La travesía
Una interpretación respecto al poemario "Viaje al reino de los tristes" del poeta Mario Martz D´León
He soñado una fuga. Un "para siempre"
suspirado en la escala de una proa (…)
César Vallejo
“Viaje al reino de los tristes” (CNE, 2010) es un poemario de Mario Martz D´León con el cual di por casualidad mientras intentaba deshacerme de unos libros para nada interesantes, es la primera vez que me encuentro con la obra de Martz. Da inicio con una cita de William Blake “El exceso de tristeza ríe; el exceso de alegría solloza”, la cual me sugirió las posibles directrices acerca de la temática que el poemario desarrolla a lo largo de sus cuatro partes: Estación primera, Estación segunda, Estación tercera y Flash-back.
No importa el destino, sino, el trayecto que debe recorrerse para llegar hasta él. No importa si lo único que nos acompaña son solo bocetos del pasado, el silencio de las palabras precisas que nunca dijimos o aquellas imprecisas que usamos a destiempo. De cualquier manera, la memoria sobrevive en el verbo. En textos como “Poema para recordar un viaje sin retorno a las sombras”, “Estación primera del labio roto” y “Autorretrato con diferencia de olvido” pueden notarse los temas transversales de las primeras estaciones del libro: el olvido, el pasado y la muerte. Por ejemplo:
“Todo vale nada, pensé:
-aire asfixiando a los ciegos-
y el instante impreciso es latente en el tacto
de la palabra que ansiamos escuchar
en el extraño curso de la noche”.
Porque nada queda salvo el recuerdo, la sensación de las manos vacías y el tiempo desperdiciado en el que nada fue claro excepto la pérdida. Aunque la voz lírica de los textos afronta con resignación dicha pérdida: “la vida es un autorretrato/ forzado por el tiempo/ las cuchillas de esta sonrisa febril/ carcomen las huellas del olvido.” El tono va a tomar un giro más cercano a la ironía en el amplio texto “El nocturno diurno (poema para leerse en bicicleta)”.
Nos encontramos ahora ante un poema donde se evoca al paso del tiempo, donde la reflexión del pasado se elabora a base de símbolos como el agua, tierra y aire, cuya mezcolanza nos lleva a otro tema crucial: la escritura, es decir, el oficio de la escritura se convierte en ese vehículo que el hablante lírico utiliza para desplazarse a través del pasado. No se habla de un pasado ennoblecido, por el contrario, se alude a él de manera irónica:
“Fue cuando los días y las noches fueron una manecilla de
puerta y la reyerta volteaba hacia la izquierda, al otro extremo de la mano de Dios.
(…)
que hay olvido y muerte ya lo sabemos
que los diarios son un montón de hojas impresas
que mañana será un estambre de polvo
¿Nada? También lo sabemos. ‘”
Hay un reconocimiento del olvido y la muerte. Se reconoce el primer momento de la muerte, luego el vaivén a través de los años. Ante la inevitable incertidumbre la escritura funciona como una bitácora de lo vivido. La búsqueda poética se orienta a una exploración mediante la palabra, aunque la metapoesía, en el caso de Martz es también irónica, sea esta una crítica mordaz a una sobredicha tradición literaria o una evocación personal:
“¿Y qué fue de su vida luego?
Fue zapatero, vendedor de diario (…)
Y lo mismo de siempre: poeta.”
Durante la segunda estación los textos realizan una revisión del pasado, todo desde una perspectiva personal, por ejemplo, en el texto “Un hombre canta y recuerda”:
“Antes que naciéramos
éramos infantes felices
jugando a la guerra
con soldados de barro.”
En poemas como “El circo de los gestos fingidos”, o “El vértigo imaginario” se presenta el clásico ubi sunt, pues, la evocación de las glorias del pasado termina en la nada, lo transitorio del tiempo de los hombres sirve como un motivo más:
“La vida de un hombre
que luchó contra el olvido
y el miedo de morir
en una habitación cualquiera
de él no queda nada
excepto el ruido
de las sonrisas
que un día embargaron
su silencio (…)”
La Tercera estación tiene como protagonista a la ciudad, nos encontramos ante el poema-ciudad. La relativa belleza del progreso urbano no es el móvil de los poemas, por el contrario, la mención a la cara oscura de la moneda y sus contrastes desoladores dirigen la búsqueda, por ejemplo, el poema “Cada ciudad es un infierno en la garganta de Dios”:
“Cada rincón de esta ciudad
bien podría ser
el escondrijo de algún niño
muerto de miedo”
Además, se alude al mito bíblico de la creación y el libre albedrío: “Fue discontinua la línea que trazó/ el dedo índice de Adán/ cuando hecho pájaro/ comprendió que el cielo/ era un caramelo de polvo (…)”. Ambas ideas continúan su desarrollo más adelante en los poemas “También un vientre llora de alegría” y “Los barrotes de la sonrisa”:
“a este niño muerto
encontrado
en el basurero municipal
lo han declarado
patrimonio de la tristeza”
***
“no hay camino
no hay piedra
no hay luz
que indique el camino a seguir.”
En “Flash-back” los poemas centran su temática en el desamor, el erotismo, la nostalgia, la memoria y la escritura. El texto “La imaginación antes de ayer” es uno de los que mejor sintetiza el contenido de la última parte del poemario. Incluso, es conveniente señalar que “Flash-back” también sintetiza todo el apartado temático y técnico que las estaciones anteriores desarrollaron. Si en las tres primeras estaciones se presentaban claras referencias al paso del tiempo (con todo lo que implica), en esta última parte la mirada se enfoca en la sensación del vacío que este deja: “¿Qué nos queda? Me pregunta/’Nada’ le respondo, / excepto las ganas/ de construir un reino/ en el árbol de la memoria.” Además, el poema “La imaginación antes de ayer” hace una autorreferencia y una revelación respecto a los motivos la obra:
“me he quedado ciego de nunca mirar
que de cuatro estaciones
solo existe una
que está debajo de tus pies
sembrada junto
al amarillo árbol sin tierra (…)”
Es un poema que condensa la esencia de la obra, se presenta la exploración del tiempo, la intimidad atormentada por el vacío y la pérdida tanto personal como amatoria. También, el tono nostálgico abordado con anterioridad.
En conclusión, en “Viaje al reino de los tristes” cada poema resulta una bitácora “agridulce” de la experiencia y es explorada mediante el verbo y la ironía de la voz poética. La estructura de la obra es similar a la de un viaje estrictamente de ida ya que, se recurre al pasado para examinarlo y aprender de él, este va quedando atrás y cada paso por las estaciones vuelve más ligera la carga. Este cúmulo de tiempo y ecos solamente es posible sortearlo mediante el truculento efecto de la palabra que teje de inicio a fin esta travesía, una en la que el desenlace se vislumbra y lo único posible es ver como ese pasado se desvanece al igual que nuestras huellas a lo largo del camino.