Desagravio a Carlos M-Castro
Carlos M-Castro (Managua, 1987), uno de los poetas más significativos de su generación, publicó en 2012 Antropología del poema con Leteo Ediciones. El libro, poseedor de un indudable poder verbal, y de una dificultad para nada complaciente con el lector medio o “bisoño”, (rumiador de esos facilismos a los que nos tenían acostumbrados los hijos de la poesía concreta o “post-exteriorista” que aún pululan por ahí pregonando las banderas de la transparencia y de las causas sociales de la postguerra), mereció una introducción para nada desdeñable de parte del poeta y crítico Iván Uriarte, su mentor en los Talleres de poesía de la UNI, una no menos laudatoria introducción de su amigo, el escritor Marcel Jaentschke y luego de eso (acaso como una especie de boomerang malignamente justiciera con el final de la propuesta de ese caótico y perturbador poemario), el silencio casi espectral de los lectores y de los críticos.
Algún reseñador por ahí incluyó a Carlos M-Castro, por su trabajo en este libro, como uno de los exploradores de la metapoesía, junto a nombres no menos significativos como los de Ezequiel de León Masís y Víctor Ruiz. Pero luego, con una ironía no exenta de intenciones, rebajaba Antropología del poema a un mero ejercicio similar a un listado de azarosos trabalenguas. ¿La inclusión de M-Castro en esa especie de bandboys de los talleres de poesía de la Managua de principios de milenio, que incluía como líder esporádico o permanente al desaparecido Francisco Ruiz Udiel, pudo afectar negativamente la recepción de su libro, al incluirlo, prejuiciosamente por supuesto, en esa pandilla de poetas depresivos, desadaptados, pero ciertamente ambiciosos, que provocaron a una vez, tanto la adhesión como la animadversión de los eventuales consumidores de poesía de esta generación denominada y des-dominada, de inicios del tercer milenio? ¿O es la misma dificultad, la resistencia luciferina a entregarse a la primera lectura, que posee la exquisita poesía de este poemario lo que ha provocado dicha frialdad aparente en los lectores ávidos de una lírica fácil, que no exija más de una lectura por parte de su sacrificado esfuerzo? La respuesta no es sencilla. Sin embargo, Antropología del poema continúa retando a sus lectores a una segunda y hasta tercera lectura, tan fructíferas como lo debe ser toda poesía que posea, como sin duda este poemario lo posee, el espíritu exploratorio, el sentido lúdico vitalista, y la curiosidad que trasciende los límites de los cuales la voz poética, para bien y para mal, jamás deja de ser consciente a lo largo de este recorrido por el misterio de la encarnación verbal que dicho libro nos propone.
El poemario inicia con una Declaración de Principios que parodia, rayando el sarcasmo, las afirmaciones de principios de los manifiestos literarios que en Nicaragua han sido desde la época de los ultraconservadores vanguardistas. El oficio es aceptado y su única bandera con tufillo a ideología será La Calidad de página. La voz introductoria sabe a lo que se está metiendo. No hay ingenuidad en su arremetimiento. El nuevo milenio ha comenzado “insomne, cínico” como insomne, (es decir, no adormecida por ninguna ideología utópico – poética), y cínica (es decir, perruna, reacia a cualquier propuesta de la res-pública platónica), ha despertado la misma voz poética que se dispone a pasearnos por el caos verbal de su propio traumatizante despertar a los poderes de la mente y del lenguaje, renacimiento escarnecido delante de la realidad dada como naturaleza mortífera o falacioso orden social.
El primer mito de la Caverna que cae por el piso es la “Comunidad Primitiva”. (Título de la primera sección titulada precisamente: Mitos). La enfermedad de la lectura, como una forma de acto creador y re-creador, aparece como el vehículo vinculante de ese despertar del sueño de las sombras. “Leer por eso me da miedo. Es una alta forma de suicidio”. Y más adelante: “Mejor me anulo, leo y me rehago”. El Tótem de este brusco despertar casi enloquecedor es Carlos Martínez Rivas. Su persona y su ars poética revisitadas y remasterizadas por la llegada a su casa en compañía de una amiga no ficticia a una no menos ficticia escena de iniciación. La primera reflexión poética luego de esta escena casi mistagógica es un epigrama heredero de los grandes meditatio mortis de la poesía latina: Laundry Carpe Diem.
“Lavar únicamente lo del siguiente día.
¿Para qué tanta ropa limpia
si no sabemos?”
Pero M-Castro no se complace en el mero epigrama ingenioso y rápidamente la escena cambia, en “Escultura de hielo en movimiento”, uno de los mejores textos de todo el libro, hacia un encuentro con la poesía corporizada en el texto y que será, a lo largo del poemario, (incluso metamorfoseada en la figura de una joven sin nombre o con nombre, el otro cuerpo, anónimo, azorado en el acto descarnadamente erótico-oral), en el referente huidizo que “se aleja sin irse”, y que es una de las mejores imágenes de la poesía que M-Castro haya podido ofrecernos.
La segunda sección: “Consolidación del Poder”, es una afirmación de las iniciaciones mistéricas de la primera sección. El poder que se consolida es el poder de la mente fundida con el lenguaje de la imaginación delante de un mundo muerto, desahuciado por el sinsentido de las palabras cotidianas. Desde la prosa poética de Nocturno (Ese perfil reconstruido del insomne personaje, híbrido de Cronopio y de Altazor, que pareciera un autorretrato irónico de sí mismo o de la especie a la que pertenece la voz poética que nos habla esquivando difícilmente su propia autorreferencia), pasando por Oda a la creación contempóranea ; el erotismo descarado de Poesía hasta las autorreferencias carlomartineanas de No abandono aún lo suficiente, lo que el poeta busca, y consigue con creces, es la intensidad del texto en la ruptura tensa donde el proceso creativo aparece como un encuentro amatorio autodestructivo en aras de una constante, y nietzscheanamente martillante, reconstrucción de sí mismo a partir de la voz poética que subyace a estos textos. Más que una Ars Poética o una mera exploración metapoética donde el tema del poema es el poema mismo, o donde incluso el tema del poema sea el poeta mismo, nos encontramos con unos textos esencialmente intensos cuyo tema principal pareciera ser la Encarnación Poética, lograda ésta a través de la momentánea abolición del yo empírico, ya sea a través del Eros, ya sea a través del Logos. Una simbiosis donde la sombra de la muerte, como característica del cambio, se proyecta como un cono perfecto sobre los escombros.
“Y ya por fin
tu sombra muerta de cansancio
embadurnaste todas esas letras
comprimidas por tu puño
en un papel que levantaste por bandera”.
Nuevo Contrato Social es la sección que abre con Advertencia Premórtem, un intensivo ejercicio de poema del poeta en el cual la soledad, la individualidad de la búsqueda y la inutilidad de la biografía literaria son vistas con una sabia ironía rimbaudiana.
“Un día escribiré mi biografía.
No autobiografía:
Mi vida escrita por mí mismo
Sin ser yo quien la recite ni la dicte. (…)
Ese día, es decir, ese instante
seremos tríada perfecta
pensamiento
yo
lenguaje.
Un día escribiré mi biografía
que cantará mis aventuras,
mis hazañas cotidianas,
el loco andar desesperado
en un carruaje de hojalata…”
La imagen del poeta rimbaudiano se refuerza en:
“…las muy frecuentes desiguales
luchas contra el ocio y la pereza,
el rebuscar en la gaveta o el canasto
un trapo digno de hermosear
o afear mi desnudez,
la explicación que debo darle
al habitante de mi hambre
para que no me tumbe en la blancura del desmayo”.
La conciencia de la propia limitación, una de las principales características de la sensibilidad poética de esta voz, es el contrato que el poeta deberá respetar de ahora en adelante. Porque su yo empírico, muy a su pesar, se encuentra escindido de su yo poético. De ahí que la figura de Rimbaud, en este punto de quiebra del poemario, como una especie de pernicioso fantasma protector vaya sustituyendo, en un saludable tráfico de influencias, al tótem de CMR que, probablemente, hubiera aplastado a M-Castro de seguir por esa senda sin realizar el desvío o clinamen de su propia exigencia existencial. De ahí que las siguientes composiciones “Oración”, La “Transeúnte”, (uno de mis favoritos) y “Canto admonitorio”, sean invocaciones perentorias a la personificación de la poesía como una mortífera figura femenina que es invitada a un juego, donde la sed y el hambre del poeta sólo pueden ser saciadas por la violencia intempestiva de esa poderosa figura del lenguaje y de la imaginación:
“si podés liberate de esas cadenas
de lenguas sordas
mercados
y corporaciones (…)
no perdonés a quienes violan
sus propias leyes
(te recomiendo)
tentame siempre, a ver qué pasa
así decido qué conviene
al bien de tu ser y mi razón de ser”.
(…)
“¡Criminalízate!
Nos hace falta tu desnudez…(…)
No hagas más dieta.
Tenemos hambre.”
La sección culmina, extrañamente, con un soneto en verso blanco, muy bien logrado, intitulado Cronopia, donde el referente femenino, tenso y esquivo, vuelve a aparecer en ese juego triangular entre Logos- Eros- Thánatos, que caracteriza a toda la sección, para cerrar con un bello poema de circunstancias, un ámbito donde el lirismo de M- Castro sabe también moverse muy a sus anchas, dedicado a su sobrina, como si el Contrato, al fin y al cabo, fuera una cosa de la voluntad electiva de los númenes familiares menos que de cualquier utopía postiluminista.
La tensa relación de ruptura entre Logos-Eros-Thánatos, vuelve a remarcarse en la siguiente sección ¿Nuevo Orden? Que abre con la exquisita prosodia de La dulzura de la muerte. El Nuevo Orden es uno donde la imaginación poética, el lenguaje, y el yo se precipitan en la absorbente presencia de lo femenino que es meta y puente, puente y meta, de la imaginación que transgrede las limitaciones de la naturaleza, y de la realidad empírica. “Mirame: me estoy desboronando. Este esfuerzo por suprimirte me divide. Pronto seré protozoario. Pero persevero. Solo yo puedo salvarte de la vida”. En otro de los siguientes poemas, Una mujer se asoma a la vida una mañana, otro soneto en verso blanco, sin comas, al mejor estilo de las poéticas contemporáneas, afirma:
“Oculta tras espuma falsa y humo
atada por cadenas de binarios
empuñas tu silencio en esta noche
tu rabia hecha cenizas me sonríe”
Una formidable construcción que luego se des-construye en el siguiente soneto, inconcluso, No(h)elia, donde la presencia de lo femenino que evoca a la poesía misma, dentro del ámbito de la imaginación verbal en que todo el poemario se desarrolla, se reduce a esa obsesiva H muda creada por Rimbaud en Iluminaciones cuando se refiere a Hortensia como esa figura que todos los gestos monstruosos abordan en la mecánica del amor y del hastío. El resto de los poemas de la sección, entre los cuales destacamos Un día cualquiera y Pude verlo, tu gesto, es una de las invocaciones más directas, y “a calzón quitado”, al amor libre que se puedan encontrar en la poesía de esta generación. Sin embargo, sería un error encasillarla en una mera disgresión sensualista o sobre la pérdida erótica, pues en este poeta esos asuntos aparentemente triviales de la adolescencia o de la primera juventud, que apenas se sugieren en el referente minimizado de los textos, se transmutan en contextos listos para ser transgredidos, pretextos para explorar otras posibilidades verbales hacia una especie de intento desesperado de reinvención del amor que, obviamente, terminará en un fracaso como lo atestiguan los dos últimos textos Poema de amor entre barrotes de hueso, y Miradas de la infancia.
Si Carlos M Castro hubiese dirigido todo su poder verbal para desmantelar todas sus entidades mentales heredadas, menos la de su propia poesía, podríamos considerarlo solamente un digno heredero, pasivo, pero merecidamente pasable, de la familia de CMR y de EMS (Ernesto Mejía Sánchez), en la medida en que su voz poética, en Antropología del poema, se encuentra a sí misma merodeando los versos y los anversos del fenómeno poético con la misma pasión por las criaturas verbales extremadamente indomables o decididamente reacias a habitar la fijeza de la página blanca. Pero sus memorables predecesores se educaron, y, que yo sepa, jamás abjuraron, de una tradición humanística que los sostenía aún en las soledades más arduas de sus propios procesos creativos. Carlos M Castro, con una honradez verdaderamente espeluznante y conmovedora, fiel a su propia sensibilidad, reconoce el sin sentido de no dirigir su cuestionamiento hacia el mismo fin que le ha servido de vehículo. Y es ahí donde se aviene la crisis de la siguiente sección: Revuelta Social, donde el malabarismo entre el lenguaje y el yo alcanza su límite más mortífero en una especie de autorretrato monologado donde la derrota de la imaginación, y probablemente del lenguaje, ante el mundo muerto de los horarios y quehaceres empíricos, se asoma mostrando el límite de la realidad, la cara más aprensiva del abismo entre las voces y las cosas. El humor negro, y la autocrítica generacional de ¿Qué es un poeta emergente?ceden ante la visión del adolescente inmortal, el verdadero Virgilio de Carlos M Castro en su propio descenso infernal en los bares basureros del festival de poesía de Granada: El Rimbaud que se deja entrevistar como quien no quiere la cosa, para recordarle al joven aprendiz que, como diría más o menos Beltrán Morales, “No todo el que diga Rimbaud Rimbaud/se salvará” ,y que el verdadero poeta podría no ser más que un perfecto hijo de puta que no le debe, ni quiere deberle, nada a la sociedad ( y he aquí la verdadera revuelta social a la que alude la sección), un ser supremamente despreciable, pero intensamente sabio, apenas atisbado en las ya viejas frases de la Lettre du Voyant que Carlos M-Castro asume a sabiendas que los manifiestos surrealistas ya lo intentaron con sus estrepitosos fracasos, pero cuyas verdades y evidencias continúan siendo válidas para aquel que se ha asomado al abismo, y se ha despertado y ha partido, sin la más mínima intención de regresar:
“un nombre adjetivado y bajo tierra socavaba la estructura.
Y me enfrenté al final al verbo
Y el verbo me dijo ¡carne! (…)
Abandoné la guillotina de la agenda cotidiana”.
El descenso del poeta M- Castro tuvo su paralelo dramático en su yo empírico. Un episodio psicótico que interrumpió su ejercicio intelectual durante la última fase de elaboración de Antropología del poema, y que no sólo alarmó a todos sus amigos, sino que de alguna manera misteriosa, que sin embargo no podría estar exenta de cierto escepticismo característico de esta misma poética, lo coloca en los lindes de esas experiencias psicótico verbales en las que Rimbaud ha seguido siendo el auténtico mentor de los poetas modernos, y de los apresuradamente mal llamados postmodernos. De ahí que, hablando de sus principales influencias, dentro de la tradición francesa, Antropología del poema parte de ciertas visiones de Baudelaire (y de ahí su inevitable iniciación con el gran alumno de Baudelaire que para nosotros fue CMR), pero poco a poco se va internando, por temperamento psico-verbal propio, en la experiencia más bien precozmente descarnada del Rimbaud de Une Saison en enfer, y La Lettre du Voyant, pero no llega, carente de una visión propia que lo catapulte más allá de la domesticidad cotidiana corrosiva, al esplendor de Iluminaciones. Y es que el poeta en este sentido parece haber abandonado no sólo cualquier esperanza de redención humanística que no sea la creación de su propio lenguaje, (y su consecuente reconstrucción paradigmática como hombre merecedor de poseer el lenguaje de la comunicación total), sino que además pareciera haber declinado cualquier intento de reconstrucción que no sea la destrucción corporal aportada por el amor en la anulación del yo. Es así que se nos introduce en la penúltima sección: Restructuración del Paradigma (medidas radicales). Esta es una vuelta a las raíces del mismo poemario, y en ella se encuentran dos de los mejores textos de todo el libro: Destrucción de tu cuerpo, yanandroginopausia. Estas dos poderosas piezas retóricas bastarían para ubicarlo, ante su generación, en nuestro modesto contexto local, como uno de los verdaderos herederos del fuego verbal que nos trajeron EMS y CMR. Un regreso al origen: el Logos y el eros fundiéndose en una sola encarnación verbal incandescente bajo la sombra omnipresente de la extinción total. Pero también es un regreso al origen del despertar ante la virtualidad de una realidad matemáticamente opresiva donde Lewis Carroll y su Alicia son los paradigmas del texto que anulan la voz y al lector, en una simbiosis donde el número y la letra apenas limitan la aparición ausente de la otredad. De ahí que la última sección sea Vuelta al camino mismo. Y el camino mismo de la poesía que seguirá siendo esa domesticidad que siempre nos llevará demasiado lejos (Palabra de Rimbaud, te alabamos Señor), con sus mea culpas, su erotismo vulgar, pero no exento de posibilidades autodestructivas, y por lo tanto liberadoras, y lo que, al final del poemario, (como un regreso definitivo a la apertura del origen), M- Castro nos ofrece con las Bondades del Silencio. No un silencio definitivo, como bien lo advierte su compañero de generación, y camarada de más de una de sus visiones imaginativas, Marcel Jaentschke, sino un silencio abierto a otras posibilidades del lenguaje poético que esperan a M-Castro, y posiblemente a nosotros, sus eventuales, atónitos lectores, más allá de las encarnaciones verbales, ciertamente desconcertantes, muchas veces caóticas, de este su primer libro publicado.
¿Es entonces Carlos M-Castro un hijo de esa pandillita de canallas poetas oportunistas que tantos otros, a la larga no menos canallas u oportunistas, han denostado? Y, más importante aún, ¿Debe ser cualquiera de las respuestas una invitación a leer o dejar de leer su estupendo poemario? De todos los autores jóvenes de su generación, que han publicado o no, me sigue pareciendo uno de los poetas orgánicos más auténticos. Después de sobrevivir a una post adolescencia que no midió sus días con cucharaditas de azúcar, a un episodio mental verdaderamente intimidante, y a un poemario tan exigente como ese, supo distanciarse con honradez y honestidad alegremente saludables de las pretensiones de pasarela literaria, pecado mortal del que acusan a muchos de sus excompañeros (probablemente los mismos personajes acusatorios que anhelan con remordimiento andar en las susodichas pasarelas). Y si la propia autenticidad de su personalidad, su honradez para consigo mismo en la vida y en el trato con sus amigos, no bastan para convencerle, querido y enmascarado lector, de que se está perdiendo de una hermosa experiencia de lectura, baste decir que sí, se la está perdiendo por cojonudo desconocimiento. Muy probablemente M- Castro a veces haya sido un poeta apresurado y hasta desordenado o negligente. Pero no sólo es un buen poeta. Es uno de los poetas con mayor sensibilidad mental, poder verbal e imaginativo de su generación. Antropología del poema es la prueba de ello. Un muro tan bien construido, incluso en su afán de imperfección, que sus detractores o ninguneadores, no podrán rasguñar sin pagar el precio de salir cegados por la oscura consistencia de su propio resplandor autosostenido.
“Llegamos al otro lado, donde el cielo se despierta ante los ojos
y en su obstinado estar gime la luz entre la piedra.
(…)
Es el cristal amaestrado por los siglos, enseñoreado
sobre su madre humedecida; y otra vez la piedra que se ríe.
Si ahora las estrellas no guían nuestros pasos,
¿qué harán los pies si no morder su propio peso?
(…)
Y aunque el reflejo a veces nos confunde,
seguimos enfrentados al dilema
del sueño placentero
y cómoda mentira
—hermosas ilusiones
que nublan a lo Eterno
y cambian la caricia por el gesto—
porque la propia obra resplandece,
la contemplamos,
y la creemos buena
y no hay poder en ella
sobre nosotros que todo lo podemos.
Nosotros la creamos
a imagen nuestra:
lienzo y museo, retrato y dibujante;
anhelo de equilibro
y autoposesión;
sombra sobre la cual
tendrá sentido al fin la Luz
que nos habita. Sobre eso descansamos.”