Entre la libertad, la tumba y nuestra existencia

El poeta Carlos Calero (Costa Rica) nos ofrece una amplia selección personal de su obra poética

Carnaval, fotografía de Gustavo Briceño Casanova

 

LA POESÍA EMPIEZA

 

La poesía empieza
en el esperma íntimo del demonio
y la ternura sin carnes.
No se piensa demasiado un poema.
Con solo tocar la arena puedes anegar un océano.
Comienza en la raíz de tu lenguaje 
y no sobrepases el olvido.
Ve, háblale al ego imaginario
para que te responda
desde las cenizas y sus palabras.


(Espiga entre los dientes.)


 

 

SEÑOR BAUDELAIRE, ENCONTRÉ UNA COPLA

 

Señor Baudelaire, no encuentro su memoria en las tabernas ni la noche.
Esta vez “No había donde ir”, te diría Robert Graves.
Sí, señor, no puedo ni debo decir amores impuros.
Son fragmentos con escenarios y banquetes
donde usted enfrenta a los amantes idiotas,
cuando el amor se excede en salvar los universos.
Espero que la belleza no sea un “ensayo escolar”.
Señor Baudelaire, muéstrenos sus dientes.
Nadie imagina sus encías, su corazón ni su sangre.
Sé que ninguno osará asaltar una tienda iluminada por sus ojos.
No, señor, poeta, su obra enseña
que la insolencia no es asunto que usurpe
nuestro respeto a los maestros.
El arte no es manosear, únicamente, sílabas con un alfabeto.
Sé de su poder y las armas. Se le ve libre y satisfecho.
Sé del conocimiento y lo bello
hasta esperar desnudos el alba.
Uno duerme y el pavor despierta con un animal.
Beber sangre no lo consideramos saludable,
salvo que se trate de salvar un poema.
El mundo, aunque pálido, con acertijos se ruboriza.
La audacia dice que la poesía medica, sana o salva.
Sería bueno que un hada o un licántropo aclaren este asunto. 
El miedo oculta la fuerza del deseo.
No digamos que la ficción puede amarrarnos a la tumba.
Señor Baudelaire, cada quien reina con su inocencia
para medir la superficie del infierno.
Señor Baudelaire, por accidente o casualidad,
esta noche he llegado a un texto
ajeno a su geografía lectora: "Coplas de las bendiciones".
Y después dije: no tengo camisa, tampoco palabras;
no encuentro capa para salvarme
del derrumbe y el frío entre las nevadas.
Señor Baudelaire, no le pido ser generoso.
Ya no huyo ni hablo a los pájaros.
No me valgo de Dios, no me apetece la gloria.
Se perderá el mundo y el recuerdo de una elegía inminente.
Señor Baudelaire, no se asombre cuando vea que me alejo
y prolongo la caída del ancla
en una cesta tejida por el infortunio.
Si me lo permite, poeta,
puedo colocar palabras y árboles en las bahías
donde ha dejado de ser la salvación el cielo
y el precipicio que estalla
cada vez cuando apresuramos la tumba
y escondemos en nuestro cráneo un poema.
(Espiga entre los dientes.)



 

DEUDAS

 

El silencio de una mujer no se discute, se teme.
La palabra de una mujer no se calla, se anuncia.
El deseo de una mujer no se posterga, se impone.
La ternura de una mujer no se debate, se interna.
La belleza de una mujer no se mata, se salva, resucita.
La espera de una mujer no se pospone, se conquista.
La pasión de una mujer no se agota, se incendia, se habita,
porque nunca será desprecio ni ceniza.


(Espiga entre los dientes.)


 

NO BASTA FINGIR O IMAGINAR QUE SOMOS TIGRES

 

¿Se cansará la muerte del tigre y Jorge Luis Borges?
Simula un reo con su diminuto universo,
pero yo soy el atrapado por sus dientes.
Siento escalofrío. No pienso.
No intento poner mi mano sobre las rayas y su piel
creadas para lo brutal y la sobrevivencia.
La belleza me tiende una trampa, veo sus músculos,
mi cráneo, mis costillas, el desgarro.
No sé si salvaré mi corazón.
No sé si alzaré un látigo,
daré órdenes y con mando de rey
someteré mi temor a las bestias.
Para una niña, Borges y este tigre,
el oficio de matar es el acto con que se ama,
en otro mundo, el sacrificio de las víctimas.
Siendo niño anidé mi inocencia
en los tigres brillantes de los circos.
Hubo un día de tropiezos, zanjas
y cuchillos clavados en los troncos de los árboles.
Nunca supe de mi temor a la cuna del arbusto y el silencio
en la casa de madera y el misterio
porque ahí me esperaba el tigre de Lizalde.
Este animal y sus colmillos
equivalentes al tamaño del universo.
Quise mostrarle mis años débiles.
Blake no estuvo ahí para condolerse.
Sobrevivir no fue fácil mientras la baba y el aliento
rodeó mi existencia; olía a ceniza,
puso su lengua gruesa en mi carne.
Todo niño grita y tiembla,
todo niño no se salva de la muerte.
Todo niño no siempre conoce el espanto.
Todo niño huye y busca a sus padres
que habitan las selvas y observan lo invisible.
Yo defendí mi casa con firmeza y levanté una puerta.
le dije que mi voz no olía a sangre.
El tigre levantó sus zarpas,
hinchó la curvatura de su espinazo,
y tembló y tembló de ternura y hambre.
Le señalé afuera está la luz que urgían sus ojos,
estaba la pasión y su lucha contra el sepulcro;
estaba la imaginación para dar vida a otros tigres.
Y cayó de bruces con la fuerza
cortada por el filo de mis palabras
al ver que yo era hijo de otro tigre
y mis rayas como las suyas ahorcaban a un destino
que inútilmente asesinaba a su fantasma.
Por eso, para salvar a nuestro tigre
dijimos tigre, tigre, Blake, tigre.
El que arde, el que es la selva, el que merodea con espadas
los andamios, la noche y sus pasillos,
y los ojos que saborean
a los inmortales felinos que despojan
y dejan entre el junco su fuerza
y se alzan como libélulas o pájaros
para explicar la simetría
entre la libertad, la tumba y nuestra existencia.
Pero el terror es invencible.
No hay contragolpe que nos salve.
No basta fingir o imaginar que somos tigres.
Blake te pone en la mano un abismo,
un  cielo y, para ganarle al infierno, un tigre.
(Fingir o imaginar que somos tigres.)


 

 

CUANDO LA POESÍA NO PERDONA

 

Poesía que estás en lo que aleja o traen las palabras, en el golpe inesperado de lo predecible, lo inhumano, lo sagrado, lo que se olvida; estás en el cascarón de eternidad y el grito de un niño sin carnes; estás en lo que aturde con tanto sol que seca el hielo, que priva de vida a una semilla entre las piedras semejantes a cajas con la memoria del cosmos; estás en una grieta sobre el hueso de los torturados; estás en la espiga de humanidad que traiciona su destino y se aísla, y no ve que el horizonte es ajeno y lejano, y cede al absurdo. Poesía, perdona tanto infierno, tanto paroxismo vano, tanto éxodo en las calzadas de un viaje hacia la nada, tanta traición para fingir un cielo, tanta profecía inútil y las ilusiones, tanta penumbra entre los ojos donde un gato o una loba reina explican el origen y misterio de la vida. Poesía, danos el sentido de la paz que olvidamos. Pregunta, obliga, exígenos respirar en la misma colina donde el milagro comprueba que la hermandad es posible. Poesía, danos el conocimiento y la fe que salvan. Y si todo no es así, nunca me perdones.


(Espiga entre los dientes.)


 

 

ZAPATO

Cuando sabemos que el zapato carece de dueño existen laceraciones provocadas por el tiempo y dudamos sea el que utilizamos. Todo zapato tiene historias con las puntas rotas. Todo zapato tiene arrugas y me conforta. En todo zapato, bajo la memoria de la suela, existe un artesano quien nos muestra jornadas y noches que abominan a los zapatos. Pensamos que resultaría una fealdad terrible desecharlos. Siempre vemos más de algún zapato tirado en el fondo de un patio, distinto al que usaron las legiones y beduinos mientras dormían escuchando chacales, cuchicheos de astros o el zumbido de un sable contra el aire y sus cabezas. Toda zapatera tiene una biografía de rastros, un rincón del dormitorio donde respiran los grandes descubridores de la seda, el carbón, el fósforo, los bajeles, canes y felinos sin pelambre, o una gota de tregua entre los imperios y las guerras. En la memoria existen altares para los zapatos. Da Vinci no los olvidó al abordar un submarino. Estuvieron tras bastidores en sus autorretratos. Amstrong no sé si abrazó la ternura de la penumbra de nuestro satélite con un dios y el asombro, a diez metros de distancia, para imponerles un silencio de zapato. Un zapato me habla del lomo de una vaca argentina, inglesa, española o el toro desconsolado y oprimido por el secreto terrible en Creta. El zapato alza pañuelos, muerte, amores y puñales con flamencos, valses, congas, tangos, en la noche de las calzadas y las lunas. Los zapatos son Van Gogh y Andy Warhol bajo la luz rural de los girasoles o el alma del pop art con zapatos flotantes, ingrávidos. Pero el zapato que amo y uso nació de las manos de mi padre y el oficio del silencio donde cabía la geometría de la infancia y el recuerdo. Y con esos zapatos me entregué a la vida, tracé mi destino con líneas imprecisas, hasta encontrarme con los pasos donde otros zapatos nos dijeron que, antes de desecharlos, les inventáramos un nombre.


(Hielo en el horizonte.)




LO ÚNICO QUE NO BAJA A LA TIERRA

 

Cuando a un cazador se le muere la mujer

entierra con ella sus senderos.

Entierra algo más que su soledad y Los Pirineos.

Bajan a la tierra su noche y las lunas.

Baja su casa de piedras.

Baja el silencio del bosque y los cascarones de la nieve.

Baja la sobrevivencia y la carne sin grasa y macerada.

Bajan el jarro de hierbas y las cabras.

Baja el milenario vértigo del deseo convertido en recuerdo.

Bajan los ojos de esa mujer masticados por los espejos.

Bajan los árboles tejidos por el agua dura

entre los troncos envejecidos.

Bajan las pieles despellejadas.

Bajan el carbón y el fuego contra el lomo empinado de la nieve.

Bajan las osamentas congeladas de los animales cazados.

Bajan las sombras del frío por los agujeros de la madrugada.

Cuando a un cazador se le muere la mujer,

lo único que no baja a la tierra

es el amor por ella que mata a los lobos

(Hielo en el horizonte.)



 

ALGUIEN PREGUNTA POR VOS, PADRE

 

Padre, cómo deseo hubieras tenido mejor suerte para romper la cerradura en el claustro del paraíso. No entendí por qué los astros te desprotegieron. Lo primero que intenté fue salvar tu memoria, porque los años “no perdonan ni olvidan”. Entonces, el día se volvió un puño cerrado y congojas al no tener una cama ni dos platos para los nietos y los hijos. Padre, la vida salió sin dejar huellas. Padre, en cada caída de tu pecho vi mis días en peligro, miré la hierba y las cabras en los árboles. Y supuse un abismo. Padre, padre, padre, dije sobre la cabeza de tu epitafio. El barrio fue penumbra y, para salvarme, me subí a las tarimas de madera en el mercado y recité a Darío, durante las mañanas. Entonces, escapé por el ojo de una tortuga. Padre, todavía alguien pregunta por vos, padre, y deja un reclamo para cuando conversemos, en la otra orilla, de lo que hoy no es una carta ni una canción para mi madre.
 

(Hielo en el horizonte.)



 

ESTE NICANOR PARRA

 

Esta vez de las veces 

cuando las palabras imantan, 

las palabras sangran, 

las palabras vuelan, 

las palabras dejan de ser palabras, 

las palabras se meten y salen 

con silencios y sonoridades 

dentro de las mismas palabras.

Y son las aguas no escogidas por su anti-destino.

El poeta nadaba, 

anti-flotaba, 

anti-respiraba, 

anti-soñaba, 

anti-movía el íngrimo barco de madera 

cuando la anti-palabra todavía no era palabra, 

por decirlo de alguna manera.

Anti-miraba con el primer ojo del topo,

desde adentro de los sonidos y cadencias 

como si fueran un anti-Polifemo.

El verso anti-presentía 

deslizándose con certeza de caracol playero, 

lanzándose sobre la presa como un lobo 

paralizado por el vértigo de atrapar imágenes, 

y la anti-gravedad de una montaña rusa 

con que volcó los trastos y la pluma, 

con que sirvió sobre la mesa sin patas la poesía en Chile.

Y qué pasó con el aire del sur, 

el anti-azul y el anti-verde

no visto por los trazos de la tierra blanca,

en Parral y Colbún, en Maule.

Qué la comuna de Coihueco y Ñiquén y San Carlos.

Todo y casi no todo se hizo anti-poesía, 

pues por algo dejaba una puerta entreabierta.

Y qué de la vaporosa lluvia 

como un cono transparente de helado, 

sobre el aire cálido y Mediterráneo 

con pájaros de piedra y alguna 

que otra lagartija cantora y sutil de América.

(Tu hermana, la Julieta Parra.)

Será que el secreto de la poesía es darle voz a las aguas 

dentro de las cuencas de los ríos que van a la vida, 

a tocar la raíz oscura de los cipreses dormidos, 

con la cabeza de jade y echada sobre la ribera de luz, 

mascando un poco de arena, 

al pie de las cordilleras.

Así te vio nacer San Fabián de Alico, 

por dentro y por fuera del amanecer, 

martillando soledades y rebeldías, 

con el silencio desatado por el desafío y las rupturas.

Y cuando el pantalón te llegaba a la rodilla, 

el trompo y los caballos leían sobre el zacate 

acerca de cómo fue que con ellos 

los grandes guerreros conquistaron ciudades; 

pero la versión “parriana” fue con mensajeros y escribanos, 

quienes solo contaron la historia 

de los que se alimentaban con palabras.

El pie se hinchó, 

la boca se partió bajo la nieve, 

los espinazos y cráneos se pudrieron.

La poesía, sí, 

la poesía que lo dijera 

usando lo más próximo a lo creíble, 

para que la rima, 

para que el ritmo empozado, 

para que las formas del mausoleo 

que al decir y al hacer 

fueran de la mano para habitar las calles.

(Si la poesía cambia, el mundo no es el mismo.)

Y ahora a darle filo a los cuchillos de la cocina.

Que el paisaje levante la pesadez del noble elefante.

Nicanor, como un profeta 

y su pócima de eterna juventud, 

dando frutitas de ingenio 

sobre las ramas jóvenes de las urbes.

Parra, Nicanor Parra,

quien grita a las multitudes 

y le devuelven el cumplido 

y el pájaro de la vida que sobrevuela, 

entre lo diminuto de un bolígrafo

y lo sublime de volcar el mar de la poesía,

ya sea en la luna o una acostumbrada almohada

mientras las puertas se abren;

y tu cabellera blanca levanta diminutas llamas

con que incendiaste el mundo

de un pájaro que a lo mejor nunca quiso ser fantasma.

(Hielo en el horizonte.)



 

PALABRAS

 

El oficio más viejo del mundo no está en escribir las palabras, sin el cómo olvidarlas.

Con este olvido retornan, no sé cómo ni el cuándo pero retornan.

Será que olvidamos la boca que por todos habla, y nos quedamos sin asombros.

Por qué escribir para recordar los secretos si nacimos para olvidarlos.

El oficio más viejo del mundo no está en escribir más palabras, sino el cómo olvidarlas.

(Geometrías del cangrejo y otros poemas.)




ELEGÍA PARA EL AIRE DE JOAQUÍN PASOS

 

Aire entre las líneas azules y sus manos escrutadoras desde la tierra y una distancia contigua, la desnudez que asoma por los tragaluces exóticos del sueño. Sobrevive la ilusión del barrio y una casa paterna; sobrevive el fulgor de la infancia, o la silla de palo que reagrupa las tardes y abre las puertas del alma en Granada.

Habrá una habitación y luz en las celosías esperándonos. Habrá un amanecer para el pecado, la culpa con arena y los oleajes en el raudal de los reflejos; habrá una calle y más calles. La palabra abrirá a las palabras, si nos quejamos dormidos mientras el aire muere o llega con las lluvias de Manolo Cuadra, con la tristeza y la poesía como un toro.

La selva quiso ser una balsa en los aceites del cuello, el agua que nos relee la memoria; quiso entregar la certeza al encontrar neblina y el misterio con una losa indígena en las ciudades.

No escuchábamos. Se sobrepuso el traspiés de la cabanga y mansos recostábamos nuestro espíritu contra las paredes y los pechos lechosos de la comadrona, tratando de balbucear que el viento fue la miseria entre una música polifónica y las sordas soledades. No escuchábamos los barrancos ni la marimba, con niños que vomitaron sangre, o cerraron los ojos ante el epitafio de un ángel pobre.

Esta elegía, Joaquín Pasos, es para el viento y la miseria contra la que vos ahora romperías tus tambores de piedra, más allá de la petulancia de una moneda. En nuestro país escaseaba el aire y desde antes conocías los aldabones donde quizás moraban los espíritus; conocías la media noche con filibusteros y una fiesta perenne después de las guerras nacionales, o vivías para darle a la grey un alba, tu lenguaje y un poema para la sangre libre en nuestros códigos.


(Cornisas del asombro.)



 

UN MUNDO Y EL NOMBRE

 

El poeta Eliseo Diego, invisible y muy poderoso, no es un triste dueño de su vida en la arquitectura de lo inefable. Una mujer ilustra el afiche del Dia de la poesía, sumida en la humanidad, poseída por el ensueño con su torso y su espalda inmemorialmente desnuda, rozando lo eterno como el proscenio cuando la vida es dueña de sí misma.

Las manos atadas sujetan el tránsito del sueño. Acurrucada, casi fetal, su figura, su universo a la intemperie donde los sueños atraviesan la nada, el vacío lúgubre de los agujeros con los reflejos del fuego, el fósforo, el agua, una roca, el hidrógeno, la otredad de la materia y el canto del silencio hasta agotar la polimetría de los aedas.

Eliseo, esta mujer es la poesía, es la orfandad del poeta, es el cuerpo lacerado y crístico en plena calle, y viaja por los correos electrónicos desde la ONU hasta el hielo fragoroso de los polos.

Sí, Eliseo, es el cuerpo que duele, que piensa, que sangra, que anuncia, que denuncia y pronuncia lo inusitado, lo carnal de la belleza para que sea una verdad sin fronteras. El sagrado poeta, con la cruz, por las avenidas y las voces que lo describen y lo sienten suyo. 

Eliseo, esta vasta estética del silencio y los símbolos, de nuestra quietud en rebeldía de la belleza, con una estación movible que entra por los ojos y se aposenta en el alma, por virtud de quien sufre junto a su tazón para el agua, o la moneda para el áspero vacío.

La palabra duele, Eliseo, la palabra vuela, asciende desde los abismos o resquebraja los malos augurios; te da pena la palabra, poeta, pero su triunfo la hace visible; le da al ser aire, luz, sonido puro; le da un mundo y un nombre que renace cuando su poder nos perturba.


(Arquitecturas de la sospecha)


 

Carlos Calero

Poeta costarricense, nacido en Nicaragua. Máster en Ciencias de la Educación. Ha sido gestor cultural. Mención especial en el concurso de Poesía Joven Leonel Rugama. Finalista, entre 1,604 libros de poesía, en el prestigioso concurso de poesía Pilar Fernández de España  2024. Ha escrito cuentos. En poesía ha pubicado: "El humano oficio", "La costumbre del reflejo", "Paradojas de la mandíbula", "Arquitecturas de la sospecha", "Cornisas del asombro", "Geometrías del cangrejo y otros poemas", "Las cartas sobre la mesa". Hielo en el horizonte. "Fingir o imaginar que somos tigres". "Espiga entre los dientes", 2024. El poeta Carlos Pacheco realizó una tesis sobre …

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