These Many Rooms [selección de Laure-Anne Bosselaar]

Presentamos una selección de poemas de Laure-Anne Bosselaar extraídos de su poemario These Many Rooms vertidos al español por el poeta y traductor Alain Pallais. Sumergida en el duelo por la pérdida de su esposo logra contemplarse en una lucha con el sufrimiento alargado por el amor hacia alguien que ya no está. 

Sorrow por Pankaj Kaushal | Flickr | CC

[Esta nostalgia que siento por él]

 

Esta nostalgia que siento por él, el ahogo en mi garganta otra vez-

basta, basta.

 

Me cubro los hombros con un abrigo, 

cierro la puerta tras de mí, suavemente, 

 

como si temiera despertar otro dolor.

Un nuevo amanecer. Se colará por el cielo

 

tras las palmeras. Con mis puños en los bolsillos, me marcho hacia el este 

sobre esta calle

 

de bungalós y pretendo ser de este lugar, entre cien 

ventanas iluminadas una por una, entre los primeros

 

corredores y sus perros, pasando por garajes que en su bostezo expulsan 

vehículos a la ruidosa actividad del día.

 

Esta nostalgia otra vez por él, 

él, que este junio no quiso esperar la luz, 

 

apartó su rostro de la ventana y, sin hacer ruido,

entró al silencio.

 

 

[Por meses, fue necesario] 

 

Después de su muerte, durante meses, me fue necesario recordar nuestras habitaciones...

             algunas iluminadas por lo trivial, otras amables con una oscuridad 

 

que nos consoló: ocultó nuestra propia oscuridad.

             Así que, durante meses, dudosa, recordé:

 

habitaciones donde se quedaban amigos, alcobas con nuestras camas,

             con nuestros libros, dormitorios con cortinas que cosí

 

de algodones brillantes. Mesas cargadas de risa

             un tazón astillado bajo la luz matinal, brunas 

 

ramas junto a la ventana, al llegar la noche, y también de aquellas 

habitaciones, en las que nos juntamos

 

para estar lejos de todo – y a veces de nosotros mismos –

             incluso, me acordé de aquello.

 

Pero hoy, al recostarme en el marco de la puerta

             y observar la noche instalada en su habitación 

 

lo que mejor recuerdo es cómo, para abrazarlo por el cuello,

             debía ponerme de puntillas.

 

 

[Entonces, ¿cómo estás?]

 

Entonces, ¿cómo estás? me preguntan amigos, muy amables y preocupados, 

                  sus cabezas ladeadas, sus ojos fijos a los míos. 

 

Y, de esta forma, vuelvo a ser suya: 

                  su esposa, su viuda: la persona cuyo apellido

 

fue unido al de él con un guion – y estoy extrañamente feliz 

                  de hablar sobre mí, 

 

unida a él otro tanto, por última vez, 

                  y decir que estoy bien, mejor, y no mencionar 

 

su nombre en voz alta, pues sé muy bien 

                  que arrojaría una sombra sobre la conversación – 

 

muy amable y preocupada – y también sobre él, 

                  quien ya no tiene una sombra.

 

 

[Algunas noches]

 

Algunas noches, recostada sobre él, con mi rostro en su cuello, lo extrañaba 

– sentía que él estaba en otro sitio.

 

Después que falleció compré una cama nueva, sus huellas en la nuestra eran crueles

– hoy que no está en ninguna parte.

 

[Entonces, te detienes]

 

Dejas de llorar. Levantas el rostro de entre tus manos. 

           No porque ya acabaste o te sientas aliviada, 

                         sino porque oyes un leve golpe en la ventana. 

 

Levantas la mirada. Es una rama que golpea, que se agita y distrae 

            tu dolor. Te limpias el rostro 

                         con ambas manos. 

 

No es una señal. Eres consciente de eso. No crees 

            en señales. Anunciaron una tormenta, 

                        se acerca. Eso es todo. 

 

Sin embargo, el cielo está tan quieto – tan iluminado. 

             De nuevo, esos golpes en la ventana. No es él. 

                        Por supuesto que no.