamos el tema del amor, es importante aclarar que este se trifurca en tres tipos: 1. El amor pasión entre Gonzalo y Carla / Vicente y Pru 2. El filial entre Gonzalo y Vicente 3. El de la poesía en Gonzalo y Vicente. Del primero, podemos decir que esta es una novela de encuentros y desencuentros, los personajes aman con desenfreno, ternura y absurdidad, a veces se masturban porque “Masturbarse pensando en la persona amada, es como se sabe, la más fogosa prueba de fidelidad”. En el segundo se nos revela un Zambra totalmente inédito, plenamente maduro y capaz de conmover sin llegar a la cursilería (por lo menos a mí me pasó y creo que a cualquier lector que sea padre le sucederá); si bien es cierto, Gonzalo y Vicente no son padre e hijo sino padrastro e hijastro, esta es quizá, hasta el momento, una de las mejores novelas sobre paternidad que he leído;  ¿Existe alguna fórmula secreta para ser padre? ¿Se puede serlo sin renunciar a la individualidad? ¿El sentimiento paterno nace espontáneamente por la responsabilidad? Son preguntas que me asaltaron durante la lectura y que Gonzalo responde con una crítica mordaz precisamente a la paternidad tradicional:

Se creen generosos porque ponen cien lucas mensuales, pero nunca hicieron una tarea con sus hijos, que de todas maneras los quieren, los incluyen en todos los dibujos. Aunque no lleguen. Porque a veces no llegan. Los padres biológicos, los padres separados, los padres puertas afuera son la misma mierda… son parásitos, son tumores inextirpables, meros rostros posando para las cámaras…

Tres amores distintos, pero un solo dios verdadero: la poesía. Omnipresente en toda la novela, este tipo de amor se conjuga perfectamente con el pasional y el filial, es decir, con la vida misma, porque “son los poetas y no los narradores los que deben capturar absolutamente todos los detalles de cada experiencia vivida, pero no para contarlos, no para vociferarlos en un relato, sino para inscribirlos, por así decirlo, en su sensibilidad, en su mirada: para vivirlos, en una palabra”. Para estos poetas chilenos el amor y la poesía son “asuntos casi simultáneos”, por eso aspiran a la honestidad y procuran escribir atendiendo a sus emociones, buscando eso sí una voz singular, porque así como negamos la figura del padre, se debe también rechazar la presencia tutelar de los poetas mayores. No creen que la poesía vaya a cambiar el mundo, pero sí transformar a la persona que la escribe o lea. Ningún poema es inútil, porque para cada experiencia, ya sea de amor o desamor, alegría o tristeza, rabia o tranquilidad, existe un poema  y un poeta (esta cursilería obviamente no es de Zambra, sino del incorregible sentimental que escribe esta reseña).

Podría seguir hablando de esta atípica novela de cuatrocientas y pico de páginas de un escritor que nos tenía acostumbrados a su parquedad (léase Bonsái, Formas de volver a casa, La vida privada de los árboles), pero mi propósito no es contarla (odio los spoilers) ni escribir una crítica, sino invitarlos a su lectura. Estoy más que seguro que los amantes de la poesía encontrarán una novela a la que siempre volverán en busca de un refugio, porque el mundo de los poetas, según un personaje,  es "menos clasista, ellos son torpes y genuinos" y a lo único que aspiran es poder cazar con sus palabras algún hermoso poema o un amor distraído. Mientras tanto, otra ronda de cerveza… y poemas.