Las cercanías de Javier Cercas
Javier Cercas es una de las voces más importantes de la literatura en lengua española. Aclamado por la crítica, sus obras han sido leídas con entusiasmo por el gran público. Títulos como Soldados de Salamina, La velocidad de la luz y El impostor lo confirman. De visita en Managua, el calor de la noche lo obliga a refugiarse en el aire acondicionado de su hotel. Conversa con tranquilidad, con la lucidez y camaradería de un patriarca familiar. Su voz es enfática, con un marcado acento ibérico. Sin embargo –como el mismo ha confesado– no se reconoce a sí mismo como un escritor español. Nacido en Extremadura y residente desde niño en Cataluña, la consciencia de pertenecer a una tradición más grande es clara. La tradición del idioma, la del castellano. “Lo he dicho muchas veces: no soy un escritor español, sino un escritor en español”. En el ingenio de la frase se esconde una afirmación contundente: la lengua –al menos para un escritor– es la verdadera patria, el reconocimiento de una riqueza que supera los límites de las tradiciones nacionales. Es el linaje secreto al que pertenecen Cervantes y Borges, una genealogía que se extiende por ambos continentes.
Pero el tema de la lengua y las tradiciones literarias impulsan a Cercas a hablar de Urbana, Illinois; ciudad del medio oeste norteamericano donde residió durante dos años a finales de los ochentas. De esta experiencia nacerían sus novelas El inquilino y La velocidad de la luz, al igual que la certeza de haber vivido uno de los periodos más enriquecedores de su vida. Entonces es categórico: la literatura necesita del contacto con otras formas de cultura para su desarrollo, la historia de las letras lo demuestra. “La grandes revoluciones literarias siempre se han producido por contagio con otras tradiciones. Estar encerrado en la propia es una forma de pobreza total, una forma de suicidio. Esto ha diferenciado a los autores latinoamericanos de los españoles en los últimos años. Una enorme ventaja, ha sido esa.”
– Claro, el contagio de Francia y Estados Unidos. El Boom es eso.
– El Boom es eso, entonces no hay que tener miedo –da un trago a su margarita y continúa– pero siempre hay que ser crítico, rechazar lo malo y absorber lo bueno. Y claro, en Estados Unidos no todo es bueno, no todo el mundo es Faulkner.
Días atrás, durante el diálogo sostenido con otros autores invitados a Centroamérica Cuenta –entre ellos Sergio Ramírez, Gonzalo Celorio y Santiago Roncagliolo–, Cercas ya había expuesto con detenimiento la misma idea. Para este novelista y doctor en Filología Hispánica, las tres grandes transformaciones de la lengua han sido producto de esta especie de contaminación literaria. Garcilaso asume la lírica italiana a través de la influencia de Petrarca; Darío le otorga a la lengua la frescura de la estética francesa; y Borges, por último, se apropia de la gran tradición de la lengua inglesa. La mirada personal que se enriquece con la perspectiva cosmopolita. Además de esta apertura hacia tradiciones ajenas, Cercas insiste en “leer, escribir y no tener prisa por publicar” como el camino para cualquier discípulo de la escritura.
– ¿A qué edad publicó El móvil?
– Tenía 25, pero yo no existí como escritor hasta que tuve 40 años. Eso ha sido lo mejor que me ha pasado, ahora entiendo.
Una abismal diferencia separa a la literatura y de la vida literaria. Cercas afirma no haber conocido ésta última hasta el éxito de Soldados de Salamina. Por entonces su vida transcurría en los suburbios de la literatura, dedicado en silencio a leer y escribir mientras se ganaba la vida como profesor. “Yo no tenía nada que ver con el mundillo literario español, los escritores que yo conocía eran catalanes, poetas. Mis primeros libros los leyeron mi mamá y algunos amigos. Y ha sido muy bueno. Ser un periférico total, no tener nada que ver con el centro”. Para él, los encantos del protagonismo intelectual y literario sirven de poco para escribir, en cambio el anonimato y la marginalidad, la lejanía con los grandes círculos culturales resultan en extremo provechosos. “De esa forma, si tú te empeñas en ser escritor lo conseguirás y serás un escritor distinto a los demás. Un tipo que es un freaky, que está en las Antillas, puede escribir cosas que nadie jamás escribiría. Esa fue la inmensa ventaja de Borges, un freaky que desde la periferia fue capaz de ver la cultura universal como nadie la había visto antes.”
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Su obra –desde la novela, pasando por la crónica y el ensayo– deja en evidencia la complejidad de la historia. Para Javier y su generación la guerra civil era un hecho remoto. Una colección de anécdotas y traumas transmitidos por los abuelos. Los jóvenes de la transición se creían distintos, desapegados de los viejos relatos de rojos y fascistas. Pero el presente es una proyección del pasado colmada de contradicciones, el entramado de tonos grises con que se construye la memoria. Soldados de Salamina podría ser el resultado de estas obsesiones. Publicada en 2001, es una novela inquietante a causa de sus interrogantes. “Vuestros padres estaban en lo correcto, Franco era un horror y quienes tenían razón eran los republicanos, clarísimo”. Pero el escritor –el buen escritor– indaga en la complejidad de la vida humana. Cercas nos ofrece una mirada desmitificada y desprendida de maniqueísmos. Enfatiza: “a partir de ahí empiezan los matices, no significa que todos los republicanos sean buenos, ni todo los franquistas monstruos. Ahí está el problema, distinguir entre moral y política, ahí se entra en unos matices vertiginosos. Buenos y malos moralmente los había en ambos lados.”
– En ese sentido sus personajes no son planos, sino complejísimos. Sánchez Mazas aún siendo fundador de la Falange tiene episodios profundamente humanos.
– Es que él era humano. Sánchez Mazas no era extraterrestre. Ese es el problema, la tentación de excluir el mal de lo humano. Se dice que una persona es humana para decir que una persona es buena. ¿Acaso el egoísmo, el odio, el mal no forman parte de lo humano?. Si no lo aceptamos estamos perdidos. Si excluimos el mal de lo humano estamos indefensos contra el mal.
– Perder eso Javier, es volver a los totalitarismos que anulan al otro.
–Totalmente, Shakespeare habla exactamente de eso. Lo difícil es aceptar que gente políticamente en lo correcto, partidarios de una causa justa, puedan ser monstruos. Y a la inversa. Gente que políticamente estaban equivocados, puedan ser capaces de actos de generosidad e idealismo. Eso no lo aceptamos.
– Hay que ser muy valiente para decir eso.
– Si, hay que ser valiente. Pero es que para ser escritor hay que ser valiente, sino dedícate a otra cosa.
Valiente porque la ficción revela una perspectiva distinta, una visión desautomatizada de la realidad. La vida a través de sus puntos ciegos. “La literatura es como encender una cerilla en medio de la noche, no se ve nada, pero al menos ves la oscuridad. Eso es lo que te permite la literatura. Al menos sabes que no sabes nada, que no se entiende nada, que todo es caos, que todo es ruido y furia, pero lo ves”. Entonces se convierte también en una acción contra el fanatismo. Contra el radicalismo y la torpeza universal de ignorar la complejidad de la historia y de la vida. Sin duda, una nueva forma de oscurantismo.
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El prestigio y la fama llegaron de golpe. El éxito comercial de Soldados de Salamina cambiaría la vida del entonces maestro de la Universidad de Gerona. Su modo de vida: profesor de Literatura Española. Su vocación: novelista. “Nunca fui académico, esa es la verdad, me da vergüenza decirlo. Yo me gané la vida en la universidad, pero nunca fui un profesor que de vez en cuando publicaba novelas, sino un novelista que se ganaba la vida en la universidad”. Dos formas opuestas de entender los oficios. Oficios que, aunque distintos, conservan una estrecha relación, vasos comunicantes que se enriquecen mutuamente. “A mí me sirvió mucho la filología, muchísimo, un escritor es siempre un filólogo”. El autor reconoce su deuda, la importancia de la disciplina y del rigor heredado, el peso que esta ciencia ha tenido en su obra. “Ha sido muy útil para mi. Los libros que yo he escrito, que mayoritariamente son mezclas de géneros, historia, ensayo, etc, se deben a mi formación de filólogo. Mi educación me lo ha facilitado”. Una vez más Cervantes sale al ruedo. La concepción de la novela como un género que da cabida a todo es clara. Libros como Anatomía de un instante y El impostor son ejemplos de esta herencia, quizás dos de sus obras más ambiguas para ser clasificadas. Con total libertad el autor entrelaza el ensayo histórico y la crónica de no ficción con el tratamiento literario de la novela.
–Pero esta concepción cervantina de la novela es contradictoria con la novela flaubertiana, que apuesta por la precisión.
–Estoy de acuerdo, –pausa, el autor calla, piensa, ordena sus ideas. Luego de algunos segundos continúa con entusiasmo, como si toda la conversación se debiera a este momento– está muy bien, creo que tienes razón. Yo creo que hay tres tiempos en la novela, tres fases. La primera es la de la libertad total: Cervantes, Sterne, etc. Se puede hacer lo que se quiera, todo vale, la novela es un género bárbaro. Luego viene Flaubert, que efectivamente es quien cambia la novela, el que la dota de categoría estética. Entonces deja de ser un simple entretenimiento y se convierte en un género serio.
–Un género con rigor geométrico.
–Exacto, rigor estructural. La novela tendrá la misma nobleza que los géneros literarios clásicos, la prosa la misma categoría que el verso. Y, en efecto, Flaubert construye una novela donde nada falta, nada sobra, todo es perfecto. La novela a la que yo aspiro es una combinación de ambas cosas. Una combinación de la libertad y la mezcla de géneros de Cervantes y el rigor geométrico de Flaubert.
–En este sentido, ¿qué pasa con autores como Joyce en el siglo XX?
–Para mi Joyce es un ejemplo del tercer tiempo. El Ulises es la libertad total, la mezcla de géneros, de discursos, la gran broma cervantina, pero a la vez el rigor total. Joyce es un discípulo de Flaubert, al principio es muy claro, pero nos hemos quedado con la idea del caos, de la libertad. En el Ulises hay un plan milimétrico, desde la primera hasta la última palabra.
–Esa idea de que la literatura es forma
–Es que la literatura es forma, esa es la obsesión de Flaubert. La idea de que la novela es una buena historia es una tontería.
En 1987 Javier Cercas publicó su primer libro, El móvil. Era entonces una colección de cinco relatos que tiempo después reeditaría como una novela corta. Una nouvelle con evidentes rasgos metaficcionales que se repetirían en obras posteriores.
–Ahora que hablamos de forma tengo la impresión que El móvil es el germen de obras como Soldados de Salamina y La velocidad de la luz. Es decir, esta novela circular que vuelve a su punto de partida y donde el mismo proceso de escritura es parte importante de la trama.
–Si, creo que en El móvil está casi todo. En lo primero que escribe está casi todo, el germen. Ese librito que era muy breve, se ha ido ramificando en otros libros.
La conversación se interrumpe al ver el reloj. Se ha hecho tarde y la buseta que lo transportaría junto a otros invitados a una de las tantas cenas del evento se ha marchado. Es hora de encontrar un plan B, el novelista no perderá su compromiso.