Caligrafías del Vacío
Tras años de silencio editorial, este 2017 vio la luz un nuevo título de este poeta nicaragüense. Aquí, una muestra.
Leo en tus óleos la música amarilla
A Zenelia Roiz, pintora.
¿Cuál será la fisionomía de la pintura, de la poesía, de la música dentro de unos cien años? Nadie puede decirlo. Sólo sabemos que habrá siempre un dios al principio, cuando no al cabo de toda alegría de quien crea.
E. M. Cioran
Asisto con mi olfato
a la transmigración del pigmento oleaginoso,
volátil esencia de la presencia.
Sabía que las semillas de girasol
anunciaban algo central:
tu súbito plan de encabalgar canvas en caballete,
hurgar por entre los cacharros como niña creciente,
ver con la yema de tus dedos los tubos de óleo,
aguardándote éstos por más de un año,
como pacientes municiones de iridiscente pacífica guerra.
Identificaste tus pinceles,
los clasificaste, lo mismo hiciste con tus espátulas,
apartadas sobre la mesa con tacto de pulgar e índice.
Tu baúl añejado de tantas cansadas mudanzas
hoy abrió sus fauces.
Te dispusiste a la mágica empresa de pintar.
Yo.
Que tanto ansié verte pintar antes de conocerte,
noto que una alegría creadora me parte el pecho
cuando la piel de tus párpados ligeramente se torna apetalada:
visitación del éxtasis es notarte agresiva o silenciosa,
concentrada como cirujana de cromatismos de sueño.
Bajo el mediodía que te hace desplazarte
como palmera caminante,
en busca de un claro que no queme
o de un fuego que no derrita,
crepito con esta sensación de complicidad
que aliviana la atmósfera de la casa toda.
Asisto a la aventura de atestiguarte
pequeña enorme diosa en expansión,
con bocetos de arranque
que me suenan a roce de rocas sobre yeso.
Una seguridad de manos
que sólo conocí en anónimos fraguadores de metal
reapareció ante mis narices, hoy,
al observarte pintar.
Dírita. K-18. Junio, 2016.
Escrita sobre la arena:
Carta a una desconocida
Justamente, fue la persona que no conocí".
Ernesto Sábato
como este minúsculo hecho de aceptar no conocer
a tu compañera de trabajo...
haber sido yo el único hombre en su vida
que la ha querido conocer sin dobles intenciones;
que nuestra no-amistad,
en su irrealidad exquisita,
nos será útil a ambos en cuanto
que nos evitaremos estar molestos y desavenidos
por desacuerdos truncados e innecesarios.
que ha sido un finísimo placer encontrarla
en su voraz ausencia,
a raíz de que ella, precisamente ella,
no leyó el libro que nunca le di prestado.
seremos una especie de rostros ignorantes en medio de la niebla,
seres que avanzan sin sospechar aún que no se conocen
y cruzaremos el mismo andén abundantes veces,
mientras un viento de silenciada complicidad enrollará
nuestros talones.
Apresuraremos el paso,
nos veremos a los ojos por un instante, quizá,
en medio de la turbamulta urbana.
Después,
continuaremos nuestros días sin sentir que nos hemos visto.
el poder extrañarla tal como no sé que es,
poder reírme de sus olvidables ocurrencias,
esa su forma que no tendrá de dirigirse a mí
en tiempos densos de lluvia y vendavales;
no echaré de menos su predilección por los lobos,
la relectura de Emma Goldman, el cambio social
y esos otros artefactos que hemos admirado tanto
quienes defendimos la libertad ajena
a lo largo de la primera mitad de nuestra edad.
más que esta nostalgia inconclusa que habrá desaparecido
mucho antes que logre apenas leer este poema,
porque nuestra incomunicación es desde ahora en adelante
como un tierno jazz de chicle prolongado
hasta la muerte de ambos:
anonimato mudo de quienes,
alguna vez,
tuvimos el privilegio de nunca conocernos.
01, Junio, 2016.
Caligrafías del vacío I
pero tu piel me es tamiz de resucitarse.
Retomo el sol por tu insistencia
y el vacío nos nutre inexploradamente.
Hacia dónde se dirigen nuestros afectos,
me pregunto, mientras las niñerías violentas
y las naderías reconstruyen el eje del mono que me soy.
Otra vez, encontrarte para tomar un poco de tu cordura.
Otra vez, para que el Tao se manifieste en esta
fe a sí misma que ya se me hizo escuela tuya
para mis huesos confusos y machacados.
Me has hecho hurgar entre bodegas de calaches antiguos
aquello que puede reconstruirse desde la ruina hacia lo nuevo.
Tablones, verjas del año de la cúcala vintage,
marcos de puertas que pueden ser mesas o espejos muertos,
tuberías NTK gringas de 1905 que pueden hoy sostener ropas,
patas de muebles Luis XV,
cajas portuarias de más de ochenta años,
del Corinto puto que conoció mi abuelo Eliseo...
Todo listo para renacer como semillas antiguas
a la espera del ensamble y el not ready made.
para vos...
Sólo.
Así, lo mismo mi fe en el vacío, ku,
la potencialidad sincronizada en la que ya creés.
Me abro el pecho en surco:
mis bodegas orgánicas, doloridas,
te las muestro en tren visceral de crear lo que venga y suceda.
Donde el ojo ordinario ve basura
vos viste potencialidad, vacío nutricio.
Donde el ojo mediocre cierra su párpado como cosa juzgada,
tu mirada reinventa un jardín en plena ruina exquisita.
una trompeta sangrienta apitahayante.
Tortillas en retorcido fuego.
En la casa, donde vegeto sobreviviente de mí,
hay un cuarto que, desde mi muerte,
nombré el Cuarto de mis Muertos.
Ahí hay un centro de giro gravitatorio,
un oscilar profundo hacia la boñiga del planeta.
levantan sus frentes en sus retratos,
insinúan un lloriqueo mímico y sin sonido.
curo mis heridas durmiendo,
horizontal, tronco seco de húmeda almacadabra.
La Tina, la del bajo retrato,
dejó este mundillo una tarde de septiembre.
Se fue mientras cortaba hojas de sábila
en el jardín sin muros de sus primeras edades.
Nunca se quejó de dolores ni pinchazos al corazón.
Josefa, la de en medio,
era una tlamatinime monimboseña,
mi bisabuela.
Jamás la vi en carne.
Cuentan, ella eligió su propio nombre
porque fue criada sin nombres.
Con una pulpería y rabia cabalgantes,
mantuvo a sus crías hambrientas
y adictas a la música.
la maldecía por haberle transmitido
el fenotipo chorotega.
su fuego vasculante de enojos menstruales
me llueve dentro.
Sus cargas estancadas
me han dado alas y me las han arrancado.
Bernardo, polaco con pasaporte alemán.
No donó afecto ninguno a sus hijos,
por eso sus hijos fueron como árboles hurgándole
la vida a las piedras y la yesca.
Fantasma, hormiga albina,
vino huyendo de sus "amagos" de guerra.
Es una rondada por mis maestros ausentes, ésta.
del bisabuelo, retocados al pastel.
Enriqueta y Manuel, probablemente.
Sus presencias me son neutras, pero presencias.
Sé que nunca pisaron América.
como el trueno deshidrata al hueso.
Es en este punto
donde la casa es mi cuerpo,
topado de tiempos y corredores cavernosos, entejados.
Hoy que es otro septiembre,
La Tina corrió a mis amigos del Cuarto.
Como queriendo dar una señal de despedida,
le provocaron a Libni pánico sus ojos.
Digo: "luz" y, solo, disfruto de su brillo que regresa.
cuando no esté más yo
ni mis tormentas de cal?
¿Qué muerto me seré yo mismo sin retrato ni miradas,
ni ruido de relojes?
Hoy mataron a Berta Cáceres
la pesada noticia de tu asesinato.
cargado por hondureños que llevan retratos
tuyos, perforados,
como queriendo, ellos,
también sin miedo como vos eras,
ser vos, gritar al mundo que tu coraje es la vértebra viva
de toditita Honduras y tu gente, sencilla gente,
en pleno despertar.
en tu propia casa de La Esperanza:
justo a la misma hora en que yo,
en el Zazen de la mañana,
recordaba tu entrada en Mesa Redonda,
en La Habana, con una sonrisa púrpura cargada de carácter,
mientras Lucas, Joel y yo te alentábamos a divulgar tu voz
que es hoy la voz lenca que gironea al mundo...
me estoy muriendo con vos, hoy,
con esa imagen tuya en mi mente,
de hace unos siete años,
cuando me dijiste:
"Mi espiritualidad, compita,
es luchar por la justicia hasta la muerte".
que golpea dolorosamente el hombro
y rompe mi sueño.
y de nada servirá, absolutamente de nada.
06/03/2016
Corazón del Agua
son ruta en guerra florida:
bajada súbita en el atajo del dios Gavilán
petrificado en suspenso de caza,
la curva secreta cargada de mayitos clandestinos,
olorosos cómplices de amantes succionadores en tardía runga...
Espíritu de la laguna,
polen
seminal de este mi hoy blanco canto,
remolineá estos crisantemos puros que ofrendo a tu abismo
con la furia de Huracán y la diosa Cigarra.
Dejá que esa mujer lenca, sus huesos de milpa silvestre,
germine en violenta paz insurrecta en nuestra retina.
Corazón del cráter chorreado,
que cada raíz sobre roca aliñada
me ancle al hecho de ser substrato de cocoteros,
ceibas, huevos de burro y tamarindos gigantes:
soy tierragua que llora de sí misma a una mujer sin aliento,
en indetenible lágrima...
Caigo con los pasos en desplome seco
al derrumbe incendiario del anciano que carga su manojo de leña...
Desciendo con las rocas a cuestas,
mis cálculos clacáreos del calcañar de Ixtab libertaria,
cundidas rocas de raíces y retoños bruscos como enredaderas de rabia.
Colonia Centroamérica - MGA
Un zen tropical
-relato-
Lindoché, de 28 años, mamífero tropical, practica meditación con las piernas cruzadas todos los días. Al mismo tiempo, le repugna que el vecino pase escuchando cumbia y samba, diario también, pero todo el maldito día, con altísimo volumen... Lindoché ha podido aceptar este factor ruidoso cada vez con mayor ecuanimidad (o sea, eso que los neurólogos llaman "dopamina equilibrada" y los budistólogos denominan "Gran Compasión de la Gran Teta Cósmica del Tathagata"). Pero... Debemos enciclopediar un poco... La meditación de piernas cruzadas que practica Lindoché es llamada "Zazen", palabra que significa "sentarse (za) a meditar (zen)" y que, re-obviamente, consiste en sentarse a meditar: se trata de respirar con una expiración larga y poner atención a ésta, sin tener más objetivos que poner atención total a la respiración, sobre todo cuando acontece ese instante en que el vientre se hunde como hule de pipeta de gotero. Y, bueno... Lindoché se baña, se pone ropa cómoda negra con estampados de bolitas grises, ubica su pequeña nalga derecha y su gran nalga izquierda sobre un cojín redondo en forma de polvorón, sus rodillas las presiona contra el piso, la espalda la mantiene erecta y la pelvis la arquea levemente.
Su vecino, Agustín Arrechabala Lapidalegre, adicto a escuchar los ritmos tropicales, desde la terraza de al lado, se asoma curioso todas las mañanas y todas las noches, se cuestiona desde hace un año por qué Lindoché practica esto que, desde afuera, no sólo es perder el tiempo sino que, de pronto, cualquiera realacionaría con "brujería y esas cosas". Lindoché practicó con determinación por todo ese año con fondo de cumbia y, no pocas veces, samba brasileña clásica y samba triste de Cabo Verde (cuando tenía suerte, conste, aunque él no creyó nunca en la suerte o, creo, que a la suerte la nombraba "Carmen"...).
Un día de tantos, Arrechabala no controló su imperioso impulso de abordarlo en el umbral de la casa. Arrechabala fue más cortés que valiente, fingió felicitarle por la "paciencia de quedarse quieto como piedra" cada mañana. Lindoché le explicó un algo sobre Zazen y, ¡ay! de ayes, (error de empaques étnicos), le agregó budismerías y japonerías de mierda que no venían al caso. Arrechabala lo escuchó hablar de "vacío", "vacuidad", "morir a uno mismo" y "domar al dragón". Se le vino la imagen sonora de una bujía soviética rompiéndose por la mitad, sintió que el esófago se le convertía en anguila alocada que le palpitaba a la altura del esternón como si fuera una víscera magra, estirada por una tenaza jardinera de esas que ya andan tiradas por su patio y sin filo... Sabía muy bien que las referencias a la cultura japonesa le generaban un terrorífico pavor, desde niño... Quizá -pensó, se dió cuenta justo en ese ahora- que este pavor se debía a los mangas y comics animados que miraba en su infancia, los que, además de graficar sanguinarios suicidios de más de algún samurái y crueles cortadas de cabezas, piernas o brazos, eran -de hecho- made in Japan.
Le confesó entonces a Lindoché que, siendo franco, sentía miedo cuando lo veía sentado por mucho tiempo, inmóvil, más aún cuando le escuchaba pronunciar unos sonidos raros o cuando ponía las manos en ciertas formas explícitamente niponas y cuando era de noche aún peor. Lindoché se rió con una carcajada muy corta y, a la vez, respetuosa. Hizo un silencio de color verde flema mientras le notaba a su vecino las rodillas miedosas tambaleando como el esqueleto de andamio apolillado: mal clavadas rodillas, sin estructura ni sostén...
Al rato, Lindoché le compartió un dato biográfico con esperanza, digámoslo, desjaponeizadora: "Mirá, fijate que mis papas practicaban Zazen durante la guerra en El Salvador para mantenerse en el presente y de ellos lo aprendí, no es algo religioso y, más bien, es anterior a la propia cultura japonesa. Cuando no medito, hermanito, eso sí, el eje de mi vida se me va perdiendo, me asoleo fácil y me voy pareciendo a un semáforo emocional descontrolado hasta llegar a ser una especie de Hulk en la vela de su novia".
Arrechabala rechinó los dientes negando inconscientemente su propia agresividad, simuló una semisonrisa monalísica a causa de la sorpresa de que su vecino citara un comic de Marvel, hecho más que tranquilizante para Arrechabala, en principio por no tratarse de una violencia oriental. Sus rodillas habían calmado ya su titi-rín-pinkín, pero ahora en sus labios dejaba notar una sensación de espera atónita... Silencio verde otra vez por unos segundos en un ambiente de chicle derretido que alcanzaba la longitud de casi un minuto entero más un segundo...
El humaral del volcán Itzalku llenó de olor a sulfuro las narices. Arrechabala le insistió a Lindoché que, por mucho que quisiera, le iba a dar siempre aprehensión que él hiciera "esa cosa china cada día en el patio", frente a su muro. Otro silencio eclosionó entre ellos, apareció un color de silencio más purpuroso entre azufres idos y amarillos vientos. Lindoché tocó el hombro izquierdo de Arrechabala queriendo generar una confianza absoluta e instantánea. Sonriendo con sus molares ligeramente sangrantes, le declaró, como si estuviera seguro de las posibilidades matemáticas de toda situación futura en el universo entero:
-Agustín, si es lo japonés lo que te causa tanto rechazo, todo estará resuelto a partir de ahora.
Esa noche, Lindoché meditó dentro de casa. Arrechabala lo esperó en vano hasta desvelarse. No salió. Al día siguiente, por la mañana, Lindoché meditó afuera. Fue él quien puso ahora una samba de Carmen Miranda que removía el aire del barrio. Arrechabala estaba finalmente contento con este ritmo tutti-frutti. Dicho sea: Lindoché había ideado un dispositivo biodegradable de doce bananas consecutivas que, una vez colocadas en su cabeza a manera de casco, todo indicio de japonería quedaba desterrado en la mirada de cualquier espectador escrupuloso.
Así, de este modo fatal o feliz, nació por primera vez lo que luego se dio en llamar, en el mundo de las tontas budismerías y el yoga, "un Zen tropical". Muchos mamíferos tropicales empezaron desde esa época a desjaponizar el empaque étnico del Zazen con el mismo proceder de Lindoché.
Estudios posteriores de un neurocientífico (Teijiro Muñoki) de la Universidad de Texas demostraron que doce bananas colocadas en la superficie del cráneo con las puntas hacia el frente, durante la práctica del Zazen, magnetizaban los circuitos cerebrales debido al nivel vibracional molecular del triptófano, el cual contactaba y prolongaba las ondas Delta cerebrales, propiciando un verdadero salto cuántico (más que un salto étnico). No obstante, para que ello fuera posible, según el propio Doctor Teijiro Muñoki, resultaba siempre indispensable contar con un fondo musical de samba, principalmente de Carmen Miranda y bananas radioactivas de Chiquita.