Voyna
«Ese grafiti nos dio la idea: reproducir penes para la venta».
Un grafiti de un pene gigante pintado en un puente levadizo de San Petersburgo. Uno más, lo novedoso era el tamaño y la ubicación, aunque el dibujo era igual a todos los otros penes que se veían en algunas paredes, baños o pasaportes (se han dado casos). El asunto de dibujar el pene, dos circunferencias y un cilindro vertical, es bastante sencillo. La vulva la complican más, hacen una orquídea o una papaya, una mariposa, le ponen tacones, dientes, la forma de la virgen de Guadalupe, en fin.
Ese grafiti nos dio la idea: reproducir penes para la venta. Propusimos mercadearlos como juguetes sexuales o mascotas, ya que los penes siempre han sido de gran interés y notabilidad. El objetivo era que el público viera nuestro producto tan normal como tener un gato, un hámster o quizás un conejo. Nombramos Proyecto Voyna a la iniciativa, en honor al Pene Ruso. El comité del Instituto de Creación de Órganos donde trabajábamos lo aprobó. Les tomó poco tiempo conseguir financiamiento. Todos los países de la región invirtieron. Reproducir penes. Qué presidente no iba a querer ver a su pequeño pene mascota existir por sí solo. Se logró que cada uno de los directivos de las Comisiones de Ciencia y Tecnología en Latinoamérica aportaran fondos de sus presupuestos.
Para diseñar los primeros penes se hizo un casting: Buscamos modelos de pene sin distinción de etnicidad, raza, edad, religión o preferencia sexual. Sean circuncidados, pellejudos, pandos de algún lado, pequeños, medianos, grandes o extra grandes. Los sujetos firmaron acuerdos de confidencialidad, permitiéndonos tomar como modelos sus penes. Elegimos las células madre de algunos pacientes y comenzamos a crear los penes en el laboratorio. Si un riñón tarda siete días y un corazón dos semanas, producir un pene adulto nos tomó alrededor de un mes, ya que había detalles estéticos que atender.
No descansábamos. Dormíamos junto a los penes en el laboratorio, queríamos supervisar cada momento. Llegó el día de la rueda de prensa y por supuesto mostrarlos. Eran cinco. Debíamos ser incluyentes, porque con los penes la gente se pone susceptible. Explicamos que eran prototipos, se podían personalizar y se llamaban Voynas, e insistimos en que estos órganos no eran para realizar trasplantes. Su fin era el entretenimiento o tenerlos como mascotas, pasearlos, mostrarlos, besarlos, básicamente: idolatrarlos.
Al principio, temimos que algunos líderes religiosos se opusieran, pero luego el Papa ordenó su Voyna. Era precioso. Le hicimos un pequeño solideo, hubo foto de entrega, gira de medios y hasta publicidad con endorsement del Vaticano. Después de eso las ventas se incrementaron.
Creímos que los clientes sólo pedirían su propio pene o el de su pareja, pero algunos querían tener los penes de sus amigos o jefes y estos accedían, era un halago. Los selfies en los baños de hombres orinando con sus Voynas se popularizaron. Los Voynas no podían procrear u orinar, pero sí eran capaces de ponerse erectos, porque desde la matriz extracelular logramos aislar esa información. Los Voynas debían descansar, limpiarse, y aunque no eran tan entretenidos como tener un perro, al menos no había que recoger sus desechos. Es decir, tenían la ventaja de que no eran un culo.
Los usos según las encuestas eran variados: regalo de despedida, boda, funeral, divorcio, aniversario, de todo. Por supuesto, había grupos que nos desacreditaban. Las Femen los compraban para degollarlos en videos que luego se hacían virales. Otros, en cambio, nos defendían. Los grupos Provida apoyaban con vehemencia el derecho de cada mujer y hombre a tener su Voyna. Lo consideraban un homenaje a la fecundación.
Todos tenían uno o querían uno. Una revista hizo un estudio para averiguar si los orgasmos femeninos incrementaban al comprar un Voyna. La respuesta fue negativa: sólo un doce por ciento del grupo de muestra tuvo más orgasmos por el uso del Voyna, pero como los compraban ambos sexos, y para distintos fines, el resultado no afectó las ventas.
El siguiente paso: crear La Vayna, las vulvas juguetes-mascotas. Sabíamos que sería un reto, pero con un capital semilla y el apoyo de los gobiernos nórdicos y Canadá, el proyecto era factible. El Instituto comenzó la campaña de recaudación de fondos que duró dos años, la producción y pruebas tomaron un año más, juntar del presupuesto para la distribución y mercadeo fueron otros seis meses.
Mientras tanto, las ventas de los Voynas decrecieron, la porno de realidad virtual empezaba a despuntar y era nuestro mismo mercado. Cuando las Vaynas estuvieron listas para su comercialización, los inversionistas retiraron su capital, el Instituto se declaró en bancarrota para evitar demandas y el proyecto se canceló.
Nos despidieron, pero antes teníamos que empacar y subastar en internet lo que quedó de mercadería promocional de los Voynas. Esa semana recibimos la noticia: Kim Ju-ae compró la patente del proyecto por un monto ridículo. No podríamos vender las Vaynas, pero al menos nos devolverían nuestros puestos. Quedamos eternamente agradecidas a la Suprema Líder. Ahora su Vayna está en cada hogar de la península coreana al igual que las fotos de su padre y abuelo.