La guerra nunca ocurrió, pero vos y yo aún existimos
Mario Zetino y Morelia Rivas nos traducen una selección de poemas de la poeta salvadoreño-estadounidense Janel Pineda
De cómo el inglés llegó a mi abuela
Fue en El Salvador, en lo que ella
cortaba y pelaba mangos,
sandías y mameyes.
Antes de la guerra, Los Beatles sonaban
desde el radio pequeño en su cocina
y Elba de veintitantos años
bailaba a “A Hard Day’s Night”,
trayendo a la existencia al inglés, al cantarlo
en un lugar al que nunca debería de haber llegado.
Como un trabajo de brujería,
el inglés la enamoró
para que pensara que los Estados Unidos era un lugar perfecto.
Para mi abuela, todo lo americano[1]
estaba sumergido en el inglés
y ella quería bañarse en el mar de ese idioma,
sin importarle lo sangrientas
que se veían esas aguas.
El inglés la conquistó a pura paja,
se la ganó con sus miradas atrevidas,
y ella quedó encantada
con sus palabras insensatas. El inglés
le metió la lengua a la garganta y le embrujó
los pies para que lo siguiera.
Mi abuela me dice que ella huyó de El Salvador
buscándolo
que dejó sus huellas a lo largo del istmo
hasta la tierra donde su poder
era más implacable que en el lugar
que ella había dejado, así terminó en
Los Estados Unidos
el lugar obvio adónde ir
el lugar donde todos terminaban
lo quisieran o no
porque, ¡por Dios!
¿a dónde más se iban a ir, si no
al lugar al que todos
pertenecían? no
no quiero decir que ellos fueran de ese lugar
quiero decir que le pertenecían a.
Todo esto, para contarles el cuento
de cómo mi abuela todavía no habla inglés
de cómo una vez luchó con él
y él le torció la lengua
así que, en cambio, ella se aferra a
su título de Grandma, jamás Abuela,
sus I love yous en vez de te quiero
sus letras de canciones de Los Beatles
sus acentuados lles, maam y rait agüey, maam
de sus trabajos limpiando casas en wudlan jil, pasadina,
a veces incluso en beverli jil,
su espanglish
y sus ai so sorris
porque si hay algo que ella con certeza sabe del inglés
es cuánto ese idioma le exige
que se disculpe.
Traducción de Mario Zetino
[1] que no es sinónimo de todo lo estadounidense / para ella, “americano” era simplemente / todo lo que le habían enseñado / a considerar “mejor”
En Otra Vida
La guerra nunca ocurrió, pero vos y yo aún existimos. Como la obsidiana,
conocemos solamente el recuerdo de lava, y no la explosión que nos dio vida.
Olviden la iglesia derribada, el olor a piel en llamas , la sopa de repollo.
No hay ningún bus. No hay ninguna frontera. No hay seña de sangre. Solo
existen campos de maíz y cáscaras de mango. La casa turquesa y los lazos de tender.
Un plato lleno de pasteles y curtido, esperando a caer en nuestras barrigas
En esta vida, nuestra gente no son cosas del silencio, sino mundos enteros
colmados de vida . En todos lados, niños jugando libremente, sanos y bien vestidos.
Mozote no significa masacre y nacen flores en todo lugar donde hay zapatos
abandonados. Mi nombre todavía significa verdad, esta vez en un idioma que mi boca
reconoce, en un idioma que sé hablar. Mi abuela sigue siendo cuentista, aunque yo
no sea poeta. En esta vida, no tengo que serlo. Este poema aún existe. Se escucha
en la voz de mi madre, y ella disuelve el dolor como miel en agua caliente, manzanilla
aliviando la garganta. Vos y yo no nos encontramos en otro continente, agarrándonos
del cuello, en busca de un hogar. Nos encontramos en un mercado, mis brazos rebalsando
de mameyes y anonas. Juntos las lavamos en agua del río. El atardecer cae
sobre una tierra que llamamos nuestra y no tememos su despojo. Muerdo la fruta, separando
semilla y pulpa, sacando las venas de entre mis dientes. Nuestra risa hace eco desde el interior
de esta cueva, de la cual somos libres de salir. No tenemos que escondernos aquí,
ni en ningún lugar. Pasa un torogoz por mi cara y no temo el batir de sus alas.
Traducción de Morelia Rivas
How English Came to Grandma
In Salvador as she cut
and peeled mangos
sandía and mamey.
Before the war, The Beatles blared
from the small radio in her kitchen
and 20-something-year-old Elba
danced to “A Hard Day’s Night,”
singing English into existence in
a place it never should have arrived.
Like a work of brujería,
English enamored her
into thinking the U.S. perfect.
For grandma, everything americano[1]
was soaked in English and she
wanted to bathe in that language’s
ocean, no matter how bloody
she pretended it didn’t look.
English la conquistó a pura paja
won her over with its haughty looks,
meaningless words enchanting
all the same. English stuck its tongue
down her throat then bewitched
her feet to follow it.
Grandma tells me she fled El Salvador
in search of it
traced its footprints up the isthmus
to the land where its reign
was more unrelenting than in the place
she left, then wound up in
Los Estados Unidos
the obvious place to go
the place where everybody ended
up, whether they wanted to or not
‘cause, come on!
where else would they go but to
the place to which they all
belonged, no
I don’t mean they belonged there
I mean they belonged to.
All this to tell you the story
about how Grandma still does not speak English
how she tried wrestling it once
but it twisted her tongue
so instead she clings to her title of
Grandma and never Abuela
her I love you’s instead of te quiero
her Beatles lyrics
her thick accented jes mahm’s and rright aguey, mahm
from her jobs cleaning houses in wudlan heel, paz á dina
sometimes even beverlé heel
her Spanglish
and her I so sori’s
because if she knew anything about English,
it was how much that language demanded
her to apologize.
(En The Wandering Song: Central American Writing in the U.S., Tia Chucha Press/Northwestern University Press, 2017)
[1] not synonymous with everything American / or even everything estadounidense / for her, americano was simply / everything she’d been taught / to deem “better”
In Another Life
The war never happened but somehow you and I still exist. Like obsidian,
we know only the memory of lava and not the explosion that created
us. Forget the gunned-down church, the burning flesh, the cabbage soup.
There is no bus. There is no border. There is no blood. There are
only sweet corn fields and mango skins. The turquoise house and clotheslines.
A heaping plate of pasteles and curtido waiting to be disappeared into our bellies.
In this life, our people are not things of silences but whole worlds bursting
into breath. Everywhere, there are children. Playing freely, clothed and clean.
Mozote does not mean massacre and flowers bloom in every place shoes are
left behind. My name still means truth, this time in a language my mouth recognizes,
in a language I know how to speak. My grandmother is still a storyteller although I am
not a poet. In this life, I do not have to be. This poem somehow still exists. It is told
in my mother’s voice and she makes hurt dissolve like honey in hot water, manzanilla
warming the throat. You and I do not find each other on another continent, grasping
at each other’s necks in search of home. We meet in a mercado, my arms overflowing
with mamey and anonas, and together we wash them in riverwater. We watch sunset fall over
a land we call our own and do not fear its taking. I bite into the fruit, mouth sucking
seed from substance, pulling its veins from between my teeth. Our laughter echoes
from inside the cave, one we are free to step outside of. We do not have to hide here.
We do not have to hide anywhere. A torogoz flies past my face and I do not fear its flapping.
(En la revista wildness, no. 18, Winter 2019)