Expropiados: cuatro poetas actuales de las naciones originarias en Estados Unidos

Esta muestra pertenece a Los hijos de Whitman (111 + 1 poetas estadounidenses), compilación y traducción de Francisco Larios, de próxima publicación.

   
 

 

Natalie Díaz

 

 

Alumno de primeras letras necesita estudio más minucioso de la opresión de serafines anglikanos contra una rezerva de indios en la selva 

 
Los ángeles no vienen a la reservación.
Murciélagos, tal vez, o búhos, cuadraditos y moteados.
También coyotes.  Todos ellos  representan lo mismo:
muerte.  Y la muerte
come ángeles, supongo, porque nunca he visto a un ángel
volar sobre este valle.
¿Gabriel? Nunca lo oí mentar.  Aunque conozco a un tipo llamado Gabi—
vino aquí para un pow-wow y se quedó, típico indio.
Seguro que tenía alas,
porque era un pajarito de celda.  Vuela en carros robados.  Dondequiera que llega,
los niños crecen como calabazas en los vientres de las mujeres.
Como lo dije, ningún indio, que yo sepa, ha sido nunca un ángel o ha visto uno.
A lo mejor en un desfile de Navidad o algo así—
la iglesia Nazarena presenta uno cada diciembre;
lo organiza la esposa del Pastor John.  Por supuesto,
el hijo del Pastor es el ángel—todo el mundo sabe que los ángeles son blancos.
Basta de pensar en ángeles-digo yo.  A los indios no les sirven.
¿Recuerdas lo que pasó la última vez
que cierto dios blanco vino, flotando en el océano?
Es verdad, puede que haya ángeles, pero si  los hay 
allá arriba, viven  en las nubes o sentados en tronos sobre el mar, cubiertos
por mantos de terciopelo y anillos de oro, beben whisky en copas de plata,
nos conviene que sigan siendo ricos, gordos,  feos, y
que se queden exactamente ahí donde están—en sus lejanos cielos.
Más te vale que nunca veas ángeles en la rezer.  Si algún día los ves, será porque te llevan
                        en marcha forzada
hasta Sión u Oklahoma, o hacia algún otro infierno que habrán diseñado para
nosotros.

 

Por qué no hablo de flores cuando las conversaciones
con mi hermano llegan a silencios incómodos

 

Perdónenme, guerras distantes, por traer                 
flores a casa.                                                              
Wislawa Szmborska                                                   

 
En las montañas de Cachemira,
mi hermano baleó a muchos hombres,
hizo estallar cráneos de pieles morenas,
tiñó de carmesí la arena blanca del desierto.
 
¿Qué se puede decir a un hombre
que ha recorrido un mundo así,
cuyas manos y cuyos ojos
lo han traicionado?
 
¿Había flores por allá?  Pregunté
 
Esta fue su respuesta:
 
En una aldea, una turba de hombres
envolvió a una mujer en sábanas.
La mujer no se resistió.
Sus pies descalzos se arrastraban en el polvo.
 
La acostaron sobre el camino
y la apedrearon.
 
El primer hombre era su padre.
Lanzó dos piedras, una tras otra.
En el camino, el hermano de la mujer
le había llenado los bolsillos de piedras.
 
La multitud era un enjambre
de abejas aturdidas. La andanada
de piedras contra su cuerpo
ahogó sus gemidos.
 
La sangre estalló en las sábanas
como un racimo de violetas,
como cien rosas en flor.
 

 


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Sherman Alexie

 

 

De “Bestiario”

 
 
Mi madre me envía una foto en blanco y negro
en que aparecen ella y mi padre allá por
1968, posando con dos indios.
 
“¿Quiénes son esos  indios?”, le pregunto
por teléfono.
 
“No sé”, dice.
 
La siguiente pregunta era obvia: “¿Entonces por qué
me enviaste esta foto?”  Pero no hago
la pregunta.
 
Uno de esos indios desconocidos
apunta hacia el cielo.
 
Por encima de ellos, un pájaro en forma
de signo de interrogación.

 

En el tren de Boston a Nueva York

 
La mujer blanca del otro lado del pasillo me dice “Mire,
mire toda la historia, esa casa
allá sobre la colina tiene más de doscientos años”
mientras señala por encima de mí hacia fuera de la ventana
 
lo que le han enseñado en la escuela.  He aprendido
algo más de lo que esperaba sobre historia de Estados Unidos
en estos pocos días que he regresado al Este, y mucho menos
de lo que todos deberíamos saber acerca de las narraciones tribales
 
cuya arquitectura es 15000 años más vieja
que las esquinas de la casa convertida en museo
que se asienta sobre la colina. “Walden Pond”,
pregunta la mujer del tren, “¿Vio usted Walden Pond?”
 
y no tengo un corazón tan cruel para romper
el suyo y decirle que hay cinco Walden Ponds
en mi pequeña reservación allá en el Oeste
y por lo menos cien más alrededor de Spokane,
 
la ciudad que traté de llamar mi hogar.  “Escuche—
le pude haber dicho—me vale verga
Walden.  Sé que los indios eran historias vivas
en torno a ese lago antes que los abuelos de Walden nacieran
 
y antes que los abuelos de sus abuelos nacieran.
Y también estoy harto de oír que Don Puto Henley lo salvó,
porque es redundante.  Para empezar, si los hermanos y hermanas
de Don Henley y su madre y su padre no hubieran venido aquí
 
nada tendría que ser salvado.”
Pero no dije una palabra sobre Walden Pond a la
mujer porque ella sonreía tanto y parecía tan feliz
que solo pensé en traerle un jugo de naranja
 
del vagón restaurante.  Respeto a los mayores
de cualquier color.  Lo único que hice en realidad fue comerme
mi insípido sándwich, beber mi Pepsi de dieta
y asentir con mi cabeza cuando la mujer señalaba
 
otra pequeña muestra de la historia de su país
mientras yo, como han hecho todos los Indios
desde que comenzó esta guerra, hice planes
acerca de lo que diría la próxima vez
 
que alguien del bando enemigo piense que soy uno de ellos. 
 

 


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Layli Long-Soldier

 

 

38

 
Aquí se respetará la frase.
Compondré cada frase cuidadosamente, siguiendo las reglas de la escritura.
Por ejemplo, todas las frases comenzarán con mayúsculas.
Igualmente, se honrará la historia de cada frase terminando cada una con puntuación correcta, como un punto o un signo de interrogación, llevando así la idea a (momentáneo) fin.
 
Puede que te interese saber que no considero esto un “trabajo creativo”.
En otras palabras, no lo veo como un poema de gran imaginación o como una obra de ficción.
Tampoco se dramatizarán los hechos históricos para hacerlos lectura interesante.
Por tanto, me siento comprometida más que todo con el orden de la frase; transmisor de pensamiento.
Dicho esto, comienzo:
Habrás o no habrás oído hablar de los 38 Dakotas.
Si esta es la primera vez que oyes hablar de ellos, a lo mejor te preguntes, “¿Quiénes son los 38 Dakotas?
 
Los 38 Dakotas son treinta y ocho hombres Dakotas que fueron ahorcado por orden del presidente Abraham Lincoln.
 
Hasta la fecha, se trata de la más numerosa ejecución “legal” en la historia de EEUU.
El ahorcamiento tuvo lugar el 26 de Diciembre de 1862, al día siguiente de Navidad.
Esa fue la misma semana en que el presidente Lincoln firmó la Proclama de Emancipación.
En la frase anterior, escribí “misma semana” en cursiva, para enfatizar.
Hicieron una película titulada Lincoln sobre la presidencia de Abraham Lincoln.
En la película Lincoln incluyeron la firma de la Proclama de Emancipación; no así el ahorcamiento de los 38 Dakotas.
 
En cualquier caso, te preguntarás, “¿Por qué ahorcaron a treinta y ocho Dakotas?”
Los ahorcaron por La Rebelión de los Siux.
Quiero contarte La Rebelión de los Siux, pero no sé por dónde empezar.
A lo mejor salte de una parte a otra y los detalles no vayan en orden cronológico.
Recuerda que no soy historiadora.
Así que voy a relatar los hechos lo mejor que pueda, dados mis limitados recursos y entendimiento.
Antes de que Minnesota fuera un estado, la región Minnesota, en términos generales, era el hogar tradicional de los pueblos Dakota, de los Anishnaabeg, y de los Ho-Chunk.
 
Durante los 1800s, cuando el territorio de EEUU crecía, “compraron” tierra al pueblo Dakota, al igual que a otras tribus.
 
Pero otra manera de entender ese tipo de “compra” es: líderes Dakotas cedieron tierra al gobierno de EEUU a cambio de dinero y productos, pero sobre todo, a cambio de la seguridad de su pueblo.
 
Hay quienes dicen que los líderes Dakota no entendieron los términos que aceptaban, de lo contrario nunca hubieran aceptado.
 
Hay otros que incluso llaman toda la negociación “estafa”.
Pero para convertir sea-lo-que-fuese en algo oficial y vinculante, el gobierno de EEUU redactó un primer tratado.
 
Este tratado fue remplazado más tarde por otro (más conveniente) tratado, y luego otro.
He tenido problemas desenredando los términos de esos tratados, por su jerga parlamentaria y leguleya.
 
A medida que los tratados fueron abrogados (violados) y nuevos tratados fueron redactados, uno tras otro, los nuevos tratados se referían constantemente a los viejos difuntos tratados en un turbio y zigzagueante rastro.
 
Aunque con frecuencia me siento perdido en ese rastro, sé que no estoy sola.
Sin embargo, a mi mejor entender, en 1851 el territorio Dakota era una faja de 12 millas por 150 millas a lo largo del río Minnesota. 
 
Pero apenas siete años después, en 1858, la zona norte fue cedida (expropiada) y la zona sur fue (convenientemente) distribuida, lo cual redujo la tierra Dakota a un magro tramo de 10 millas.
 
A estos tratados modificados y violados se les llama comúnmente Tratados de Minnesota.
La palabra Minnesota viene de mni, que significa agua; sota quiere decir turbio.
Sinónimos de turbio incluyen, nebuloso, oscuro, confuso, nublado.
El lenguaje que usamos lo dice todo.
Por ejemplo, un tratado es en lo esencial, un contrato entre dos naciones soberanas.
Los tratados de EEUU con la Nación Dakota fueron contratos legales que prometían dinero.
Podría decirse que este dinero era en pago por la tierra que los Dakota cedieron; por vivir dentro de las fronteras asignadas (una reservación); y por renunciar a sus derechos en los vastos cotos de caza, lo cual, a su vez, volvió al pueblo Dakota dependiente de otro medio para sobrevivir: el dinero.
 
La frase anterior es circular, lo cual la hace semejante a tantos aspectos de la historia.
Como ya te habrás imaginado, el dinero que fue prometido en los turbios tratados nunca llegó hasta las manos del pueblo Dakota.
 
Aparte de eso, los comerciantes del gobierno local no daban crédito a los “Indios” para comprar comida y otros bienes.
 
Sin dinero, sin crédito para comprar y sin derecho a cazar más allá de sus 10 millas de terreno, los Dakotas empezaron a pasar hambre.
 
El pueblo Dakota moría de hambre.
En la frase precedente, la palabra “hambre” no necesita cursiva para énfasis.
Uno debe leer, “El pueblo Dakota moría de hambre”, como la afirmación simple y directa de un hecho.
 
Como consecuencia—y sin otra opción más que continuar en hambruna—los Dakotas contraatacaron.
Los guerreros Dakota se organizaron, atacaron y mataron a colonos y comerciantes.
Esta revuelta se conoce como La Rebelión Siux.
Eventualmente, la Caballería de EEUU vino a Mnisota a enfrentar la Rebelión.
Más de mil Dakotas fueron encarcelados.
Como antes mencioné, treinta y ocho hombres Dakotas fueron ahorcados posteriormente.
Después del ahorcamiento, aquellos mil prisioneros Dakota salieron libres.
Sin embargo, como consecuencia adicional, lo que quedaba de territorio Dakota fue disuelto (robado).
El pueblo Dakota no tenía tierra hacia donde regresar.
Esto quiere decir que fueron expatriados.
Sin hogar, el pueblo Dakota de Mnisota fue reubicado (forzado) a reservaciones en Dakota del Sur y Nebraska.
 
Hoy en día, año tras año, un grupo llamado Los 38+2 Jinetes Dakota realizan una peregrinación memorial a caballo desde Lower Brule, Dakota del Sur, hasta Mankato, Mnisota.
 
Los Jinetes de la Memoria recorren 325 millas a caballo durante dieciocho días, a veces en medio de gélidas tormentas de nieve.
 
Concluyen su travesía el 26 de Diciembre, el día del ahorcamiento.
Los homenajes contribuyen a centrar nuestra memoria en hechos o gente específicos.
Con frecuencia los homenajes adoptan la forma de placas, estatuas o lápidas.
El homenaje a los 38 Dakotas no es un objeto con palabras esculpidas, sino un acto.
A pesar de eso, comencé este escrito (el cual no considero un poema u obra de ficción) porque me interesaba escribir acerca de la hierba.
 
Y hay otro hecho que debe incluirse, aunque no está en el orden cronológico y hace falta retroceder un poco.
 
Cuando el pueblo Dakota moría de hambre, como recordarás, los comerciantes del gobierno no extendían crédito en las tiendas a los “Indios”.
 
Un comerciante llamado Andrew Myrick es famoso por negarse a dar crédito a los Dakotas diciendo, “Si tienen hambre, que coman hierba”.
 
Hay variantes de las palabras de Myrick, pero todas más o menos en el mismo sentido.
Cuando mataron a los colonos y comerciantes durante la Rebelión Siux, uno de los primeros ejecutados por los Dakota fue Andrew Myrick.
 
Cuando hallaron el cuerpo de Myrick, su boca estaba rellena de hierba.
Me inclino a llamar este acto de los guerreros Dakota un poema.
Hay ironía en su poema.
No había texto.
Los “verdaderos” poemas en “verdad” no precisan de palabras.
He puesto la frase anterior en cursiva para indicar diálogo íntimo; un momento de revelación.
 
Pero, ahora que lo pienso, las palabras específicas “Que coman hierba”, ponen en marcha el engranaje del poema.
 
Por tanto, se puede decir que la escogencia de lenguaje y vocabulario es crucial para el funcionamiento del poema.
 
Se cierra el círculo de nuevo.
A veces, en un círculo, si uno desea salirse, debe saltar.
Y dejar al cuerpo                                                         balancearse.
Desde la plataforma
                        Hasta
                                    la hierba
 

 


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Simón Ortiz

 

 
 

Cultura y universo

 
Hace dos noches,
en la oscuridad del cañón,
sólo la media luna y las estrellas,
sólo hombres.
Oración, fe, amor,
existencia.
                        Se nos mide
por una  extensión más allá de nuestro alcance.
La oscuridad es luz.
La piedra se levanta.
 
 
No sé
si la humanidad entiende
la cultura:  el esfuerzo
de ser humano
no es fácil de entender.
Con varas de madera pintada
y plumas, entramos
al desfiladero, vamos en dirección a la piedra,
una presencia enorme
en pleno invierno.
 
Nos detenemos.
 
                        Recuéstate en mí.
                        El universo canta
en sosegada meditación.
 
Enmudecemos,
                                   estoy en ti.
 
Sin saber por qué
la cultura necesita nuestro conocimiento,
somos un solo ser en el cañón.
                                   Y el muro de piedra
sobre el que me recuesto me hace girar
en la quietud, sin palabras,
al alcance de las estrellas y de los cielos
dentro de mí.
 
No es la humanidad, después de todo,
ni es la cultura
lo que nos limita.
Es la vastedad
que no penetramos.
Son las estrellas a las que
impedimos que nos posean.
 

 


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Francisco Larios

Nacido en Nicaragua, reside actualmente en Estados Unidos. Como poeta, ha publicado Cada Sol Repetido (Managua: anamá, 2010), Astronomía de un Sueño/Astronomy of a Dream (Barcelona: Carmina in minima re, 2013; plaquette), The Net in Sight/La red ante los ojos (Quito: Rascacielos, 2015), La isla de Whitman (Buenos Aires: Buenos Aires Poetry, 2015) y Sobre la vida breve de cualquier paraíso (Managua: 400 Elefantes, 2017); como traductor y antólogo, Los hijos de Whitman: Poesía norteamericana en el siglo XXI (Ciudad de México: Valparaíso, 2017). Es también doctor en Economía y consultor de economía internacional, investigador y catedrático.

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