Soy una maleta de huesos
Una muestra de poemas de una de las nuevas voces de la tradición nicaragüense.
Soy una maleta de huesos
Para despertarme
necesitan abrir y cerrar el zíper de mi costado.
Octavillas de sonidos con semblantes de piano
saldrán de sus dedos.
Toda la ropa que llevo dentro
son mis tripas
con el sano antojo de susurrarles al oído
un poco de aire.
Vengan a vendarme las rodillas
que son mis ruedas.
Seré arrastrada por los pasillos de un aeropuerto,
mientras los relojes tiemblan
en la mano de los viajeros
y el alma comienza a leer
la cifra de un pasaporte.
Préstamo de luz (Fragmentos)
Y este pago de sombras
por aquel pequeño préstamo de luz
Ana Ilse Gómez
Demasiado tarde para rescindir el contrato.
Ejecutarán mis deudas
y mi cuerpo.
Wislawa Szymborska
I
Obedece, cuerpo mío,
a tu llamado de vocales y consonantes.
Para ser pizarra
basta arrastrar la lengua como un borrador
medir tu voz,
dar el tono perfecto,
enseñar a leer el abecedario
desde el aba que viene de tu cabeza
hasta la zeta miserable que sale de tus pies.
Palpa estas letras,
cuerpo mío,
obedece.
Mira qué torpes las manos
que comienzan a escribir.
IV
No quiero imaginar lo que sueña esa cabeza
que duerme y maltrata las almohadas
que algodonan la sien.
No quiero ser sangre derramada en este accidente.
Todavía tengo vida en el sueño.
Estoy respirando, creo.
VIII
Esta columna vertebral
no es más que los rieles
de una estación.
Cada mano, un tren.
Cada dedo, un vagón.
Mientras
se puede vivir como un pasajero subiendo maletas
sacando adioses de la ventana
y estirando las piernas
si el viaje es largo.
Sigue la ruta.
Mira cómo la mano a toda velocidad
desnuca a una mujer
en la estación de trenes.
Parque II
Siento pesado el concreto de las bancas
que un día fueron felices
y sin embargo diferente a nosotros.
Tengo los huesos de mis brazos
más largos y sarrosos que la cadena
del columpio olvidado.
Tengo el dolor de cabeza de ese quiosco
con sus puertas y ventanas mal cerradas.
Tengo la habilidad de taparme los oídos
como esa llave donde los novios
se lavan las manos
y la gente condena su miseria.
Tengo la presión
como ese sube y baja
donde alguien calcula el peso de su cuerpo
por vez primera.
En este parque
siento que mis zapatos son más lisos
que la espalda de ese resbaladero
donde un niño abre sus brazos
y el cielo es piel de un anciano olvidado.
En este parque
tengo la vergüenza de las fuentes
cuando siento ganas de orinar
y el baño me responde:
CERRADO
Marea alta
Recostó su cabeza en una almohada
y en el sueño
comenzó a convulsionar.
Boca torcida
lengua morada
manos rígidas
un ojo que guardaba la última visión del día
el cuerpo parecido a un recuerdo
que la memoria retuerce
para esclarecer.
Es su habitación
un abanico casi mareado
un par de cortinas zurcidas por el sol.
Alguien puso a hervir sus pesadillas
en el trozo de cuelo
que la ventana presentó como el escrutinio
de sus medidas.
La almohada se hundía
con cada golpe de la cabeza
sobre la cama.
Por un momento pensó en el mar
y despertó
cuando un oleaje salado
rompía sobre su pecho.
Nocturno I
Esta noche no tenemos energía
para encender las luces de la casa.
Las cosas comienzan a bromear en la oscuridad.
Un cerillo raspa su cabeza contra la pared.
Otro oscurece en la mano de una mujer que fuma
y dice que luz en los cables
padece de escalofríos
cuando aprieto mis dientes
y apago el candil.
La abuela desenvuelve sus párpados.
Sus manos arrugadas cruzan
las lámparas que aceita el abuelo.
Caen las estrellas en su delantal
serían luciérnagas o pulgas de perro
que limpiaba de sus ojos.
Estoy a punto de inclinar la cabeza
pero en los molinos de la noche
la tierra masca el azogue de la luna
como un bocado terrible de gracia
sonando contra el hierro de las plantas eléctricas.
Sentados en la mesa mirando la oscuridad
respiramos profundo el olor a carne
de las estufas atizadas en la calle.
En nuestra pared yacen las cazuelas
que aúllan en su doliente retoño de cucharas
de tristes argumentos de antiguas cenas.
Las estrellas se han borrado de los platos vacíos
y la ternura de los candiles se desecha
como si entrenaran los regimientes de la oscuridad.
La luz suspende sus servicios
y ni siquiera el rostro pálido de mi hermana menor
se atrevería a iluminar los restos de esta escena,
aunque zumben las luciérnagas
y el abuelo filtre el gas en los cables detrás de la luna
para encender de un solo golpe las luces de la casa.