Heraldo
"Patria: tu mutilado territorio / se viste de percal y de abalorio". Relato del escritor mexicano Alejandro Reyes.
Che. Se escuchó desde el establo, dirigiéndose al joven que conversaba con aquel hombre, más o menos de la misma edad que, amarrado al tronco del mezquite que crecía en medio del gran patio, resistía la mirada interrogante de su interlocutor y el sol intenso de ese medio día de sábado. Bajo la sombra del tejado, un grupo de hombres tomaban cerveza y escuchaban la radio: Aunque me cueste la vida/ Sigo buscando tu amor/ Te sigo amando/ Voy preguntando/ Dónde poderte encontrar/ Aunque vayas donde vayas/ Al fin del mundo me iré/ Para entregarte/ Mi cariñito/ Porque nací para ti/ Es mi amor tan sincero, vidita/ Ya tú ves la promesa que te hago/ Qué me importa llorar/ Qué me importa sufrir/ Si es que un día me dices que sí… Raúl, el hijo del dueño de la Hacienda, añadió: Deja a ese pendejo ahí; que se le reseque el cerebro. A ver si así se le evaporan esas ideas pendejas que se carga.
– ¿A qué se refiere con eso? – Interrogó al prisionero.
Pues, no sé. Estos cabrones se creen dueños de todo. Hasta de nuestras vidas. Me agarraron allá arriba en el Ayaquemetl. Quesque es de ellos. Pero, mis abuelos ya vivían aquí en Ayotzingo antes de que llegaran ellos a comprar este Rancho. Yo vine sólo por una carga de leña y me agarraron. Deben de estar enojados porque en las asambleas del pueblo les digo sus verdades y eso les da harta muina. Ahora dicen que soy espía. Pero, no sé de qué chingados hablan.
– Sos un proletario como todos nosotros. Pero, ¿vos sabés qué hacemos acá?
– ¿Proletario? ¿Qué es eso? Sólo soy un hombre de campo que sobrevive. Y, no sé qué hacen acá; la verdad, no me interesa. Yo enfrento mis propias peleas. Mira mis ojos. Apagaron cigarros en ellos. Observa mis uñas; ya alguna vez las arrancaron. Claro que tengo miedo. Pero, no soy cobarde. Todos los caminos llevan a la tumba.
– ¿Qué viste?
– Nada. Pero, por todo el pueblo comentan de los balazos que se escuchan por acá y de gente que habla chistoso andando por el cerro con fusiles. También dicen que en San Gabriel dejaron de producir quesos.
– Está bien. ¿Te gusta la poesía? – Preguntó para cambiar de tema y abrió el libro que traía en la mano.
– No sé mucho de ello. Recuerdo del colegio aquello de:
Patria: tu mutilado territorio
se viste de percal y de abalorio.
Suave Patria: tu casa todavía
es tan grande, que el tren va por la vía
como aguinaldo de juguetería.
Y en el barullo de las estaciones,
con tu mirada de mestiza, pones
la inmensidad sobre los corazones.
– ¡Qué memoria che! Sí, de eso hablo; de la palabra que se escribe con sentimientos: amor, miedo, dolor y coraje. Yo escribo algunos. Pero, hay poetas grandes y escriben cosas como esta. Escucha:
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte…
– Se siente el dolor y la rabia.
– Sí, tenés razón.
– Me gustó. ¿Qué es un heraldo?
– Un mensajero.
–¿Cómo tú?
– No, che. Yo soy el mensaje.
– Che. Ya déjalo. Al rato arreglamos cuentas con ese. Vente a tomar una birra, chico. – Alguien más del grupo que convivía a lo lejos le insistió.
Ernesto se despidió, del otro joven, con un ademán realizado con la mano. Fue el punto final de la conversación. Dirigió sus pasos hacia el establo para reunirse con los demás, mientras la sombra del mezquite se alargaba ya un poco. Por la noche comenzó a escribir en su diario:
Abril 21.
El día pasó sin mayor novedad.