Como resultado de una afortunada combinación de eventos, en diciembre del año 2014 me encontraba de vacaciones en Lang Göns, un pequeño pueblo alemán con un poco más de once mil habitantes, entre ellos mis tíos, quienes movidos por el reencuentro me invitaron a pasar aquella navidad en su cálida compañía. Hurgando cautelosamente entre sus densos libreros, pensaba que el tiempo también puede medirse según el título y el autor que leemos.
De esta forma, habrá quien considere El hombre rebelde, equivalente a treinta horas, y alguien otorgará veintiún días para El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Mi tío, un lector voraz, me había recomendado leer un par de novelas policíacas, cosa de horas, me dijo, así que aquella tarde, adornada por un cielo que repartía parejo una pelusa de gato sobre el pueblo, tomé al azar la novela Vientos de cuaresma, su autor: Leonardo Padura. Supuse que me tomaría un par de días leerla.
Puede ser su consabida afición al beisbol, transmutada en su literatura y sobre el que ha escrito un ensayo que aparece en Yo quisiera ser Paul Auster (autor de La trilogía de Nueva York, otra serie de novela negra), la que le brinda ese aspecto solemne de manager de pelota.
Primero quiso ser beisbolista, y luego periodista deportivo, para seguir de cerca el deporte insignia de su isla natal. Aquel año, sin embargo, alguien en Cuba decidió que ya había muchos periodistas, así que no abrieron más plazas. Optó entonces (o cayó de rebote como una pelota que se estrella contra la barda) por Literatura Latinoamericana. El tiempo se encargaría de voltear el marcador a su favor. Y a favor de sus lectores.
Escribo estas líneas después de haber leído la última novela policial de la serie Mario Conde, La transparencia del tiempo. Con esta son ocho. Y el policía romántico de ética inquebrantable que ya no es policía, sino un comerciante de libros viejos con el presentimiento de ser un comemierda, cumple sesenta años buscando una virgen medieval que se le ha perdido a un viejo conocido, dándole al ron, el tabaco, la música de Creedence, los amigos, unos que se quedan y otros que se van, «…atávicos fragmentos de unas vidas condenadas a ser atraídas por el poderoso imán de la Historia, los poderes terrenales y el imperio inapelable del tiempo».
Casi tres años después de aquella tarde invernal en Alemania, conocí a Leonardo Padura, esta vez bajo la presión atmosférica de Managua y gracias a la invitación que le hiciera Sergio Ramírez a participar en el festival literario Centroamérica Cuenta.
Cuando supe que había oportunidad para entrevistarlo, solicité permiso en mi trabajo y, con la complicidad de mi jefe (un padurólogo), salí de emergencia como el policía que nunca fui ni seré a resolver un crimen que nunca ocurrió pero que intenté acometer.
Precavido, estuve media hora antes de nuestra cita, para no quedar atrapado en el breve pero efectivo tráfico de la capital nicaragüense. Esta decisión tuvo como consecuencia precipitar nuestro encuentro, porque al cruzar el salón de la cafetería del Centro Cultural Pablo Antonio Cuadra, encontré al premio Princesa de Asturias 2015 tomando un café con un amigo en común.
Entonces razoné y comenzamos la conversación. La siguiente entrevista salió, pues, como dirían los músicos, de oído. Tiene lugar una tarde de mayo de 2017.
Leonardo, en tus novelas hay referencias a Nicaragua, por ejemplo: en Vientos de cuaresma se encuentra una colilla de marihuana en la escena del crimen que se presume es de origen nicaragüense, además, escribes referencia a su ron, sus muebles, hay un joven de Managua que se faja a golpes con Mario Conde durante el Preuniversitario. ¿Qué se siente estar en Nicaragua? Y ¿qué sentiría Mario Conde como investigador al llegar a este encuentro de escritores?
A ver, para mí es un viejo sueño venir a Nicaragua, es mi primera vez acá. En la época en que venían muchos cubanos a Nicaragua, por ejemplo, mi esposa Lucía vino como cineasta a hacer unos documentales, yo no vine nunca. Y bueno, estar acá, además, invitado por un amigo querido y un colega excepcional como persona y como escritor, como es Sergio Ramírez, pues bueno, completa la satisfacción. Para Mario Conde, aquellas referencias a Nicaragua, están ubicadas en el año 1989, eran una parte del contexto de una época en la que había toda una relación muy cercana, política, cultural, económica entre Cuba y Nicaragua, y estaba en la cotidianidad cubana, y son elementos que aparecen ahí, reflejando esa cotidianidad.
Mario Conde y “El Flaco” Carlos tienen expresión recurrente: “hay que escribir historias escuálidas y conmovedoras”, que pronuncian con la devoción de las palabras sagradas. ¿A qué se refiere esta aspiración en literatura?
Como aspiración significa escribir una historia que llegue a la esencia de las cosas y resulte a la vez conmovedora para quien la lea y también para quien la escriba. Esto parte del título de un cuento de Salinger, que es uno de mis escritores favoritos, uno de mis escritores de cabecera. Para Esmé con amor y escualidez (For Esmé with Love and Squalor), y esa escualidez es la escualidez en el sentido del budismo Zen, que es la esencia última de las cosas, y a eso pretendo llegar yo como escritor cuando me enfrento a una historia, a un tema que quiero trabajar, y le transmití ese anhelo al personaje de Mario Conde en su deseo de escribir alguna vez, que ya lo ha hecho, en la novela Máscaras, y lo hace más en la novela que estoy escribiendo actualmente.
Se ha declarado un escritor “heterodoxo e impuro”, dicho así porque sería injusto tratar de encasillarlo. ¿Se puede vivir en este mundo sin etiquetas?
No sé otros, yo pretendo vivir sin etiquetas. Creo que muchas veces creer esto: pertenecer demasiado a una tendencia de cualquier tipo, no tiene que ver sólo con la política, tiene que ver con la sociedad, hasta la religión; creo que limita a las personas y sobre todo a un escritor. Si un escritor no pretende ser libre y no pretende escribir libremente pues ya está condicionado con determinados elementos que son contextuales, que son epocales, circunstanciales, de los cuales puede en una época creer y en otra descreer; que limitan ese espacio de libertad. Por eso prefiero ser un heterodoxo impuro y no un ortodoxo puro.
¿Para qué escribe Leonardo Padura?
Primero escribo para contar historias, historias que tienen que ver con lo que ha sido mi experiencia en Cuba, mi experiencia vital en Cuba y escribo porque es mi forma de vivir, yo vivo de la literatura y vivo para la literatura, por eso escribo cada día de mi vida que me es posible escribir.
Has afirmado que el futuro de Cuba es impredecible; ¿qué parcela de tu experiencia como cubano sí es predecible?
No lo sé, no puedo predecir nada. Hoy estoy escribiendo, mañana me puede caer una maceta en la cabeza caminando por La Habana Vieja, creo que el futuro es un signo de interrogación, es un misterio, y para el escritor es un espacio que tiene que esperar a que ocurra; para que cuando ocurra se convierta en pasado y a partir del conocimiento de ese pasado se pueda convertir en literatura.
“Jose”, la mamá del Flaco, elabora platillos exquisitos con ingredientes suntuosos que derriten el paladar más exigente. ¿Esas comidas son reales?
Esas comidas tienen que ver con varios elementos, un homenaje literario a Vásquez Montalbán, un reflejo de lo que ha significado para los cubanos el hecho de conseguir comida y comer, que ha sido muy complicado durante muchos años, al hecho de que a través de la cocina se expresa una cultura, al hecho de que alrededor de una mesa creo que es donde la amistad consigue una de sus manifestaciones más armónicas: comiendo, bebiendo. No hay misterio en la cocina de Josefina. A lo largo de las tres primeras novelas fueron apareciendo estas comidas bastante pantagruélicas y en la cuarta novela de la serie, en Paisaje de otoño, cuando Conde le dice: Jose, tienes que decirme por fin de dónde sacas esto, ella le da la respuesta que explica todo: Lo saco de la imaginación. Son comidas imaginarias, son comidas deseadas, son las comidas que todos hubiéramos querido comer y no hemos podido comer, porque Cuba entre sus muchas peculiaridades tiene una que es muy significativa, y es que es un país donde en los últimos sesenta años nadie se ha muerto de hambre, pero nadie ha comido lo que ha querido comer de manera suficiente, y ese juego entre una realidad, que es por supuesto satisfactoria en el hecho de que nadie se muera de hambre, y una realidad en la cual quedan insatisfechos los sentidos, está ese juego literario.
Si nos encontráramos en un taller de escritura, ¿qué recomendarías para escribir sobre los asuntos concernientes al poder de forma sofisticada? Sin manifiestos panfletarios, políticamente correctos, pero que literariamente languidecen. ¿Cómo se alcanza ese nivel de realización?
Si estuviéramos en un taller de escritura, diría que no creo en los talleres de escritura, creo en los talleres de lectura, en círculos de lectura, es una manera de aprender a escribir, aprender a leer ayuda a aprender a escribir, pero creo que nadie te puede enseñar a escribir y a resolver determinados problemas de la creación literaria si no eres tú mismo con tu esfuerzo y con tus capacidades o incapacidades. Yo creo que el hecho de que yo escriba de una cierta forma, más que a mi talento, se debe a mi falta de talento. Si tuviera más talento escribiría de otra forma, posiblemente mejor. Y cuando trabajo los asuntos que pueden tocar la esfera política, pues trato de tocarlos desde una perspectiva social, no desde una perspectiva de participación política, porque yo no soy un político, no me interesa participar en la política, y creo que cuando el escritor se convierte en un agente de una realidad política, pues... puede ser utilizado por los políticos, y pienso que hay que deslindar el oficio y la función de la literatura, del oficio y la función del político. Yo trabajo con realidades que las voy presentando, tengo por supuesto puntos de vista políticos, pero esos puntos de vista políticos tienen que estar en el subtexto y no en el texto.
Este año se cumplieron 27 años de Mario Conde, ¿cómo lo conociste?
Pues lo conocí un día de finales de 1989, en que decidí que si había otros escritores que escribían novelas policíacas yo también podría escribir una novela policíaca, y comencé a escribir algo que después se llamaría Pasado perfecto; necesitaba un personaje para poder conducir esa trama, que ese personaje tuviera suficiente inteligencia y sensibilidad para que me pudiera permitir expresar a través de su sensibilidad la realidad que yo quería reflejar, y bueno, pues ahí me encontré a un tipo que se despertaba de una borrachera brutal, que se le quería romper la cabeza en pedazos, y que recibía una llamada por teléfono y ese tipo cuando responde al teléfono dice que él es Mario Conde. Así lo conocí.
¿Imaginaste que se iba a convertir en este fenómeno editorial?
No, ni idea. Escribí esa novela, creé al personaje de Mario Conde para ella y cuando terminé, unos meses después, Mario Conde se me apareció, yo estaba sentado en mi silla de trabajo, me tocó en el hombro, me volteé, lo miré, y le dije:
—¿Qué quieres?
—Quiero aparecer en otras novelas.
—Bueno, ¿cómo?
—No sé, eso es un problema tuyo, yo quiero aparecer en tres novelas más.
Y decidí entonces escribir una tetralogía sin saber los argumentos de esas historias, pero sabiendo que Mario Conde sería el protagonista.
Dostoievski, en 1868, dijo: «La belleza salvará al mundo». ¿Crees que la cultura lo podrá salvar?
Yo creo que es el hombre el que tiene que salvar al mundo. El hombre es responsable de la creación de una parte de la belleza que nos rodea, no toda. Hoy estuve viendo un volcán, nunca había visto un volcán, en el cráter, la lava abajo, un paisaje de una belleza extraordinaria que no es una creación del hombre, el hombre crea otro tipo de belleza, mucho más sofisticada y más compleja, porque tiene que ver con su espiritualidad, con su cultura, pero creo que hace falta mucho más que la belleza para salvar al mundo, el mundo está en una situación realmente muy delicada, siempre ha estado en una posición muy delicada, pero estamos llegando a extremos bastante complejos, y pienso que sobre todo lo que hace falta es voluntad, realismo y refundar una utopía, creo que hay que refundar una utopía, porque cuando vas por una calle, aquí mismo de Nicaragua, y ves niños que viven en la calle limpiando parabrisas de automóviles, te das cuenta de que hace falta cambiar muchas cosas para que el mundo se salve.
Fotografías de la entrevista cortesía de Centroamérica Cuenta. Crédito: Silvio Balladares, 2017.