Dylan Thomas y Álvaro Urtecho: dos poéticas aparejadas con la muerte
Lectura paralela de dos autores separados por tiempo y espacio, pero unidos a través de la palabra.
I
Los poetas, como las formas magmáticas de la creación, emergen siempre frente a la luz o la obscuridad del mundo.
Siglos, años, katunes, milenios, los separan o juntan. Alguien tiene que asomarse a ese paisaje vasto para vislumbrarlo. Esas cabezas emergiendo de la iluminada tiniebla del tiempo.
Son hermanos, pero se ignoran, o están tan cerca que tienen que separarse para reconocerse. No se acomodan nunca, pero el eco de sus voces los junta, y entonces los icebergs transparentan sobre el mar tempestuoso la eternidad de su forma.
Dentro de esa gran hermandad poética, analogías, similitudes, conjunciones, disyunciones, unciones, siguen, continúan perpetuantes, construyendo el corpus del invertebrado gran poema del mundo. Formas y reconstrucciones tratando de poner en escena vital la vida y la muerte continua del hombre.
La poesía, religión sin más culto que el verbo, es el refugio final, y cada poeta transcurre por la vida para descifrarlo y revelárnoslo.
II
¿Álvaro y Dylan, nombres aproximables? Geografía y lengua los separa, espacios temporales los juntan, y el verbo conjugando la metafísica del ser los hermana a sus reencarnaciones sumergidas en los espacios mortuorios y luminosos de la existencia trascendente del hombre. La suya, la de todos.
Paréntesis signando un tiempo lapidario por fin los aproxima; Dylan Thomas (1914-1953), Álvaro Urtecho (1951-2008). Hay ahí un relevo, continuidad. Dylan y Álvaro conjugan su verbo en el morir del uno y el nacer del otro. Los años del primer paraíso con el último círculo de la entrega de los dones.
Los poetas se relevan, y ese relevo solo es constatable en la arquitectura solitaria de la palabra, construyendo frecuentemente espacios asintácticamente significativos. El relevo, la continuidad textual es el verdadero encuentro, el final-inicio de un camino, una ruta poética de trazos claros, clarividentes, profundos, metafísicos y físicos.
La poesía, como la fruta de un árbol, denota colores, exterioridades y formas de un modo existencial, una concepción del lenguaje, un sentido cosmogónico, donde la luz y la música de las cosas impregnan cada palabra. Fruta, árbol, palabra, luz, verbo. Acerquémonos a estos abismales mundos poéticos para auscultar, descubrir estos fuegos ocultos que subiendo al cielo son la poesía que ilumina las profundidades existenciales y oscuras del inescrutable ser donde el homo sapiens se refugia.
¿Es que las referencias bibliográficas deben ser aproximadas para juntar dos poéticas entrecruzadas, paralelas y, finalmente, coincidentes?
III
¿O tal vez las similitudes de sus aspectos físicos, su afición a la mesa, al vino y a los licores que sublimaron sus noches?
Sin pensar en ningún banal paralelismo trastoquemos sus modos de ser, de amar, de confrontar la vida. Poetas de apetito voraz, sibaritas en sus mejores momentos, ganando cada día peso y dándole a sus recitativas voces más fuerza. Bebedores recios, generosos y famélicos de obtener la compensación que la sociedad generalmente niega al poeta, al que rompe esquemas e inaugurador de formas verbales rupturales. Actores, mimos, periodistas culturales fundando y abandonando programas, seres musicales expresivos frente a la mujer y la alegría de la mesa.
Filósofos, humanistas en busca de la verdad de Heráclito, shakesperianos, príncipes Hamlets en un escenario móvil sin más calavera que la suya misma frente al espejo cotidiano para conjurar la goma, sacar el ratón, curar la cruda, poner el hangover, le mal aux cheveux en la horca más alta.
Antitabaco Álvaro, fumador de pose Dylan, luchando ambos contra la calvicie y la obesidad hasta lograr la perfección del peso máximo y la tonsura casi envidiable de un obispo laico. Lectores de la biblia como la fuente literaria nutridora de la grandeza del espíritu. Fuertes naturalezas ebúrneas como profetas escanciadores de predicciones, negaciones y maldiciones. Solitarios frente al Gran Padre, sin más religión que la poesía, el verbo hecho dios constantemente en sus versos de silicio, castigo, ternura y amor.
IV
Los poetas juegan limpio y para ello despejan el horizonte y plantan sus versos como banderolas que segmentan un campo. Se trata de un juego prohibido para los otros, pero lícito para ellos, supervivientes bajo el paraguas veraniego o invernal de sus palabras de “canto rodado”. Dinámica de imágenes no solo conectadas a la muerte, sino también a la vida intrauterina o prenatal. Las prenatalidades de Dylan, las muertes de Álvaro, las resurrecciones constantes de ambos.
Después de una incursión a esos bordes de Gales y a las fértiles tierras del istmo de Rivas surgen estos dos títulos que responden a una temática universal: Death and entrances (Defunciones y nacimientos) de Thomas, publicado en l946, y Tumba y residencia de Álvaro Urtecho, publicado en l996. Este último es un texto antológico que el rivense universal se precipitó a publicar bajo el imperante asedio de la muerte, acecho perceptible y ostensible en sus más logrados textos, al cual hay que agregar su libro de umbral, Tierra sin tiempo, dado a luz un año antes de su muerte.
Aquí los poetas comienzan a juntar sus muertes, sus vidas intrauterinas, sus verdades premonitorias, sus soledades capaces de sacudir a Góngora en su prisión tumbal de la mezquita granadina de España. Acerquemos, entonces, los entintados textos, saquemos las velas para iluminar la oscuridad versal, ultrátumbica, extratúmbica, incatúmbica de estos radiantes poetas solitarios. En el poema Before I Knocked (Antes que llamara) el tema central que dinamiza el discurso poético Tomasiano es la vida prenatal, tan intensa o más que la vida misma:
Antes que llamara y la carne me dejase entrar,
con manos líquidas que filtran las entrañas
yo que era tan informe como el agua…
El estado de yacer ventralmente es en sí conocimiento vital del mundo, más que percibido también nominado metafóricamente por primera vez:
Yo que era sordo en la primavera y el verano,
sabía los nombres de la luna y del sol,
me sentía palpitar bajo la armadura de carne,
cuando sólo existía en molida forma,
estrellas de plomo, martillo de lluvia
que aventaba mi padre desde su cúpula.
Pero esa pre-vida ya anuncia el sufrimiento (As yet ungotten, I did suffer), y de algún modo también el aferrarse a ella, desechando el gusano de las heces (I smelt the maggot in my stool) lamentase del pasaje definitivo del vientre a la vida:
Yo que era rico aún más me enriquecía
sorbiendo poco a poco en la vid de los días.
Ahora bien, esa estada prenatal continua marca su destino en la asunción plena de la vida cotidiana ayuntándose, aparejándose a la de la muerte:
Yo nacido de carne y espíritu, no fui
ni espíritu ni hombre, sino mortal espíritu,
y dio conmigo en tierra la pluma de la muerte…
Y el pasaje a la vida, con su bocanada de tragedia y luz, impáctalo del tal modo que:
Yo estoy mudo para decirle al verdugo
que su cuerpo vil está hecho de mi arcilla.
O para apenas darle una respuesta póstuma a la amada:
Y yo estoy mudo para decirle a la tumba de la amada
que en mi sábana avanza encorvado el mismo gusano
Álvaro Urtecho en su poema “Nacimiento” (de Cantata estupefacta, sección Otros poemas), con un lenguaje poético más que transparente, cristalino, aborda el mismo tema. Se trata también de una dialéctica fetal, donde el estado intrauterino es una evocación frente a la luminosidad del día. El verso, que parte la primera estrofa del poema, “la claridad que inventa sus bóvedas ocultas”, nos introduce dinámicamente al tema:
¡Oh día! Fortalecido estoy
en tu vientre sonoro intentando
hilvanar unas cuantas palabras que animen
mi existencia…
Es una invocación al día como reproductor verbal de una vida que poéticamente añora. Pero esa vida intrauterina invocada, especie de refugio sincopado de palabras, también se convierte en vuelo de muerte, en resurrección, precisamente en su poema “Lázaro”:
El seco estrépito
De un repentino alzarse de palomas
Estremeció mis pasos.
Fue como si algo
se escapara de la carne,
sorprendida su raíz.
Como si el muerto que guardo
le levantaran la losa y por el mundo
caminara ya sin nada entre las manos.
En un poema anterior a ese, «Litúrgica», la vida pre-natal y la post-vida misma se convierten en una sucesión de muertes:
… Levántate,
muerto, levántate
de tu orilla a la otra.
Aunque también se trata de la vida como una sucesión de reencarnaciones:
…La nostalgia de pasadas y futuras
Edades.
El acto de nacer para Thomas es una verdadera conmoción que embellece al mundo y estremece los mares:
En el principio era el fuego ascendente
que iluminó los climas con un destello,
una chispa de tres ojos rojos, despuntada como una flor;
la vida se irguió a chorro de los rugientes mares,
penetró en las raíces, y extrajo de la tierra y de la roca
los aceites secretos que empujan la hierba.
Hay en ambos poetas la concepción de la vida como agonía del éxtasis. El hombre, en tanto que creatura metafísica, siempre está en proceso de transformaciones que van de la vida futura a sucesivas vidas pasadas. Estados intrauterinos constantes que jalonan su existencia intrahistórica. En «Añeja luz», Álvaro lo expresa, invocando esas vidas continuas que van y vienen casi teatralmente como paisajes móviles. Notemos que el lenguaje de su poesía, a nivel de imágenes, es vívido y tan exaltado como el de Dylan, sorprendiéndonos la develadura de esas vidas intrauterinas, nuestras y de la naturaleza misma:
Aquellos rostros del pasado,
¿en qué paraje oscuro se apagaron,
en qué cruces o silencios, en qué
mar monumental naufragaron?
Bruscamente
retornan descastados al compás disolvente
de la música, y en cada uno de sus gestos
fluyen viejas escenas olvidadas, ojos
como olas en un mar de cenizas. Alas
irrepetibles, fauces únicas. Sal,
leve sol, gracia entrevista, pétalo
desgreñado, persona, forma que antes
fue luz, después tiniebla pura
Tanto en Thomas como en Urtecho la vida en sus múltiples dimensiones puede también ser un hecho numinoso y luminoso, donde sentidos y naturaleza se compenetran y funden. El estremecedor poema de Dylan, Light break where no sun shines, nos lo expresa así en su primera estrofa:
La luz brilla donde no brilla el sol;
donde ningún mar corre, las aguas del corazón
impulsan sus mareas;
y como fantasmas deshechos, con luciérnagas en sus cabezas,
corpúsculos de luz
se filtran en la carne por donde no hay carne que vista los huesos.
Estas poéticas, de Urtecho y Thomas, son como la expresión verbal de hermanos gemelos que sin buscarse se encuentran deambulando en fantasmático umbroso bosque (Under milk wood) y que repentinamente se reconocen recitando versos recíprocos como si ya los hubieran leído antes. En ese bosque de leche del encuentro, Álvaro recita:
…la amniótica mitología
que resguardó, como montaña mágica,
nuestras primeras visiones, el primer grito,
el primer descubrimiento de las imágenes…
Thomas, como si estuviera en la cima de una montaña de Gales, riposta recitando:
¿Quién
eres tú
que naces en
la estancia vecina
tan cercana a la mía
que puedo recibir al abrirse
del vientre y la oscuridad
derramarse sobre el espíritu y el hijo caído
al otro lado del tabique fino como un hueso de jilguero?
La vulva, el vientre, la caverna terrestre y celeste donde nacemos y sucumbimos al mismo tiempo frente a la luz del mundo, es el eje semántico que estructura ambas poéticas, revelándonos un mundo tan sombrío como profundo, tan oscuramente impenetrable como la muerte explorada tenazmente desde la voz y el verbo.
Managua, octubre-noviembre de 20l0