Carlos Martínez Rivas y la configuración del poeta maldito
La ola de la tontería, la ola
Tumultuosa de los tontos, la ola
Atestada y vacía de tontos
Rodeándola ha, hala atrapado.
Canto “crédulo e irritado”, después de haber pasado por el purgatorio lingüístico y la meticulosidad léxica y sintáctica, es el que nace entre la ola de los tontos, sociedad inmersa en el “vasto mundo plástico, supermodelado y vacío".
Retrato con joven donante, poema inagotable como lo llamó Beltrán Morales, es un ejemplo claro de esa insurrección solitaria de Carlos Martínez Rivas. El joven, nervioso, incansable, suicida culturalmente, rechaza la figura, el retrato del personaje ejemplar; su soledad ruidosa como la tos es indiferente al murmullo del agua arrastrándose bajo el lecho, bajo los puentes. El texto se adensa y complica con referencias bíblicas, refranes y alusiones a personajes de la cultura universal. Una serie de rostros bien pensantes son retratados esperpénticamente para reflejar lo falso ante el verdadero sentido de la vida: Carlyle, Baroja o Emerson, hombres representativos en la cúspide de su grandeza, dibujados en su viejo y calvo sillón, pose y figura se sobreponen al objeto final. Sin embargo, nos dice, está “lo otro”, lo difuminado, lo obtuso, lo ajeno a la sociedad: el joven artista que en un arranque de locura cercenó su oreja para ofrecérsela a la menuda prostituta; fantoche inservible, “espantapájaros”, inútil para una sociedad ocupada en conseguir una imagen perdurable, una figura. Por eso el poeta, al comienzo del Retrato…
Aludo a,
Trato de denunciar
Algo sin un significado cabal pero obcecado en su evidencia;
Esa alusión a, esa denuncia, es contra la sociedad burguesa y sus convencionalismos, su doble moral, su obcecada evidencia hueca, fija pupila atónita del poeta-retratista spangleriano, mudo testigo insurrecto de la decadencia cultural de occidente.
Pero no es solamente contra el individuo masa que Martínez Rivas clava su palabra. Primeramente, su ataque se dirige a la sociedad, luego descarga su desprecio contra la familia. Así en Petición de mano, el matrimonio es visto como “olor delicado y repugnante de la muerte y el aire frío del vacío”, “ rala oscuridad y la mortaja, sola, albeando en el fondo del sepulcro”. Por eso, el hablante lírico propone a la amada:
Sigue amor mío, síguete y sigámonos.
Sólo estando juntos podremos despistarles.
Sólo juntos podemos volcar el matrimonio,
¡Hacerlo saltar en astillas!
Reacciona contra los actores: el marido y la mujer. Son ellos quienes ejecutan la danza fúnebre frente al altar, quienes al desenterrar las viles pasiones entierran perpetuamente al verdadero amor. Contra lo eterno lo caduco, contra el ruido motorizado del trabajo, el ocio; contra el demonio y sus muertos laboriosos, concentrados en la perfección de la rutina, Dios y sus ángeles contemplativos, ociosos del paraíso.
Esta predilección por lo ruin, lo efímero y antagónico, será una de las grandes constantes en la poesía de C. M. R. de ahí que se le considere un poeta maldito. Poeta opuesto a la sociedad y su rutina. Esa misma actitud frente al amor eterno aparecerá en diferentes poemas, tanto así que uno de sus principales responderá a esta temática y llevará el sugerente título de Ars poética.
Poesía en rebelión y revelación, mítica y desmitificadora, la obra de Carlos Martínez Rivas es un palimpsesto construyéndose y descontruyéndose. Los mitos bíblicos son vistos como ejemplo de la grandeza de las pasiones humanas, no el castigo por la desobediencia, sino por el adulterio, verdadero signo del amor: Beso para la mujer de Lot. En la Biblia, la palabra nos refiere el castigo de Dios por la desobediencia de la mujer, Martínez Rivas, montado sobre el texto, reconstruye una versión más poética y humana: la mujer, tardía y remolona, ausente y ajena a la salvación y regocijo de los suyos, se debate en la angustia de la pérdida del amado; su mirada escrutadora sobre el abismo incandescente de la ciudad a pique es el resultado de esa angustia, ella busca entre el fuego y el tormento el rostro de su rey, ese cuerpo oscuro y crepitante, sierpe de la infamia y el pecado, martirizado por la ira del Dios.