Apología Lumbar, una aproximación

El escritor y crítico Erick Aguirre, con la lucidez que lo caracteriza, nos ofrece una aproximación a la novela de Maynor Cruz, Apología Lumbar. (Lector Disléxico, 2025) 

Carpe diem, por Aldo Vásquez

Antes de publicar los textos breves agrupados en Mitomanías (2022), el nicaragüense Maynor Xavier Cruz (1988), había publicado las novelas cortas Palpitaciones (2015) y La perseguidora (2017), de las que he podido leer considerables fragmentos que ahora, cuando ha publicado otra novela corta titulada Apología lumbar (2024), me han hecho empezar a comprender el interesante mundo narrativo que, según creo, hasta ahora ha venido construyendo. Un mundo narrativo no sólo determinado por el tono, el estilo o la voz característica de sus narradores, o por la configuración casi arquetípica de sus protagonistas, sino también por sus atmósferas y entramados; por la tipología humana o las íntimas obsesiones de sus personajes; aunque también por la recurrencia del autor en ese particular género literario: la novella, noveleta o novela corta, que según confirmo tras la lectura de esta Apología, Cruz ha logrado dominar con solvencia.

 

La novela está dividida en nueve segmentos o breves capítulos, todos narrados desde un punto de vista en apariencia exógeno, o fuera de la historia, por una especie de narrador omnisciente que, no obstante, se muestra íntimamente cercano al protagonista, y cuyo punto de enunciación es la segunda persona del singular. Su narratario es, por tanto, el protagonista, y su perspectiva o su campo de visión, aunque amplio, se limita a lo que éste percibe de su entorno; lo que será crucial para el enigma final de la novela. Pero ese narrador tiene un tono, un estilo, una voz, que, independientemente de su ubicación o perspectiva, es característica en casi todo lo anterior de Cruz que hasta ahora he leído. Sea desde la primera, segunda o tercera persona del singular, sus narradores, como en este caso, se manifiestan a través de una prosa llana, clara y fluida; limpia, sin torsiones o distorsiones pretenciosas o efectistas.

 

Eso me lleva a lo que he mencionado como sus atmósferas o entramados, que como en textos anteriores en este también son, aunque específicas o puntuales, más o menos vagas, y se circunscriben a la ciudad y los ambientes precisos en los que se desenvuelven sus personajes. Sus descripciones (como lo exige un cuento, o en este caso una noveleta) se limitan a lo necesario. La historia se desarrolla en León de Nicaragua, y el narrador, más allá de la descripción del sórdido ambiente de la terminal de buses, o del rápido reconocimiento de la ciudad a la llegada del protagonista, o de la distribución de los espacios en la casa donde se hospeda, o de algunas pinceladas puntuales de la playa de Poneloya o de los bares y calles en el centro de la ciudad, donde transcurren muchos diálogos, se concentra sobre todo en la psicología del protagonista y en la fisonomía de los personajes, mayormente femeninos; en especial las inteligentes y encantadoras Elena, Ximena y Alejandra; y por supuesto sus maravillosas espaldas.

 

El innominado protagonista es un soltero de treinta y dos años, ejecutivo de una cadena de supermercados, enviado por un mes desde Managua para supervisar e informar acerca de una sucursal en León. Por gestión de su amigo Miguel, ex compañero de la universidad, se hospeda en casa de la joven viuda Elena y sus dos hijas: Ximena, de treinta, recién divorciada, y Alejandra, bastante más joven. Un trío inquietante y encantador que llega a alterar sus deseos y a poner de cabeza sus emociones, en un momento en que su vida se había vuelto tediosa y solitaria. El feliz descubrimiento de un agujero en la pared exacerba su inquietud y lo introduce poco a poco en un discreto juego de triple seducción, que despierta sus instintos voyeristas, pues desde niño cultivó la obsesión por contemplar y admirar furtivamente los cuerpos femeninos, en especial la misteriosa y para él cautivante belleza de sus espaldas.

 

Las situaciones eróticas vinculadas al voyerismo en literatura suelen ser fascinantes, y en algunos casos resultan en narraciones de impacto o de suspenso. Pero en esta novela de Cruz no estamos ante el típico voyerista que alimenta, oculto y en silencio, algún tipo de perversión; tampoco es el voyerismo el tema central de la trama, sino un pretexto para desplegar, como dije, un juego activo y sutil de seducción entre el protagonista y sus tres anfitrionas; un juego en el que se nos muestran diversas manifestaciones del deseo en la conducta de los personajes. El protagonista no es sólo un observador pasivo, sino un fascinado explorador de la naturaleza femenina, de sus sentimientos y emociones; interactúa inteligentemente con ellas, comparte sus intimidades y nos conduce a una interesante exploración de sus identidades: insinuaciones, miradas, mensajes, paseos nocturnos, roces y coqueteos que nos descubren zonas ocultas de la naturaleza humana y sus múltiples contradicciones.

 

El observador aquí es también observado, y el juego de seducción resulta siendo de doble o más bien de triple sentido. Pero el detonante primordial de ese juego es la espalda, o mejor dicho las espaldas de Elena, Ximena y Alejandra; por ellas transcurre el elástico eje que sostiene la narración; cada curva o línea que las dibuja o las esculpe, cada lunar o leve arruga es un brote de sensualidad que, junto a la sutil sicología que las tres despliegan en los diálogos, logra crear en el relato una atmósfera lúdica, sensual y llena de erotismo que el lector agradece y disfruta. A eso hay que agregar, además, la oportuna brevedad del género literario escogido por el autor.

 

Se sabe que la novela corta o noveleta es un poco más extensa que un cuento pero mucho más corta que una novela; aunque su brevedad no le impide desarrollar con más profundidad los personajes y conflictos que un cuento. En Apología lumbar, Cruz se ha extendido sólo un poco más allá del cuento largo. Ha escrito una novela corta que es un poco más corta de lo que se podría considerar habitual; pero la ha escrito atendiendo con cabalidad todas sus leyes y exigencias literarias: con una trama única y central, con sólo unos cuántos personajes principales, y con breves capítulos narrados de forma concisa y enfocada. Su lectura me ha hecho evocar algunos precedentes con los que, en mi opinión, el mundo narrativo que según creo está construyendo Cruz, tiene cierta familiaridad en Nicaragua.

 

Obviando algunos cuentos de Juan Aburto, debo decir que este libro me recuerda ciertos relatos de Mario Cajina-Vega (1929) agrupados en la sección «Cinema XX» de su espléndida Familia de cuentos (1969). Sobre todo «Gloria Lara», que Cajina-Vega trató de extender en una saga novelesca, al parecer trunca, de la que publicó un capítulo en la revista El pez y la serpiente (núm. 27, 1983), cuya estructura narrativa es conducida por una voz femenina que combina diálogos con monólogo interior en fluctuantes secuencias de diferentes planos. Sus personajes («vidas sin destino buscándose al azar»), especialmente la voz narrativa, reflejan la entonces naciente alienación social y el desclasamiento urbano en la Managua de los años sesenta.

 

Por ciertas semejanzas en la brevedad, claridad y perspectiva narrativa, la novela de Cruz también remite a dos novelas cortas de Carlos Alemán Ocampo (1941): En esos días (1972) y Boarding House San Antonio (1985), en cuyas tramas también destaca el juego erótico y sicológico sutil de sus protagonistas con personajes femeninos en el ámbito urbano precario de la Managua pre-terremoto. Lo mismo en la novela de Krasnodar Quintana (1950), Como piedra rodante (1981), que es también corta, de ambiente urbano o managüense. Por iguales razones, pero además por su alusión al voyerismo, y en un sentido inverso, se podría hablar también de su cercanía con la novela Tras la rendija (2003), de Marisela Quintana.

 

Apología lumbar es un relato sutil y desafiante, dotado de una voz narrativa que, a través de la psicología del protagonista, hurga sin pudor en las profundidades de la mente y la «geografía» de los cuerpos femeninos que conforman su trama. La obsesión lumbar no es sólo por la zona anatómica de sus personajes centrales, sino un símbolo de algo subyacente y, a la vez, carnal; una exploración de la corporalidad y la mente como territorios de conflicto; el relato de una obsesión que alimenta el deseo y el placer y se expone como metáfora de la condición humana en medio de una realidad social apenas sugerida en el relato, pero evidentemente marcada por secuelas de violencia, desigualdad y sometimiento. Cruz utiliza lo físico y lo psicológico no como un fin, sino como herramientas para desnudar verdades incómodas y desafiar normas estéticas y sociales. Su apología es una defensa, auténticamente existencial, de las virtudes y defectos de una sociedad sufriente y gozante.

 

Esta novela depara al lector una experiencia literaria interesante y disfrutable, que, aunque inmiscuida en la psicología de sus protagonistas, de cierta forma revela un compromiso literario con la realidad. Lo erótico y lo thanático; lo individual y lo colectivo se fusionan en una apuesta arriesgada y necesaria que consolida a Maynor Cruz como una voz solvente y transgresora en la narrativa contemporánea nicaragüense.