Hijos de Whitman

Quince poetas estadounidenses actuales. Muestra de la antología que publicó en México este año la editorial Valparaíso.

Fotografía de Alain Pallais (ver galería completa).

Prólogo

 

“En el país de hierro vive el gran viejo” —escribió Darío— “bello como un patriarca, sereno y santo”. En el país de hierro viven hoy los descendientes del patriarca, hijos más bien de su sueño democrático. Un sueño ingenuo, por supuesto (¿qué mapa, qué fe, puede no serlo?). Mas en todos los sueños, como en todas las fes, hay algo de real, algún milagro que los hace inseparables de la vida, que los hace destino.

Y así, en este siglo XXI que se despliega amenazante y pesimista, hay un caudal misterioso que recorre el alma colectiva estadounidense, y nos lleva a la paradoja de una nación donde el más desbocado materialismo y la violencia conviven con una riqueza poética que quizás maraville a un historiador del futuro: aquí no hay imperecederas obras arquitectónicas, o las hay contadas; el genio estadounidense es el genio capitalista, que por utilitario deja poco en la memoria; sin embargo, hay poesía a raudales, hay un impulso poético angustioso y audaz, que se expresa en numerosos acentos, por boca de todas las culturas y las etnias, y los géneros, y las religiones que pueblan esta “tierra de llanuras pastoriles”.

La pequeña muestra de esas aguas profundas de la poesía estadounidense que es Los Hijos de Whitman, refleja, sin intención del recopilador, la variada riqueza de orígenes de su “canto único (Único, aunque formado por contradicciones)”. Más de la mitad de los poetas del libro son mujeres; hay poetas de los pueblos originarios, hay mexicanos, rusos, bangladesíes, palestinos, hmong, chinos, vietnamitas, japoneses, alemanes, irlandeses, iraníes, etc.; hay afroamericanos, hispanos, mestizos de todos los mestizajes imaginables, como también los hay de diferentes identidades sexuales, credos religiosos, etc., todos reunidos por la lengua y el espíritu de Whitman, animados por su potente impulso liberador y el de los grandes inconformes que lo han sucedido en la literatura estadounidense —los Pound, los William Carlos Williams, los Ginsberg, por citar unos cuantos.

Ojalá que el lector decida aprovechar esta estrecha ventana y adentrarse en la vastedad y variedad lírica de las “tierras inextricables” que he recorrido yo (en la invaluable compañía de Ximena Gómez, puntillosa editora de mis traducciones) como parte de mi búsqueda estética. Y que sirva este trabajo de más de tres años para saldar, parcialmente, la deuda inagotable que tengo con mis padres: ambos me entregaron el gozo de la literatura; mi padre, en particular, me entregó a Whitman.

 

Francisco J. Larios

Miami, Junio de 2017

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Mary Szybist

 

Anunciación como mariposa azul de Fender sobre un lupino de Kincaid

 

Las mariposas azules de Fender podrían desaparecer

pronto…el lupino de Kincaid, una especie amenazada de

extinción, es la única planta que les sirve de refugio…

CNN

 

Pero si yo fuera esta cosa,

mi mente mil veces más pequeña que mis alas,

 

si mi aleteo azul fluorescente

al fin cayera

 

en la suave

garganta aguamarina de las flores,

 

si perdiera mi apetito

por todo lo demás—

 

haría lo mismo que ella. Me ligaría

al tacto de la flor.

 

¿Y qué si los bordes lechosos de mis alas

no aturdieran más

 

al cielo? Si pudiera

cegarme ante este instante, ante la lenta

 

trampa de su olor,

¿qué importaría si no fuese más

 

que aleteo de página

en un texto al que alguien llega

 

para escudriñarme

en el color errado?

 

 

Frank Gaspar

 

Plegaria de la contemplación serena

 

Era una de esas noches. A lo mejor yo estaba varado,

o quizás solo esperaba a alguien. La plaza del pueblo

estaba desierta, salvo por unas cuantas parejas tomadas de

la mano, todas ellas en camino a otro lugar. Un

viento cargado de sal dormía en el puerto. Casas viejas,

casas pequeñas, botes anclados, luces en

el agua, la luna. A veces solo hace falta la

soledad —está escrito, seguramente grabado en algún lugar

sobre una piedra blanca. San Gregorio de Palamás dijo que

uno es capaz de ver la luz divina con los ojos del propio cuerpo.

Me cuesta encontrar la forma de probarlo, aunque

no voy a desistir, a pesar de que no sé si lo que observo es

el amor, o los fantasmas del amor que rondan, o apenas sus

estragos. Aquellas parejas en un clima perfecto para la devoción,

muchachos con muchachas, muchachos con muchachos, muchachas con muchachas—

cuán a salvo parecían estar de todos los trabajos y los riesgos

del mundo, y sin embargo se alejaban unos de otros

y de todo lo demás, tal y como hemos leído

sobre la vasta deriva de las galaxias, que parecen

no ansiar otra cosa que no sea la distancia que entre ellas

crece. Tal vez soy yo la estrella fija. Tal vez es posible

sentir demasiado. Al igual que es posible no remontarse

nunca al primer horizonte de nuestra propia ruina. Pero el consejo

de Gregorio es claro. Contempla tu propio corazón, dijo. Observa

tu propio pecho subir y bajar, en silencio. Dime qué ves.

 

 

Brenda Iijima

 

Unas tumbas acunan a otras que despiertan

 

rojo es la forma en que el cuerpo expande su recuerdo así que arremete

una excavada efigie de mármol como un veterano erguido

haz pasar el cuerpo por un cono —cabeza cónica con movimiento de cintura

cuerpos llevados a caballo y coche hasta sagrada colina

relevante como cualquier signo asociable a duelo

contextos geopolíticos: pelea, cuerpos, muerte (arte público)

oye que el cuerpo es

heterotópico en otras partes huesos ensamblados en estatura

fuera de perímetro son huesos que nadie representa

se extirpan del conocer, dolorosa extirpación (historia)

la simultaneidad la exhibe mejor el cuerpo

lenguaje en callejón sin salida reanimado por fibras musculares

el andar de la muerte en los campos actividad escondida a la vista

deviene en este punto briznas de hierba segunda piel

¿cómo compartimos comportamientos?

conmemoradas muertes representativas

ignoradas hoy en día como rasgo ecológico

a la vez naturaleza hostil (gente no homenajeada)

congelada bajo el sol

cementerio de la ladera, establecido en 1798

sus cuerpos fueron puestos a la fuerza en hoyos

marcados por banderas, habían peleado

daño colateral es este también, estas tumbas de héroes

turbia cadena de sangre, imágenes nacidas de reflejos

por todos lados residuo colateral

en caja torácica, resplandor de mancha mortal

en 1798 las Leyes de Extranjería y Sedición entran en vigor en Estados Unidos,

declaran crimen federal escribir, publicar, o pronunciar declaraciones

falsas o maliciosas sobre el gobierno de los Estados Unidos

rito de iniciación escrito en la incubadora  

 

Matthew Olzman

 

Extraña arquitectura

 

Un hombre cualquiera busca un contratista para construir

una casa nueva. Cuando está lista, corre

a verla. Pero no es lo que él creyó haber adquirido,

tiene que haber un error. La casa tiene la

forma de una cabeza humana. Dos ojos

en lugar de ventanas con balcón. Una boca circular

en lugar de un portal. Hay incluso una lamparita,

como un anillo de nariz, sobre el foso nasal de la derecha.

Furioso, llama al contratista. Desalmado, cerdo de

mierda, le grita, traicionero hijo de puta.

Lo demanda en la corte una y otra vez. Pero el contratista

no tiene nada —su cuenta bancaria está vacía,

como sus lotes baldíos y su negocio,

que antes apenas se tambaleaba, ahora oficialmente

se desploma. Así que el hombre queda sin quererlo atrapado

en la propiedad. Al principio, odia la cabeza, odia

dormir en su lóbulo temporal, odia desayunar

sobre una fila de dientes. Como ya se dijo

este es un hombre cualquiera, de pensamientos comunes

y ambición escasa. De repente,

en medio de este aborrecer su ordinaria vida, ocurre un cambio.

La gente toma fotos cuando él poda la hiedra —

que extrañamente parece  vello facial— en la

fachada norte. Adolescentes drogados atraviesan

el país para pasar un rato en el jardín del frente.

Revistas de difusión nacional preparan reportajes especiales.

Repentinamente, este hombre que era —apenas hace unas semanas—

totalmente irrelevante, se convierte en una modesta celebridad.

Él quiere más. Se imagina un brillante futuro.

Así que llama al contratista para pedir disculpas. Quiere

proponerle que construyan una segunda casa, quizás una

con la forma del presidente o de Elvis. Pero la línea

está desconectada. No hay nadie ahí.  

el contratista se ha esfumado —Después de las demandas,

su suerte iba por mal camino, luego otro,

luego— Nada. Desapareció. Por lo tanto, no habrá

otra cosa que una casa en forma de cabeza.

Y luego de un par de meses, la novedad se desvanece.

El hombre en la casa es noticia vieja. Pero noche

tras noche, puede vérselo ahí, sentado

detrás del párpado izquierdo de la casa, ambos, él y

la casa mirando fijamente hacia la calle.

¿Qué imagen verán?

Esta noche, hay tanta neblina que los árboles

y el cielo son invisibles. Pero de vez

en cuando, hay una abertura en la niebla, una  brecha

en el velo, una hendidura por la cual el mundo parece —

por un momento— diferente. Después

regresa la neblina, después no hay nada.

 

 

Simón Ortiz

 

Después del rayo

 

Hasta donde sabemos, podríamos ser ya

cristales de arena, triturados

en un súbito y raudo estallido de luz.

Nunca estaremos seguros

de haber tenido una oportunidad,

apenas descendimos

un vasto momento después a una tenue sombra,

difuminados lentamente en la pradera;

las colinas bajas, el horizonte, son nuestros ahora.

 

El momento anterior es siempre demasiado tarde.

 

 

Roger Reeves

 

La yegua de Money

 

Otra yegua muerta espera

en los bancos de algún

cuerpo de agua su turno de ser carga

que se arrastre hacia el mar espumoso,

donde tal vez se convierta en comida

de ballenas, o simplemente en un vacío

significante —crines atadas a la ondulación del mar

como la belleza de Absalón,

enredadas en las ramas juguetonas

de un árbol que busca la unidad,

amasijo, enorme confusión—

pero esta yegua no,

ella no tiene el privilegio de

una letrilla —una canción que haga dulce nuestra ruina

o nuestra muerte, incluso cuando vamos cayendo

al fuego para alzarnos como humo.

Esta yegua debe yacer, con los ojos abiertos,

entre las piedras y los

cangrejos del río Money, Mississippi,

debe escuchar las botas de los hombres al romper el agua

mientras dejan caer cerca de su cabeza el cuerpo de un muchacho negro,

levantarlo de nuevo, solo para arrojarlo otra vez

en el mismo lugar: retorcido y ojo-a-ojo con la yegua,

como si podrirse fuese algo

que requiriese testigos

—como si la yegua pudiera decir

el martes cuando terminó de llover

el cuello del muchacho al fin se hundió

bajo el peso de la hélice del desmotador,

nunca más volvió a mirarme.”

O el muchacho pudiera decir

Ya no más”. A partir de este momento

se separan al cuerpo del muchacho, lo colocan

en brazos de otro hombre, que lo lleva de regreso

al pueblo, mientras la yegua no dice nada

porque los caballos no hablan, y además,

porque esta yegua está muerta.  

 

 

Matthew Rohrer

 

El emperador

 

Ella me envía un mensaje

regresa a casa

el tren emerge

del túnel.

 

Prendo fuego debajo

del sartén, sirvo para ella

una copa de vino

doblo una servilleta

bajo un pequeño tenedor

 

el viento arroja la lluvia

contra las ventanas

ni el emperador

es tan feliz

 

 

Maggie Smith –Beehler

 

Buenos huesos

 

La vida es corta, pero no se lo digo a mis hijos.

La vida es corta y yo he recortado la mía

de mil maneras exquisitas e imprudentes,

mil maneras deliciosas e imprudentes

que no diré a mis hijos. El mundo es por lo menos

cincuenta por ciento terrible, y eso es un cálculo

conservador, aunque esto no se lo digo a mis hijos.

Por cada pájaro hay una piedra que alguien arroja a un pájaro.

Por cada niño amado, un niño destrozado, metido en una bolsa,

tirado en un lago. La vida es corta y el mundo

es a lo menos terrible a medias, y por cada extraño

amable, hay uno que te destrozaría,

pero esto no se lo digo a mis hijos. Trato de

venderles el mundo. Cualquier vendedor de casas decente,

mientras te pasea por una pocilga, se deshace en elogios

sobre los buenos huesos de esta: este lugar podría ser hermoso,

¿cierto? Podrías volverlo hermoso.

 

 

Ocean Vuong

 

Un día amaré a Ocean Vuong

 

Imitación de Frank O’Hara / Imitación de Roger Reeves

 

No tengas miedo, Ocean.

El final del camino está tan lejos

que ya lo hemos pasado.

No te preocupes. Tu padre no es más que tu padre

hasta que uno de los dos olvida. Igual que una espalda

no recordará sus alas

sin importar cuántas veces nuestras rodillas

besen el pavimento. Ocean,

¿me escuchas? La parte más hermosa de

tu cuerpo es aquella

donde cae la sombra de tu madre.

Aquí está el hogar, con la niñez

reducida a una cuerda roja de trampa.

No te preocupes. Nada más llámala horizonte

& nunca la alcanzarás.

Aquí está el hoy. Salta. Te prometo que no es

un bote salvavidas. Aquí está el hombre

cuyos brazos son tan amplios que abarcan

tu partida. & aquí está el momento,

justo después de apagarse las luces, cuando aún puedes ver

la antorcha débil entre sus piernas.

Cómo la usas una & otra vez

para encontrar tus propias manos.

Pediste una segunda oportunidad

& te dieron una boca para escanciarla.

No tengas miedo, los disparos

son apenas el sonido de personas

que tratan de vivir más tiempo. Ocean, Ocean,

levántate. La parte más Hermosa de tu cuerpo

es hacia dónde se dirige. & recuerda,

la soledad es tiempo que pasas

la soledad es tiempo que transitas

con el mundo. Aquí está

el cuarto con todos en él.

Tus amigos muertos pasan a través de ti como un viento

a través de campanas chinas. Aquí está una mesa

renca & un ladrillo

para hacerla durar. Sí, aquí hay un cuarto

tan cálido y entrañable,

te lo juro, que vas a despertarte—

& confundir estas paredes

con piel.

 

 

Rachel Wetzsteon

 

Sakura Park

 

El parque acoge al viento

los pétalos se elevan y se esparcen

 

como las versiones de mí misma, de la que estuve

a punto de ser; y diez años más tarde

 

y diez cuadras después, aún no decido

si esta diáspora parece

 

un puño que se abre o un adiós.

Pero los pétalos se apuran a volar en

 

busca de la rosa, del vendedor de cigarros,

y al menos yo tengo por corazón

 

reglas de conducta: niégate a escoger

entre llamar la atención y pasar la página

 

aunque el terco cene solitario. Supera

“sobreponerte”: las nubes oscuras no se destiñen

 

más bien se alejan con colores más intensos.

Renuncia a una felicidad con raíces

 

(¡El árbol impasible se quema!) y una dulce prórroga

(un parque pobre, pero mío) vendrá después.

 

Todavía es posible que el quiosco vacío

atraiga las multitudes del mundo.

 

Y mientras tanto, mientras tanto ya es bastante:

El momento que tararea, el susurro de los cerezos.

 

 

Caki Wilkinson

 

Tormenta y tensión

 

Que una telaraña sostenga una gota de lluvia

es tan relevante

como la persistencia de la lluvia, que cuelga donde una hiladora

tendió de soslayo su urdimbre

porque, trampa o atrapado, aguantan ambos cierta presión—

una empuja, la otra reacciona.

No me pregunten de qué sirve esto. Al margen

de cuáles sean los estados predilectos de la materia,

la cuestión carece de importancia

más allá de esta vida, que es una red diseñada

para romperse, no hay tiempo para recompensas

cuando el peso se hace vapor.

 

 

Lynn Xu

 

Canciones de Cuna

 

A Paul Celan

 

Manicomio es palabra de hombre muerto, hermano

es vergonzoso morir, ver

el cielo abajo como un abismo y escuchar

su astado zorzal de escarcha que hila sombras sobre el mar―

Azulísimo el cielo sobre el agua, canta

su tumba es verde, la hierba me atraviesa

pero la ceguera no trae ceguera

trae noche a la algazara que los niños cantan en sus aulas de clase

hermano, atardecer tras atardecer

¿Acaso no pisamos azafranes en flor?

Los muertos les pisan las cabezas, y a pesar de ello

el azafrán decapitado emite un perfume claro

al arcoíris de Dios cantamos y el canto desnuda

a las serpientes que llamamos hermanas, benditos somos.

 

 

C. Dale Young

 

Víspera

 

Por tratarse de una romería

salimos al camino en la quinta hora de la luz,

como marchan los niños de los cuentos

 

al combate con demonios.

Ya no éramos niñas, tampoco aún mujeres, mis hermanas y yo

detrás de nuestra madre rumbo al río,

 

donde la logia de damas que cargaban lienzos blancos

se hundía en el reflejo que las flores del caqui dejaban

sobre el agua gélida y negra de la mañana.

 

Vimos a nuestra madre sumergir las sábanas,

luego las camisas, y vimos su espalda doblarse, erguirse,

sus brazos alzar las telas blancas en el aire,

 

una bendición, sus brazos tan fluidos como el agua,

tan fluidos como un decreto en tinta fresca.

Yo sacaba las camisas del remojo

 

—avergonzada de tocar a mi padre, a mis tíos—

y las tendía sobre las piedras a blanquearse bajo el sol.

Caminando a casa, cargando en mis brazos la ropa limpia

 

rociada por el dulce olor de la luz que disolvía las colinas,

recordaba a mi madre en el agua oscura.

Rezaba porque la maternidad nunca me encontrara en su lugar.

 

Traci Brimhall

 

Evangelio de las profundidades

 

El mar está sediento y la sombra de una ballena

se mueve bajo el barco, furiosa contra las anclas, los arpones,

los curtidos pechos de la sirena de proa.

 

Y en la cubierta los marineros arrancan la carne

para llegar a la grasa, cortan la cabeza y drenan el aceite.  

Toda la noche, con las manos sobre la cara.

 

No por vergüenza, no. Tienen ampollas de sangre en las palmas,

pero sus muñecas huelen a mujer. Mientras muere,

la ballena oye a su madre, que canta a dos millas de distancia,

 

a una braza de profundidad. Ahora a la estación implacable.

Ahora a los sueños que surgen del roto corazón de la ballena,

que gime cánticos de azul zodiacal a los durmientes.

 

Hay tres canales en la oreja, dos ventanas.

Una voz que viene de la bella difunta. Un himno omega.

Una mente que repasa, entre golpes de martillos, la promesa

 

de música piadosa y un enemigo común. Las luces se alejan

cuando los hombres se meten a sus hamacas, con sus corazones traducen

el evangelio de las profundidades, se preguntan si en verdad oyen mujeres que cantan

 

verdes canciones de amor en el agua, o ángeles sordos que cantan antes de la guerra.

Mañana matarán a los pájaros porque hay demasiada música.

Mañana se levantarán con las manos llenas de suciedad.

 

 

Victoria Chang

 

Edward Hopper: Cuarto de hotel

(Estudio)

 

Mientras el hombre, lejos de casa,

le habla a su esposa

acerca de la mujer del corpiño rojo,

la mujer aguarda

sentada en la cama doble.

Uno esperaría silencio como el

de esta mujer en el puño de una estatua

de cobre. La mitad de su cara,

un tono de merengue dorado,

la otra mitad, como la sombra en

una espadaña. Su boca uniforme—

demasiado recta, como si dudase

de la decisión tomada, de la forma en

que las mujeres dudan. En sus manos,

una carta amarilla, doblada

como su corva espalda.

Su vestido tirado en un sillón verde.

Frente a ella, un bolso de hombre

y un maletín. Sobre un tocador,

un sombrero con pluma

de Ceilán. Eso es todo

lo que el artista nos ha dejado,

a sabiendas de que haríamos nuestra

la piedra de la mujer;

una sed del yo

en todo —incluso

en las dulces grietas

de una mandarina.

Francisco Larios

Nacido en Nicaragua, reside actualmente en Estados Unidos. Como poeta, ha publicado Cada Sol Repetido (Managua: anamá, 2010), Astronomía de un Sueño/Astronomy of a Dream (Barcelona: Carmina in minima re, 2013; plaquette), The Net in Sight/La red ante los ojos (Quito: Rascacielos, 2015), La isla de Whitman (Buenos Aires: Buenos Aires Poetry, 2015) y Sobre la vida breve de cualquier paraíso (Managua: 400 Elefantes, 2017); como traductor y antólogo, Los hijos de Whitman: Poesía norteamericana en el siglo XXI (Ciudad de México: Valparaíso, 2017). Es también doctor en Economía y consultor de economía internacional, investigador y catedrático.

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