Un arriesgado ensayo corrido sobre Camelia

«Toda Mesoamérica está impregnada de esta melodía».

Foto de Luigi Esposito Jerez (ver galería completa en Álastor).

Me pareció siempre escuchar en este corrido la melancolía más bizarra. Toda Mesoamérica está impregnada de esta melodía. ¿Querés un paisaje con banda sonora? ¿Un yermo donde acampa el verano y hay una despedida, cualquiera, de una pareja cualquiera que se despide a la orilla de una carretera infinita con los camiones ensordeciendo las palabras secretas del amor? Ponele Camelia la texana y las cosas tomarán sentido, las relaciones sociales, los silencios más profundos que ves en los que suben como espuma en el ascenso social más instantáneo y frágil que existe por estos lados.

Salieron de San Isidro

procedentes de Tijuana traían

las llantas del carro repletas de yerba mala

eran Emilio Varela… y Camelia la tejana…

Quise siempre, entonces, ponerle atención al porqué yo mismo, crecido en este ámbito donde las cantinas y sus muertos marcaban el reloj del barrio rural, sucumbía a la melancolía de un corrido que podía contar la misma historia, en cualquier parte de por aquí, de quienes se marchaban al norte al ritmo con que se acompaña la letra de Camelia. Me dije así: caramba, la verdadera canción está en la fusión melódica que logra captar el canto agónico de una cigarra. ¿Qué cosa, en realidad, es la vida, gloria y muerte de un narco? ¿Qué cosa es el amor cuando se sabe que la vida es tan corta?

…ella era de San Antonio

un hembra de corazón

un hembra así quiere un hombre

por él puede dar la vida

pero hay que tener cuidado si esa hembra se siente herida

la traición y el contrabando

son cosas incompartidas…

 

Siguiendo este hilo, pedí una cerveza para sentarme junto a la ventana y ver el aparcamiento de los grandes camiones que van lo más lejos posible. Coloridos bompers con las clásicas leyendas pintadas en su cromo. Sólo Dios sabe si volveré. Mi Yanixa. Mantenga su distancia y sólo acérquese a Dios.El fatalismo, carajo —me dije mientras olía las frituras que una señora grande y gorda cocinaba en un fogón improvisado con latas—, la piel venenosa o los ojos venenosos. Adentro de las cabinas de los trailers sonaban los corridos. Ahí volvía Camelia con la traición, signo y arquetipo de la historia, esa insistencia radial que logra crear en el que escucha la sensación de haber sido testigos de primera mano de toda una vida, ya que el corrido —al igual que la Iliada de Homero— sólo narra el hecho cúspide de toda una vida o conflicto, sin necesidad de abundar en detalles.

… a Los Ángeles llegaron a Hollywood se pasaron

en un callejón oscuro las cuatro llantas cambiaron

ahí entregaron la yerba y ahí también les pagaron,

Emilio dice a Camelia hoy te das por despedida

con la parte que te toca tú puedes rehacer tu vida

yo me voy p’a San Francisco

con la dueña de mi vida…

 

La armonía musical es básica —me dije paladeando la espuma de la Imperial—, pero cadenciosa, lo que hace que en los conciertos masivos de Los Tigres del Norte el público baile en una coreografía lenta que, vista desde lejos, asemeja un ritual fúnebre-erótico en el que las expresiones de los rostros denotan gravedad y silencio, es decir, todo se convierte en un baile en honor al muerto, Emilio Varela.

“La traición” de Emilio conduce al despecho de Camelia, y Camelia se convierte en “heroína” para la mujer y en “traicionera” para el hombre, que afianza así su machismo y estereotipo respecto a la mujer, adoración, fervor o sospecha que se mezcla en las tensas relaciones de poder del narco. El despecho —pensé en la vez que vi a mi primera novia bailando con otro en una fiesta ranchera— tiene cuernos de animal torvo al que no es fácil amarrar. Vale más seguirlo de lejitos porque más vale amansar que quitar mañas…

Por estos rumbos sabemos —se nace con este conocimiento— que en este negocio la paga es buena, pero ojo al cristo, todo riesgo se paga. Incluso enamorarse es un riego, aunque sea este elemento el que cause la atracción de los sexos, intensamente, como sabe que debe vivirse el carpe diem de los condenados a la gloria fugaz, lo que hace del narco el mundo más epicúreo desde los tiempos de la inútil filosofía. Ya quisiera ver a un epicúreo tranzando como se debe en los moteles de paso, me dije riéndome solo. Pero la gloria fugaz, claro, es algo que no cualquiera se atreve a tener y quien la obtiene demuestra una valentía que merece respeto. La gran paradoja de este valor asumido es que en la psiquis de Emilio Varela esté marcado el regreso “a la dueña de su vida”, lo que demuestra que toda la aventura o vivencias al lado de Camelia fueron tan solo parte de la simbología de poder con la cual necesita cubrirse el corrido. Al final, Emilio es un hombre solo y egoísta que se viste con las lentejuelas de la infidelidad mientras hace el dinero para retirarse a “su hogar”.

Ese hogar, claro está, nunca existe ni existió y es apenas, también, un pretexto para el corrido. Nostalgiar, brumoso verbo inventado camino al norte, verbo lleno de pueblos barridos por la velocidad. Nostalgiar la piel de un hogar que no es deseo y quizá sólo es tumba donde ir a reposar la leyenda. Camelia lo sabe, ella, hembra emancipada y asumida en la realidad del contrabando de lejanías, cree ver en Emilio a un “hombre de verdad”, un hombre que demuestra valentía y que aparenta estar, al igual que ella, como pez en el agua.

Camelia, al darse cuenta del fiasco, lo mata y con ese acto se define y refuerza el mensaje central del corrido: “si te metías a esto es que ibas a fondo, Emilio Varela”, lo que termina siendo en realidad la encarnación de Camelia como el narcotráfico en sí, deseo de tumba para dormir y morir con una mujer de verdad, deseo infinito y fugaz como un orgasmo, hogar nómada en el que se sale a cazar junto con todos sus amores y miedos.

Termino mi segunda cerveza. El olor a aceite quemado se mezcla con las nubes fritas que la señora va desprendiendo del horizonte. Subo a mi bus. Duermo y sueño que Camelia me espera en algún lugar de su violenta ternura.

… sonaron siete balazos Camelia a Emilio mataba

la policía ya solo halló una pistola tirada

del dinero y de Camelia nunca más se supo nada.

Fabricio Estrada

Poeta y fotógrafo hondureño nacido en 1974 en Sabanagrande, Francisco Morazán. Su trabajo poético incluye los títulos Sextos de Lluvia (1998), Poemas contra el miedo (2001), Solares (2004), Imposible un Ángel (antología, 2005), Poemas de Onda Corta (2009), Blancas Piranhas (2011), Sur del mediodía (2013-2015) y Houdini vuelve a casa (2015). Es parte, además, de las antologías: Cien años de poesía política en Honduras (Roberto Sosa, 2003), Las rutas del viento (Alfredo Pérez Alencart; Madrid, 2005), La herida en el Sol (UNAM: México, 2008), Puertas abiertas (Sergio Ramírez; Fondo de Cultura Económica: México, 2011), Cuerpo plural: Poesía hispanoamericana contemporánea (Gustavo …

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