Vivimos felices durante la guerra [Selección de Ilya Kamismy]
Ilya Kamismy es uno de los poeta en lenguas inglesa más importantes de los últimos años. A continuación presentamos una selección traducida al español por el poeta y traductor nicaragüense Alain Pallais.
Vivimos felices durante la guerra
Y cuando bombardearon las casas de los otros,
protestamos,
pero no lo suficiente, nos opusimos,
pero no lo suficiente. Estaba
en mi cama y a su alrededor América
se desplomaba: una casa invisible tras otra casa invisible tras otra casa invisible. —
Salí con una silla a contemplar el sol.
A los seis meses
de un desastroso reinado en la casa del dinero
en la calle del dinero en la ciudad del dinero en el país del dinero,
nuestro grandioso país del dinero, nosotros (perdónanos)
vivimos felices durante la guerra.
Acerca de las bodas antes de la guerra
Sí, te compré un vestido de novia tan grande que nos cubre a ambos
Y en el taxi camino a casa
me pasaste una moneda, de tu boca a la mía, con un beso.
La casera habría notado
los pringos que ensuciaron las sábanas —
los ángeles lo harían con más cuidado,
pero no. Aun me queda tu
ropa interior, ¡mi culo
es más pequeño que el tuyo!
Me das palmaditas en la mejilla,
sonríes —
¡podrías ganar la lotería y gastarlo todo en cirugías!
Pero eres dos dedos más hermosa que cualquier otra mujer —
No soy poeta, Sonia,
quiero vivir en tu cabello.
Saltaste sobre mi espalda, salí
corriendo hacia la ducha,
y sí, me resbalé en el piso mojado —
Te observo brillar en la ducha
sosteniéndote los pechos
con una mano —
dos leves explosiones.
Hicimos un bebé antes de la guerra
Besé a una mujer
cuyas pecas
despertaban a los vecinos.
Tenía un lunar en el hombro
que mostraba
como medallas a su valentía.
Sus temblorosos labios
me decían ven a la cama.
Su cabello al caer en medio
de una conversación me decía
ven a la cama.
Entré a la barbería de mis pensamientos.
Sí, la llevé a la cama en la silla
de mis brazos vellosos —
pues sus labios abiertos
me decían muerde mis labios abiertos.
Acostado bajo la frescura
de sábanas. ¡Sonia!
Las cosas que hicimos.
Mientras soldados obstruyen la escalera
Mientras soldados obstruyen las escaleras —
mi esposa
con sus uñas pintadas rasguña
y rasguña
la piel de su pierna, y puedo sentir
la dureza del hueso que está debajo.
Me llena de fe.
Mientras el niño duerme, Sonia se desnuda
Me restriega hasta que escupo
agua jabonosa.
puerco, y sonríe.
Un hombre debería oler mejor que su país —
tal es el silencio
de una mujer que habla en contra del silencio, sabiendo
que es el silencio lo que nos motiva a hablar.
Lanza al aire
mis zapatos y mis gafas
¡Soy de los sordos
y no tengo país
sino una bañera, un bebé y una cama matrimonial!
Enjabonarnos
lavarse los hombros el uno al otro
es algo sagrado.
Coger con cualquiera puedes
— pero ¿con quién te atreverías a sentarte
en el agua?
Lo que no podemos escuchar
A la fuerza metieron a Sonia en un jeep militar
por la mañana, una mañana, en una mañana de marzo, una reluciente mañana —
la empujan
y ella zigzaguea y gira y tropieza en silencio
que es el ruido del alma
Sonia, quien una vez dijo, El día que me arresten estaré tocando el piano.
Vemos a cuatro hombres
empujarla —
e imaginamos a cientos de pianos seniles formando un puente
desde Arlemovsk hasta la calle Tedna, y ella
espera a cada piano —
lo que queda de ella es
una marioneta
que habla con sus dedos
lo que queda de una marioneta es esta mujer, lo que queda
de ella (te tomaron, Sonia) — es la voz que no podemos escuchar — la voz más cristalina.
Plaza central
Los arrestados son obligados a caminar con los brazos en alto. Como si están a punto de dejar este mundo e intentan sentir el viento.
Para que se deleiten con una manzana, muestran a Sonia, desnuda, bajo el póster LAS TROPAS
LUCHAN POR TU LIBERTAD. La nieve se arremolina en sus fosas nasales.
Los soldados hacen un círculo con un lápiz rojo alrededor de sus ojos. El joven soldado apunta en el círculo rojo. Escupe. Otro también apunta. Escupe. El pueblo vigila. Alrededor de su cuello se lee: ME RESISTÍ AL ARRESTO.
Sonia mira hacia el frente, hacia donde están alineados los soldados. De repente, desde el silencio sale su voz, ¡Listos! Los soldados levantan sus rifles a su orden.
Yo, este cuerpo
Yo, este cuerpo en el que se hunde la mano de Dios,
con el pecho vacío, erguido.
En el funeral —
mamá Galya y sus titiriteros se levantaron para estrecharme la mano.
Empaco a nuestros hijos en una servilleta verde,
el obsequio preciso
Te fuiste, mi esposa la que da portazos; y yo,
un tonto, aun vivo.
Pero la voz que no escucho cuando hablo conmigo es la más cristalina:
cuando mi esposa lavaba mi pelo, cuando besaba
sus dedos del pie:
en las calles vacías de nuestro distrito, un viento leve
llamando a la vida.
Una esposa secuestrada, un hijo
con menos de tres días fuera del útero, en mis brazos, nuestro apartamento
vacío, en el piso
la nieve sucia de sus botas.
Sobre los azules techos de hojalata, la sordera
Nuestros chicos desean una ejecución pública en la plaza iluminada por el sol.
Arrastran a un soldado borracho, alrededor de su cuello se lee:
ARRESTÉ A LA MUJERES DE VASENK
Los chicos no tienen idea de cómo matar a un hombre.
Alfonso dice en señas, lo mataré por una caja de naranjas.
Los chicos le pagan su caja de naranjas.
Echa un huevo crudo en una taza,
olfatea un chorro de naranjas sobre la nieve.
Se echa el huevo a la garganta como un trago de vodka.
Se lava las manos, se pone calcetines rojos, se pone la lengua
donde ha tenido su diente.
Las chicas le escupen la boca al soldado,
Una paloma se posa en la señal de alto, y la hace balancearse.
Un chico idiota
susurra ¡Viva la sordera! y escupe al soldado.
En el centro de la plaza
un soldado de rodillas suplica mientras la gente del pueblo dice no con la cabeza y señala sus oídos.
La sordera se suspende sobre los azules techos de hojalata
y aleros de cobre; la sordera
se alimenta de abedules, de postes de luz, de techos de hospitales, de campanas;
la sordera descansa en los cofres de nuestros hombres.
Nuestras chicas dicen con señas, que comience.
Nuestros chicos, húmedos y pecosos, se persignan.
Mañana estaremos expuestos como costillas finas de perros
pero esta noche
nos importa tan poco como para mentir:
Alonso salta sobre el soldado, lo enrolla con el brazo y le atraviesa un pulmón.
El soldado vuela por la acera.
El pueblo observa los ruidosos huesos del animal
ante sus rostros y perciben el olor a tierra.
Son las chicas quienes se roban las naranjas
y las esconden bajo sus camisas.