La sombra de Hamlet
El poeta y crítico literario, Vïctor Chavarría Luna nos ofrece su interpretación respecto al más reciente poemario del poeta nicaragüense, Erick Aguirre Aragón: Vapores de Ítaca (Pergamino ediciones, 2023)
Vapores de Ítaca (Pergamino ediciones, 2023) es un poema largo del escritor y poeta nicaragüense Erick Aguirre Aragón, encabezado con epígrafes de Homero y de Constantino Cavafis. Está dividido en cinco partes, con sus respectivos epígrafes. El poema no es el viaje de Moisés guiando a los israelitas en busca de la tierra prometida; no es el breve, pero intenso viaje en Ulysses, de Joyce; no es el viaje del Ulises de su paisano Pablo Antonio Cuadra en Cantos de Cifar; y por supuesto, no es el héroe homérico. Es el viaje de Ulises, alter ego de Erick, autor del poema.
Es el Ulises que, esté donde esté, vive viajando por lugares que ya son parte de su vida y en los cuales, a pesar de todo, siempre hay extravíos, cíclopes, vacas sagradas y todo tipo de riesgos y peligros. De estos lugares se vive alejando, pero siempre vuelve a ellos como una constante sumersión en las profundidades de su ser, donde abre los ojos para salir y revelar la realidad que aparece en la superficie de la sociedad en la que está viviendo.
Esta realidad revelada, la está escribiendo en una servilleta, a manera de testimonio, donde la memoria juega un papel importante, excitada no por la Magdalena de Proust, sino por otros elementos. Así logra recordar a Manolo Cuadra, el Rimbaud de la poesía nicaragüense y autor del famoso poema “Perfil”; a quien no conoció, pero con quien encuentra un paralelismo, porque al igual que él no sólo estuvo como tornillo fuera de mecanismo en las fuerzas armadas, sino también por haber peregrinado como periodista por diarios, semanarios y revistas.
El escenario es la ciudad, la “Managua, Nicaragua donde yo me enamoré”, con música del compositor Irving Fields. Es la Ítaca, una ciudad amada, derribada por el sismo de 1972. Todos sus encantos desaparecieron con el derrumbe, fueron devorados por la misma naturaleza. Pedro Rafael Gutiérrez escribió “Réquiem para una ciudad muerta”. En Vapores de Ítaca, haciendo una sátira menipea, de la que habla Bajtín, con lo fea en que se convirtió después de haber sido tan linda, se le llama ciudad negra y ciudad potrero; así también para otros autores nicaragüenses constituye un espacio festivo carnavalesco. Tiene razón el poeta Antonio Machado al decir que se canta lo que se pierde, y Vapores de Ítaca es quizá el canto que canta lo perdido.
Este escenario urbano que ha quedado y en el que ni los esfuerzos por recobrar la vieja ciudad surten efecto, no se reduce a una simple área geográfica, sino que se llena de amor y de afectos, y por ser Ulises el que representa a los desventurados que viven en ella, la ciudad es Ulises y Ulises es la ciudad. Es decir, Ulises humaniza la ciudad y les devuelve la identidad a sus habitantes para que dejen de ser parientes cercanos de los fantasmas de Comala.
Durante las horas del día ejercen trabajos comunes y corrientes en el sector informal de la economía, y por las noches sacian los deseos alcohólicos para tratar de olvidar las desgracias de sus vidas; beben y se van trastabillando por las calles hasta llegar a los lugares mugrosos donde pasan el resto de las horas hasta que amanece de nuevo y repetir la vieja rutina. Mientras tanto, un lamento se oye de pronto: “Cuándo acabará /la agonía de esta generación/ que lo dio todo por nada; /por esta nada /que nos quedó como herencia” (26,) y asegura que “entre los desventurados/ y los cojos -¡aleluya!-, /estará siempre mi puesto” (32).
Este viaje trasciende la atmósfera existencial, real, surreal, metafísica, fantástica y simbólica. En sus imbricados temas de pronto aparecen no sólo imágenes insólitas, y esto no está ajeno a los versos en la quinta parte denominada “La tierra y la muerte”:
Por eso ahora sueño
que me digo: eres, no sueñas,
y fuera del sueño digo: sueño,
no soy. Pero vivo y sueño.
No existe la muerte.
Es todo lo contrario a lo que se dice en el monólogo de Hamlet (obra de Shakespeare: Acto Tres, Escena Primera), donde además de admitir la muerte como encargada de terminar con todos los males, aboga por el suicidio:
“Morir, dormir: dormir, tal vez soñar. Sí, ese es el estorbo; pues qué podríamos soñar en nuestro sueño eterno, ya libres del agobio terrenal, es una consideración que frena el juicio y da tan larga vida a la desgracia. Pues, ¿quién soportaría los azotes e injurias de este mundo, el desmán del tirano, la afrenta del soberbio, las penas del amor menospreciado, la tardanza de la ley, la arrogancia del cargo, los insultos que sufre la paciencia, pudiendo cerrar cuentas uno mismo con un simple puñal?”
La diferencia de puntos de vista en Vapores de Ítaca y Hamlet sobre la muerte, quizá tenga que ver con muchas cosas. Si en Hamlet es el ser o no ser, mejor dicho: vida o muerte; en Vapores de Ítaca es el ser y no ser, mejor dicho: vida y no vida, o, similar, guardando las distancias, a lo que dice Teresa de Jesús: “vivo sin vivir”. Pero para ilustrar un poco más, pongamos algunos ejemplos: el amor de pareja en Vapores de Ítaca parece que importara y no parece que importara; lo real parece real y no parece real; el sueño parece sueño y no parece sueño; la nostalgia parece intensificarse y no parece intensificarse; lo fantástico parece fantástico y no parece fantástico; los vapores parecen acercarse a Ítaca y no parecen acercarse; el horizonte parece lejano y parece no lejano; parece anhelarse la vida y no parece anhelarse la vida; en todo caso la divisa es la duda, no la de Hamlet, sino la que proporciona la crisis del mundo en el que estamos viviendo.
En estas condiciones, el largo poema Vapores de Ítaca ha sido escrito espoleado por las adversidades en un mundo que tiende a sucumbir, y por eso mismo nos preguntamos: ¿cuántos Ulises habrá entre las multitudes que vienen y se van, arrastrados por los cantos de sirena, buscando nuevos amaneceres y dejando al amor de su vida tejiendo en casa y esperando su regreso? La inmigración/emigración, el destierro, la inestabilidad económica, las persecuciones, las traiciones, la corrupción, aquello de cuánto tenés cuánto valés, en fin, el mundo globalizado es un gran mercado donde se compran honores, voluntades y conciencias, donde acechan los cíclopes y demás monstruos devoradores de incautos y débiles.
El tiempo que vivimos se ha puesto la etiqueta de postmoderno para devorar con más rapidez la vida del hombre y las cosas que vive y hace. Las nuevas corrientes literarias donde se inserta Vapores de Ítaca son de fácil identificación para cualquier persona, porque su lenguaje es sencillo, coloquial, narrativo y fragmentado; rasgos que no impiden retornar a lo clásico. Ulises, de Vapores de Ítaca, parece empeñado en ser como algunos de sus autores preferidos, “como el tal Joyce, el miserable de Kafka o el pobre Cervantes”.
Aparte de estos autores clásicos parecen haber más sumergidos como icebergs en las aguas de Vapores de Ítaca, y sin duda alguna el buen lector dará con ellos. Lo clásico en la evolución poética de Erick Aguirre Aragón ha sido quizá la clave para alcanzar su voz propia en la poesía y en la novela, pues también es novelista. Es una voz de la razón y del corazón que brota de forma fragmentada, y no por simple casualidad, sino porque en fragmentos la mente humana conoce el pasado y la sumatoria de fragmentos le puede proporcionar un amplio conocimiento de las cosas y darle su respectivo significado.
En esas nuevas corrientes literarias en lengua española, donde la poesía es poesía y no parece poesía, la temática, además de tener que ver con la inteligencia y el sentimiento, también tiene que ver, entre otras cosas, con la experiencia, el desencanto, la nostalgia; lo reflexivo y lo fantástico incrustado en la vida cotidiana, lo cual me recuerda a Cortázar, que encuentra la temática fantástica de sus cuentos en la vida diaria, vida que va pasando como las aguas de un río, del río que somos, como decía Coronel Urtecho a orillas del San Juan.
Esta obra es la de un poeta hecho y derecho; escribir poemas es lo que mejor sabe hacer; por algo fue el ganador del Premio Internacional de Poesía Rubén Darío en el año 2009. Si con Darío nació el modernismo, si con José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal conocimos la literatura norteamericana, ahora con Erick Aguirre Aragón, y con Vapores de Ítaca, nuestra poesía se enriquece, se despeja un poco el derrotero y abre nuevos caminos en la literatura nicaragüense.