Ellos toman mis defectos
Un cuento de la reconocida poeta Madeline Mendieta, una exploración de la violencia y decadencia de la Nicaragua de los 90s.
Después de 20 años, solo tengo nubarrones de aquella noche funesta. Cierro los ojos y veo mis manos embebidas de sangre, la hoja del cuchillo con desechos de piel adheridos. Nos tomó casi 2 horas descuartizar ese cuerpo, pero a mí me arrebató toda mi vida.
Luego de tener sexo nos fumábamos un pito, para relajarnos. Julián y yo teníamos algunos meses de vernos. Julián no aprobaba mi relación con Domingo, quien pagaba todo: la comida, servicios de agua, energía y la casa donde llegaba a verme algunas tardes cuando se escapaba de la pescadería y de su aburrida esposa.
—La esposa está sospechando Julián, Domingo me dijo que me va a dar todo, me va a comprar esta casa y todo pasaría a mi nombre.
—No seas idiota Karina, eso te lo dice para que sigas con él, ese viejo está entero. La gente rica se cuida, come bien, bebe guaros finos y van donde los médicos más caros, eso no va a pasar.
—¿Y sí le damos un empujoncito?
—¿Repetilo? Espero que no sea en serio lo que me estás diciendo.
—¿Por qué no? Julián, ésta sería nuestra oportunidad para tener algo de nosotros.
—La hierba te hace decir estupideces.
La hierba ya no era suficiente. Trabajaba en El Vale Nada, un night club de cuarta categoría ubicado en un populoso barrio al oeste de la ciudad. Cuando Domingo me conoció, bailaba de lunes a lunes, todas las madrugadas, girando en aquel tubo. Fue muy amable, me invitó a un trago y le dije que no podía tomar que sólo se nos permitía vino y champagne. La verdad si tomaba de todo, pero las bailarinas teníamos que fichar para que nos pagaran una comisión por cada botella que el cliente nos invitaba. Un día yo me estaba muriendo del cansancio, desvelo y angustia, una compañera me ofreció una raya de coca, le di un ñatazo sentí que me elevó y me despertó el ánimo a la velocidad de un rayo.
—¡Vos estás bien rayada!! Esa mierda que te metés a cada momento por la nariz te está poniendo loca.
—Julián, no estoy loca. Esta es nuestra oportunidad, solo tenemos que pensar muy bien cómo lo vamos a hacer.
—Karina yo no voy a hacer eso ¿y si nos descubren? ¡Nos meten presos!
—Julián, si me querés tenés que estar dispuesto. Domingo me va a dar todo, todo.
Todo se complicaba. Celeste, mi excompañera del night club, empezó a presionarme cada día más, le debía, según ella, más de dos mil en droga.
—Dos mil en polvo, no, no Celeste, no es posible que me metiera tanto dinero en la nariz.
—Ese no es mi problema Karina, yo te dije que lo tomaras con calma y vos agarraste vuelo. Mi hombre me ha golpeado dos veces por tu culpa, sabés de antemano que es su negocio, pero le digo que no te ha ido bien, que en cuanto te recuperés vas a pagarme. No quiero que me siga jodiendo por vos.
—No te preocupés, Celeste, pronto voy a pagarte. ¿Cuándo Karina? Ya me debés mucho, pedile al hombre que te mantiene, no puedo seguirte esperando.
Seguía esperando. Siempre me decía que lo esperara, que pronto dejaría a su mujer, que todavía no hablaban del divorcio, quería que su hija menor cumpliera al menos dieciséis años para que no le afectara la separación, que los adolescentes son más sensibles. Que la pescadería iba muy bien, que cada vez vendía más, que estaba exportando camarones, que el tratado de libre comercio le beneficiaría, que pronto estaríamos juntos.
—¿Juntarnos? Julián no podés vivir aquí. Esta casa la paga Domingo, para que yo tenga un lugar decente y vernos con tranquilidad, no podés venir con tus cosas.
—¿Para qué le aceptaste a ese viejo hijueputa que te pagara la casa?
—No es un viejo hijueputa, vos sabés que ha sido muy bueno, que hasta quiere vivir conmigo.
—Es que ¿no me querés Karina? ¿Por qué le decís que vas a vivir con él? No soporto que ese viejo te toque, de solo pensarlo me muero de celos, ¡no quiero que te acostés más con él, no quiero! ¡No quiero!
—¡Yo me acuesto con él porque me paga la casa, los estudios y no tengo que ir a bailar!, algo que vos no podés darme Julián por eso te digo que me ayudés a que este viejo me deje todo y lo desaparecemos.
Desaparecido desde el viernes 12 de marzo, el empresario y dueño de la pescadería El timón, Domingo Gutiérrez de 46 años, a quien se le vio por última vez en su negocio, montarse a su vehículo y enrumbarse hacia al oeste de la ciudad.
La ciudad observaba cómo la camioneta blanca corría furiosamente por la carretera hacia el occidente, el acelerador se presionaba por llegar a cualquier sitio donde nadie pudiera alcanzarlos y escapar de aquella siniestra escena.
La escena se delató por una línea fina de humo que salía del monte, eran las cinco y media de la mañana, al detenerse los pobladores de la zona observaron que se trataba del cuerpo incinerado de un hombre. El cuerpo presentaba dos impactos de bala en la frente, había evidencia de tortura, tenía fracturada la clavícula, las manos y las extremidades inferiores. A unos cinco metros del cuerpo fue encontrado un revólver calibre 38 también calcinado.
—¿Calcinado? ¿Oficial, qué es lo que me está diciendo? Sí, mi esposo llevaba mi nombre grabado en el anillo de matrimonio ¿Pero están seguros que se trata de él? ¿No habrá una equivocación? Voy para allá ¿Dijo Kilómetro 10 y medio?
Kilómetro diez y medio anunciaba el mojón en la carretera. La camioneta giró abruptamente, entró a un camino polvoriento y oscuro. El cuerpo que reposaba en el maletero estaba envuelto entre unas sábanas y una cortina de baño, repentinamente daba pequeños saltos cuando los amortiguadores pasaban por algunos baches o pedregales. El reloj marcó las tres menos cuarto.
En el cuarto donde ocurrió la discusión, el forcejeo y el crimen, había ropa de cama y de vestir dispersa por todos lados. Un colchón de cama matrimonial estaba en forma vertical recostado sobre la pared. El resto de la casa estaba desordenado y se apreciaba falta de aseo. Hay una habitación contigua al escenario del crimen donde están tres asientos viejos, que se supone formaron parte de un comedor, una vieja mesa de mimbre y un cilindro de gas.
—¿Gasolina o diésel? —preguntó el bombero y echó un rápido vistazo a la joven pareja dentro del vehículo.
—Gasolina, llene el tanque y nos da un galón aparte, dijo el joven, y la muchacha rápidamente pasó un recipiente vacío que llevaba entre las piernas.
—¿Tarjeta o efectivo?
—Efectivo —confirmó la muchacha que empezó a buscar en una cartera, sacó algunos billetes y los extendió para que el despachador los tomara, éste notó que le temblaban en las manos, miró al joven que estaba aferrado al volante, aspecto frío y vista perdida.
Pérdida lamentable, así declaró ante la prensa Argelio Juárez, presidente de la Cámara de la pesca, al saber la terrible noticia de la muerte de uno de sus mejores amigos y socios de la cámara. Este acompañó a la esposa, al lugar donde abandonaron el cuerpo, quien impávida se enjugaba las lágrimas detrás de unos enormes lentes oscuros.
Oscuro quedó el cuerpo de Domingo González después que le rociaron además de gasolina, un poco de azufre. La piel parecía todo un caparazón tostado, una mugre ennegrecida con manchas rosáceas que dejaban ver la segunda capa de la dermis. Descabellado, con el cráneo lustroso, con dos huecos en la frente, los labios asidos a los dientes simulando una mueca de profundo dolor y los ojos sin párpados terriblemente abiertos a la muerte.
—La muerte llega en cualquier momento, este joven estaba notándose en el mundo de la fotografía, pero así es la vida. Sí, estoy en el velorio, aquí está Argelio conmigo. No, mejor vamos mañana al entierro. Llego a las once, Carmen.
Carmen de González declaró que esas fueron las últimas palabras que Domingo le expresó, la llamó esa noche desde la funeraria, durante la vela de Jorge González, sobrino de su esposo. También Argelio confirmó ante la prensa que él hizo varias llamadas desde su teléfono celular y que estuvieron comentando la tragedia de esta familia reconocida.
Reconocida familia en horrendo crimen. Cadáver quemado y partido en dos. Domingo fue masacrado. Decían los titulares de los diarios nacionales del lunes 23 de marzo.
Marzo sorprendió a toda la población con sus enrojecidos titulares, además del horrendo crimen de González, por primera vez un político era sentado en el banquillo de los acusados, violación, abuso a una menor de edad y acoso. El país tuvo un parte aguas y las feministas levantaron un muro de Berlín entre ellas: por un lado, las que apoyaban a la denunciante y por el otro las que defendían a capa y espada al acusado. Las vociferaciones, los insultos, las enardecidas pancartas se enfrentaban en las afueras del Juzgado capitalino. Los noticiarios y sus intrépidos reporteros se abrían paso a empellones entre el tumulto que aprovechaban a escupir en el rostro, jalarle el pelo y le mentaban a la madre a la víctima quien se hacía acompañar por un grupo de las organizaciones de Derechos Humanos. En otro encuadre, el ofensor vestido en jeans, sudadera y una gorra de los Yankees de New York, ofrecía un semblante desvencijado, se custodiaba de su esposa, madre de la implicada, quien vestía un colorido traje y su rostro no podía fingir la fría satisfacción de la venganza.
—No, no fue por venganza. Julián trabajó para Domingo en una de las granjas camaroneras, en Puerto Morazán, era un hombre que sentía compasión por la gente con problemas, escuchaba y siempre ayudaba a los demás, al menos te daba un consejo y una palmada en el hombro. Julián perteneció a una pandilla en Ciudad Sandino, uno de los barrios más peligrosos de la capital. Cada quince días que Julián regresaba de su casa a la granja camaronera, aparecía con una cortada o con golpes o simplemente no aparecía porque estaba en un hospital. Domingo, a veces lo regañaba, pero siempre lo terminaba ayudando. Julián le tenía agradecimiento, hasta que nos conocimos cuando llegó a la casa acompañando a Domingo.
Domingo Gonzáles, ingeniero agropecuario, viajó en los ochenta a la ciudad de Liepizgen, antigua RDA a estudiar en la Universidad Karl Marx, se especializó en cultivo de camarones. El camarón tuvo un despunte, en los años 90 's, con la apertura de las fronteras para los exiliados que volvieron al país. Muchos restaurantes nuevos proliferaron ofreciendo en su menú el delicado platillo. Domingo trabajó para el Ministerio de Agricultura durante muchos años, especializándose en fortalecer al sector pesca y apoyando a las pequeñas granjas artesanales que no contaban con la asistencia técnica para mejorar su producto y exportar para el consumo en el mercado extranjero.
El consumo de cocaína me tenía desbordada, la ansiedad empezó a descontrolarme, solo con coca me sentía aliviada. Me desesperaba no tener las ideas claras, no podía estar ni con Domingo, ni Julián, no podía volver a bailar para no encontrarme a la Celeste y me cobrara. Pero eso era lo de menos. Esa mañana llegó Ebert, el hombre de la Celeste. Sentí que el estómago saltó hacia mi boca y solo alcancé a decirle:
—¿Qué querés?
Me empujó hacia dentro del porche y rápido me agarró con una mano la cara y con la otra el cuello, me dijo:
—Vengo a cobrar lo que me debes —me apretaba con fuerza, sentía que me asfixiaba. Solo le aruñé los brazos, me aventó contra la pared y empecé a tener un ataque de tos. Con su cara cínica me amenazó:
—Te doy hasta mañana para que me tengas los 2 mil que debes, más 500 por réditos. Ya sabemos que tu hija y tu mama viven en Nandaime, si ese dinero no está mañana, se llamaban. ¿Me escuchaste bien, perra?
Con perros entrenados, los oficiales de la policía nacional siguieron el rastro de Julián y Karina quienes después de tirar el cadáver en un predio vacío, se volcaron en la camioneta station wagon marca Toyota a 3 kilómetros donde encontraron el hallazgo. La oficial Isabel Ocampo fue quien apresó a Karina Centeno y Julián Zepeda encontrados en casa de la Sra. María Josefa Chávez quien junto a sus hijos auxiliaron a los accidentados y los estaban convenciendo de ir a un hospital a atenderse. Ambos tenían contusiones, Karina presentaba una herida corto punzante en la ceja izquierda y la clavícula fracturada. Julián tenía politraumatismos y torsión femoral anterior. Requisaron la camioneta, la circulación estaba a nombre de Domingo González, el asiento trasero estaba tendido para ampliar el maletero y había rastros de sangre en señal de arrastre, en el piso se analizaron gotas de gasolina y azufre. No había duda que eran los principales sospechosos.
Atrapan a sospechosos de Domingo González. Fue el titular que la familia leyó temprano. Carmen se dirigió de inmediato a la estación II de policía quienes no quisieron darle más detalles de la investigación. Mientras discutía con un agente, reconoció a Isabel Ocampo, era la única mujer que estuvo en el predio montoso la mañana del suceso. Entraron a un minúsculo cubículo, la oficial le ofreció agua y le indicó que no podía darle información sobre los sospechosos, pero debía preguntar sobre la doble vida que hasta ese momento se conocía.
La Jueza del Sexto del Distrito del Crimen, dio a conocer a la prensa que: acompañada con un efectivo policial del distrito II y la representante de la procuraduría penal, entraron en la casa de habitación que el Señor González rentaba hace 10 meses para Karelia Centeno. Revisaron minuciosamente cada uno de los lugares, principalmente donde se protagonizó el crimen.
La judicial, quien en algunos momentos midió a pasos agigantados la extensión de la casa, constató el lugar donde se encontraba la botella de vidrio con que inicialmente Julián Zepeda asestó los primeros golpes a González. Luego observaron la silla donde estaba el cuchillo con el que Zepeda y Centeno abrieron unos enlatados que contenían comida.
Al momento del forcejeo entre Zepeda y González el cuchillo cayó sobre el piso y fue agarrado por la víctima, con el que supuestamente pretendió agredir a su victimario. Asimismo, inspeccionaron el lugar donde se encontraba el pedazo de bloque que Karina Centeno presuntamente le pasó a Julián para que golpeara a González.
De la sangre de González sólo quedan algunas manchas en el quicio de la puerta, ubicada frente al patio de la vivienda, pues en el resto de la casa no hay mayores evidencias porque Karina y Julián lavaron el piso antes de escapar.
No había escapatoria, el 28 de marzo Julián Zepeda, coautor del asesinato del empresario Domingo González, reveló en los tribunales que luego de masacrar a la víctima con un bloque, con el cual lo golpeó muchas veces en la cabeza, se bebió la sangre y hasta llegó a decir que se lo quería comer vivo.
Durante el juicio desarrollado en el Juzgado Sexto Distrito del Crimen de Managua, el fiscal leyó ante la Jueza el dictamen médico legal, que rola en el expediente judicial, indica que González fue asfixiado con una toalla y luego rematado con un bloque, golpes que le causaron un trauma craneal severo. El cuerpo fue encontrado en el kilómetro 10 y medio, lo habían desmembrado del tórax y la pelvis.
Desmembrar ese cuerpo nos tomó casi 2 horas, pero a mí me arrebató toda mi vida. Cierro los ojos y veo mis manos embebidas de sangre, la hoja del cuchillo con desechos de piel adheridos. Después de 20 años solo tengo nubarrones de aquella noche funesta.