Una tierra que promete el cielo es una tierra empobrecida
Maya Abu Al-Hayyat, poesía palestina traducida por el poeta costarricense Luis Rodríguez
¿QUÉ PASARÍA SI?
Cada vez que dejo mi casa,
es suicidio.
Y cada regreso, un intento fallido.
¿Qué pasaría si los neumáticos en llamas explotaran
y los soldados se volvieran unos bandidos?
¿Qué pasaría si los adolescentes se radicalizaran
y el conductor del camión se durmiera
sobre el volante? ¿Qué pasaría si
encontrará lo que estoy buscando?
Quiero regresar entera a casa.
Marco los caminos con migajas
para ayudarme a ir y venir
hasta que los pájaros
se comen todo mi pan.
MASACRES
Las masacres me han enseñado a no esperar
por aquellos que serán sacados de entre los escombros
y a no seguir historias de sobrevivientes.
Sigo mi día sin detenerme por las maravillas.
He aprendido cómo hacer que los amigos me olviden
y, si tengo suerte, también mis enemigos.
Cruelmente paso a través de los recuerdos.
El amor en la cara
de las adolescentes también pasa,
el maquillaje y el dolor se lo comen.
Y el orfanato dentro las maletas de los huérfanos
es arrojado por slogans hacia los basureros de la poesía.
Nada es para siempre.
Ni el éxito ni la pereza,
sin vacilar ni trabajar,
incluso el verso deslumbrante
se vuelve oneroso,
y tropezar o destrozarse
a veces es hermoso.
Un poco de peso ganado,
un poco brillo tenue en los ojos,
algunos amigos que te evaden o desean,
no hay mucho de lo que aprender.
Sigo corriendo en cuartos vacíos
para iniciar mi día como si ayer no hubiera terminado
y mañana nunca fuera a llegar.
Y antes de empezar a lanzar mis maldiciones
sobre aquellos que se mantienen en la soledad
y dudan de retornar mis saludos,
recuerdo con qué frecuencia en el frío
dejamos nuestra tierna piel
sangrante, extraña y seca.
AHORA LOS NIÑOS ESTÁN GRITANDO
Escucho sus bromas y charlas sobre Dios y el Diablo,
las flamas que quemarán mentirosos,
y lo que dicen las hermosas palomas que revolotean.
Ahora los niños están gritando
mientras escribo todo esto con la habilidad de una plagiadora
que sabe qué añadir y qué borrar
para que el texto se convierta en uno original.
Bosquejo un dibujo de la maestra
que me reprenderá mañana
luego de que los niños le digan lo que yo dije:
“No hay un Dios que nos quemará, y no hay un Diablo que vivirá en nuestros corazones”
Y a través de la pantalla de mi computadora portátil
un agujero en mi corazón del tamaño del que hay en el ozono
se expande. En él caben los niños, los diablos, las maestras,
y aquel roce de tu mano
que podía sellarlo.
REVOLUCIÓN
Las revoluciones que he conocido
comenzaron su primer día
redactando listas
para un muro de la vergüenza.
Aquellos que ganan matando menos niños
son perdedores.
Una tierra que promete el cielo
es una tierra empobrecida.
MAHMOUD
Mahmoud podría haber sido nuestro hijo.
Yo habría objetado el nombre
y, por razones familiares, habrías insistido en él.
Le hubiéramos comprado una cuna con una colcha azul
y un móvil musical con animales colgando de hilos
para convencerlo de que duerma,
yo, me hubiera quedado despierta toda la noche por su primer diente,
experimentado con diferentes formulas
porque mis pechos no producirían la suficiente leche
para su voraz apetito.
Y con una nueva cámara Nikon,
hubiéramos podido capturar su primer paso.
Y con sus habilidades verbales habría barrido el piso
con las destrezas de tu sobrina, evidentemente.
Hubiéramos estado en desacuerdo sobre su escuela primaria:
no hay nada malo con la educación pública, me hubieras dicho,
y yo seguiría demandando una privada.
Habrías levantado tu rostro hacia mi
mientras contabas los pocos dólares que nos quedaban
ante mi voluntad, con tal de balancear el presupuesto.
Pudimos haber sido felices,
su salveque escolar en una mano,
y la otra de lado a lado saludando a la hija del vecino
antes de despedirse de nosotros.
Su maestra se habría quejado
tal como las maestras suelen hacerlo,
y la habríamos llamado de muchas formas por su ceguera
ante la genialidad de nuestro único hijo. Sí,
le habríamos comprado un carrito de baterías,
construido un avión de papel que no vuela,
mantenido sus dientes blancos,
doblado el cuello de su camisa para que se viera mejor,
y él me habría amado más a mí que a ti,
debido a cuestiones que escapan a mi comprensión:
tus celos habrían crecido misteriosamente.
Y cuando su voz hubiera cambiado nos odiaría a ambos por igual
y amado a la hija del vecino aún más.
Nuestras cavilaciones nos atormentarían
durante horas por la noche. Los susurros
nos aconsejarían tener paciencia, dejarlo ir, observar
desde la distancia. Entonces habrías perdido el juicio
sobre su primer cigarrillo, el paquete escondido
en el cuarto de lavado, pero su voz trémula
te prevendría de no abofetearlo
con la palma abierta. Lo habrías perdonado,
eras así de amable. Él solo habría fumado en secreto.
Pero la primera roca que lanzó
hacia los soldados en el punto de control,
para aumentar su valor heroico ante los ojos de Manal,
habría declarado la guerra en nuestra casa:
mordidas seguidas de zapatillas voladoras.
Las discusiones nocturnas no nos habrían ayudado a alcanzar
soluciones concretas. Debería haberlo llevado
entre mis dientes, volar
de un vecindario a otro para protegerlo.
Pero siempre escaparía.
Eso sería quien siempre hubiera sido.
Un chico descarriado que nos drenaría el corazón y el alma,
ese es quien era. Aun así tú
fuiste convertido en mártir ocho años
antes que él naciera, y él fue hecho mártir también
ocho años después de que te perdí.
NO AMÉ Y NO FUI AMADA
La distancia entre tú y mis necesidades
me sobrepasa. No abriste la puerta de tu anhelo
lo suficiente para que las creaturas amarillas
de mi sangre entraran, ni forzaste tu entrada.
Mi necesidad no castiga mi alma.
No busco morir al ritmo
de necesidades básicas o algo de Chopin.
Mis hojas todavía no han caído.
Los otros transeúntes no sienten nada por mí.
Y yo no me convertí en una flor de almendro para
cumplir tu sueño de un largo abrazo.
Por allí estoy yo.
Mis dedos son palabras en conjunción,
mi corazón, un poema,
devuelvo la paz a la punta de mis dedos
con medias de terciopelo color café
para imaginar calidez
cuando la única calidez posible
eres tú en llamas
abrumado por la derrota.
Frío, tu frialdad, me consume.
No amé y no fui amada