Otro poema sobre Nicole

Una serie de 5 poemas de Aldo Vásquez (Nicaragua), exclusivos para revista Álastor

La mujer en la torre, fotografía de Aldo Vásquez

OTRO POEMA SOBRE NICOLE

Ojalá estuvieras

conmigo para verlos, Nicole; son hermosos

como luciérnagas nadadoras

 

Martín López Vega

No hay certeza en los poemas

con un poco de suerte

hay indicios de un desastre

o una pausa a mitad de la semana,

con un poco de empeño

la confesión de un solitario

o una excusa a destiempo

para algunas decisiones de ayer.

 

Por eso, no puedo fiarme

del poema que alguien escribe a su esposa,

aunque ella se llame igual que vos

y tengan en común la distancia

que solo puede ser meditada por las palabras.

 

El poema habla sobre la ausencia

al estar en un puerto de Lima,

cuestiona el orden de descargo 

de los enormes barcos

cuestiona el azar de abrir puertas.

 

Yo estoy sentado en el césped

ante este poema de amor y añoranza,

porque el amor y la añoranza componen

la irrepetible experiencia

de buscar un alma mediante la carne

o el azar de invitarte a un café

para saber si tus ojos o tus palabras

poseen tanta certeza como este poema.

 

Encontrarme tu nombre en un libro

pueda ser una casualidad,

si para mí los poemas

son luces al lado del camino,

esporádicas corazonadas

o el mensaje en la botella

que alguien me arroja con tu nombre

como un destino inevitable

es una cuestión de riesgo

es todo aquello que suele motivar

mis propios poemas.

 

 

 

MAPACHES EN EL PUERTO

 

La cálida noche sin estrellas

sobre el puerto de la vieja Managua,

las luciérnagas sobre el cristal de agua

son un murmullo de luz apenas visible.

 

Sin embargo, — Es una noche fresca — me decís

y me parece que así lo es:

 

La ciudad presta atención a tus pantorrillas

los barcos nos observan desde las olas

el faro vigila atento las hebras de tu cabello

cuando danzan al compás del viento.

 

La noche sobre nuestras espaldas

las cervezas en nuestras manos,

el brindis por la enormidad del momento

en el pequeño espacio de nuestra mesa,

el brindis por la fugacidad de nuestra risa

en el borde de la ciudad

es asaltado por unos mapaches.

 

Estos afelpados bufones

nos saludan con sus patas,

 

— ¿Mapaches en el puerto? — te digo

 

y tu gracia de mujer se conmueve ante ellos,

tus ojos brillan como no lo hacen las estrellas

y tu voz se enternece ante sus maromas.

 

Puede que la dicha sea como estos mapaches

que aparecen entre las rocas del puerto

para asaltar a los visitantes.

Puede que la dicha sea tan simple como ellos

al acompañarnos cuando solo somos

un hombre y una mujer que disfrutan

de esta irrepetible noche frente al lago.

 

 

 

OJALÁ ESTUVIESES MUERTA

 

Ojalá estuvieses muerta,

tendría una excusa para no olvidarte

para compararte con todas las mujeres

y como todo hombre abnegado de pena,

despreciarlas porque no se parecen a vos.

 

Ojalá estuvieses muerta,

así no me reprocharía por no olvidarte

y sería digno practicar el luto

a lo largo de los años, y por qué no

cerrarme al mundo en la nostalgia 

de tus ojos y cabellos dorados.

 

Sin embargo, estás viva 

y aunque vamos por la misma ciudad

tus caderas cambiaron de acera

tus manos emigraron a otra bahía,

solo el humo se niega a partir

y lo llevamos en los pulmones

como una caricia oscura del ayer.

 

Yo sé que estás viva

me lo dice mi torpe instinto

 

Buscarte por las aceras

llamarte con el pensamiento

tallar tu nombre en el aire

todo esto sería válido si al menos

cupiese la espantosa posibilidad 

de que estuvieses muerta.

 

Pero sé que estás viva

al igual que yo

como hormiga perdida por la ciudad

buscando migajas de luz.

 

 

 

LAS VIEJAS CIUDADES DE LA JUVENTUD

A Mr. Aubin

Como los antiguos saurios

las ciudades de la juventud

han legado sus osamentas,

son signos ilegibles en las fotografías

y postales que nunca envié.

 

Aunque vuelva a sus calles

el polvo no será el mismo bajo mis pies,

aunque vuelva a sus puertos

no será la misma arena sobre mis sandalias.

 

¿Cuánto de ellas queda en mí?

La sonrisa ingenua de un amigo

la expectativa necia de mis abuelos

o los corazones imprudentes de sus mujeres.

 

El frío de las viejas ciudades de la juventud

cala mis huesos

hasta que el amanecer revela más osamentas

de viejos edificios y plazas.

 

¿Cuánto de sus restos quedan en mí 

cada vez que cruzo una nueva frontera? …

 

 

 

MEMORIAS DE LA LLUVIA

The wind cries her name in the breeze

Forever free / W.A.S.P

A Liliana

La lluvia que hoy baña la ciudad

destruye las flores marchitas 

que adornan tu lápida.

La lluvia es un recordatorio de la destrucción

y la belleza al unísono del estruendo.

 

Ya no caminás entre nosotros.

Ya no se agita tu cabello 

bajo el sol de Managua.

Ya no reís en los bares de la carretera

ni encantás a los hombres 

al ritmo de Hysteria.

 

Tomaste uno de los últimos trenes de diciembre,

un mes de despedidas y enormes cenas

un mes de cartas que maquillan la indiferencia

y las soledades que se consuelan en otra carne.

 

Solo nos queda tu recuerdo de femme fatale 

a lomos de un potro de acero cortando el viento,

como una bandera que desafiaba a la prudencia

aquella mañana de un 27 de diciembre.


 

El tiempo es la anestesia del olvido,

una mezcolanza de “quisiera” y “ya no puedo”

una mentira que encaja en una verdad

al reverso de tarjetas fúnebres.

 

La vida es un fuego que se apaga

y apenas calentamos nuestras manos con un tenue aliento

que se congela cada madrugada 

al ritmo del claxon y los antros de Managua.