Cassettes
Una muestra poética de Danny Drachen (Costa Rica, 1991)
Viceversa
El deja vú de este carboncillo
va diluyendo cada cerrojo
desvelado en mi cabeza.
Anteceden a mis sienes:
la ciudad,
el espejismo;
un proverbio de pasos
que regresan.
Estuve aquí sin saberlo.
Parece que la madrugada
condena luces como orillas;
reclama su hado fortuito.
He vivido esto antes:
Mis manos y tus líneas,
este pozo de café consagrado;
la bola de cristal desnuda
ante el secreto.
Sobrepuse cada astro
en tus labios.
Ahora regresaremos
al génesis
al caos de la profecía
y viceversa.
Cassettes
Te voy a contar dos cosas nada más:
Una, que ya se ha hecho tarde.
Otra, que el ruido
de la casetera es blanco
como tu mar en pausa.
No es la primera vez
que un lápiz me salva
del silencio.
Su cuerpo amarillo:
vestigio y grafito;
dispone de vuelta
la cinta en el cassette.
Te cuento dos cosas más:
Hoy quise volver al ruedo,
invocar la perilla de play
sin esta necesidad de repetirme.
El cúmulo de cassettes
y su ebriedad de polvos
insisten en que es más seguro
no volver nunca al lado B.
Te cuento solo dos cosas más:
Hoy dejé nuestro cassette
sin rebobinar.
Otra vez es tarde,
tarde,
tarde.
Y si vuelves,
ignora la cinta descarrilada
en mitad de la noche;
en cambio,
asegúrate de reproducir
únicamente el lado A.
Ciudades
“Pero traigo, ante todo
un deseo violento de abrazar”
Jorge Debravo
Llévame al rincón
que esconde el gemido de un grafiti,
toma mis brazos
y pinta de palabras algún muro
con esta nostalgia abierta.
Recorre junto a mis lágrimas
nuestras aceras dolientes,
los brillos quebrados
y el soplo tardío de esta canción sin memoria.
Contamíname,
con el acertijo de tu cuerpo,
que repiquetea añoranzas
bajo nuestras ciudades desprevenidas.
Mientras te espero,
sujeto ansioso el palpito del minuto
como un mártir sobre el asfalto.
traigo el poema a las espaldas
y el fuego escondido entre mis alas.
¿Quién sabe?
Quizá nos quede tiempo todavía
para que nos abandonen por fin
los pájaros del hielo…
Crónicas del Hogar
Mi casa es una luciérnaga.
Pequeña criatura de alquitrán
que se desdobla en humos
decorando la sala con un respiro
de licor y cerezas.
Mi patio se perfuma de dianas,
se guinda un cometa de las orejas
e intenta calzar unos tacones
tan metálicos como el brillo de los gatos
que se acurrucan sobre la acera.
Mi casa se hace pequeña
bajo la ceniza del presagio,
ese que mancha en ocre
las persianas, las puertas
y las sábanas ardiendo soledades.
En la pupila del cuarto
las cortinas parecieran
bailar adormecidas
como un rito de arañas.
Divago por la cocina,
sobre un velero de mármol
mientras la vorágine del azúcar
acuchilla las rimas tibias en el café.
Ninguna luz
ha sobrevivido a tu ausencia,
excepto la polilla toxica
que todavía se desnuda en el cenicero.
El reloj madruga de nuevo en su clavo.
Abre los finos brazos
enjugando el cenit de mis lágrimas,
mientras el sol salta furtivo
por el fregadero,
y deslumbra estas líneas
pobladas de posdatas,
las mismas que ayer
no terminé de escribir…
Islita
Me aterra todavía
el doblez de las campanas:
impropias o ajenas.
Las capillas tortuosas
de procesión curtida;
estos vicios que renuncian
pero nunca acaban.
Aquí
en mi islita…
cada pared se persigna
contra la cruz del exilio.
No hay cenizas
los miércoles.
Eso sí…
me sobra el pan
y se me duplica el vino.
Aquí
en mi islita,
temo que pase lo mismo
que pasa afuera.
No sé si el doblez
de mi campana
es el que sigue.
¿Será que es aquí
en mi islita,
donde la campana
dobla,
resuena
y repica?