La inmortal
En el año 2012 "La inmortal y otros poemas de amor" de Iván Uriarte ganó el concurso de publicaciones del Centro Nicaragüense de Escritores, en este libro de profunda raíz romántica aparece uno de los textos más poderosos de amor que se han escrito en Nicaragua: La inmortal. Este poema también puede leerse como una nouvelle en verso en el que el berenjenal desorden amoroso y la ciudad de París son los principales protagonistas.
I
REVISO MI BIBLIOTECA y encuentro de pronto
los libros que Marie Joëlle empastó cuidadosamente para
mi algún tiempo
después de habernos conocido
en el tráfago veraniego
de aquel Paris intemporal
primavera de fuego que aún quema los espesos bordes
de mis pestañas cada atardecer.
Veo su fresco rosado pecoso rostro
sudando aquel verano de 1971 bajo los toldos de uno de
los café del boulevard Saint-Michel
donde nos encontramos .
Nadie entendía mi francés desde hacía semanas
y en los restaurantes pedía la comida señalando como un
bantú platos a la sipega en el
menú.
Milagros de la química: yo entendí su francés con la misma
claridad que ella entendió lo que
pretendí decirle al momento de abordarla.
Preparaba una tesis sobre Alejo Carpentier cuyo barroquismo
no entendía para nada.
Fue allí donde recuperamos (Los pasos perdidos)
(los de ella y los míos).
Mi apartamento 138 rueTolbiac, tercer piso sin ascensor
fue el inicio ritual del verdadero aprendizaje de la lengua
francesa de tiempo completo
curso recibido en un colchón puesto sobre el piso
donde las consonantes y múltiples vocales resonaban
verticalmente
en fumigantes chorros de semen que nos inundaban
mutuamente.
Hay nutrientes secretos que mantienen la vitalidad del
sexo
secretando energías nuevas que significan entrar o
marginarse en determinada cultura.
La cultura francesa que asimilé en esos días de brama nupcial
se redujo a queso, vino tinto y pan baguette.
En verano los quesos se salen de sus propias envolturas
y es entonces cuando los Bries,
Camanberts,Livarots, Munster,
Pont l‘eveque y todas las varie-
dades de quesos de chevre et
brevis cobran su plenitud de
entrega...
Salíamos al mediodía sin más desayuno que nuestra
propia saliva, rica en minerales
y energía sanguínea.
Fue durante esos paseos que descubrí, guiado por ella,
la rue Mouffetard, el mercado
más estival y más parisino en todo
el sentido de búsqueda constante
que caracteriza al francés en esa latitud .
No había culebras a la vista como en los mercados
japoneses, pero había quesos
retorciéndose
desmadradamente a precios de feria de productor de granja.
Ignoro en que medida las dietas macrobióticas o naturistas
pueden enardecerte
pero los quesos son llamas lácteas ardiendo en la noche
que elévanse a sacros rituales
que sólo el Kamasutra parangona y
prescribe.
Esa redondez en ligeras envolturas de madera se dispara,
en su amarillez de yeso vivo,
como fuente al infinito. Y el
queso no crece ni fecunda su
espacio sin el vino, pero del más
tinto de legítima solera.
Solera de corte popular establecida como pinard o petit
vin de table, los Bordeaux, Cotes
de Rhone, Beaujaulais village,
Chateauneuf du Pape,Calvet…
que te salvan cualquier jornada con untuosos canapés de
carnoso pan paysan o payase,
envolviendo tu lengua
manjar supremo que nunca otra cultura te ofrece
mágicamente en el lecho
si no es en sofisticada cocina hotelera o provocando
privadamente el ardor de
más de un carbón a medianoche.
Buffet au lit, bouffer au lit es oficiar sobre un estrecho
espacio de comprimida espuma
el rito de un chamán concentrado
que no deja ir a su paloma
que no suelta a su halcona, mensajera que aterrizo en
misión de definitiva entrega.
El queso le da a tu cuerpo olor a semen, olor a pubis, olor
a cuerpo en plena-darse-entrega.
Olor a titánica lucha entre sudorosas sabanas, olor a jabalí sanglier
a gavilán épervier auscultando a su gavilana
a primate enalteciendo las ramas de la arboleda
a zorrillo corriendo para despistar al perseguidor del cual
no se librará nunca más.
(En Francia hay un queso para cada día del año del
mismo modo que el santoral
católico enaltece cotidianamente
a un mártir o a un santo).
II
Ese verano no fue un verano como los otros (con
lujosas piscinas, playas de nudismo y hoteles
sofisticados que hacían la felicidad de los que no conocíamos)
precisamente porque el equilibrio de nuestra descentrada
gravedad se creó en un estrecho colchón
puente colgante de nuestros cuerpos desafiando al abismo
a las profundidades de un agitado mar
de encrespadas olas púbicas con calendarizados quesos y
torrencial vino tinto.
III
Cuando el otoño sobrevino y las hojas de los árboles nos
demostraron en su abatimiento
la crueldad del tiempo
nos refugiamos cómodamente en un apartamento
moderno que un reciente
petit ami le había dejado mientras
hacia su servicio militar.
Alterné con ella mi estrecho cuarto de residente
universitario en la rue Dareau
(mientras asistía a mis cursos de
derecho en la Sorbona)
con week-end infaltable en su apartamento donde
su magisterio acunándose sobre el
lecho
deslechándome en cultura musical cada mañana:
Boris Vian, genio literario y mu
sical irrumpiendo con voz grave
entre el humor y la disidencia;
Jack Doué, enérgico y delicado
cantando con toda la nostalgia
medioeval perdida ;Serge Reggiani
no recitando sino dándole voz a
Baudelaire y a Prévert.
George Brassens, el canta-autor más
francés después de Ronsard y
Villon; Jacques Brel, evocando
de viva y enardecida voz a sus
putas de Amsterdam con las
manos llenas de bonbones;
Jean Ferrat, cantándole a todas
las revoluciones del mundo sin
olvidar un instante su tierra roja
de l’Ardeche. Leo Ferré, toujours
blessé, Barbara, la solitaria de
Nantes, Mis Tanguet y todas las
buscadoras de millonarios de los
Gay Tuenty…
Conocí a su madre un fin de semana, Doña Agripina la Buena,
como la bauticé en
el momento de abrazarla
para exorcizar
el aura neroniana que rodeaba su
nombre de establecida profesora
de latín en la Sorbona.
(Fue un invierno de esos cuando conocí la tristeza de los
bouquinistes en la Rive gauche
del río Sena, abrigados lobos
marinos capitaneando un
congelado peniche lleno de libros
que había que levantar con bien
enguantadas manos).
IV
El verano del 72 fue un verano terrible, esplendente y
alegre. El Boulevard Saint-
Michel y el Barrio Latino se nos
convirtieron en una estrecha
esquina.
Por las noches, entre la cinemateca de la rue d’Ulm y el
pequeño cine de la rue Cujas,
transcurrieron sucesión de films
en nuestras noches veraniegas,
con el sol que se resistía a ocul-
tarse en el horizonte.
Un festival de las películas de Allain Robbe-Grillet nos
conmovió los cimientos de ese
ardiente verano.
Había leído algunas cosas de él, como Les gommes o
Dans le labyrinthe, pero su
ojo cinematográfico de ciclope
arrastrando un sentido del absurdo
donde la filosofía sartreana
no tenía que ver ni mierda,
me sobrecogió: era el ser mismo
perdido en medio del torrente
como una trucha que vuelve
desesperada a su lugar de
origen.
Le jeu avec le feu, L’homme qui mente, L’Eden et après,
pero sobre todo L’Immortelle, me refundieron en un
berenjenal donde el amor es
una fruta que todavía sigue creciendo lozana en el Paraíso.
Filmada en Estambul en trascedente blanco y negro (con
un grupo de amigos actores) es
el único film de amor sin clichés
alguno llevado al celuloide.
L’Inmortelle es ese amor que llevamos dentro sin darnos
cuenta, negándolo y arrastrándolo
como un fantasma que nunca
recobra su verdadero peso.
L’Inmortelle es esa desconocida que dejaremos de ver
al bajarnos del tren que va
ninguna parte o simplemente al mirar
hacia un lugar donde su ojo
está presto a respondernos el
esgüince mientras los vagones
siguen su inexorable marcha
porque sencillamente no es la
estación que aparece en el
boleto que compramos...
(Es un film donde los ruidos y las voces, así como los
diálogos sordos, los gestos y la mirada de los transeúntes,
se convierten en nuestra propia mirada, en nuestra voz que
ha estado en vilo hace tanto tiempo)
V
Ir a Estambul y así continuar un sentido del amor que ya
nos habíamos planteado
temerosos cada día, comenzó a ser
obsesivo.
Ese film nos agotaba, se nos adelantaba, iba más allá
de lo que no nos atrevíamos
a preguntarnos.
Teníamos que tomar una decisión, ignorando desde
luego, la profundidad del abismo.
Fuimos al restaurante Chez Jack al día siguiente después
de ver el film por doceava vez
como para continuar un sentido que ya no tenía ningún
mero sentido cinematográfico ni
mucho menos.
Éramos ella y yo los protagonistas, los amantes con velo
en el rostro buscándose desespe-
radamente.
Mientras caminábamos por las
estrechas calles que conducen
más allá de la Puerta Saint-
Denis donde comienza el
Zoológico Sexual más completo
para iniciados, pornógrafos
y erotómanos como era para mí
ver enjauladas en tersas vitrinas
a las más bellas y mejores cotizadas
putas de Paris hasta justamente
llegar al antiguo café-concierto
que recibía cotidianamente
a centenares de hambrientos,
prestos cocodrilos a tirarse al agua
con más fauces que dinero.
Tomamos la decisión al salir del restaurante
y sólo me detuve en algunas boutiques del Boulevard
Saint-Michel pleno de saldos
para finalmente comprarme un conjunto de chaquetilla y
pantalón celeste de algodón des-
lavado y manchado.
No recuerdo si me compré zapatos, calcetines o
calzoncillos
pero me armé de pequeñas cosas como lámparas para
despertar a la oscuridad después
de cualquier pesadilla.
Un viaje al dedo solo ofrece ventajas que conciernen con
tu cuerpo,
Nunca deben avizorar, por ejemplo, tu exagerada gordura
ni tu abundante promiscuo equi-
paje.
Lo nuestro no era equipaje era algo más parecido o
enajenante al desequipamiento
continuo.
Recordaba haber escrito mis primeros versos en Jinotega,
impregnado de la atmósfera de
vagabundaje de los poemas de
Blaise Cendrars traducido
por Coronel Urtecho.
Con dos tomitos del gran manco francés editados
chez Gallimard en su colección
Poesie, con Au coeur du monde
y Du monde entier, me lancé a
la aventura. Pero también iba
armado de un par de novelas
polard de San-Antonio (una de las
lecturas relajantes de Marie Joelle
y que me introdujo a la matriz
del slang parisino), Frederick
Dard, otro suizo que reinvento la
lengua francesa como Cendrars
mismo lo hizo en su libro sobre
puertos: Bourlinguer.
VI
En Ginebra no pudimos encontrar albergue u hotel al
alcance del exiguo presupuesto
de viaje
y sólo la estación central de trenes pudo refugiarnos como
viajeros de un tren que se empe-
cina en llegar y que súbito aparece
al amanecer inútilmente.
VII
LA POLENTA sacada del horno frente a nuestras narices
nos despertó en el norte de Italia
como en una ópera que Verdi nunca escribió pero que
de pronto resonaba plena de
armonía tonificando nuestro paladar.
En Trieste, cansados de tanto deambular, trasegar
vehículos, equivocarnos de ruta
después de nuestro lento despe-
gue en Paris, un gentil y solitario
militar libanés se encargó de
nosotros.
Los oscuros edificios de Trieste fueron la última mirada
de un mundo europeo que se me
apareo con Joyce e Italo Svevo,
años atrás, más encarcelados que
el mismo Pound en Rapallo.
Los gigantescos yugures de Yugoeslavia fueron casi un
saludable amanecer en un pue-
blo de pastores transhumantes
centenarios.
Vi Zagreb de lejos como todo viajante sin itinerario
preciso alguno. Tabernas oscuras
y gente triste mirando por encima
de mesas llenas de moscas me
retrotrajo al colonizado y aban-
donado mundo de mis ancestros.
Yugoeslavia es tierra sin fin llena de aldeas y ciudades
que me depasaban la abertura
del ojo
donde al finalizar un día despertamos frente al amplio
colorido de un convoy de carretas
turcas bien pintadas y repletas
de sandías que sólo se me hicieron
reales al compararlas con las
cebollas y tomates que cultivó
en sus andinas eras el Inca Gar-
cilaso de la Vega.
VIII
Estambul es una ciudad de cromados minaretes donde
refulge la luz de los pasteles y
delicadas reposterías luciendo
su esplendor en el Top-Kapi ro-
deado de calles inundadas de
bandejas olorosas con tintinean-
tes vasitos de té excitando al
extraño transeúnte a una ofrenda
callejera nunca esperada
misteriosa ciudad donde todo es tan irreal como los
turbantes y los velos que se
cruzan a tu paso confirmándote que
no estás en tu casa y que todavía
tenés oportunidad de regresarte.
Experimenté un botellón de narguilet y baños de mármol
donde parecía abatirse sobre mi
cabeza una tormenta de vapor
aclarándome la apariencia de un
mundo que cada vez me hundía
en la fantasía.
(No importa qué grupo o banda de saltimbanquis pareció
seguirnos aparentemente sin
objetivo en una ciudad donde siempre
te acompaña música para
dormir serpientes).
Nos escapábamos de los laberintos de la ciudad
para comernos un pescado a la parrilla
a la orilla del Cuerno de Oro,
apadrinados por los dioses de todas
las mitologías marítimas
congregadas
y después regresar a nuestro hostal, donde la camisa y
ropa interior sudada nos hacían
sentir el cuerpo real que todavía
nos quedaba.
Todos los hostales de juventud fueron nuestro santa
y seña para ignorar los hoteles
de ejecutivos y turistas dañinos
rompiéndonos un esquema
personal cada vez que
los encontrábamos en las calles
bajándose de limusinas o hablando
pretenciosas mierdas que nunca nos
incumbieron.
Dormíamos en literas y nos sentíamos en nuestros sueños
más importantes que Chilo
Chilone recorriendo las calles
de Roma tal como acontece en las
páginas de Quo Vadis?
de Enrique Sienkiewicz,
porque nuestro sueño era la realidad de una ciudad que
tocábamos todos los días como
si se tratara de una romería que
todavía no cumplíamos.
Saliendo de Estambul vía Esmirna un camionero que nos
dio ride pensó desde que nos
recogió que Marie Joëlle era
una puta domiciliar porque andaba
de short y que yo como buen
promotor la exhibía por el mundo
poniéndola a la disposición del
primer inesperado cliente que
nos saliera en el camino.
Consecuentemente se la quiso coger mientras yo me bajé
a mear un instante.
IX
Las ruinas de Esmirna, uno de los grandes bastiones de
la civilización romana, se nos
presentó de pronto como la
búsqueda esperada de nuestro
viaje, porque fue como si
comenzáramos a filmar
interiormente un pasaje del film
de la cual ya éramos protagonistas,
con tumbas, lápidas y antiguos
mausoleos precisamente cuando
la barca desliza en las aguas
iluminadas del Bósforo (del
Bósforo de Robbe-Grillet)
con ella, la Inmortal, en la proa deslumbrada
corporalmente contempla las votivas
criptas como visión constante
de un amor renovándose a cada
momento frente a la muerte.
X
Las islas griegas fueron nuestro última visión encantada
de ese mundo frente un pez
gigantesco puesto sobre una
balanza de oro en un lujoso
restaurante de Corfú.
XI
Ahora contemplo por fin los libros que aquellas manos
devotas adosaron noches enteras
para preservarme deteriorados antiguos textos que como
ejemplares únicos yacen ahora
como en vitrina propia
textos que me traen su voz hablándome al oído mientras
cruzábamos las misteriosas
aguas del Bósforo
textos que cuando los miro me digo: ¡Ah Restif de la
Bretone, Crevillon, Lautreamont,
Villon y el Viaje al Oriente de
Gerard de Nerval ,
sumergiéndome en todo lo que ella nunca supo ni
conoció a fondo en aquellos días!
Septiembre l999, Octubre 2OO4.