Pequeños poemas en prosa

Textos de Líquida, primer volumen individual de esta poeta (editado recientemente en el País Vasco), más dos inéditos.

Fotografía de Alain Pallais (ver galería completa).

La píldora

Tengo horas en mi vientre. Soy un cuerpo obtuso-agrio sujeto a su lengua, indefenso, amputado; pero ella me rechaza y yo la deshago, exploto su boca. Construyo una nueva laringe, seca, estrecha, cauterizada reverdeciendo desde dentro. La poseo y me trago sus minutos, los ácidos destruyen los cuerpos devorados en el desayuno, ahora soy silencio, voy trastocando sus intestinos para re-hacer un cáncer dormido. La casa espera y tengo de suelo un estómago roído por los muertos.

 

Vault

Granada tiene un taxi que marchita sobre gente muerta; baldosas huecas sostienen el tiempo en sus aristas: es monocromo camino que gesta sarcófago movimiento, publicaciones póstumas y caricaturas que rapiñan vidas semienterradas, apellidos mudos, voces extraviadas. La ciudad transita vistiendo de sol los recuerdos, se abre y fusiona en las suelas, viaja impregnada como desecho de sombras hacia la capital, escondiendo la vergüenza de su exilio; sus héroes han escapado de sus entrañas y son la cena de círculos literarios que alojan moscas en sus vértices. Managua devora hombres y cimenta escuelas con sus nombres.

 

Peces

El pasillo se angosta a mi tamaño. Las huellas enfrían y marcan el regreso a casa. Un cuerpo desfragmentado prefiere deshacerse frente a la pecera (sólo ellos entristecen al verme). Las puertas azotan y sellan habitaciones con gritos en sus entrañas, pero el pánico pasa lejos. Esos ruidos respetan a las burbujas y a la muerte que nada en círculos, tratando de saciar su hambre. El aroma pesado del blanco enmudece las lenguas; el abuelo sonríe en su montículo frío mientras mis manos ahogan las palabras que sujeté para él durante una semana. Los peces tienen visitas y eligen con quién quedarse.

 

Telegrama

Hace tiempo no llamas. Todo estaría bien. He mentido, no tengo señal. Arrastro océanos que me negué a ver: hay monstruos imitando tu voz y pierdo uno de los tres sentidos que aún me quedan. Lapido tu cuerpo al occipital del cerebro, presto bocas y lenguas para recordar la humedad de tu carne. Estoy desnudo, querida. Ahora soy un espárrago, eres sonido y te expandes entre larvas que cuelgan de mis huesos. Envejezco. Ausencias, eres una metáfora.

 

Año del murciélago

Los murciélagos nacieron como marionetas, atados a los dedos; ellos aún residen en mi abdomen. Jugaban en nuestras manos mientras los usábamos como pretexto para tocarnos, para dejar caer besos en bancas ciegas, extraviadas. Empezaron a revolotear y se entintaron alzando vuelo para posarse en tus hombros y en mis pies.

Recrearon un silencio. Le agregaste días al día en que ocuparon mis entrañas, ensuciándolo todo como en su hogar; y luego me obligaron a esperarte, a desviar mis senderos hacia una sala de oncología, laboratorio donde se inventaba tu aroma. Todo te absorbía: paredes, cielo y suelo.

Programé mi rostro evanescente para expresar un solo gesto en el que calzaban todas las vocales y consonantes engullidas en el alimento pre mortem: agua de pollo, agua con sal, agua con cabeza de pescado; agua que sustituía mis labios en tu boca, y en mi sangre, tu oxígeno.

Un año después entendieron que el polvo no se besa, no se toca, no se anhela. Pero continuaron alimentándose de mis imágenes, me inventaron sonidos, usaron mi lengua y deshicieron todo a su paso.

Construí un cuerpo dentro del mío, aislándolos, negándoles mi aire. Hoy mueren de frío y de hambre, se diezman numéricamente y les impido atravesar tu nombre en mi temporal ombligo.