Julian Herbert: collage y apuntes sobre la literatura moridora.
Una entrevista-perfil al escritor mexicano Julián Herbert sobre poesía, punk y literatura moridora.
I
No soy un poeta joven / Los chavos de los 80 / me dan veinte y las malas, escribe Julián Herbert en uno de sus autorretratos. Narrador, ensayista, músico, profesor, etc. El autor de Canción de tumba destaca como una de las voces más inquietantes de la literatura mexicana actual. Desde su casa en Saltillo, días después de cumplir los 50 años, acepta conversar sobre algunos aspectos de su obra —gracias a ese invento impersonal y práctico de la videollamada. Ya no soy un poeta joven pero lo fui alguna vez, se lee en el mismo poema. Lo fui cuando Pinochet gobernaba a los chilenos / Y Raúl Zuritita se quemó con la cuchara. Se puede tener 30 años y escribir como todo un señorón. Pero a pesar del tiempo, los textos de Julián conservan cierta frescura juvenil, una especie “de vibra punk y subversiva” capaz de desestabilizar las emociones de los más sensibles.
—Tiene que ver con cierta concepción de la cultura —dice Herbert—, con cierta horizontalidad que me interesa. Me gusta mucho hablar de literatura y dar clases y la madre, pero también me interesa mucho la vida del pop y cierta conexión con la realidad. Lo que dices del punk me gusta mucho porque creo que es una actitud frente al mundo. Tiene que ver con la juventud pero también con la desposesión, con encabronarse con sentido del humor. Hay una cierta ira en el punk que no se toma muy en serio las cosas. En ese sentido siempre ha sido una parte central de mi vida más allá de la juventud. Los viejos punks, esos tipos de 60s que todavía tienen ese sentido de resistencia, han sido mis maestros y yo aspiro a eso. Lo que a mi me interesa del lenguaje no es que sea joven, sino que no sea autoritario. Eso es a lo que más le temo. A veces me escucho a mi mismo diciendo cosas autoritarias y me encabrona mucho llegar a ese punto porque creo que una de las cosas más importante que tenemos como civilización es la duda, el no estar completamente seguro y el sentirte confundido. Cosas que pueden parecer muy juveniles pero que en el fondo son más bien humanas. Mi sensación es de mucha incertidumbre, yo no sé qué va pasar con la literatura. Me preguntan: ¿oye tú crees que el libro va a seguir existiendo o lo va a reemplazar la tecnología?, wey, no sé.
—Pero muchos escritores se creen con el derecho de pontificar y decirle a los demás qué hacer.
—Creo que es una cuestión muy latinoamericana que le gustó mucho a cierto tipo de escritor, a ciertas figuras totémicas que se dedicaron, como dice un periodista de acá, a “ilustrar a la nación”. Pero también existe ese otro lado, un discurso de la literatura que parte de esa desposesión, de esa misma incertidumbre que ya he mencionado. Esa puede ser una forma interesante de conversar, decir tu punto de vista partiendo de que no es la realidad sino en todo caso tu temor. Pienso en Manuel Puig, en Andrés Caicedo, en algunas escritoras latinoamericanas. Inés Arredondo, por ejemplo, que es una gran cuentista y nunca vi que le preguntaran sobre el futuro de México.
—¿Quién?
—Inés arredondo, una gran cuentista mexicana. Ahora existe como este revival de ciertas escritoras latinoamericanas en general, pero específicamente mexicanas. Me parece muy interesantes porque a finales de los ochentas las leíamos mucho. Cuando yo era chavo leía mucho a Maria Luisa Puga, Beatriz Espejo, a todas estas escritoras que durante algún tiempo estuvieron cubiertas por un velo y que ahora están de regreso. Creo que ahí hay un ejemplo de esa otra lengua de la literatura latinoamericana.
—Tu literatura también tiene algo de periférico. Sos un escritor del norte, no del centro.
—Ese es un tema que me interesa mucho porque creo que es un lugar paradójico. Yo me formé en esa tradición del norte que en algún momento fue muy periférica. Pero luego dejó de serlo y se volvió el centro. Yo me sumé a esa ola y sería un hipócrita si digo que soy un escritor marginal. He tenido cierta distribución y me han publicado editoriales grandes. Pero poco a poco estoy regresando a una zona más o menos periférica sin estar completamente en la orilla. Yo creo que es un buen lugar en donde estar. Lo digo sin cinismo y con la mayor honestidad. Es una posición muy cómoda porque tienes suficientes reconocimiento para mantener a tu ego dominado pero no estás en el fuego, en la lumbre. Además el centro se desplaza todo el tiempo porque el pinche capitalismo salvaje lo que quiere es vender un producto y muchas veces ese producto eres tú. Es muy difícil no aceptar los sobornos de la realidad. Negociar con eso es un proceso súper interesante. Para mí una estrategia fue quedarme en mi ciudad. A mí me resultó mucho quedarme en Saltillo, que es una ciudad muy gris, una pinche ciudad fea. Y eso me ayudó a mantener cierto perfil mediano que funciona para vivir.
—A veces esa fealdad puede ser más estimulante para un escritor que los focos y el glamour.
—Sí, estoy de acuerdo contigo.Vivir en medio del desierto para mí también ha sido una gran experiencia mental. Un atardecer, aunque suene cursi, se vuelve un evento muy importante. Eso ha sido muy satisfactorio.
II
La obra de Julián transita por una serie de lugares en apariencia contradictorios. Sus textos evidencian una especie de tensión y un diálogo entre realidades a simple vista opuestas: la alta cultura y el mundo popular, la tradición clásica y contemporánea, las preocupaciones locales y universales, etc. Una operación de acumulación en la que se articulan un conjunto de referencias de diversas índoles: Thomas Mann, Eliot y Ninel Conde, las películas de Kate Winslet o de Luscino Visconti, las canciones de Led Zeppelin y Los cadetes de Linares, de Camilo Sesto y Alan Parson Project. Una demostración de ingenio e irreverencia, pero al mismo tiempo el planteamiento de un verdadero problema estético. “Todo relato es, en sentido etimológico, una parodia; una oda paralela”, dice el protagonista de Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino al referirse a su propia tesis. En el cuento, un crítico de cine vincula el carácter ético-trágico de los personajes del director gringo con el universo literario de William Shakespeare. “La única forma plausible de producir arte sublime es produciendo parodias. La parodia es lo sublime. Lo sublime es la parodia”, continúa el mismo personaje después de citar a Gerard Genette y a Pedro Almodovar en el mismo párrafo. El humor negro se entremezcla con la violencia y las emociones fuertes, con el desamparo y la tristeza, con la reflexión sobre el arte mismo y la búsqueda de la belleza.
—Eso está situado en un momento muy específico de mi vida —dice Herbert al otro lado de la pantalla de Zoom—. En marzo de 2015 empecé a trabajar con el Seminario Amparán partiendo de un libro de Ann Carson, Decreación. A mi me impactó mucho la reflexión de Carson, desde la poesía y el ensayo, sobre el problema de lo sublime en el mundo griego. Específicamente sobre el tratado De lo sublime de Pseudo-Longino. Yo estaba preparando una clase sobre el tema y al mismo tiempo había empezado a trabajar como guionista de cine. Eso hizo que me pusiera a analizar muchos guiones, y bueno, a mi me gusta mucho el cine de Tarantino. Entonces para mí la crisis fue esa, cómo alguien puede interesarse al mismo tiempo por esos dos mundos. Lo que yo creo es que en el fondo todos los artistas estamos interesados en ambos mundos, pero de alguna manera no lo llevamos hasta las últimas consecuencias. Para mí la reflexión entre lo popular y lo culto, entre la parodia y lo sublime, tiene que ver con un problema muy radical, que es la tensión entre la tragedia y el carnaval. Eso creo que dialoga de manera muy frontal con el mundo latinoamericano. La tragedia en medio del carnaval, eso es lo que me ha tocado vivir muchas veces, en mi idioma, en mi país, viajando por latinoamérica. Lo que pasa es que hay algunos autores que tienen mucha habilidad para referir estos conflictos sin decirlo. Saben como retratarlo porque tienen mucha habilidad plástica. Un día un amigo me hacía ver que en Juan Rulfo no hay sombras. Es todo como muy plano. No es que haya un personaje en tercera dimensión y que luego arroje una sombra. No. Sus personajes son sombras. Esa es la habilidad de Rulfo.
—Es como un dibujo en carboncillo.
—Exacto. Con este amigo, Alberto Blanco, que es un poeta y crítico de arte muy interesante, pensamos que son como grabados. En ese sentido Rulfo tiene mucho que ver con Dante porque sus imágenes son dibujos, no tienen color ni tercera dimensión ni profundidad, que son cualidades que sí puedes encontrar en Shakespeare o Cervantes. Entonces, buscando eso, yo sí creo que los escritores tenemos ciertas habilidades de índole perceptiva. En mi caso me doy cuenta que a mí el dibujo me cuesta mucho, pero la música no. El mundo me llega más por la oreja y la construcción de relaciones. Entonces mi proceso sería más el del collage que el de la pintura al óleo. Cuando me di cuenta de eso empecé a aprovecharlo. En ese sentido los escritores son como los futbolistas. El mejor futbolista no es el más atlético sino el que sabe aprovechar mejor sus cualidades en la cancha. Yo aprendí a construir esta relación entre lo paródico y lo sublime porque en el fondo son cosas que me importan. No es que piense que el mundo no puede ser serio ni profundo. No. En esa seriedad y en esa profundidad, en las más profundas de las tragedias o en la belleza más prístina, también de pronto, hay un destello de ridículo y de humor.
III
En youtube pueden encontrarse una serie de conferencias dictadas por Julián en el marco del Seminario Amparán. La vocación, La mala leche, La rutina, La respiración etc. Todas ellas atravesadas por dos grandes ejes conceptuales: las enseñanzas del Budismo Zen y las novedades teóricas de la poética cognitiva, una nueva rama de los estudios literarios que se propone abordar el texto desde los postulados de los estudios cognitivos —de tal modo que la metáfora y la paronomasia, por ejemplo, dejan de ser simples artificios lingüísticos para ser explicados por algunos procesos propios de la conciencia humana.
—Para mí ese era el tema, preguntarme si existe algo trascendente en el lenguaje o no. Estaba leyendo un libro de Wittgenstein que se llama Sobre la certeza y a mí eso me tronó el casco. La noción de hasta qué punto la lógica parte de una certeza, por ejemplo la certeza de que un enunciado puede tener un sentido o que una frase y la realidad pueden tener un lugar de encuentro. Y por más que lo explique la ciencia no ha llegado a ninguna conclusión última. Y yo no sé si se puede llegar a una conclusión última. En ese sentido el problema del lenguaje se volvió un problema acerca de lo sagrado, de dónde está el límite entre lo material y lo espiritual, entre lo accidental y lo no accidental, entre que algo exista o que algo sea la nada. Todas estas cosas me metieron en una bronca muy profunda de la que solo pude salir con ciertos auxilios técnicos como el estudio de la poética cognitiva, la noción de que existe una base neurobiológica que genera lo que conocemos como retórica. Es decir que la retórica existe porque existen procesos mentales que la generan, que las metáforas forman parte de la única posibilidad en la que la mente humana puede funcionar. El segundo hallazgo fueron los textos budistas de diversas índoles, sobre todo en su forma tardía japonesa. A mí me han ayudado mucho a conciliar tres aspectos de mi vida, la vida intelectual por un lado, la vida cotidiana y la experiencia estética. La sensación de que la experiencia vital también tiene su propia poética y su propio ritmo ha sido muy tranquilizador.
—También has hablado de cierta concepción sagrada del lenguaje, de la poesía como una especie de misticismo laico.
—Este es un tema que me interesa en particular. Para mí el proceso de reflexión acerca de la poesía debe de ser dialéctico. A mí me interesaba la sociología cuando estaba al margen, pero ahora que está en el centro sí me interesa más la experiencia de lo místico. Pero creo que lo hemos entendido mal, para mí la experiencia mística más allá de la relación con lo divino tiene que ver con la turbulencia. Tiene que ver también con una doble corriente. Hay una corriente superficial y otra más profunda, y hay un lugar donde ambas corrientes chocan. La experiencia del lenguaje tiene que ver con ese lugar de choque, con esa sensación de estar luchando contra la basura, ya sean adjetivos rimbombantes o formas de versificación ya calcificadas. El ir contra la corriente es la única manera de encontrar la corriente más profunda y verdadera. Pero eso no es algo que solo ocurra en la poesía que es intencionalmente mística. Eso lo encuentras en el punk y en la poesía de José Eugenio Sánchez, que es un bárbaro norteño al que una de las cosas que más le interesa es la obscenidad, lo encuentras en la antipoesía de Nicanor Parra. Esa tensión simbólica de ir contra la corriente en búsqueda de una corriente más profunda es algo que la poesía hace de manera natural. El proceso del lenguaje de la poesía tiene una tensión mística natural. Me parece que la poesía hace eso, que la verdadera búsqueda de la pureza es a través de la impureza y que el poema persigue cierta pureza a través de la basura. Esa es otra idea que viene del zen, la única manera de huir de los signos es a través de los mismos signos. Y eso creo que lo podría decir también cualquier poeta.
IV
En los textos de Herbert pueden encontrarse ciertos guiños a los problemas políticos y sociales de la Centroamérica profunda: una stripper nicaragüense —Violeta la Violenta— afincada en un pequeño pueblo de Coahuila, funcionarios corruptos involucrados en el tráfico de armas destinadas al gobierno sandinista, la sombra guerrillera —con su respectivas dosis de hippismo, marihuana y desengaño— propia de los años ochentas. Pero entusiasman aún más las referencias a ciertos poetas de la tradición local. Dos versos de Darío y Martínez Rivas se incluyen, por ejemplo, en los epígrafes de Álbum Iscariotes. Quizás este último, un representante más de esa otra tradición, de esa literatura moridora —y de nuevo punk— de la que habló José Revueltas.
—Por supuesto —responde Herber—. Yo creo que Nicaragua tiene una carga simbólica muy fuerte para muchos latinoamericanos de mi generación, desde el ámbito del sueño y la pesadilla. Cuando yo era adolescente Nicaragua significaba todas estas ideas de resistencia que de alguna manera fueron muy importantes para crecer. Pero también fue terrible porque es una de las puertas por donde entras a la decepción. Al mismo tiempo, creo que la literatura nicaragüense en general es muy potente. Para mí la figura iniciática es Darío. Yo te decía hace rato que el mundo me entra por la oreja y en ese sentido leer a Darío fue fundamental. Es como la más hermosa novia que tuviste de adolescente, te queda una marca, una huella interior muy cabrona y muy profunda. Y luego, por supuesto, la figura de Carlos Martínez Rivas. Uno de los títulos que he envidiado siempre es La insurrección solitaria. Me parece que es una descripción sumamente punk y la poesía de Carlos Martínez Rivas está a la altura de esa actitud. Además tiene cierta capacidad para ser autorreflexivo. Me late mucho esa identificación con lo revuelteano porque sí creo que está presente, no solo en su forma de vida, sino en una conciencia frente al lenguaje y a la escritura. El poema de Carlos Martínez Rivas se vuelve sobre sí mismo con mucha ira, con mucho orgullo y menosprecio al mismo tiempo. Hay una hiperconciencia lírica que para mí fue una de las marcas de mi vida.
Intertexto:
[...] Me dijeron que todos los poetas a los que tú conoces
son más relevantes que los poetas a los que yo conozco.
Debe ser verdad; ¿has visto mi librero...?
la división y otros muertos epístola a arias montano darkness moves minuta memoria de la alta milpa un día marion bataille el jarro de flores el pozo en la memoria manual de viento y esgrima un libro levemente odioso ensayos fortuitos a una mujer muy flaca con una faldas enormes el monumento traducido por elisa ramírez jorge cantú de la garza un (ejemplo) salto de gato pinto la guerre au luxembourg valientes ellos con las armas nada sobre nada nada del otro mundo 26 puntos a precisar el surco y la brasa traslaciones first figura ocho siglos de poesía dos docenas de naturalezas muertas uma flor mother said ingeniero de cuchillos del ojo al hueso flores para hitler acuña de figueroa devuélveme mis trapitos tristia piedra y otras palabras paroles juan sánchez peláez la isla se mueve al azar es un padrote cuaderno del bosque de pinos dieta de manzanas para el león que cerca su sonrisa en cuanto cartas de amor para la señorita frankenstein afuera hay un de gatos don quixote which was a dream ni lo que digo woolgathering the penguin book of contemporary verse antología de la antología griega never ever aullido aullido de cisne carroña última forma el jugador el juego wirrwarr la pesca de truchas en norteamérica evodio escalante padre toca el tololoche elephants on acid cielo secundario the freeing of the voice the invention of hunger la insurrección solitaria/
la insurrección solitaria /
la insurrección solitaria [...]
—Yo escribí ese poema —continúa Herber— que es como una especie de autorretrato después de los cuarenta, basado en una canción de LCD Soundsystem. La canción hace una enumeración de bandas de rock, muy oscuras pero al mismo tiempo clásicas, y cuando llegan a la raíz repiten tres veces el nombre de The Sonics. En este poema, que está en Álbum Iscariotes, yo hago una enumeración de mis autores y cuando llega esa repetición lo que digo es La insurrección solitaria, tres veces. Eso es lo que ese libro significa para mí, porque The Sonics es el nacimiento del punk, y para mí en ese sentido, La insurrección solitaria es el nacimiento del punk de la poesía latinoamericana. Entonces sí, es un poco el cruce de la referencia literaria y de la mitología interior. Porque además, yo vivo en el norte de México pero pasé mi infancia en Acapulco, que es como territorio de guerrillas y de mucho diálogo con Centroamérica.
[...]
Me temo que no sabes lo que realmente quieres.
Estoy seguro de que no sabes lo que realmente quieres.
Me temo que no sabes lo que realmente quieres.
Estoy seguro de que no sabes lo que realmente quieres.
Me dan ganas de confiscar tu título académico
Y regalarte una suscripción a la revista Buenhogar.
Me dan ganas de confiscar todos tus cuadernos
Y regalarte una pedalera roja.
*
Cuento, novela, poesía, ensayo, la obra de Julián Herbert se abre hacia una variedad de posibilidades. Su naturaleza múltiple, su diálogo con la experiencia de la calle y la tradición literaria, el humor negro, la parodia, la fuerza emocional de sus relatos más descarnados, etc, son atributos destinados a propiciar sobre todo el placer estético. Quizás por esa razón el autor haya afirmado que es posible sufrir mientras se escribe, pero que nunca está bien aburrirse. Una declaración de principios, pero también una forma de concebir la literatura y el oficio, un punto de partida, una exploración de la cultura y de ciertas experiencias humanas, la afirmación de una vocación, de un modo de leer, de una manera de relacionarse con el mundo.