Tocadiscos
Una selección de poemas del poeta constarricense William Velásquez Vásquez presentes en su libro Tocadiscos.
TOCADISCOS
Primero fue la aguja
rozando la piel sinuosa del vinilo.
Un prolongado apareamiento
a treinta y tres revoluciones por minuto
y un súbito parto de tonadas dolorosas
gemía desde los altavoces.
Al final vendrá el scratch,
como un último jadeo
por ese orgasmo compartido
entre acetato y zafiro.
La música emerge entre los surcos
y de cierto, de cierto les digo
que mientras ardan las melodías
no habrá ralladuras ni saltos que importen.
LOS POZOS DEL CAFÉ
La humeante oscuridad de un café
colma despacio
a su fría homóloga de las noches,
mientras la soledad ensaya
su mueca de espantapájaros.
La voz de Nina Simone gotea en trémolos
sobre los pozos de lo que fue un piano.
Uno tras otro, los minutos
agotan su ciclo de vida,
y un pequeño funeral se oficia tras mis labios,
que hieden a fango, a óxido y abandono,
y a eso debe apestar
el hocico del diablo.
PLEGARIA A JANIS JOPLIN
Cierro los ojos ante tu voz corrosiva,
y levito en los umbrales
de un infierno metafísico,
Bruja cósmica de la constelación del blues,
Beatriz alcoholizada
en la maldita comedia de mi insomnio.
Deidad etílica de mi somnosfera,
recíbeme esta noche en tu entrepierna.
Quiero escucharte gemir
como lo hacías en “Summertime”
desde tu lecho de huesos.
Aunque eras fea, lo admito,
desearía verte proferir
ese aullido poderoso
de “Piece of my Heart”
enredada entre mi cuerpo.
Musa despeinada y psicodélica,
trunca ya tu larga muerte
y resucita
como la diosa que eras.
CRISANTEMOS PARA MARY POLE
Dancing in the deepest oceans
Twisting in the water
You're just like a dream...
ROBERT SMITH
A Lawrence Castro
Sobre las huellas de su sombra,
el joven Robert cruza el jardín de Mary Pole,
asustado por lo que el mañana le depare.
Carga uno de esos ramos que acortan
los días otoñales.
Toca la puerta y espera.
Ella abre y se sorprende:
el peinado del muchacho
se alarga en el embrujo
de sus flores favoritas.
Él prometió que incluso cuando
los Tres Chicos Imaginarios fueran famosos,
sería siempre su crisantemo
y en su honor llevaría el cabello alborotado.
Y entonces los vio bailar el mundo
a orillas de un acantilado,
girando sobre el agua
como lo hicieran a solas en Cabo Beachy,
moviendo los labios para respirar sus nombres,
desmayados en el suelo desde un beso.
Con las canciones que compuso para Mary,
Robert se convirtió en una estrella
y encontró la cura para tantas soledades.
Ella envejeció junto a su amado
cabeza de crisantemo
extraña como los ángeles,
tras el anonimato,
suave y única,
igual al cielo.
TOMBSTONE BLUES
Esa parte del vinilo
donde se acaban los surcos
y la aguja se precipita
hasta embestir el silencio;
ahí, donde no hay ruidos
ni compases análogos
es una especie de simulacro
del funeral
que nos espera.
ESCUCHA LA SALMODIA DE AQUEL MIRLO QUE TE LLAMA
Blackbird singing in the death of night
take these broken wings and learn to fly
PAUL MCCARTNEY
A Wendy
Presta atención a la partitura de la noche.
De todas las teclas del cosmos se fragua una melodía,
escalas de pesadilla
sin clave de Sol para atar las horas.
atiende al vacío que regurgitan las sombras
y escucha la salmodia de aquel mirlo que te llama.
Pero no mires de cerca su espectáculo umbrío,
te perderá por los trillos demarcados con una lágrima.
Yo vengo de vuelta de esos parajes insomnes;
de milagro estoy contándote
los infiernos que he visto.
Los surcos del pentagrama debí torcer
para encontrarme
de vuelta en la claridad,
y fue difícil el giro.
Es bella la entonación de la soledad;
¿por qué discutirlo?
parece un aria al portador, pero es una trampa;
un canto de sirena que descascara tu navío.
Presta atención a la memoria de tus huesos,
el crujir de su silencio
tendrá siempre algo que decirte.
Marca el compás de la canción que te llega de lejos,
y baila sobre tu propio eje;
no acudas a su hechizo.
Escucha la rapsodia de aquel mirlo que te canta,
pero
cuando diga tu nombre
mejor tápate los oídos.
SCREAM FOR ME, CENTROAMÉRICA
Take my hand, I’ll lead you to
the promised land.
Take my hand, I’ll give you immortality
STEVE HARRIS
Aquel 26 de febrero del 2008,
en un pacto firmado con la transpiración
de treinta mil rockeros de todo el istmo,
fundamos la Capitanía General
de las Camisetas Negras.
Por primera vez una banda legendaria
visitaba nuestra tierra;
la fraternidad ungía el ambiente,
y jamás olvidaré que un hondureño
me salvó de morir aplastado
por el tropel de botas metaleras.
Una mano de cada país escarbaba
en mi bolsa de frituras;
comimos a partes iguales,
bebimos de la misma botella.
Era el prodigio de la multiplicación
de los peces y los panes;
nos protegíamos del sol
bajo una carpa de siete banderas.
Cuando a las 4 de la tarde
el estadio abrió sus puertas,
la multitud me empujó
hacia la boca del monstruo,
pero ahí estuvo ese catracho
corpulento y bajito
que interpuso su espalda ante la estampida,
y tiraba de mi brazo para que no cayera.
Llegamos a salvo a la gramilla
para presenciar la liturgia
de la Bestia y la Doncella.
Esa noche, en una voz colectiva,
coreábamos “Heaven Can Wait” y,
poseídos por tanta música,
la nacionalidad era una anécdota.
Y aunque Bruce Dickinson bramaba
“Scream for me, Costa Rica”,
nuestro grito era el júbilo hermanado
de toda Centroamérica;
milagro que nos concedió
la única doctrina en la que creo:
la sudorosa y desgalillada
Religión del Heavy Metal.
PARQUES
Vespertina bipolaridad de los parques:
tan repletos y a su vez tan desolados.
Cientos de otredades se congregan.
Los ancianos regurgitan sus historias,
los niños corren tras botellas de plástico.
Evangelistas y vendedores vociferan
ensimismados;
prevaricadores de estirpes paralelas,
alimañas oferentes del milagro.
Un violinista callejero, por unas pocas monedas,
me transporta con su “Let it be”
al giro de mis acetatos.
Dos hermosas muchachas pasan a mi lado.
Llevan desnudas sus piernas.
Ondulan cual medusas sus cabellos pintados.
Sin embargo, estoy hambriento
y no atiendo sus encantos:
Con fruición devoro un bocadillo
y a mis pies una paloma picotea las boronas
como dádivas de un dios desheredado.
Nos hicimos compañía, en frugal cena comulgamos;
pero se aburrió de mí y desertó,
revoloteando.
La soledad es una sombra de aves taciturnas.
Una migaja de tiempo que en ocasiones nutre
y tantas veces nos causa espasmos.
DISCOS VIEJOS
Algunas tardes escucho bandas
borradas del planeta.
Ningún amigo las recuerda.
Si no fuera por mis discos,
las creería alucinaciones
(como los amigos)
En esta sala, los discos
son lo mismo que los libros
en casa de Cortázar:
un remanso,
un sorbo de saudade,
el único lugar tranquilo.
Me dan la certeza de no estar loco.
De no ser por mí, a lo mejor,
esas bandas no existirían.
De no ser por ellas, quizás,
yo estaría más solo.
ANTI ROCKSTARS
Esto no es el Madison Square Garden
o el estadio de Wembley,
ni nosotros somos Rockstars,
hermano poeta.
No hay juegos pirotécnicos o pantallas gigantes.
Los reflectores no persiguen
nuestra danza frenética.
Sólo tenemos una mesita,
sendos vasos con agua,
y un micrófono mal amplificado
que nos turnamos por momentos.
El público no alcanza
ni la media centena;
sólo vienen a observarnos los más allegados,
la mayoría no entiende nuestro verbo;
otros llegaron porque el anuncio
prometía un refrigerio.
Es como si viéramos el “trailer”
de nuestro propio funeral:
aquí te das cuenta
de quienes te aprecian.
Esto no es Waken ni Lollapalooza,
hermano poeta.
No ansíes la ovación ni encendedores en alto;
mucho menos se te ocurra
lanzarte de espaldas sobre tu público.
Ellos no van a pasearte sobre sus manos,
no quieren un souvenir tuyo
para su cofrecito de tesoros.
Tampoco van a comprar tu libro.
Si levantas la vista mientras lees,
te frustrará constatar
que muchos se durmieron.
No somos Rockstars, hermano poeta,
nunca seremos un póster al costado
de la cama de las chicas que vinieron.
Nuestro editor nos transmite en vivo
porque no alcanza el presupuesto
para lanzar un DVD con la función en multi ángulos,
o un segundo tiraje de estas obras
que tanto nos consumieron.
No soy Frank Zappa ni tú Jim Morrison,
hermano poeta.
Nuestros textos inéditos,
o la pluma con que firmamos
jamás serán subastados
a precio de Caviar Almas
si nos revuelca la muerte.
Pero te incito a que leas,
como si cantaras en Las Ventas de Madrid,
en el Teatro de Bellas Artes,
o al menos en el Troubadour,
tras la estela de Don McLean,
de Bruce Springsteen o de John Lennon.
Lee, porque no hay más remedio
que fantasear con la hiel del éxito,
porque se vale alardear
que enfrentamos la hoja en blanco,
y que salimos airosos de ese duelo.
No somos Rockstars, hermano poeta;
no hay un rotulito de Sold Out
franqueando la entrada de este aposento.
No haremos gira mundial con nuestros libros;
incluso podría pasar
que nunca más publiquemos.
Lo más seguro es que nos ignoren
la pena, la gloria,
nuestros lectores, los caza talentos.
Así que sigue humilde,
encórvate sobre tu cuaderno,
traza toda la luz de tu palabra;
y haz un solo de eternidad con tus versos.
Ni tú ni yo somos Rockstars,
hermano, amigo:
Tan sólo somos m e n s a j e r o s.